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martes, 24 de diciembre de 2013

Historia de ivan el imbecil - Cap. IV

Cuando el diablillo de Semión el Guerrero quedó libre, acudió en ayu­da del de Iván el Imbécil, para ven­cer a éste, tal y como habían conve­nido.
Fué a buscar a su compañero al cam­po; pero no vió a nadie en ninguna parte. Unicamente, encontró un agujero.
"¡Caramba! ¿Le habrá Ocurrido algo a mi compañero? Hay que sustituirlo. Pero toda la tierra está ya labrada y tendré que atrapar a Iván el Imbécil cuando se ponga a segar."
El diablillo se fué al prado y lo cu­brió con una capa de barro.
Al amanecer, Iván el Imbécil se des­pertó, tomó la guadaña y se fué al prado. Una vez allí, empezó a segar; pero la guadaña se resistía, no cortaba. Era preciso afilarla.
"Iré a casa, cogeré una piedra de afilar y, de paso me traeré el pan -pen­só- Aunque. tenga que estar aquí ocho días, no me moveré hasta que lo haya segado todo", se dijo.
El diablillo, que había oído pronun­ciar esas palabras, empezó a meditar.
"Qué testarudo es Iván el Imbécil. Trabajo me va a costar salirme con la mía. Tendré que buscar otros medios."
Iván el Imbécil afiló la guadaña y volvió a la siega.
Deslizándose por la hierba, el diabli­llo empujó la punta para clavarla en el suelo. Le había sido difícil a Iván; pero ya llegaba al fin; sólo le faltaba una franja, a orillas del lodazal. El diablillo se sumergió en él.
Iván el Imbécil se dirigió a la orilla del lodazal. Pero, a pesar de que la hierba escaseaba, no lograba manejar la guadaña. Irritado, la tiró con toda su fuerza.
El diablillo no pudo seguir allí; ape­nas si le dió tiempo de esquivar el golpe. Su asunto marchaba mal. Se escondió tras de un arbusto. Pero Iván arrojó de nuevo la guadaña, que esta vez cortó la mitad del rabo del diablillo. Después de terminar la siega, Iván el Imbécil mandó a la muchacha a recoger la hier­ba, mientras se iba tranquila-mente a segar el centeno.
Al llegar allí se encontró el centeno revuelto; el diablillo había pasado por el campo.
Entonces Iván el Imbécil volvió a casa, para cambiar la guadaña inútil por una hoz bien afilada; y segó hasta que lo hubo terminado todo.
"Ahora he de prepararme para segar la avena", se dijo.
El diablillo del rabo cortado oyó es­tas palabras y pensé: "No he podido cogerlo en la siega del centeno; pero lo cogeré en la de la avena. Sólo es pre­ciso esperar hasta mañana."
Al día siguiente se fué al campo de avena; pero estaba segada ya. Iván el Imbécil había trabajado de noche, para perder menos grano.
-¡Lo segó todo! -exclamó el diabli­llo, fuera de sí. Esta vez sí que me ha engañado el Imbécil. Ni en la guerra he visto tal ardor. Ni siquiera duerme el muy condenado. Le echaré a perder las gavillas.
Y el diablillo se introdujo en las ga­villas de centeno y las estropeó. Al ca­lentarlas, con el mismo calor se quedó dormido.
Mientras tanto, Iván el Imbécil había enganchado la yegua y había ido a bus­car las gavillas, acompañado de su her­mana. Al llegar junto al haz en que sé había ocultado el diablillo, levantó un par de gavillas con el bieldo clavándolo precisamente en su trasero. Sacó el bieldo y ¿qué vió? Un diablillo vivo, con el rabo cortado, entre las púas del bieldo. Se retorcía, tratando de huir.
-Bicho asqueroso, ¿todavía andas por aquí?
-Soy otro; el primero era mi herma­no. Yo estaba en casa de Semión el Guerrero -replicó el diablillo.
-Poco importa quién eres. Correrás la misma suerte -exclamó Iván el Im­bécil; y quiso aplastarlo. Pero el diablillo suplicó:
-Déjame, no te molestaré más y haré todo lo que quieras.
-¿Y qué puedes hacer?
-Sé hacer soldados de cualquier cosa.
-Pero ¿para qué?
-Podrás hacer con ellos lo que quie­ras, ya que un soldado sirve para todo.
-¿Saben cantar?
-Sí.
-Bien; entonces, hazlos.
-Toma esta gavilla de centeno, sa­cude las espigas cotttra el suelo di­ciendo:
"Mi esclavo ordena que dejes de ser gavilla, y que cada una de tus espigas se transofrme en soldado."
Tomando una gavilla de centeno, Iván hizo y dijo lo que el diablo le ense­ñara. Las espigas tornáronse soldados, tambores y trompetas que tocaban sus instrumentos.
-¡Qué divertido es esto! ¡Qué agra­dable! Será el regocijo de las mucha­chas -exclamó Iván, echándose a reír.
-Pues bien, suéltame ahora -dijo el diablillo.
-No; antes quiero rehacer las espi­gas, porque de otro modo se desper­diciarían los granos. Dime la manera de cambiarlos de nuevo en gavillas. Cuando llegue el momento de trillar, las desgranaré.
-Tienes que decir: "Tantos soldados, tantas espigas; mi esclavo ordena que sean de nuevo gavillas" -dijo el dia­blillo.
Iván obedeció y los soldados se trans­formaron en gavillas de centeno.
-Déjame ahora -rogó el diablillo.
-Bueno.
Iván el Imbécil dejó en el suelo al diablillo y, sujetándolo con una mano, lo quitó el bieldo con la otra. Vete con Dios -dijo.
Pero apenas hubo pronunciado la pa­labra Dios, el diablillo se hundió en la tierra, como una piedra en el agua.
Iván el Imbécil se fué a casa. Allí se encontró a su segundo hermano, Taras, que se disponía a cenar, en compañía de su mujer. Taras el Panzudo no había podido hacer frente a sus compromisos y se había visto obligado a refugiarse en casa de su padre.
-Iván; mientras espero adquirir ri­quezas de nuevo, mantennos a mi mujer y a mí -le dijo, al verlo llegar­
-Bien; quedaos aquí y vivid a vues­tras anchas -asintió Iván, quitándose el caftán y sentándose en la mesa.
-No puedo comer con Iván el Im­bécil en una misma mesa. Apesta a su­dor -exclamó la mujer del comerciante.
-Iván, hueles mal; ve a comer al zaguán -dijo Taras el Panzudo a su her­mano.
-Bueno -replicó éste, y tomando el pan, se fué, no sin antes añadir: pre­cisamente tenía que ir a echar pienso a la yegua.

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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