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martes, 24 de diciembre de 2013

Mijail, el aprendiz de zapatero - Cap. VI

Día tras día, semana tras semana, transcurrió un año. Mijail seguía vivien­do en casa de Semión y trabajando con él. Llegó a adquirir fama: nadie hacía tan buenas botas como Mijail, el obrero de Semión. Lo conocían en toda la co­marca y empezó a enriquecerse.
Un día de invierno, Semión y su ofi­cial trabajaban, cuando un coche, tirado por tres hermosos caballos que hacían sonar alegremente los cascabeles, se de­tuvo ante la casa. Un criado se apeó del pescante y abrió la portezuela. En­vuelto en una magnífica pelliza, un señor bajó del coche y subió los peldaños de la isba. Matriona abrió la puerta: el se­ñor tuvo que agacharse para entrar. Casi tocaba el techo con la cabeza. Semión lo saludó asombrado. Nunca había visto un hombre como aquél. Semión era grue­so; Mijail, delgado, y Matriona se aseme­jaba a un viejo tronco seco. Aquel hom­bre parecía pertenecer a otro mundo. Viendo aquel rostro, grueso y rubicun­do, y aquel cuello de toro, se hubiera di­cho que estaba fundido en bronce.
Respirando profundamente, el señor se quitó la pelliza y se sentó en el banco.
-¿Cuál de vosotros es el maestro?
-Soy yo, excelencia -respondió Se­mión, acercándose.
El señor llamó a su criado:
Fedia; trae cuero.
El criado trajo un paquete que colocó encima de la mesa.
-¡Abrelo!
El criado se apresuró a obedecer.
-¿Lo ves, zapatero? -exclamó el se­ñor, motrando el cuero.
-Sí, excelencia.
-¿Sabes qué clase de género es?
-Es de primera calidad -declaró Se­mión, después de examinar el cuero.
-¡Claro que lo es¡ ¿Qué iba a ser si no, majadero? En tu vida has visto otro igual. Es cuero de Alemania, ¿com­prendes? Y cuesta veinte rublos.
-¿Cómo quiere que haya visto nada semejante, señor? -repitió Semión.
-¿Puedes hacerme unas botas con ese cuero?
-Desde luego, excelencia.
-Dices que sí; pero ¿te has fijado bien para quién vas a trabajar y con qué género? Quiero unas botas que du­ren un año y que, después de haberlas llevado un año entero, no estén rotas ni deformadas. Si eres capaz de hacerlas así, toma el cuero y córtalo; si no, dé­jalo. Pero escúchame bien. Te advierto que si las botas se estropean antes de un año, te llevaré a la cárcel; en cambio, si me duran un año, te pagaré diez rublos.
Asustado, Semión vaciló. No sabía qué decidir. Miró a Mijail, interrogándolo con la mirada. Como éste no hiciera caso, le dió un codazo diciendo en voz baja:
-¿Acepto?
Mijail hizo una seña afirmativa; y el zapatero se comprometió a confec-cionar unas botas que no se rompieran ni se deformaran antes de un año.
Entonces, el señor llamó a su criado y le mandó que le descalzase un pie. Luego, tendiéndoselo a Semión, dijo:
-Tómame la medida.
Era tan grande el pie de aquel señor, que Semión tuvo que cortar otra hoja de papel, a pesar de que la primera era enorme. Tomó la medida de la planta del pie, luego la del tobillo y cuando fué a medir la pantorrilla, el papel no alcanzaba para dar la vuelta entera: la pantorrilla era gruesa como una viga.
Mientras Semión tomaba las medidas, el señor reparó en Mijail.
-¿Quién es? -preguntó.
-Mi oficial, el que le va a hacer las botas.
-Mucho cuidado, ¿eh? Tienen que durar un año.
Semión miró a Mijail y se dió cuenta de que éste no prestaba mucha atención al señor. Miraba más arriba, por enci­ma de él, como si viese algo, y... súbi­tamente, sonrió con dulzura.
-¿De qué te ríes, majadero? -lo in­terpeló el señor. Mejor sería que te preocuparas de que mis botas estén para la fecha que las deseo.
-Sus botas estarán para cuando las necesite -replicó Mijail.
-Así lo espero -exclamó el señor, po­niéndose la pelliza.
Y se fué hacia la puerta. Pero, olvi­dando que debía agacharse, dió con la cabeza contra una viga, y abandonó la isba, restregándose la frente, furi bundo, mientras lanzaba invectivas.
-Es fuerte como un roble -exclamó Semión, apenas hubo salido el señor-. Ha roto una viga y no lo ha sentido.
-Es natural que sea fuerte, con la vida que se da. Parece de bronce e in­cluso a la muerte le costará sorprenderlo.

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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