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martes, 24 de diciembre de 2013

Mijail, el aprendiz de zapatero - Cap. VIII

Transcurría un año tras de otro. Ha­cía seis que Mijail vivía en casa de Se­mión. Su existencia deslizábase siempre igual; nunca salía, apenas hablaba, y únicamente había sonreído dos veces: cuando la mujer del zapatero se decidió darle de cenar y durante la visita del señor; Semión no encontraba palabras para alabar a su oficial. Ya no le pregun­taba de dónde procedía.
Sólo temía una cosa; que Mijail se fuera.
Un día estaban todos reunidos. Los niños jugaban, encaramándose en los bancos para mirar por las ventanas; Ma­triona calentaba la plancha para plan­char la ropa; Semión remendaba unos zapatos y Mijail terminaba un tacón. Uno de los niños se apoyó en el hombro del oficial, que se hallaba cerca de la ventana y, mirando a la calle, le dijo :
-Mira, tío Mijail; ahí viene una se­ñora con dos niñas. Creo que vienen aquí. Una de las niñas es coja.
Al oír estas palabras, Mijail abando­nó el trabajo y fué a mirar por la ven­tana. Semión se sorprendió extraordina­riamente. El muchacho nunca había mi­rado fuera; pero en aquel momento es­taba pegado al cristal. El zapatero se acercó también a la ventana. En efecto, se acercaba una señora bien vestida, con dos niñas que llevaban abriguitos de piel y pañuelos de lana en la cabeza. Las niñas se parecían tanto que hubie­ra sido imposible distinguir una de otra, a no ser porque una cojeaba, arrastrando una pierna.
La señora se detuvo junto a la isba del zapatero. Abrió la puerta y dejó pa­sar delante a las dos niñas.
-Buenos días.
-Buenos días. ¿Qué desea usted?
La mujer tomó asiento y las dos ni­ñas se arrimaron a ella, intimidadas ante los desconocidos.
-Necesito unos zapatos para mis pe­queñas.
-Nunca hemos hecho calzado para ni­ños; pero con buena voluntad uno pue­de hacer lo que quiera. ¿Les hacemos zapatos o botitas con vuelta? Díganos lo que prefiere. Mi oficial es muy ma­ñoso.
El zapatero se dió cuenta de que Mi­jail no quitaba ojo a las niñas. Esto lo llenó de asombro. Bien es verdad que las dos niñas eran bonitas, tenían los ojos negros y las mejillas sonrosadas y sus abrigos y pañuelos eran muy gra­ciosos. Pero era extraño que Mijail las mirase como si las conociera.
Semión habló con la mujer y se dis­puso a tomar las medidas a las niñas.
-Toma las medidas a ésta: Harás un zapato para el pie cojo y tres para el otro pie. Como son mellizas, los tienen iguales -dijo la mujer, poniendo a la cojita en sus rodillas.
-¿Por qué está coja? ¿Es de naci­meinto? -preguntó el zapatero.
-No. Fué su madre quien le produ­jo la cojera.
-¿No son suyas estas niñas? ¿No es usted su madre? -inquirió Matriona, interviniendo en la conversación, movida por la curiosidad.
-No. No soy su madre y ni siquiera pertenezco a la familia. Las he adop­tado.
-Mucho las quiere, aunque no sean de su sangre.
-¿Cómo no iba a quererlas? Las he criado con mi propia leche. También yo tenía un hijito, que Dios me arre­bató. Pero no lo quería tanto como a éstas.
-¿Quién era su madre?

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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