Cuando el diablillo de
Semión el Guerrero quedó libre,
acudió en ayuda del de Iván el Imbécil,
para vencer a éste, tal y como habían convenido.
Fué a buscar a su
compañero al campo; pero no vió a nadie en ninguna parte. Unicamente, encontró
un agujero.
"¡Caramba! ¿Le habrá
Ocurrido algo a mi compañero? Hay que sustituirlo. Pero toda la tierra está ya
labrada y tendré que atrapar a Iván el
Imbécil cuando se ponga a segar."
El diablillo se fué al
prado y lo cubrió con una capa de barro.
Al amanecer, Iván el Imbécil se despertó, tomó la guadaña
y se fué al prado. Una vez allí, empezó a segar; pero la guadaña se resistía,
no cortaba. Era preciso afilarla.
"Iré a casa, cogeré
una piedra de afilar y, de paso me traeré el pan -pensó- Aunque. tenga que
estar aquí ocho días, no me moveré hasta que lo haya segado todo", se
dijo.
El diablillo, que había
oído pronunciar esas palabras, empezó a meditar.
"Qué testarudo es
Iván el Imbécil. Trabajo me va a
costar salirme con la mía. Tendré que buscar otros medios."
Iván el Imbécil afiló la guadaña y volvió a la siega.
Deslizándose por la
hierba, el diablillo empujó la punta para clavarla en el suelo. Le había sido
difícil a Iván; pero ya llegaba al fin; sólo le faltaba una franja, a orillas
del lodazal. El diablillo se sumergió en él.
Iván el Imbécil se dirigió a la orilla del lodazal. Pero, a pesar de que
la hierba escaseaba, no lograba manejar la guadaña. Irritado, la tiró con toda
su fuerza.
El diablillo no pudo
seguir allí; apenas si le dió tiempo de esquivar el golpe. Su asunto marchaba
mal. Se escondió tras de un arbusto. Pero Iván arrojó de nuevo la guadaña, que
esta vez cortó la mitad del rabo del diablillo. Después de terminar la siega,
Iván el Imbécil mandó a la muchacha a
recoger la hierba, mientras se iba tranquila-mente a segar el centeno.
Al llegar allí se
encontró el centeno revuelto; el diablillo había pasado por el campo.
Entonces Iván el Imbécil volvió a casa, para cambiar la
guadaña inútil por una hoz bien afilada; y segó hasta que lo hubo terminado
todo.
"Ahora he de
prepararme para segar la avena", se dijo.
El diablillo del rabo
cortado oyó estas palabras y pensé: "No he podido cogerlo en la siega del
centeno; pero lo cogeré en la de la avena. Sólo es preciso esperar hasta
mañana."
Al día siguiente se fué
al campo de avena; pero estaba segada ya. Iván el Imbécil había trabajado de noche, para perder menos grano.
-¡Lo segó todo! -exclamó
el diablillo, fuera de sí. Esta vez sí que me ha engañado el Imbécil. Ni en la guerra he visto tal ardor. Ni siquiera duerme
el muy condenado. Le echaré a perder las gavillas.
Y el diablillo se
introdujo en las gavillas de centeno y las estropeó. Al calentarlas, con el
mismo calor se quedó dormido.
Mientras tanto, Iván el Imbécil había enganchado la yegua y
había ido a buscar las gavillas, acompañado de su hermana. Al llegar junto al
haz en que sé había ocultado el diablillo, levantó un par de gavillas con el
bieldo clavándolo precisamente en su trasero. Sacó el bieldo y ¿qué vió? Un
diablillo vivo, con el rabo cortado, entre las púas del bieldo. Se retorcía,
tratando de huir.
-Bicho asqueroso,
¿todavía andas por aquí?
-Soy otro; el primero era
mi hermano. Yo estaba en casa de Semión el
Guerrero -replicó el diablillo.
-Poco importa quién eres.
Correrás la misma suerte -exclamó Iván el
Imbécil; y quiso aplastarlo. Pero el diablillo suplicó:
-Déjame, no te molestaré
más y haré todo lo que quieras.
-¿Y qué puedes hacer?
-Sé hacer soldados de
cualquier cosa.
-Pero ¿para qué?
-Podrás hacer con ellos
lo que quieras, ya que un soldado sirve para todo.
-¿Saben cantar?
-Sí.
-Bien; entonces, hazlos.
-Toma esta gavilla de
centeno, sacude las espigas cotttra el suelo diciendo:
"Mi esclavo ordena
que dejes de ser gavilla, y que cada una de tus espigas se transofrme en
soldado."
Tomando una gavilla de
centeno, Iván hizo y dijo lo que el diablo le enseñara. Las espigas tornáronse
soldados, tambores y trompetas que tocaban sus instrumentos.
-¡Qué divertido es esto!
¡Qué agradable! Será el regocijo de las muchachas -exclamó Iván, echándose a
reír.
-Pues bien, suéltame
ahora -dijo el diablillo.
-No; antes quiero rehacer
las espigas, porque de otro modo se desperdiciarían los granos. Dime la
manera de cambiarlos de nuevo en gavillas. Cuando llegue el momento de trillar,
las desgranaré.
-Tienes que decir:
"Tantos soldados, tantas espigas; mi esclavo ordena que sean de nuevo
gavillas" -dijo el diablillo.
Iván obedeció y los
soldados se transformaron en gavillas de centeno.
-Déjame ahora -rogó el
diablillo.
-Bueno.
Iván el Imbécil dejó en el suelo al diablillo y, sujetándolo con una
mano, lo quitó el bieldo con la otra. Vete con Dios -dijo.
Pero apenas hubo
pronunciado la palabra Dios, el diablillo se hundió en la tierra, como una
piedra en el agua.
Iván el Imbécil se fué a casa. Allí se encontró a su segundo hermano,
Taras, que se disponía a cenar, en compañía de su mujer. Taras el Panzudo no había podido hacer frente
a sus compromisos y se había visto obligado a refugiarse en casa de su padre.
-Iván; mientras espero
adquirir riquezas de nuevo, mantennos a mi mujer y a mí -le dijo, al verlo
llegar
-Bien; quedaos aquí y
vivid a vuestras anchas -asintió Iván, quitándose el caftán y sentándose en la
mesa.
-No puedo comer con Iván el Imbécil en una misma mesa. Apesta a
sudor -exclamó la mujer del comerciante.
-Iván, hueles mal; ve a
comer al zaguán -dijo Taras el Panzudo
a su hermano.
-Bueno -replicó éste, y
tomando el pan, se fué, no sin antes añadir: precisamente tenía que ir a echar
pienso a la yegua.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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