A fines del primer milenio de nuestra era, desde la
cuenca meridional del lago Titicaca, se había intentado consolidar
políticamente un estado: Tiahuanaco. Esto propagó la ganadería de las llamas y
las cosechas se cultivaron en terrazas y en lugares con riego. Los atacameños
cobraron fama por la amplitud de su comercio, gracias al cual se intercambiaban
productos de la costa del Pacífico, como pescado y sal, por mercancías del
altiplano, por ejemplo el tabaco y la apreciada lana de las llamas.
Artísticamente, la
cultura Tiahuanaco fue reconocida por sus motivos
decorativos: el dios de la puerta con boca de jaguar y tocado con rayos de
serpientes; y el dios felino, predominante en el sur hasta Atacama, el borde
árido meridional. Esta zona de influencia alcanzó a la sociedad colla, que
habitaba los actuales territorios de la provincia de Jujuy y Salta.
Entre el 1000 y el 1400, el vasto territorio andino
atravesaba un período de fragmentación política. En el 1400, los incas eran una
pequeña sociedad que habitaba el alto valle de la cuenca del río Urubamba en el
actual territorio peruano. Varias décadas más tarde, el inca Pachacuti Yupanqui
inició la integración de las regiones del Tawantinsuyu: Antisuyu, al este;
Contisuyu, al oeste; Chinchasuyu, al norte; Collasuyu, al sur. En poco más de
un siglo, se afianzó una estructura socio‑política que gobernaba alrededor de
10 millones de personas. Sus dominios se extendieron desde el actual territorio
de Ecuador hasta Chile, alcanzando una importante dimensión[1].
En 1532, la política expansiva del estado se estaba
sosteniendo por medio de la
fuerza. Las poblaciones rebeldes sufrían traslados masivos;
en las zonas conflictivas se creaban colonias militares y había aparecido la
figura del yana[2].
Cuando el reducido grupo de españoles encabezado por
Francisco Pizarro ingresó a la ciudad capital, el panorama se presentaba muy
favorable a sus intereses: los incas se desangraban internamente entre luchas
dinásticas y muchos pueblos tributarios estaban deseosos de librarse de la
dominación.
Aunque aparentemente la conquista del Imperio fue
rápida y exitosa, la resistencia se prolongó durante mucho tiempo. Basta
mencionar el medio siglo de luchas posteriores a su derrumbe, las rebeliones de
la región calchaquí y los acontecimientos encabezados por Tupac Amaru a fines
del siglo XVIII.
La sociedad inca se había organizado
jerárquicamente. El centro del poder lo ocupaba un gobernante de origen divino
secundado por un grupo aristocrático que residía en Cuzco, su capital. El resto
de la población conformaba comunidades llamadas ayllus gobernadas por un curaca[3]
local. El estado se
sustentaba mediante un sistema tributario que comprendía el trabajo en obras
públicas, agricultura o ejército, o pago en especie[4].
De esa manera se realizaban obras de riego y caminos y se sostenía la
estructura postal de chasquis que comunicaba todo el territorio. Mediante un
sistema de postas, los mensajes llegaban y se enviaban hacia todos los puntos
del imperio.
Constantemente, se expandía la frontera incorporando
nuevos territorios cuyos habitantes eran sometidos por las armas, si resultaba
necesario. En los casos de resistencia se trasladaba a la población hacia
regiones lejanas, tanto en relación con la distancia efectiva como en la
expresión de tradiciones y costumbres.
Paralelamente a la conquista se difundía el quechua
como idioma estatal, así como las divinidades que conformaban su universo
Religioso. La adoración al Inti (dios del Sol ) se impuso en cada ayllu, pero en
la región del Collasuyu generalmente
se introdujo al conjunto religioso local, coexistiendo con las divinidades de
la zona.
Los incas aprovecharon las laderas de la montaña
para el cultivo mediante un sistema de terrazas agrícolas abastecidas por una compleja
red hidráulica para la
irrigación. La principal producción era el maíz. En la
altiplanicie cultivaban papa y quinoa, y en la zona de la Puna criaban llamas
que proveían de carne y lana.
La diversidad regional de la producción ‑en
consonancia con el medioambiente‑
generaba la necesidad de un intercambio regulado. El estado recibía el tributo
en forma de mano de obra o bienes y lo redistribuía en función de los
requisitos locales.
Los ayllus tenían derecho comunal exclusivo
sobre sus tierras. Se realizaba un ajuste periódico en la asignación de las
parcelas en función de las necesidades de cada familia que se modificaba con
relación a su dinámica interna. Nuevos hijos generaban un aumento en las
tierras de cultivo, a la inversa, los fallecimientos reducían la superficie
destinada a la
explotación. El trabajo y la producción eran también de
carácter comunitario y, aunque el curaca tuviera algunos beneficios, la
sociedad comunal tendía al igualitarismo. Sin embargo, el estado inca se
colocaba por encima de ellas, tomaba decisiones acerca del control del uso de
la tierra, el suministro de herramientas y la distribución de semillas.
Cuando penetró el estado andino en las actuales
fronteras del territorio argentino, grandes zonas del Noroeste fueron anexadas
al Collasuyu, bajo el nombre de Kuantinsuyu: cuarta parte del Tawantinsuyu.
Desde la Puna
continuaron hacia Ushpa‑llajta (actual Mendoza), y cruzaron a Chilli
("frío" en quechua; por derivación Chile).
La presencia incaica se expresó en la cerámica, la
música, las comidas y la imposición del idioma quechua a los omaguacas,
ocloyas, casabindos, purmamarcas, yocaviles, pulares (todos estos bajo la
denominación genérica de collas), lules, diaguitas (que tenían su propio
idioma: el cacan), olongastas, capayanes, huarpes y comechingones. Quechua
deriva de qheswa y significa:
"el habla del valle". Posteriormente, los españoles
consolidaron este idioma en detrimento de las lenguas locales.
En el actual territorio de Santiago del Estero se
habló el quechua con anterioridad a la llegada de los españoles. La evidencia
arqueológica ha corroborado la presencia inca en el norte de la provincia. En una
crónica de la época se describe el recorrido de un camino inca en los
alrededores de esta provincia, que se bifurca hacia la cordillera al Oeste
conectándose con la costa del Pacífico y hacia la pampa, al Este, conduciendo
hacia la cuenca del Plata. Los tambos construidos a lo largo del sendero fueron
destinados a chichas quechua parlantes, trasladados desde su lugar de origen:
la altiplanicie boliviana.
El idioma quechua fue introducido algún tiempo
después de 1471, durante el gobierno de Tupac Yupanqui, cuando los incas ya
explotaban las minas del noroeste de Argentina. Las sociedades del nordeste,
buscando también los minerales, ya habían lanzado su primer ataque sobre esta
parte del Imperio.
La localización geográfica de Santiago del Estero la
convertía en un codiciado sitio estratégico porque estaba ubicada sobre el
único paso natural que conectaba el Paraná y los grupos del Chaco, en el este,
con la pre‑cordillera andina y sus minas, en el oeste. Debido a esto, muy
probablemente, los incas establecieron fortines militares en esta área. Estos
habrían sido asistidos por una combinación de soldados y mitimaes (colonos),
práctica común del último período expansionista. Después de la llegada de los
españoles, los colonos europeos poblaron el área con guarniciones en un
esfuerzo por controlar las incesantes invasiones de los grupos del Chaco.
La lengua quechua pertenece a la rama quechuamarán
de la familia andino-ecuatorial. El hogar original del pueblo quechua
parece haber sido la región de Apurímac‑Ayacucho, en el Perú actual. Aquí se
fundó el Imperio Inca que fue conocido hasta la conquista española como Tawantinsuvu:
"las cuatro regiones".
El quechua era la lengua predominante del Imperio y
se hablaba en dos variantes: la casta gobernante hablaba inca simi; algunos
estudiosos creen que se trataba de una lengua secreta. El pueblo hablaba runa
simi, la “lengua popular". Desde el siglo XVI en adelante, la
denominación "quechua" se empleó para designar la runa simi.
La historia de la expansión territorial del quechua
ha experimentado varias etapas. Una primera oleada alcanzó vastas regiones del
actual Perú. Fue continuada por una segunda fase que puede correlacionarse, en
tiempo y espacio, con la acción cultural cumplida entre los siglos VI a IX ó X
d. C., en la época llamada Huari o Tiahuanaco, por grandes centros constituidos
en la costa central y el sur peruano (como la ciudad de Pachacamac, un poderoso
foco económico, político y religioso que surgió en la costa, a corta distancia
de la ciudad de Lima).
Desde el siglo XII ó XIII al siglo XVI se produjo la
fase de mayor expansión del quechua ocurrida antes de la conquista española.
Por numerosas vías se implantó en nuevos espacios, algunos territorialmente
contiguos al suyo y otros muy lejanos, como el Ecuador, la selva del nordeste
peruano, Bolivia, Chile y el noroesle de Argentina. En la actualidad, alrededor
de medio millón en el noroeste y más de 250 mil en Santiago del Estero hablan
su quechua regional, el segundo idioma nativo en la Argentina después del
guaraní.
De esta lengua proceden varias palabras, que han
pasado al castellano: ají, cancha (kancha: recinto, patio o empalizada),
carpa, charqui, cóndor (kuntur), huaso, humita (huminta), mate (mati:
recipiente para beber), ñato (de nariz chica), papa, puma (puma: león
o gato montés), tucumán (tucuy), vicuña (w¡kuña), vizcacha (wisk'acha)
y yapa (algo extra dado gratis).
El complejo quechua es muy diverso, comprende una
gran diversificación interna. A la vez, su difusión en la enorme región
sudamericana condujo a transformaciones locales de la lengua. En la
actualidad, posee 7 millones de hablantes cuyos dialectos dificultan la
comunicación con toda la familia lingüística.
Leyendas
quechuas
Como ya se anticipó al hablar de su cultura, los
quechuas, a diferencia de otros indígenas, no conforman un pueblo. Con sus
leyendas sucede lo mismo: la lengua se ha esparcido por gran parte del actual
territorio argentino y ha adquirido la identidad propia de cada lugar. A
continuación, compartiremos historias de diferentes épocas, la mayoría de ellas
posteriores a la llegada de los españoles, y de distintas regiones. Gran parte
de la rica mitología santiagueña, por ejemplo, está poblada de relatos
quechuas, como "El crespín", "El carbunclo" o "La
salamanca", cuyos fabulosos personajes son unos, de origen americano, y
otros, europeo, introducidos por la conquista española y unidos en uno sel o a
través del tiempo como nuestro propio tipo humano hispanoamericano.
1.043. Parodi (Lautaro)
[4] Generalmente
la comunidad destinaba una parcela de cultivo cuya cosecha se usaba para el
pago de tributo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario