La leyenda del
«destripador», asesino medio sabio y medio brujo, es muy antigua en mi tierra.
La oí en tiernos años, susurrada o salmodiada en terroríficas estrofas, quizá
al borde de mi cuna, por la vieja criada, quizá en la cocina aldeana, en la
tertulia de los gañanes, que la comentaban con estremecimientos de temor o
risotadas oscuras. Volvió a aparecérseme, como fantasmagórica creación de
Hoffmann, en las sombrías y retorcidas callejuelas de un pueblo que hasta hace
poco permaneció teñido de colores medievales, lo mismo que si todavía hubiese
peregrinos en el mundo y resonase aún bajo las bóvedas de la catedral el himno
de Ultreja. Más tarde, el clamoreo de los periódicos, el pánico vil de
la ignorante multitud, hacen surgir de nuevo en mi fantasía el cuento, trágico
y ridículo como Quasimodo, jorobado con todas las jorobas que afean al ciego
Terror y a la
Superstición infame. Voy a contarlo. Entrad conmigo
valerosamente en la zona de sombra del alma.
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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