Iba de
camino un alfarero, cuando se encontró con un hombre.
-¿No
podrías tomarme de operario? -preguntó el hombre.
-¿Sabes
tú hacer pucheros?
-¡Pues
claro que sí!
Concertaron
el trato, se dieron la mano y continuaron el camino juntos. Llegaron a casa del
alfarero y dijo el nuevo operario:
-Prepara
cuarenta carretadas de arcilla, mi amo, y mañana pondré manos a la obra.
El amo
preparó las cuarenta carretadas de arcilla. Pero el operario, que era el propio
diablo, habló así:
-Yo
trabajaré por las noches. Y tú no debes entrar en el cobertizo donde yo
trabaje.
-¿Y eso
por qué?
-Pues
porque no. Y si entras peor para ti.
Se hizo
de noche. A las doce en punto pegó una voz el demonio y al instante acudieron
muchos diablejos, que se pusieron a hacer pucheros atronando la casa de tanto
alboroto como armaron.
-Iré a
ver lo que hace -dijo el amo muerto de curiosidad.
Se acercó
al cobertizo, miró por una rendija y vio a todos los diablejos, en cuclillas, haciendo
pucheros. Solamente uno de ellos, cojo, no trabajaba, sino que estaba
vigilando. En esto descubrió al alfarero. Agarró un puñado de arcilla y se lo
lanzó con tanta puntería que le acertó en un ojo. Conque el alfarero volvió a
su casa tuerto, mientras en el cobertizo aumentaba el estrépito.
Por la
mañana dijo el operario:
-Mi amo:
ve a contar los pucheros que he hecho en una noche.
El
alfarero contó cuarenta mil pucheros.
-Ahora
prepara diez carretadas de leña porque esta noche coceré los pucheros.
A
medianoche volvió a pegar una voz el demonio, acudieron diablejos de todas
partes, rompieron hasta el último puchero, metieron los cascotes en el horno y
se pusieron a cocerlos.
«¡Todo el
trabajo perdido!», pensó el alfarero, que estaba mirando por una rendija
después de trazar la señal de la santa cruz encima.
Pero al
día siguiente le llamó el operario:
-Ven a
ver qué te parece el trabajo.
El
alfarero fue a ver, y allí estaban los cuarenta mil pucheros intactos, y a cuál
mejor.
A la
tercera noche llamó el demonio a los diablejos, que pintaron los pucheros de
distintos colores y los cargaron todos en un carro.
Esperó el
alfarero a que fuese día de mercado y llevó los pucheros a la ciudad para
venderlos.
Entre
tanto, el demonio había ordenado a sus diablejos que recorrieran todas las
casas y todas las calles voceando los pucheros para que la gente los comprara.
Efectivamente,
la gente acudió al mercado, rodeó al alfarero y en media hora se habían agotado
los pucheros. El alfarero volvió a su casa con un saco de dinero.
-Ahora
-le dijo el diablo- vamos a partir las ganancias.
Conque
partieron las ganancias por la mitad. El demonio agarró su parte, se despidió
del alfarero y desapareció.
Una
semana después fue el hombre con otros pucheros a la ciudad, pero se pasó las
horas muertas en el mercado sin que nadie le comprara nada. Al contrario: todos
pasaban de largo y además le insultaban.
-¡Demasiado
sabemos cómo son tus pucheros, viejo bribón! Muy bonitos de vista, pero se
deshacen en cuanto les echan agua dentro. ¡Quia, hombre! No vas a engañarnos
más.
Todos
dejaron de comprarle pucheros y el hombre cayó en la miseria. De la pena se
entregó a la bebida y acabó rodando de taberna en taberna.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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