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sábado, 22 de junio de 2013

El alfarero

Iba de camino un alfarero, cuando se encontró con un hombre.
-¿No podrías tomarme de operario? -preguntó el hombre.
-¿Sabes tú hacer pucheros?
-¡Pues claro que sí!
Concertaron el trato, se dieron la mano y continuaron el camino juntos. Llegaron a casa del alfarero y dijo el nuevo operario:
-Prepara cuarenta carretadas de arcilla, mi amo, y mañana pondré manos a la obra.
El amo preparó las cuarenta carretadas de arcilla. Pero el operario, que era el propio diablo, habló así:
-Yo trabajaré por las noches. Y tú no debes entrar en el cobertizo donde yo trabaje.
-¿Y eso por qué?
-Pues porque no. Y si entras peor para ti.
Se hizo de noche. A las doce en punto pegó una voz el demonio y al instante acudieron muchos diablejos, que se pusieron a hacer pucheros atronando la casa de tanto alboroto como armaron.
-Iré a ver lo que hace -dijo el amo muerto de curiosidad.
Se acercó al cobertizo, miró por una rendija y vio a todos los diablejos, en cuclillas, haciendo pucheros. Solamente uno de ellos, cojo, no trabajaba, sino que estaba vigilando. En esto descubrió al alfarero. Agarró un puñado de arcilla y se lo lanzó con tanta puntería que le acertó en un ojo. Conque el alfarero volvió a su casa tuerto, mientras en el cobertizo aumentaba el estrépito.
Por la mañana dijo el operario:
-Mi amo: ve a contar los pucheros que he hecho en una noche.
El alfarero contó cuarenta mil pucheros.
-Ahora prepara diez carretadas de leña porque esta noche coceré los pucheros.
A medianoche volvió a pegar una voz el demonio, acudieron diablejos de todas partes, rompieron hasta el último puchero, metieron los cascotes en el horno y se pusieron a cocerlos.
«¡Todo el trabajo perdido!», pensó el alfarero, que estaba mirando por una rendija después de trazar la señal de la santa cruz encima.
Pero al día siguiente le llamó el operario:
-Ven a ver qué te parece el trabajo.
El alfarero fue a ver, y allí estaban los cuarenta mil pucheros intactos, y a cuál mejor.
A la tercera noche llamó el demonio a los diablejos, que pintaron los pucheros de distintos colores y los cargaron todos en un carro.
Esperó el alfarero a que fuese día de mercado y llevó los pucheros a la ciudad para venderlos.
Entre tanto, el demonio había ordenado a sus diablejos que recorrieran todas las casas y todas las calles voceando los pucheros para que la gente los comprara.
Efectivamente, la gente acudió al mercado, rodeó al alfarero y en media hora se habían agotado los pucheros. El alfarero volvió a su casa con un saco de dinero.
-Ahora -le dijo el diablo- vamos a partir las ganancias.
Conque partieron las ganancias por la mitad. El demonio agarró su parte, se despidió del alfarero y desapareció.
Una semana después fue el hombre con otros pucheros a la ciudad, pero se pasó las horas muertas en el mercado sin que nadie le comprara nada. Al contrario: todos pasaban de largo y además le insultaban.
-¡Demasiado sabemos cómo son tus pucheros, viejo bribón! Muy bonitos de vista, pero se deshacen en cuanto les echan agua dentro. ¡Quia, hombre! No vas a engañarnos más.
Todos dejaron de comprarle pucheros y el hombre cayó en la miseria. De la pena se entregó a la bebida y acabó rodando de taberna en taberna.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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