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martes, 24 de diciembre de 2013

Mijail, el aprendiz de zapatero - Cap. XII

El ángel se despojó de su envoltura terrena y se revistió de luz. Los ojos humanos no podían soportar su esplen­dor. Elevando la voz que no parecía sa­lir de él, sino del cielo, el ángel pro­nunció las siguientes palabras:
-Comprendí que el hombre no vive de sus propias necesidades, sino que vive por el amor.
No fué dado a la madre saber lo que haría vivir a sus hijos; no fué dado saber al señor lo que necesitaba; no le es dado a ningún ser humano saber si viviría y si le han de hacer falta unas botas por la noche o si morirá y ha de necesitar unas sandalias.
En lo que a mí se refiere, cuando bajé a la tierra convertido en hombre, no seguí viviendo por cuidar mi cuer­po, sino porque hubo amor en un hom­bre y en una mujer; ellos se compade­cieron de mí y me amaron. Las dos huerfanitas no vivieron porque se pen­sara en ellas, sino porque una mujer te­nía el, corazón henchido de amor. Los hombres no viven porque se preocu­pen de sí, sino porque en su corazón existe el amor.
Antes, sabía que es Dios quien da la vida a los hombres y quiere que vi­van. Pero ahora sé que no quiere que vivan solos, y por eso es por lo que oculta a cada cual lo que le hace falta. Quiere que cada uno viva para los de­más y le revela lo que le es útil, tanto para él como para su semejantes. En­tonces comprendí que los hombres, que se imaginan que viven gracias a sus pro­pios cuidados, en realidad sólo viven por el amor. El que vive en el amor vive en Dios y vive en él, ya que Dios es amor.
El ángel cantó alabanzas al Señor, la isba se estremeció; se abrió el techo, y una columna de fuego se elevó desde la tierra al cielo. El zapatero, su mujer  y sus hijos se prosternaron. Batiendo las alas, el ángel subió al cielo.
Cuando Semión volvió en sí, la isba había recobrado su aspecto habitual y no quedaban en ella sino él y los su­yos.

   Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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