A Pepona la ahorcaron en La Coruña. Juan Ramón
fue sentenciado a presidio. Pero la intervención del boticario en este drama
jurídico bastó para que el vulgo le creyese más destripador que antes, y
destripador que tenía la habilidad de hacer que pagasen justos por pecadores,
acusando a otros de sus propios atentados. Por fortuna, no hubo entonces en
Compostela ninguna jarana popular; de lo contrario, es fácil que le pegasen
fuego a la botica, lo cual haría frotarse las manos al canónigo Llorente, que
veía confirmadas sus doctrinas acerca de la estupidez universal e irremediable.
«La España
Moderna », enero 1890.
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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