El ángel se despojó de su
envoltura terrena y se revistió de luz. Los ojos humanos no podían soportar su
esplendor. Elevando la voz que no parecía salir de él, sino del cielo, el
ángel pronunció las siguientes palabras:
-Comprendí que el hombre
no vive de sus propias necesidades, sino que vive por el amor.
No fué dado a la madre
saber lo que haría vivir a sus hijos; no fué dado saber al señor lo que
necesitaba; no le es dado a ningún ser humano saber si viviría y si le han de
hacer falta unas botas por la noche o si morirá y ha de necesitar unas
sandalias.
En lo que a mí se
refiere, cuando bajé a la tierra convertido en hombre, no seguí viviendo por
cuidar mi cuerpo, sino porque hubo amor en un hombre y en una mujer; ellos se
compadecieron de mí y me amaron. Las dos huerfanitas no vivieron porque se pensara
en ellas, sino porque una mujer tenía el, corazón henchido de amor. Los
hombres no viven porque se preocupen de sí, sino porque en su corazón existe
el amor.
Antes, sabía que es Dios
quien da la vida a los hombres y quiere que vivan. Pero ahora sé que no quiere
que vivan solos, y por eso es por lo que oculta a cada cual lo que le hace
falta. Quiere que cada uno viva para los demás y le revela lo que le es útil,
tanto para él como para su semejantes. Entonces comprendí que los hombres, que
se imaginan que viven gracias a sus propios cuidados, en realidad sólo viven
por el amor. El que vive en el amor vive en Dios y vive en él, ya que Dios es
amor.
El ángel cantó alabanzas
al Señor, la isba se estremeció; se
abrió el techo, y una columna de fuego se elevó desde la tierra al cielo. El
zapatero, su mujer y sus hijos se
prosternaron. Batiendo las alas, el ángel subió al cielo.
Cuando Semión volvió en sí, la isba había recobrado su aspecto habitual
y no quedaban en ella sino él y los suyos.Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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