Transcurría un año tras
de otro. Hacía seis que Mijail vivía en casa de Semión. Su existencia
deslizábase siempre igual; nunca salía, apenas hablaba, y únicamente había
sonreído dos veces: cuando la mujer del zapatero se decidió darle de cenar y
durante la visita del señor; Semión no encontraba palabras para alabar a su
oficial. Ya no le preguntaba de dónde procedía.
Sólo temía una cosa; que
Mijail se fuera.
Un día estaban todos
reunidos. Los niños jugaban, encaramándose en los bancos para mirar por las
ventanas; Matriona calentaba la plancha para planchar la ropa; Semión
remendaba unos zapatos y Mijail terminaba un tacón. Uno de los niños se apoyó
en el hombro del oficial, que se hallaba cerca de la ventana y, mirando a la
calle, le dijo :
-Mira, tío Mijail; ahí
viene una señora con dos niñas. Creo que vienen aquí. Una de las niñas es
coja.
Al oír estas palabras,
Mijail abandonó el trabajo y fué a mirar por la ventana. Semión se sorprendió
extraordinariamente. El muchacho nunca había mirado fuera; pero en aquel
momento estaba pegado al cristal. El zapatero se acercó también a la ventana.
En efecto, se acercaba una señora bien vestida, con dos niñas que llevaban
abriguitos de piel y pañuelos de lana en la cabeza. Las niñas se parecían tanto
que hubiera sido imposible distinguir una de otra, a no ser porque una
cojeaba, arrastrando una pierna.
La señora se detuvo junto
a la isba del zapatero. Abrió la puerta y dejó pasar delante a las dos niñas.
-Buenos días.
-Buenos días. ¿Qué desea
usted?
La mujer tomó asiento y
las dos niñas se arrimaron a ella, intimidadas ante los desconocidos.
-Necesito unos zapatos
para mis pequeñas.
-Nunca hemos hecho
calzado para niños; pero con buena voluntad uno puede hacer lo que quiera.
¿Les hacemos zapatos o botitas con vuelta? Díganos lo que prefiere. Mi oficial
es muy mañoso.
El zapatero se dió cuenta
de que Mijail no quitaba ojo a las niñas. Esto lo llenó de asombro. Bien es
verdad que las dos niñas eran bonitas, tenían los ojos negros y las mejillas
sonrosadas y sus abrigos y pañuelos eran muy graciosos. Pero era extraño que
Mijail las mirase como si las conociera.
Semión habló con la mujer
y se dispuso a tomar las medidas a las niñas.
-Toma las medidas a ésta:
Harás un zapato para el pie cojo y tres para el otro pie. Como son mellizas,
los tienen iguales -dijo la mujer, poniendo a la cojita en sus rodillas.
-¿Por qué está coja? ¿Es
de nacimeinto? -preguntó el zapatero.
-No. Fué su madre quien
le produjo la cojera.
-¿No son suyas estas
niñas? ¿No es usted su madre? -inquirió Matriona, interviniendo en la
conversación, movida por la curiosidad.
-No. No soy su madre y ni
siquiera pertenezco a la familia. Las he adoptado.
-Mucho las quiere, aunque
no sean de su sangre.
-¿Cómo no iba a
quererlas? Las he criado con mi propia leche. También yo tenía un hijito, que
Dios me arrebató. Pero no lo quería tanto como a éstas.
-¿Quién era su madre?
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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