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sábado, 22 de junio de 2013

Los quechuas

Su cultura


A fines del primer milenio de nuestra era, desde la cuenca meridional del lago Titicaca, se había intentado consolidar políticamente un estado: Tiahuanaco. Esto propagó la ganadería de las llamas y las cosechas se cultivaron en terrazas y en lugares con riego. Los atacameños cobraron fama por la amplitud de su comercio, gracias al cual se intercambiaban productos de la costa del Pacífico, como pescado y sal, por mercancías del altiplano, por ejemplo el tabaco y la apreciada lana de las llamas. Artísticamente, la cultura Tiahuanaco fue reconocida por sus motivos decorativos: el dios de la puerta con boca de jaguar y tocado con rayos de serpientes; y el dios felino, predominante en el sur hasta Atacama, el borde árido meridional. Esta zona de influencia alcanzó a la sociedad colla, que habitaba los actuales territorios de la provincia de Jujuy y Salta.
Entre el 1000 y el 1400, el vasto territorio andino atravesaba un período de fragmentación política. En el 1400, los incas eran una pequeña sociedad que habitaba el alto valle de la cuenca del río Urubamba en el actual territorio peruano. Varias décadas más tarde, el inca Pachacuti Yupanqui inició la integración de las regiones del Tawantinsuyu: Antisuyu, al este; Contisuyu, al oeste; Chinchasuyu, al norte; Collasuyu, al sur. En poco más de un siglo, se afianzó una estructura socio‑política que gobernaba alrededor de 10 millones de personas. Sus dominios se extendieron desde el actual territorio de Ecuador hasta Chile, alcanzando una importante dimensión[1].
En 1532, la política expansiva del estado se estaba sosteniendo por medio de la fuerza. Las poblaciones rebeldes sufrían traslados masivos; en las zonas conflictivas se creaban colonias militares y había aparecido la figura del yana[2].
Cuando el reducido grupo de españoles encabezado por Francisco Pizarro ingresó a la ciudad capital, el panorama se presentaba muy favorable a sus intereses: los incas se desangraban internamente entre luchas dinásticas y muchos pueblos tributarios estaban deseosos de librarse de la dominación.
Aunque aparentemente la conquista del Imperio fue rápida y exitosa, la resistencia se prolongó durante mucho tiempo. Basta mencionar el medio siglo de luchas posteriores a su derrumbe, las rebeliones de la región calchaquí y los acontecimientos encabezados por Tupac Amaru a fines del siglo XVIII.
La sociedad inca se había organizado jerárquicamente. El centro del poder lo ocupaba un gobernante de origen divino secundado por un grupo aristocrático que residía en Cuzco, su capital. El resto de la población conformaba comunidades llamadas ayllus gobernadas por un curaca[3]  local. El estado se sustentaba mediante un sistema tributario que comprendía el trabajo en obras públicas, agricultura o ejército, o pago en especie[4]. De esa manera se realizaban obras de riego y caminos y se sostenía la estructura postal de chasquis que comunicaba todo el territorio. Mediante un sistema de postas, los mensajes llegaban y se enviaban hacia todos los puntos del imperio.
Constantemente, se expandía la frontera incorporando nuevos territorios cuyos habitantes eran sometidos por las armas, si resultaba necesario. En los casos de resistencia se trasladaba a la población hacia regiones lejanas, tanto en relación con la distancia efectiva como en la expresión de tradiciones y costumbres.
Paralelamente a la conquista se difundía el quechua como idioma estatal, así como las divinidades que conformaban su universo
Religioso. La adoración al Inti (dios del Sol) se impuso en cada ayllu, pero en la región del Collasuyu generalmente se introdujo al conjunto religioso local, coexistiendo con las divinidades de la zona.
Los incas aprovecharon las laderas de la montaña para el cultivo mediante un sistema de terrazas agrícolas abastecidas por una compleja red hidráulica para la irrigación. La principal producción era el maíz. En la altiplanicie cultivaban papa y quinoa, y en la zona de la Puna criaban llamas que proveían de carne y lana.
La diversidad regional de la producción ‑en consonancia con el medioambiente‑ generaba la necesidad de un intercambio regulado. El estado recibía el tributo en forma de mano de obra o bienes y lo redistribuía en función de los requisitos locales.
Los ayllus tenían derecho comunal exclusivo sobre sus tierras. Se realizaba un ajuste periódico en la asignación de las parcelas en función de las necesidades de cada familia que se modificaba con relación a su dinámica interna. Nuevos hijos generaban un aumento en las tierras de cultivo, a la inversa, los fallecimientos reducían la superficie destinada a la explotación. El trabajo y la producción eran también de carácter comunitario y, aunque el curaca tuviera algunos beneficios, la sociedad comunal tendía al igualitarismo. Sin embargo, el estado inca se colocaba por encima de ellas, tomaba decisiones acerca del control del uso de la tierra, el suministro de herramientas y la distribución de semillas.
Cuando penetró el estado andino en las actuales fronteras del territorio argentino, grandes zonas del Noroeste fueron anexadas al Collasuyu, bajo el nombre de Kuantinsuyu: cuarta parte del Tawantinsuyu. Desde la Puna continuaron hacia Ushpa‑llajta (actual Mendoza), y cruzaron a Chilli ("frío" en quechua; por derivación Chile).
La presencia incaica se expresó en la cerámica, la música, las comidas y la imposición del idioma quechua a los omaguacas, ocloyas, casabindos, purmamarcas, yocaviles, pulares (todos estos bajo la denominación genérica de collas), lules, diaguitas (que tenían su propio idioma: el cacan), olongastas, capayanes, huarpes y comechingones. Quechua deriva de qheswa y significa: "el habla del valle". Posteriormente, los españoles consolidaron este idioma en detrimento de las lenguas locales.
En el actual territorio de Santiago del Estero se habló el quechua con anterioridad a la llegada de los españoles. La evidencia arqueológica ha corroborado la presencia inca en el norte de la provincia. En una crónica de la época se describe el recorrido de un camino inca en los alrededores de esta provincia, que se bifurca hacia la cordillera al Oeste conectándose con la costa del Pacífico y hacia la pampa, al Este, conduciendo hacia la cuenca del Plata. Los tambos construidos a lo largo del sendero fueron destinados a chichas quechua parlantes, trasladados desde su lugar de origen: la altiplanicie boliviana.
El idioma quechua fue introducido algún tiempo después de 1471, durante el gobierno de Tupac Yupanqui, cuando los incas ya explotaban las minas del noroeste de Argentina. Las sociedades del nordeste, buscando también los minerales, ya habían lanzado su primer ataque sobre esta parte del Imperio.
La localización geográfica de Santiago del Estero la convertía en un codiciado sitio estratégico porque estaba ubicada sobre el único paso natural que conectaba el Paraná y los grupos del Chaco, en el este, con la pre‑cordillera andina y sus minas, en el oeste. Debido a esto, muy probablemente, los incas establecieron fortines militares en esta área. Estos habrían sido asistidos por una combinación de soldados y mitimaes (colonos), práctica común del último período expansionista. Después de la llegada de los españoles, los colonos europeos poblaron el área con guarniciones en un esfuerzo por controlar las incesantes invasiones de los grupos del Chaco.
La lengua quechua pertenece a la rama quechuamarán de la familia andino­-ecuatorial. El hogar original del pueblo quechua parece haber sido la región de Apurímac‑Ayacucho, en el Perú actual. Aquí se fundó el Imperio Inca que fue conocido hasta la conquista española como Tawantinsuvu: "las cuatro regiones".
El quechua era la lengua predominante del Imperio y se hablaba en dos variantes: la casta gobernante hablaba inca simi; algunos estudiosos creen que se trataba de una lengua secreta. El pueblo hablaba runa simi, la “lengua popular". Desde el siglo XVI en adelante, la denominación "quechua" se empleó para designar la runa simi.
La historia de la expansión territorial del quechua ha experimentado varias etapas. Una primera oleada alcanzó vastas regiones del actual Perú. Fue continuada por una segunda fase que puede correlacionarse, en tiempo y espacio, con la acción cultural cumplida entre los siglos VI a IX ó X d. C., en la época llamada Huari o Tiahuanaco, por grandes centros constituidos en la costa central y el sur peruano (como la ciudad de Pachacamac, un poderoso foco económico, político y religioso que surgió en la costa, a corta distancia de la ciudad de Lima).
Desde el siglo XII ó XIII al siglo XVI se produjo la fase de mayor expansión del quechua ocurrida antes de la conquista española. Por numerosas vías se implantó en nuevos espacios, algunos territorialmente contiguos al suyo y otros muy lejanos, como el Ecuador, la selva del nordeste peruano, Bolivia, Chile y el noroesle de Argentina. En la actualidad, alrededor de medio millón en el noroeste y más de 250 mil en Santiago del Estero hablan su quechua regional, el segundo idioma nativo en la Argentina después del guaraní.
De esta lengua proceden varias palabras, que han pasado al castellano: ají, cancha (kancha: recinto, patio o empalizada), carpa, charqui, cóndor (kuntur), huaso, humita (huminta), mate (mati: recipiente para beber), ñato (de nariz chica), papa, puma (puma: león o gato montés), tucumán (tucuy), vicuña (w¡kuña), vizcacha (wisk'acha) y yapa (algo extra dado gratis).
El complejo quechua es muy diverso, comprende una gran diversificación interna. A la vez, su difusión en la enorme región sudamericana condujo a transformaciones locales de la lengua. En la actualidad, posee 7 millones de hablantes cuyos dialectos dificultan la comunicación con toda la familia lingüística.

Leyendas quechuas

Como ya se anticipó al hablar de su cultura, los quechuas, a diferencia de otros indígenas, no conforman un pueblo. Con sus leyendas sucede lo mismo: la lengua se ha esparcido por gran parte del actual territorio argentino y ha adquirido la identidad propia de cada lugar. A continuación, compartiremos historias de diferentes épocas, la mayoría de ellas posteriores a la llegada de los españoles, y de distintas regiones. Gran parte de la rica mitología santiagueña, por ejemplo, está poblada de relatos quechuas, como "El crespín", "El carbunclo" o "La salamanca", cuyos fabulosos personajes son unos, de origen americano, y otros, europeo, introducidos por la conquista española y unidos en uno sel o a través del tiempo como nuestro propio tipo humano hispanoamericano.

1.043. Parodi (Lautaro)


[1] Se calcula la superficie del Imperio en 3 millones de km2.
[2]Se trataba de individuos separados de sus comunidades y reducidos a una suerte de esclavitud.
[3] El curaca era un jefe en lo político administrativo y poseía funciones rituales.
[4] Generalmente la comunidad destinaba una parcela de cultivo cuya cosecha se usaba para el pago de tributo.

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