Hace muchos años, vivía
en una aldea un zapatero con su mujer y con sus hijos. Había alquilado una
habitación en casa de un mujik, ya
que no poseía casa ni tierras, y apenas ganaba para mantener a los suyos. El
pan estaba caro, el trabajo mal pagado; se comían todo lo que ganaba el
zapatero, que sólo tenía, para él y para su mujer, una pelliza muy raída.
Llevaba dos años buscando dinero para poder comprar pieles de carnero con que
hacerse una pelliza nueva.
Al llegar el otoño del
segundo año, había conseguido reunir tres rublos que la mujer guardaba en un
cofre. Además, en la aldea vecina, le debían cinco rublos y veinte copecks. Una mañana, el zapatero decidió
ir a comprar las pieles. Se puso la chaqueta de su mujer y encima un caftán de
paño, guardó en el bolsillo los tres rublos, cogió su bastón y, después de
desayunar, se fué.
"Cobraré los cinco
rublos que me debe el mujik -pensó.
Añadiré los tres que tengo y compraré las pieles para la pelliza: "
Al llegar a la aldea, se
dirigió a la casa del mujik, pero no
estaba en casa. La mujer del mujik le
prometió que éste le llevaría el dinero aquella misma semana; pero no le dió ni
un copeck.
En la otra casa le
aseguraron que no tenían con qué pagarle y sólo le dieron veinte copecks por un remiendo. El zapatero
decidió comprar las pieles a crédito; pero el comerciante no quiso fiarle.
-Cuando traigas el dinero,
podrás escoger lo que te convenga -le dijo. Sabemos lo que cuesta cobrar luego.
El pobre zapatero no
consiguió nada. Aparte de los veinte copecks,
sólo le dieron un par de valenki[1]
para arreglar. Desalentado, se fué a la taberna se gastó en beber los veinte copecks; y sin haber comprado las
pieles, emprendió el camino de regreso. Por la mañana había tenido frío;
pero, después de haber bebido, entró en calor sin necesidad de pelliza.
Caminaba de prisa, golpeando con el bastón la tierra endurecida por la
helada. Se sentía alegre y, dando vueltas a los valenki, murmuraba: "Tengo calor sin pelliza; es porque he
bebido un poco; tengo el vientre lleno de vino. ¿De qué me serviría una pelliza
nueva? Si olvido mi miseria, estoy bien. ¡Estoy hecho un buen mozo! ¿Qué
importa lo demás? Puedo vivir muy bien sin pelliza; me pasaré sin ella toda la
vida. Pero hay una cosa: mi mujer se entristecerá mucho, y con motivo. Uno
trabaja para ellos, corre, suda, sufre y, encima, tiene que oír: "¿No
traes dinero? Pues vete al diablo." ¿Qué se puede hacer con veinte copecks? Gastarlos en beber en la
taberna, eso es todo. Y luego le dicen a uno: "¡La miseria!" ¡Allá
ellos con su miseria! ¿Qué podría decir yo de la mía? Ellos tienen casa, animales,
y de todo. ¿Y yo? Sólo me tengo a mí mismo. Ellos comen el pan que les producen
sus tierras; yo tengo que comprarlo. No tengo más remedio que reunir tres
rublos a la semana. Y cuando llego a casa... ya se han comido el pan, y hay que
gastar otro rublo y medio. ¡Si me pagaran lo que me deben!"
Así fué como llegó el
zapatero hasta la pequeña iglesia, que estaba en un recodo del camino. Detrás
de ella le pareció ver una cosa blanca. Estaba- anocheciendo, y el zapatero
no distinguía bien.
“¿Qué es lo que hay ahí?
En este lugar no había ninguna piedra blanca. ¿Será una vaca? No, no parece una
vaca. A juzgar por la cabeza, se creería que es un hombre. Pero ¿por qué es tan
blanco? ¿Y, por qué iba a estar un hombre ahí?"
Semión se acercó y
distinguió claramente lo que era. ¡Qué sorprendente! En efecto, era un hombre.
¿Vivo o muerto? Completamente en cueros, estaba sentado, inmóvil, apoyándose
contra el muro de la iglesia. El zapatero sintió miedo.
"Lo han matado, lo
han despojado de sus ropas y lo han dejado aquí -pensó. Si me encuentran a su lado,
nunca veré el fin de mis desdichas."
El zapatero se alejó
rápidamente, dejando atrás la iglesia. Ya no veía al hombre. Pero, al cabo de
un rato, no pudo menos de volver la cabeza: el hombre ya no estaba apoyado en
el muro, se movía y hasta le pareció, que lo miraba fijamente.
Cada vez más asustado, el
zapatero se persignó, preguntándose si debía volver o huir.
"Si me acerco, puede
ocurrirme algo malo -pensó. ¿Quién sabe qué clase de hombre será? Es sospechoso
haberlo encontrado aquí; tal vez se me eche encima y no pueda escaparme. Aunque
no me matara, podría ponerme en un atolladero. ¿Cómo dejar a un hombre desnudo?
Sin embargo, no me es posible quitarme la ropa para vestirlo. ¡Darle mi único
traje! ¡Dios me libre!
El zapatero echó a andar
más de prisa. Pero de repente se detuvo, recriminándose: "Semión: ¿qué
haces? Un hombre muere abandonado; y tú tienes miedo y huyes. ¿Es que te has
enriquecido? ¿Temes que te arrebaten tus tesoros? ¡Vamos, Semión, eso no está
bien! "
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
No hay comentarios:
Publicar un comentario