Iván el Imbécil había labrado todo el campo salvo una franja, y fué a
terminar su faena. Le dolía el vientre, pero tenía que labrar. Después de
limpiar el arado y de darle la vuelta, empezó un surco. Pero apenas había
introducido la reja en la tierra, sintió que se le había atascado en una raíz.
Era el diablillo quien la retenía.
«¡Qué raro! -pensó Iván.
No había por aquí ni la más pequeña raíz, y ahora sale una."
Metiendo la mano en el
surco, sondeó hasta dar con algo blando que asió y arrojó de allí. Era una
cosa negra como una raíz, pero se movía.
-¡Vaya! Un diablillo
vivo. ¡Qué bicho tan asqueroso!
Al decir esto, hizo
ademán de romperle la cabeza contra el suelo.
-No me aplastes y haré
cuanto me pidas -exclamó el diablillo.
-¿Qué podrías hacer por
mí?
-Todo lo que quieras. No
tienes más que pedir.
Iván el Imbécil se rascó la cabeza.
-Me duele el vientre.
¿Podrías curarme?
-Desde luego.
-Pues hazlo.
El diablo se volvió hacia
el, surco, cavó con las garras, extrajo una raíz de tres puntas que tendió a
Iván.
-Ten; Basta tragar una de
esas puntas para que desaparezca todo mal.
Arrancando una de ellas,
Iván se la tragó. Y acto seguido sintió que se le había pasado el dolor.
-Suéltame -se apresuró a
rogar el diablillo. Me hundiré en la tierra y ya no me pasearé más por encima
de ella.
-Bueno, vete con Dios.
En cuanto Iván pronunció
la palabra Dios, el diablillo se hundió en la tierra, como una piedra en el
agua, y sólo quedó un agujero.
Iván guardó en la gorra
las otras dos puntas de la raíz y reanudó su faena. Una vez terminado el surco,
dió la vuelta al arado y regresó a su casa.
Desenganchó los animales
y entró en la isba. Allí estaba
Semión el Guerrero, su hermano mayor,
con su mujer, sentados ante la mesa, esperando la comida. Le habían quitado
sus bienes y a duras penas había logrado huir de la cárcel, para refugiarse en
casa de sus padres.
-He venido a vivir
contigo. Tendrás que mantenernos a mi mujer y a mí hasta que encuentre medios
para salir adelante -dijo, en cuanto vió a Iván.
-Bueno; podéis vivir en
paz aquí.
Cuando Iván el Imbécil fué a sentarse en uno de los
bancos, la mujer de su hermano, molesta por el mal olor que despedía, dijo a
Semión:
-No puedo comer con un mujik que apesta.
Semión el Guerrero se dirigió a su hermano:
-Mi mujer dice que hueles
mal. Es mejor que comas en el zaguán.
-Bueno, precisamente
anochece y es hora de echar pienso a la yegua.
E Iván el Imbécil, cogiendo su caftán y una
rebanada de pan, fué a ver si todo había quedado en orden.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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