Día tras día, semana tras
semana, transcurrió un año. Mijail seguía viviendo en casa de Semión y
trabajando con él. Llegó a adquirir fama: nadie hacía tan buenas botas como
Mijail, el obrero de Semión. Lo conocían en toda la comarca y empezó a
enriquecerse.
Un día de invierno,
Semión y su oficial trabajaban, cuando un coche, tirado por tres hermosos
caballos que hacían sonar alegremente los cascabeles, se detuvo ante la casa.
Un criado se apeó del pescante y abrió la portezuela. Envuelto en una
magnífica pelliza, un señor bajó del coche y subió los peldaños de la isba.
Matriona abrió la puerta: el señor tuvo que agacharse para entrar. Casi tocaba
el techo con la cabeza. Semión lo saludó asombrado. Nunca había visto un hombre
como aquél. Semión era grueso; Mijail, delgado, y Matriona se asemejaba a un
viejo tronco seco. Aquel hombre parecía pertenecer a otro mundo. Viendo aquel
rostro, grueso y rubicundo, y aquel cuello de toro, se hubiera dicho que estaba
fundido en bronce.
Respirando profundamente,
el señor se quitó la pelliza y se sentó en el banco.
-¿Cuál de vosotros es el
maestro?
-Soy yo, excelencia -respondió
Semión, acercándose.
El señor llamó a su
criado:
Fedia; trae cuero.
El criado trajo un paquete
que colocó encima de la mesa.
-¡Abrelo!
El criado se apresuró a
obedecer.
-¿Lo ves, zapatero? -exclamó
el señor, motrando el cuero.
-Sí, excelencia.
-¿Sabes qué clase de
género es?
-Es de primera calidad -declaró
Semión, después de examinar el cuero.
-¡Claro que lo es¡ ¿Qué iba
a ser si no, majadero? En tu vida has visto otro igual. Es cuero de Alemania,
¿comprendes? Y cuesta veinte rublos.
-¿Cómo quiere que haya
visto nada semejante, señor? -repitió Semión.
-¿Puedes hacerme unas
botas con ese cuero?
-Desde luego, excelencia.
-Dices que sí; pero ¿te
has fijado bien para quién vas a trabajar y con qué género? Quiero unas botas
que duren un año y que, después de haberlas llevado un año entero, no estén
rotas ni deformadas. Si eres capaz de hacerlas así, toma el cuero y córtalo; si
no, déjalo. Pero escúchame bien. Te advierto que si las botas se estropean
antes de un año, te llevaré a la cárcel; en cambio, si me duran un año, te
pagaré diez rublos.
Asustado, Semión vaciló.
No sabía qué decidir. Miró a Mijail, interrogándolo con la mirada. Como éste no
hiciera caso, le dió un codazo diciendo en voz baja:
-¿Acepto?
Mijail hizo una seña
afirmativa; y el zapatero se comprometió a confec-cionar unas botas que no se
rompieran ni se deformaran antes de un año.
Entonces, el señor llamó
a su criado y le mandó que le descalzase un pie. Luego, tendiéndoselo a Semión,
dijo:
-Tómame la medida.
Era tan grande el pie de
aquel señor, que Semión tuvo que cortar otra hoja de papel, a pesar de que la
primera era enorme. Tomó la medida de la planta del pie, luego la del tobillo y
cuando fué a medir la pantorrilla, el papel no alcanzaba para dar la vuelta
entera: la pantorrilla era gruesa como una viga.
Mientras Semión tomaba
las medidas, el señor reparó en Mijail.
-¿Quién es? -preguntó.
-Mi oficial, el que le va
a hacer las botas.
-Mucho cuidado, ¿eh?
Tienen que durar un año.
Semión miró a Mijail y se
dió cuenta de que éste no prestaba mucha atención al señor. Miraba más arriba,
por encima de él, como si viese algo, y... súbitamente, sonrió con dulzura.
-¿De qué te ríes, majadero?
-lo interpeló el señor. Mejor sería que te preocuparas de que mis botas estén
para la fecha que las deseo.
-Sus botas estarán para
cuando las necesite -replicó Mijail.
-Así lo espero -exclamó
el señor, poniéndose la pelliza.
Y se fué hacia la puerta.
Pero, olvidando que debía agacharse, dió con la cabeza contra una viga, y
abandonó la isba, restregándose la
frente, furi bundo, mientras lanzaba invectivas.
-Es fuerte como un roble -exclamó
Semión, apenas hubo salido el señor-. Ha roto una viga y no lo ha sentido.
-Es natural que sea
fuerte, con la vida que se da. Parece de bronce e incluso a la muerte le
costará sorprenderlo.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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