Una vez cumplido su
cometido, el diablillo de Taras fué a reunirse con sus compañeros, para vencer
a Iván, tal como habían convenido. Llegó al campo de Iván el Imbécil, y rebuscó por doquier; pero no encontró a sus compañeros.
Sólo vió in agujero. Entonces, fué al prado, donde encontró un rabo, a orillas
del lodazal y, entre las gavillas, un segundo agujero.
"¿Les habrá ocurrido
algo malo a mis compañeros? -se preguntó. Tendré que sustituirlos en la lucha
con Iván."
Y se marchó en busca de
éste. Iván el Imbécil había terminado
ya su trabajo en los campos, y estaba talando árboles en el bosque.
Encontrándose estrechos
en la casa, sus hermanos le habían mandado que les construyera una isba nueva.
El diablillo se fué,
pues, al bosque; penetrando entre las ramas de los árboles se dispuso a
molestar a Iván el Imbécil en su
tarea.
Iván taló un árbol, de
modo que cayera en un lugar despejado, para poder hacerlo rodar después. Pero
el árbol cayó mal, enganchándose en las ramas más cercanas. Entonces, Iván
cogió una pértiga y trató de desenredar las ramas, lo que consiguió después de
muchos trabajos; y, al fin, el árbol cayó al suelo.
Taló entonces otro árbol,
y le sucedió exactamente igual.
Se cansaba terriblemente
y sólo a fuerza de grandes trabajos conseguía derribar los árboles. Había
pensado talar los cincuenta árboles jóvenes; y aún no había derribado diez
cuando le sorprendió la noche.
Estaba extenuado. Pero no
dejaba de trabajar. Abatió otro árbol más; pero fué tal el dolor que sintió en
la espalda, que no pudo continuar en pie. Arrojando el hacha, se sentó para
descansar un poco.
Viendo que Iván se
sentaba, el diablillo experimentó una gran alegría. "¡Magnífico! Ahora
abandonará su trabajo -pensó. Yo también voy a descansar un poco."
Muy satisfecho, se
instaló a horcajadas en una rama. Pero Iván no tardó en levantarse y, tomando
el hacha, la blandió y la dirigió, con todo su ímpetu, contra el árbol. Este
se tambaleó, desplomándose con gran estrépito.
El diablillo no tuvo
tiempo para retirar las piernas, y al romperse la rama, le cogió una pata.
Iván fué a coger esa rama y quedó muy extrañado al ver al diablillo vivo.
-¡Asqueroso bicho! ¿Otra
vez aquí?
-Soy otro. He vivido en
casa de tu hermano Taras.
-Seas quien fueres,
correrás la misma suerte.
Y, blandiendo el hacha,
Iván se dispuso a descargarla sobre el diablillo.
-No me mates -suplicó
éste. Haré por ti lo que quieras.
-¿Y qué puedes hacer?
-Fabricarte todo el oro
que desees.
-Pues bien, hazlo.
-Toma unas hojas de
encina, frótalas entre las manos y caerá oro al suelo -declaró el diablillo.
Iván el Imbécil tomó unas hojas, las frotó y cayó oro al suelo.
-Esto está muy bien para
que jueguen los niños.
-Bien; entonces
diablillo.
-De acuerdo.
Al decir esto Iván soltó
al diablillo.
-Vete con Dios.
Mas apenas hubo
pronunciado la palabra Dios, el diablillo se hundió en la tierra como una
piedra en el agua. Sólo quedó un agujero.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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