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martes, 24 de diciembre de 2013

Historia de ivan el imbecil - Cap. II

El viejo diablo estaba muy disgusta­do porque los tres hermanos no ha­bían reñido al hacer las particiones y se habían separado siendo buenos ami­gos. Llamó entonces a tres diablillos, y les dijo:
-Escuchad; hay tres hermanos, Se­mión el Guerrero, Taras el Panzudo e Iván el Imbécil. Convendría que riñe­sen; pero viven en la más perfecta ar­monía... Es Iván el Imbécil quien ha echado a perder las cosas. Debéis ir a cogerlos y lograr que se peleen, hasta el punto de que se salten los ojos. ¿Sois capaces de hacerlo?
-Sí -contestaron los diablillos.
-¿Cómo lo conseguiréis?
-Empezaremos por arruinarlos, para que no tengan qué comer; luego, los re­uniremos y se enemistarán.
-¡Muy bien! -exclamó el diablo­. Veo que habéis comprendido de lo que se trata. Marchaos y no volváis hasta que hayáis enemistado a los tres herma­nos. De lo contrario, os despellejaré.
Los diablillos se fueron a su lodazal, donde discutieron sobre lo que tenían que hacer. La discusión duró mucho. Cada cual quería reservarse la tarea más fácil. Acabaron por echar a suertes, para ver lo que correspondería a cada cual, conviniendo, al fin, que si uno aca­bara su obra antes que los demás, de­bería acudir en ayuda de sus compañeros. Después de sortear, fijaron el día en que se reunirían de nuevo, para saber quién había terminado su trabajo y a quién tendrían que ayudar.
Llegó el día convenido y, según ha­bían quedado, los tres diablillos se re­unieron en el lodazal. Se pusieron a discutir sus asuntos. Primeramente, se habló de Semión.
-Mi tarea va bien encauzada. Maña­na irá Semión a casa de su padre.
Los otros dos diablillos preguntaron a su compañero cómo se las había arre­glado.
-Lo primero que hice fué infundir a Semión tanto valor, que llegó a pro­meter al zar que conquistaría el mundo entero. Entonces, el zar lo nombró ge­neral en jefe de su ejército y lo envió a luchar contra el soberano de la In­dia. Los ejércitos se encontraban ya uno frente a otro. Aquella noche humedecí la pólvora en el campamento de Se­mión y luego fui al campamento del so­berano indio y le hice soldados de paja. Al ver que por doquier avanzaban sol­dados de paja, las tropas de Semión tuvieron miedo. Entonces, éste ordenó que se hiciera fuego; pero ni los caño­nes ni los fusiles dispararon. Esto hun­dió a Semión. Le han quitado sus bie­nes y se disponen a fusilarlo mañana. Ya me falta poco que hacer: sólo he de sacarlo de la cárcel para que vaya a su casa. Mañana quedará todo listo. De­cidme a cuál de vosotros debo ayudar.
El segundo diablillo habló de Taras.
-Mi asunto va por buen camino. No necesito ninguna ayuda. Antes que transcurran ocho días la situación de Taras cambiará por completo. En primer lugar, tuve buen cuidado de que le en­gordara bien su barriga y de que aumen­tara su deseo de obtener ganancias. Su codicia llegó hasta tal punto, que desea­ba adquirir cuanto veía. Ha logrado mu­chas cosas ya, con su dinero, y aún si­gue comprando. Pero ahora ya con di­nero que ha tomado a préstamo. Es tal la carga que lleva a cuestas y está tan enredado, que no será capaz de des­enredarse. Sus créditos vencen dentro de ocho. días y he transformado sus mer­cancías en estiércol. No podrá pagar y tendrá que ir a casa de su padre.
Preguntaron al tercer diablillo qué tal le iba en su empresa.
-¿Qué queréis que os diga? Mi asun­to no marcha bien. Empecé por escupir dentro del barril de kvas de Iván para que le doliese el vientre. Fui a sus tie­rras y las endurecí, hasta dejarlas más duras que las piedras, para que no pu­diese trabajar. Me imaginé que no po­dría labrarlas; pero él, el imbécil, ha llegado con su arado y se ha puesto a desmenuzar los terrones. Lo hacía con todas las fuerzas de su alma y no cejaba en su empeño. Entonces, le rompí el arado. Fué a su casa y, cogiendo otro nuevo, volvió a labrar. Me introduje en la tierra y procuré sujetarle la reja; pero no pude detenerla. Iván el Imbécil empujaba el arado sin cesar; y, como la reja está aguzada, me ensangrenté las manos. Ha labrado casi todo el campo... Sólo le queda una franja. Venid, her­manos, a ayudarme, pues si no conse­guimos vencerle, nuestros esfuerzos se­rán inútiles. Si Iván el Imbécil continúa trabajando, ninguno de ellos conocerá la miseria, porque mantendrá a los demás.
El diablillo de Semión el Guerrero prometió que volvería al día siguiente. Después de esto se separaron.

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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