Su cultura
Los grupos indígenas más australes del mundo
vivieron en el territorio del viento, la tierra, el guanaco y el bosque: la Isla Grande de Tierra
del Fuego. Existen testimonios arqueológicos que indican que a partir del año 6000 a .C., sus habitantes
emplearon boleadoras esféricas para cazar y herramientas para tratar los
alimentos.
La parte noroeste y central de la isla, con sus
amplias llanuras y suaves colinas, variedades gramíneas y arbustos fue el
hábitat donde se desarrolló la cultura selk'nam. Los haush o mánekenkn vivían en el
sudeste de la isla, caracterizado por sus imponentes montaÑas (costa de la
Península de Mitre). Cada pueblo se comunicaba mediante su propio dialecto.
Llamados onas (hombres del norte) por sus vecinos
yámana, los selk'nam conformaban una sociedad semi‑nómada cuyo modo de
subsistencia era el denominado cazador recolector.
Los hombres selk'nam eran altos y robustos, y
desarrollaban la caza con éxito debido a su destacada agilidad. Las mujeres,
más bajas, tendían a aumentar de peso. Solo conservaban los pelos que
conformaban su larga y abundante cabellera, retirando los del resto del cuerpo.
En el siglo XVI, Hernando de Magallanes los llamó
fueguinos en función de la práctica común de encender fogatas. Asimismo, fueron
caracterizados por su aguzado sentido del olfato, de la vista, del oído y de la
orientación. Como expertos caminantes de paso firme y seguro, avanzaban
sigilosamente por los territorios de caza. Las crónicas sostenían que un
selk'nam caminaba por el bosque alcanzó, sin dejar rastros, su destino antes
que su perseguidor europeo.
Mediante la división sexual del trabajo, los hombres
onas cazaban, pescaban y fabricaban las armas y los toldos; las mujeres
recolectaban mariscos y vegetales, cuidaban a sus hijos, trabajaban la cestería
y elabo-raban la vestimenta.
Los cazadores acechaban guanacos, zorro y aves,
empleando arcos de roble, flechas con puntas de piedra tallada, y largas
lanzas. Ocasionalmente conseguían, mediante el uso de un garrote o arpón de
madera con punta de hueso, atrapar algún lobo marino en la costa. Este animal
fue muy apreciado por su carne y por su grasa, y con su piel elaboraban el
carcaj para acarrear las flechas. Fabricaban redes de tendones de guanaco para
pescar. Los cetáceos varados en la costa representaban provisiones de grasa,
aceite y carne suficientes para un número considerable de indígenas.
Los principales frutos recolectados eran la murtilla
y el calafate, recogían diversos tipos de hongos y variedades de raíces
comestibles. Las mujeres elaboraban tortillas con semillas molidas y tostadas
de tay[1],
mezcladas con materia grasa de lobo marino. Encendían el fuego mediante el
chasquido de piedras. Derretían la grasa con paletas ardientes de guanaco y de
lobo marino. El asador era de palos, se utilizaban pinzas para cocinar y las
semillas se tostaban sobre piedras calientes.
Empleaban las pieles de los zorros, huemules[2] y guanacos para confeccionar atuendos
apropiados que los protegían de los fuertes vientos del sur. La vestimenta para
hombres y mujeres era comúnmente un manto de pieles de guanaco cosidas, con la
particularidad del pelaje hacia fuera correspondiente al aspecto del mismo
animal. Usaban polainas y cuero y, además, los niños y las mujeres cubrían su pubis
con pequeños retazos. De vez en cuando, ellas vestían un delantal o pollera de
pieles larga hasta la rodilla y ajustada al pecho y a la cadera. Para el
calzado también recurrían a las pieles de guanaco o zorro.
Para abrigar a los niños, además de vestirlos con
una pequeña capa de piel de guanaco joven, la madre selk'nam lo cargaba en la
espalda, debajo de su propio vestido, Los hombres adornaban su frente con un
triángulo de cuero, las mujeres lucían largos collares de caracoles o pequeños
huesos de aves. Un atavío común usado por todos era una línea transversal desde
las orejas, por encima del pómulo, hasta la nariz. Ambos se decoraban la cara
con dibujos simples en rojo, amarillo, negro y blanco. La pintura corporal se
utilizaba como protección contra los rigores del clima; como medio de expresión
de un estado de ánimo, y como requisito para participar en eventos o
actividades sociales.
El arma fundamental era el arco y la flecha, que
alcanzaba un metro y medio de largo y semejaba el contorno de media almendra
con acanaladuras laterales; la cuerda estaba elaborada a partir de tendones de
guanaco; la flecha tenía la punta de piedra triangular, generalmente con un
pedúnculo y bien tallada, con aletas y terminación en emplumado corto, de unos 70 cm de largo; una bolsa de
piel de zorro se empleaba para llevar los instrumentos pequeños y otras estaban
especialmente confeccionadas para llevar agua.
Herramientas de piedra, raspadores, leznas[3],
agujas sin ojo y alisadores de piedra completaban su instrumental. Con cuerdas
hechas de cuero o tendones ataban los objetos que necesitaban transportar.
La cuna para llevar a los niños tenía forma de pequeña escalera y se llevaba en
la espalda.
Con el cuero de guanaco fabricaban sus tiendas
estructuradas a partir de tres palos cruzados.
La vivienda era propia de pueblos nómades: la
mampara de cuero instalada como paravientos estructurado con palos; y la choza
cónica de troncos habitada también durante el invierno.
Si bien la función manifiesta de las reglas de
parentesco fue siempre la reproducción y el ordenamiento de la sociedad entre
parientes y no parientes, en algunas culturas regula todas las relaciones
sociales. Una familia no puede reproducirse independientemente de otras
familias, debido a la imposición universal del tabú del incesto y de la regla
de exogamia, cualesquiera sea la forma que adopten, estableciendo relaciones de
consanguinidad, de intercambio o de alianza entre los grupos sociales que
trascienden el ámbito de lo biológico.
Como en muchas sociedades, el sistema de parentesco
de los onas era la estructura dominante que comprendía no solamente la esfera
doméstica, sino, además, la dimensión económica, política y ritual. Se
organizaban socialmente en familias extendidas que podían tener tres o cuatro
generaciones por descendencia patrilineal[4]
y patrilocal[5] y
ocupaban un territorio específico llamado haruwenh
cuyos límites eran respetados
usualmente por los vecinos. Como estos sitios de cacería estaban
asignados por los grupos, la transgresión de esta norma provocaba luchas entre
las sociedades.
De acuerdo con el principio de exogamia[6],
los jóvenes se pintaban con especiales diseños para no ser confundidos con
intrusos y se dirigían hacia otro grupo en busca de pareja. Mediante el
intercambio de mujeres, los grupos equiparaban las diferencias insalvables
entre los territorios de caza. Asimismo, alejando a las mujeres de sus
parientes, reafirmaban el poder que tenían sobre estas.
Los ancianos y hechiceros denominados jon, ejercían su influencia en temas
relacionados con la toma de decisiones. A partir de sus tradiciones, la
sociedad ona transmitía y reproducía creencias y valores.
Los púberes varones de 14 a 16 años, realizaban
complejas pruebas de destreza física y recibían instrucción acerca de
conocimientos esenciales y símbolos constituyentes de su cultura. Esta
ceremonia de iniciación, denominada kloketen, se extendía durante varios
meses. Aprendían a cazar, a controlar sus actos y a actuar en función del
bienestar social. Durante el desarrollo de la ceremonia final, los cuerpos de
los iniciados se constituían en soportes para la representación de los
espíritus mediante pinturas y tatuajes. Para está ceremonia se construía una
gran choza, y allí se daba enseñanza al novicio, se lo asustaba con la
aparición de seres sobrenaturales enmascarados, los que también salían para
asustar a las mujeres; finalmente se les inculcaba valores y creencias en
procura de mantener el predominio masculino sobre el sexo femenino.
La difusión de esos principios era condenada con la muerte
y se basaban en la creencia de que un antiguo poder femenino o matriarcado los
había dominado. Los siete postes de la choza de iniciación representaban a los
antiguos fundadores del kloketen, los que aparecían en forma de espíritu
en las ceremonias. Mediante este rito, los iniciados adquirían su condición de
integrante adulto del pueblo ona.
La religión de los onas estaba estructurada en
relación con la figura de Temaukel, ser supremo. La creación de todas las cosas
se le remiten a su mensajero: Kenos, el héroe civilizador de este pueblo. Los
demás espíritus y dioses se vinculaban con los antecesores muertos y con la
ceremonia del kloketen. El rito del hain, junto con el mito de la
pelea entre el sol y la luna, constituían las bases simbólicas religiosas.
Los shamanes se identificaban según sus habilidades:
atraer a las ballenas por medio del canto; sanar dolencias determinadas;
apoderarse de las energías del universo a partir de la experimentación del
trance. Esta última capacidad se desarrollaba con motivo de la ceremonia del hain.
Cuando moría un ona, su arco y su flecha eran
destruidos o quemados. A veces, esto comenzaba cuando entraba en agonía. Los
cuerpos eran depositados en fosas cavadas en la tierra, envueltos en pieles que
los protegían, con cueros de guanaco raspados y cosidos. Asistían al funeral
solo los hombres, las mujeres se quedaban en el campamento lamentándose y
rasguñándose. Y cuando la tierra estaba muy dura, por la acción del hielo, el
cuerpo se quemaba. Pero ya no se acercaban más a ese lugar. Una vez que
fallecía alguien prohibía mencionar el nombre del difunto. En señal de luto,
hombres y mujeres se afeitaban la cabeza, dejándose unos flecos alrededor.
Además de esto, se pintaban de color rojo muy oscuro con arcilla roja llamada akel, aplicada con un trozo de mandíbula
de marsopa[7] o con los dedos cuando eran rayas más
gruesas. La muerte era llorada durante mucho tiempo por los familiares y
amigos.
Los selk'nam compartieron su hábitat con los yaganes
o yámanas, que habitaban las costas
del sur de la Isla Grande
de Tierra del Fuego; los alacalufes o aawésqar
pequeños como los yámanas, sus parientes en lengua y algunas costumbres,
canoeros de las caletas, las islas y los canales del archipiélago del oeste
(actual territorio chileno); y los tehuelches o aoniken. Los onas y los haush
tenían a su vez parentesco lingüístico y cultural con los aoniken o tehuelches del sur. Los haush parecen haber
llegado antes que los onas a su karu‑kinka ("Tierra del Fuego"
o "la última tierra habitada").
Las crónicas de los primeros navegantes que
atravesaron el canal de Beagle describen las particulares prácticas de los
nativos. Acostumbrados a navegar por el estrecho solían habitar permanentemente
en sus canoas para sorpresa de los europeos. Las consecuencias sobre su
fenotipo[8]
consistieron en un desarrollado torso y brazos fuertes para remar, y largas y
delgadas piernas (producto de su movilidad reducida en el interior de la
canoa).
La embarcación se fabricaba con corteza de guindo
cosida con cuero de foca, cubierta con una pasta elaborada con musgo, tierra,
grasa de foca y paja, que mejoraba la impermeabilización de la embarcación. Los
yámanas mantenían encendido un controlado fuego para combatir la fría brisa del
mar.
El constante traslado de sus hogares en los mares
beneficiaba la tarea masculina de pescar y cazar focas y lobos y favorecía la
recolección femenina de moluscos y bivalvos.
Se aventuraban en el interior del territorio a fin
de procurarse materiales como el árbol de guindo para construir sus embarcaciones,
de hasta 5 metros
de largo. Asimismo, alcanzaban tierra firme para cazar y asar la carne de foca
y tostar los moluscos. En los sitios arqueológicos estudiados se encontraron
testimonios de esta práctica a partir de la acumulación de resto, de bivalvos,
huesos de focas y de aves, que originaron los contenidos de la dieta yámana.
El origen del nombre de los onas responde al
difundido desconocimiento de los cronistas de la época. Los 2800 integrantes de
la costera etnia yámana denominaban a los habitantes originarios de la tierra
de la isla del fuego, empleando el vocablo onishi (hombres del norte).
Por derivación y falta de conocimiento, los europeos denominaron onas a todos
los pueblos del extremo sur del continente.
La sociedad se reproducía manteniendo las
tradiciones heredadas a lo largo de 3 mil años, desde el inicio y desarrollo de
los primeros grupos originarios de la isla del extremo sur del continente
americano. Durante ese período fue creciendo con relativo equilibrio hasta
fines del siglo XIX, cuando los colonos arribaron a su territorio.
La usurpación de las tierras se inició hacia 1880 y
fue encabezada principalmente por estancieros ingleses. Mediante el sistema de
alambrado cercaron el hábitat del pueblo cazador y recolector. Las grandes
estancias concentradas en la cría de ovejas, y el apetito voraz de los
buscadores de oro generaron transformaciones en el medioambiente a través de
relaciones de poder que desequilibraron los pilares de la sociedad ona. Su
economía de subsistencia se vio amenazada por la delimitación de espacios
naturales, medio de reproducción de la vida animal (objeto de caza) y vegetal
(materia de recolección).
Mediante el rito de paz llamado jelj se resolvía, pacíficamente, cualquier enemistad entre los
distintos grupos. Esta práctica se popularizó con posterioridad a la llegada de
los colonos europeos gracias a los procesos conflictivos que esta generó.
Se mandaban mensajeros para avisar a todo cazador
errante que debían reunirse en un espacio abierto. Se sentaban los dos bandos y
se observaban en silencio durante largo tiempo, quizá reflexionando acerca de
lo que tenían que perdonar y olvidar. Una vez transcurrido un tiempo prudente,
ambos bandos se paraban por turnos y avanzaban depositando sus arcos y carcaj (donde llevaban sus flechas) en
el medio de los grupos. Luego los hombres hablaban, por turnos, de los rencores
existentes y de la necesidad de superarlos para reconstituir la paz.
Un representante de un grupo extraía de su capa
cinco flechas con puntas de cuero en forma de botón y la ubicaba frente al
integrante seleccionado del otro grupo, permaneciendo desnudo frente a él. El
otro miembro se sacaba su capa y arrojaba la flecha empleando su arco: el
primero debía esquivarla, así como con las cuatro restantes. Esta escena se
repetía con todos los presentes de cada bando. Si las flechas tocaban o herían
a los hombres, ocasionándoles heridas cortantes, no le prestaban mayor impor-tancia.
Una vez terminada la ceremonia, ambos grupos compartían amisto-samente tres jornadas.
El sistema de alambrado modificó las relaciones
socio‑espaciales al interior de la sociedad. Debido a que los grupos
conformados sobre la base de relaciones de parentesco intercambiaban sus
mujeres para matrimonio, no pudieron mantener ecuanimidad en los territorios de
caza, a causa de las apropiaciones de los colonos. Por esto, su sistema de
reproducción social se enfrentó con obstáculos que no pudo superar.
Colonizado el territorio, los onas como estructura
social desaparecieron. Cuarenta años después de la expansión de la frontera
agrícola ganadera que alcanzó la isla de Tierra del Fuego, la población nativa
se había reducido hasta contar con 50 integrantes. Las feroces matanzas y los
traslados forzados, la diseminación de enfermedades y las disputas internas
entre grupos onas por el controí de los escasos territorios libres,
desestructuraron a los selk'nam.
Las grandes compañías ovejeras pagaban una libra
esterlina por cada selk'nam muerto, lo que era corroborado exhibiendo manos u
orejas. Las tribus del norte fueron las primeras afectadas. Esto provocó la
retirada de la población hacia el sur de la isla para escapar a la matanza. En
1890 el gobierno otorgó a sacerdotes salecianos la isla Dawson situada en el
estrecho de Magallanes, para establecer una misión con importantes recursos
económicos. Los selk'nam supervivientes fueron forzados a trasladarse allí.
Veinte años después Dawson se había convertido en un cementerio. Ni un solo ona
pudo sobrevivir privado de su libertad.
La última selk'nam, Ángela Loij, falleció en 1974.
Leyendas
onas
Los bosques eran profundamente verdes, el sol y la
luna deambulaban sobre la tierra y las mujeres gobernaban. Todo cambió cuando
las cabezas de los gigantes Cwonyipe y Chashkilchesh asomaron por encima de los
árboles.
1.043. Parodi (Lautaro)
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