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martes, 24 de diciembre de 2013

Historia de ivan el imbecil - Cap. XI

Una vez que hubo acabado con los dos hermanos mayores, el diablo se di­rigió a casa de Iván. De nuevo tomó la forma de un voivoda. Y convenció a Iván de que organizara un ejército en su reino.
-A un zar no le conviene carecer de ejército en su reino. Permíteme que ponga manos a la obra, y no tardaré en formar un ejército con tus súbditos.
-Bueno -asintió Iván, tras de haber­lo lo escuchado. Y no dejes de enseñar­les a cantar bonitas canciones. Eso me gusta mucho.
El viejo diablo hizo un viaje a tra­vés del reino de Iván, reclutando volun­tarios. Dijo que se acogería bien a todo el mundo y que darían un barril de vod­ka y un gorro encarnado a cada uno.
Los imbéciles se echaron a reír.
-Tenemos todo el vodka que quere­mos; nos lo hacemos nosotros mismos. En cuanto al gorro, nuestras mujeres pueden hacernos cuantos queramos y de todos los colores, incluso de varios co­lores juntos.
Y nadie quiso alistarse.
Entonces, el diablo fué de nuevo a ver a Iván.
-Los imbéciles no quieren alistarse; habrá que abligarlos por la fuerza -dijo.
-¡Bueno, alístalos por la fuerza!
Y el viejo diablo anunció al pueblo que todos los imbéciles debían alistarse, y que los que se negaran a hacerlo, se­rían condenados a muerte.
Los imbéciles se presentaron ante el voivoda.
-Dices que si nos negamos a alis­tarnos el zar mandará que nos maten. Pero no nos explicas lo que hará con nosotros cuando seamos soldados. Según parece, a los soldados también se los mata.
-Tenéis razón; eso suele ocurrir.
Al oír esta contestación, los imbéciles se obstinaron en su negativa.
-No iremos por nada del mundo. Si de todas formas nos han de matar, pre­ferimos que nos maten en casa.
-iQué imbéciles sois! ¡Qué imbéci­les! -exclamó el viejo diablo. Siendo soldados tenéis ocasión de salvaros, mien­tras que, si desobedecéis, el zar Iván mandará sin falta que os maten.
Los imbéciles se sumieron en refle­xiones. Al fin, se dirigieron a casa de Iván.
-Hay un voivoda que nos exige que nos hagamos soldados -le dijeron. "Si os hacéis soldados tenéis ocasión de sal­varos, mientras que, si desobedecéis, el zar Iván mandará que os maten", nos dice.
-¿Es posible? -exclamó Iván echán­dose a reír. ¿Cómo podría yo solo mataros a todos? Si no fuese imbécil, podría explicároslo; pero siendolo, ni yo mismo lo entiendo.
-Entonces ¿no debemos ir?
-No vayáis.
Los imbéciles regresaron a casa del voivoda, para repetirle que se negaban a alistarse. Viendo que su asunto no marchaba bien, el viejo diablo fué a ver al zar Tarakansky, un hombre de su confianza.
-Vamos a combatir al zar Iván. Lo único que le falta es dinero. Tiene trigo, ganado y otros bienes en abun­dancia.
El zar Tarakansky accedió. Tras de reunir numerosos soldados, fusiles y ca­ñones, los llevó a la frontera, pára inva­dir el reino de Iván.
-El zar Tarakansky viene a luchar contra ti -dijeron al zar Iván.
-Pues bien, que venga.
Tarakansky cruzó la frontera con su ejército y ordenó a la vanguardia que buscase el ejército de Iván. La van­guardia buscó por doquier, esperando que apareciera algún soldado por el ho­rizonte; pero ni por asomo. Fué impo­sible luchar. Entonces, Tarakansky or­denó que ocuparan las aldeas.
Los imbéciles de uno y otro sexo salían a las puertas de sus casas y mira­ban, atónitos, a los soldados. Estos les arrebataron el trigo y el ganado. Sin defenderse, los imbéciles permitían que se llevasen todo.
Las tropas ocuparon otra aldea, don­de ocurrió lo mismo. Y así fué un día y otro, sin defenderse. E incluso invita­ban a los soldados a vivir con ellos.
-Queridos amigos, si os va mal en vuestro país, venid a estableceros aquí para siempre -les decían.
Los soldados avanzaban y avanzaban; pero no había ni rastro de ejército. Por doquier vivían buenas gentes que no se defendían y los invitaban a quedarse con ellos.
Las tropas se aburrieron y, presen­tándose al zar Tarakansky, declararon:
-No podemos luchar. Llévanos a otra parte. Esto nos gustaría si fuese una guerra. Pero ¿qué hay aquí? Lo mismo sería que nos entretuviéramos en partir hielo. No podemos guerrear de esta ma­nera.
El zar Tarakansky se molestó. Dió orden a sus soldados de que recorriesen el país de punta a cabo devastando las aldeas, destruyendo las casas, quemando el trigo y matando el ganado.
-Si me desobedecéis, os mataré a todos -vociferó.
Aterrorizados, los hombres llevaron a cabo la orden del zar. Incendiaron las cosas y los graneros y mataron el ga­nado.
Los imbéciles no intentaron defender­se en absoluto; no hacían más que llorar. Lloraban los viejos, lloraban las viejas, lloraban los niños...
-¿Por qué nos hacéis daño? ¿Por qué echáis a perder tantos bienes? -pre­guntaban. Si os hacen falta, tomadlos.
Esto acabó por disgustar a los solda­dos. Se negaron a seguir adelante; y el ejército se dispersó.

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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