Una vez que hubo acabado
con los dos hermanos mayores, el diablo se dirigió a casa de Iván. De nuevo
tomó la forma de un voivoda. Y convenció a Iván de que organizara un ejército
en su reino.
-A un zar no le conviene
carecer de ejército en su reino. Permíteme que ponga manos a la obra, y no
tardaré en formar un ejército con tus súbditos.
-Bueno -asintió Iván,
tras de haberlo lo escuchado. Y no dejes de enseñarles a cantar bonitas
canciones. Eso me gusta mucho.
El viejo diablo hizo un
viaje a través del reino de Iván, reclutando voluntarios. Dijo que se
acogería bien a todo el mundo y que darían un barril de vodka y un gorro
encarnado a cada uno.
Los imbéciles se echaron
a reír.
-Tenemos todo el vodka
que queremos; nos lo hacemos nosotros mismos. En cuanto al gorro, nuestras
mujeres pueden hacernos cuantos queramos y de todos los colores, incluso de
varios colores juntos.
Y nadie quiso alistarse.
Entonces, el diablo fué
de nuevo a ver a Iván.
-Los imbéciles no quieren
alistarse; habrá que abligarlos por la fuerza -dijo.
-¡Bueno, alístalos por la
fuerza!
Y el viejo diablo anunció
al pueblo que todos los imbéciles debían alistarse, y que los que se negaran a
hacerlo, serían condenados a muerte.
Los imbéciles se
presentaron ante el voivoda.
-Dices que si nos negamos
a alistarnos el zar mandará que nos maten. Pero no nos explicas lo que hará
con nosotros cuando seamos soldados. Según parece, a los soldados también se
los mata.
-Tenéis razón; eso suele
ocurrir.
Al oír esta contestación,
los imbéciles se obstinaron en su negativa.
-No iremos por nada del
mundo. Si de todas formas nos han de matar, preferimos que nos maten en casa.
-iQué imbéciles sois!
¡Qué imbéciles! -exclamó el viejo diablo. Siendo soldados tenéis ocasión de
salvaros, mientras que, si desobedecéis, el zar Iván mandará sin falta que os
maten.
Los imbéciles se sumieron
en reflexiones. Al fin, se dirigieron a casa de Iván.
-Hay un voivoda que nos exige que nos hagamos
soldados -le dijeron. "Si os hacéis soldados tenéis ocasión de salvaros,
mientras que, si desobedecéis, el zar Iván mandará que os maten", nos
dice.
-¿Es posible? -exclamó
Iván echándose a reír. ¿Cómo podría yo solo mataros a todos? Si no fuese
imbécil, podría explicároslo; pero siendolo, ni yo mismo lo entiendo.
-Entonces ¿no debemos ir?
-No vayáis.
Los imbéciles regresaron
a casa del voivoda, para repetirle
que se negaban a alistarse. Viendo que su asunto no marchaba bien, el viejo
diablo fué a ver al zar Tarakansky, un hombre de su confianza.
-Vamos a combatir al zar
Iván. Lo único que le falta es dinero. Tiene trigo, ganado y otros bienes en
abundancia.
El zar Tarakansky
accedió. Tras de reunir numerosos soldados, fusiles y cañones, los llevó a la
frontera, pára invadir el reino de Iván.
-El zar Tarakansky viene
a luchar contra ti -dijeron al zar Iván.
-Pues bien, que venga.
Tarakansky cruzó la
frontera con su ejército y ordenó a la vanguardia que buscase el ejército de
Iván. La vanguardia buscó por doquier, esperando que apareciera algún soldado
por el horizonte; pero ni por asomo. Fué imposible luchar. Entonces,
Tarakansky ordenó que ocuparan las aldeas.
Los imbéciles de uno y
otro sexo salían a las puertas de sus casas y miraban, atónitos, a los
soldados. Estos les arrebataron el trigo y el ganado. Sin defenderse, los
imbéciles permitían que se llevasen todo.
Las tropas ocuparon otra
aldea, donde ocurrió lo mismo. Y así fué un día y otro, sin defenderse. E
incluso invitaban a los soldados a vivir con ellos.
-Queridos amigos, si os
va mal en vuestro país, venid a estableceros aquí para siempre -les decían.
Los soldados avanzaban y
avanzaban; pero no había ni rastro de ejército. Por doquier vivían buenas
gentes que no se defendían y los invitaban a quedarse con ellos.
Las tropas se aburrieron
y, presentándose al zar Tarakansky, declararon:
-No podemos luchar.
Llévanos a otra parte. Esto nos gustaría si fuese una guerra. Pero ¿qué hay
aquí? Lo mismo sería que nos entretuviéramos en partir hielo. No podemos
guerrear de esta manera.
El zar Tarakansky se
molestó. Dió orden a sus soldados de que recorriesen el país de punta a cabo
devastando las aldeas, destruyendo las casas, quemando el trigo y matando el
ganado.
-Si me desobedecéis, os
mataré a todos -vociferó.
Aterrorizados, los
hombres llevaron a cabo la orden del zar. Incendiaron las cosas y los graneros
y mataron el ganado.
Los imbéciles no
intentaron defenderse en absoluto; no hacían más que llorar. Lloraban los
viejos, lloraban las viejas, lloraban los niños...
-¿Por qué nos hacéis
daño? ¿Por qué echáis a perder tantos bienes? -preguntaban. Si os hacen falta,
tomadlos.
Esto acabó por disgustar
a los soldados. Se negaron a seguir adelante; y el ejército se dispersó.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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