Al darse cuenta de que no
podía conseguir su objetivo por medio de los soldados, el viejo diablo se
marchó.
No tardó en aparecer de
nuevo, transformado en un señor muy bien vestido y, estableciéndose en el
reino de Iván, decidió acabar con él por medio del oro, como había hecho con
Taras el Panzudo.
-Lo único que deseo es
favorecerte. Te enseñaré cosas magníficas -dijoPor de pronto, voy a construir
aquí una casa.
-Bueno; quédate con
nosotros.
A la mañana siguiente, el
señor bien vestido compareció en la plaza del pueblo, con un gran saco lleno
de oro y una hoja de papel.
-Todos vivís aquí como
unos cerdos -dijo. Os enseñaré cómo debéis vivir. Vais a construirme una casa
como la que está dibujada en este plano. Trabajaréis dirigidos por mí y os
pagaré con oro vuestro trabajo.
Y el señor bien vestido
les mostró el oro que había traído.
Los imbéciles se quedaron
maravillados: nunca habían visto dinero. Solían cambiar entre sí los productos
de su trabajo.
-¡Qué bonitos son estos
objetos! -exclamaron, admirados.
Y cambiaron con el señor
bien vestido su trabajo contra esos objetos de oro. Lo mismo que en el reino
de Taras, el viejo diablo repartió oro a puñados y, a cambio de eso, obtuvo
toda clase de trabajos y de productos. "Mis asuntos marchan
inmejorablemente. Ahora sí que conseguiré arruinar a Iván el Imbécil, como lo hice con Taras. Acabaré comprándole a él
mismo", se dijo, satisfecho.
Pero, apenas los
imbéciles hubieron reúnido bastantes monedas de oro, se las entregaron a las
mujeres para que se hicieran collares. Todas las muchachas llevaban monedas
prendidas en las trenzas y los niños jugaban con ellas por las calles.
La casa del señor. bien
vestido había quedado a medio construir y todavía no había hecho acopio de
trigo ni de ganado. Pero nadie iba a trabajar allí y nadie le llevaba nada.
Unicamente de tarde en tarde aparecía algún chiquillo para pedir uan moneda de
oro a cambio de un huevo. Pero nada más. Y el señor bien vestido no tenía nada
que comer.
Tuvo hambre y fué a una
aldea, para comprar algo. Entró en un corral y ofreció una moneda a cambio de
una gallina. Pero la campesina rechazó la moneda.
-Ya tengo bastantes -le
dijo.
El señor bien vestido se
fué a casa de otra mujer, que no tenía niños, con intención de comprar un
arenque. Le ofreció también una moneda de oro.
-No la necesito para
nada. No tengo niños ni nadie para que juegue con ella. Por casualidad, guardo
tres objetos de éstos.
De allí, el señor bien
vestido se fué a casa de un mujik
para comprar pan; pero el campesino se negó también a vendérselo a cambio de
dinero.
-No me hace falta. Si
quieres algo por amor de Dios, es distinto. Espera, voy a decirle a mi mujer
que te corte una rebanada de pan.
El diablo empezó a
escupir y huyó apresuradamente. El que le ofrecieran algo en. nombre de Dios,
sólo oír pronunciar ese nombre, era peor que si le hubiesen asestado una
puñalada.
Así, pues, el viejo
diablo no logró encontrar pan. Por todas partes se negaban a darle algo a
cambio de su dinero. Pero todos le decían:
-Danos otra cosa,
trabaja, o bien, tómalo por amor de Dios.
Pero el diablo sólo podía
ofrecer dinero. No quería trabajar, ni podía aceptar el pan por el amor de
Dios.
-¿Para qué queréis otra
cosa, si os doy oro? -replicaba, irritado. Con oro podéis comprar todo lo que
queráis y podéis hacer trabajar a quien se os antoje.
Pero los imbéciles no le
hacían caso.
-No nos hace falta. No
pagamos nada a nadie, ni tenemos que satisfacer impuestos. ¿Para qué queremos
el dinero?
El viejo diablo tuvo que
acostarse sin cenar.
Esto llegó a oídos del
zar Iván.
-¿Qué debemos hacer? -le
preguntaron sus gentes. Ha venido a nuestras casa un señor al que le gusta
comer y beber bien y vestir elegantemente. Se niega a trabajar y a pedir por el
amor de Dios. Lo único que hace es ofrecer monedas de oro a todo el mundo. Cuando
aún no teníamos muchas, le dábamos lo que pedía; pero ahora nadie quiere darle
nada. ¿Qué haríamos para que no se muriese de hambre?
-Está bien -dijo Iván
después de haber escuchado estas palabras-. Habrá que darle de comer. Que vaya
de puerta en puerta, como los pastores.
¿Qué iba a hacer? El
viejo diablo se fué de casa en casa. Llegó así a la de Iván y pidió algo de
comer a la muda, que estaba haciendo la comida para su hermano. A fuerza de
haber sido engañada por los gandules que se presentaban a la hora de comer y,
sin haber trabajado, engullían tranquila-mente grandes platos de kasha[1],
la muchacha había adquirido la habilidad de distinguirlos por las manos.
Sentaba a la mesa a los que las tenían callosas; a los demás les daba las
sobras.
El viejo diablo se
deslizó hacia la mesa pero la muda le tomó la mano y se la examinó con
atención. No teñía callos. Eran unas manos pulcras, blancas y de largas uñas.
La muchacha rezongó y echó de la mesa al diablo.
-¡No te molestes,
alegante señor! -exclamó la esposa de Iván. Mi cuñada no permite que se
sienten a la mesa quienes no tengan las manos callosas. Pero espera un poco; y
cuando todos hayan comido, comerás las sobras.
El viejo diablo se sintió
humillado. ¡Comer entre los cerdos, aunque fuese en casa del zar!
-Es una ley de imbéciles
la de tu reino, de que cada cual trabaje con las manos. Habéis inventado esto
porque sois estúpidos. ¿Acaso sólo se puede trabajar con las manos? ¿Con qué
crees que lo hacen las personas inteligentes? -dijo a Iván.
-¿Cómo podemos saberlo
nosotros, que somos imbéciles? Nosotros trabajamos con las manos y las
espaldas -replicó Iván el Imbécil.
-Lo hacéis así porque
sois, unos pobres imbéciles... Pero quiero enseñaros a trabajar con la cabeza.
Entonces comprenderéis que esta manera es preferible a la otra.
Iván se quedó pasmado de
asombro.
-¿Es posible? ¡Ah! Por
algo nos llaman imbéciles.
-Es mucho más difícil
trabajar con la cabeza. Os negáis a darme de comer, porque no tengo las manos
callosas; pero no sabéis que es cien veces más cansado trabajar con la cabeza.
Y, a veces, a uno hasta le cruje la cabeza.
Iván se sumió en
reflexiones.
-Entonces, amigo mío,
dime: ¿por qué te empeñas en tomarte tanta molestia? Es malo que la cabeza
cruja. Más te convendría un trabajo fácil, que se realice con las manos y la
espalda.
-Si me tomo tanta molestia,
es por vosotros -replicó el diabla. Me dais lástima, pobres estúpidos. Sin mí,
seguiríais siendo imbéciles toda la vida. Pero yo os enseñaré a trabajar con
la cabeza.
-Bueno, enséñanos, pues -accedió
Iván, admirado. Porque la verdad es que acaba uno por tener las manos cansadas.
Así, para variar, podremos, seguir trabajando con la cabeza.
Iván proclamó por todo su
reino que había llegado un señor bien vestido, el cual se comprometía a enseñar
a todo el mundo a trabajar con la cabeza. Se adelantaba más trabajando, de
este modo y todos debían ir a aprender.
En el reino de Iván había
una torre muy alta, con una escalera empinada y una plataforma en lo alto. Iván
mandó allí al señor bien vestido, para que todo el mundo pudiera verlo bien.
Una vez arriba, el señor
empezó a hablar. Los imbéciles escuchaban, esperando que los enseñara cómo se
trabajaba sin mover las manos, únicamente con la cabeza; , pero el viejo
diablo no hacía más que explicarles de palabra cómo puede uno arreglárselas
para vivir sin trabajar.
Los imbéciles no
entendían nada. Escucharon durante un rato; y luego cada cual se fué a sus
faenas.
El viejo diablo
permaneció un día y otro en lo alto de la torre, hablando sin cesar, hasta que
sintió hambre. A los imbéciles no se les había ocurrido llevarle pan. Habían
pensado que, si trabajaba mucho mejor con la cabeza que con las manos, le sería
tan fácil conseguir pan como jugar a cualquier cosa.
Transcurrió otro día y el
viejo diablo seguía perorando en lo alto de la torre. Las gentes se acercaban
extrañadas; y, después de mirar un rato se iban.
-¿Ha empezado ya a
trabajar con la cabeza este señor? -preguntó Iván.
-Aún no -le contestaron.
No hace más que charlar.
El viejo diablo pasó
otros días más hablando en la torre. Adelgazaba por momentos. Una vez le
flaquearon las piernas y se dió un golpe contra el pilar. Uno de los imbéciles
había observado esto y fué a decírselo a la mujer de Iván. Este se precipitó
en busca de su marido, que trabajaba en el campo.
-¡Ven, ven! Me han dicho
que el señor bien vestido empieza a trabajar con la cabeza.
-¿Es posible? -preguntó
Iván, muy sorprendido.
Y se dirigió hacia la
torre. El viejo diablo, extenuado, se tambaleaba sobre las piernas y con la
cabeza se daba coscorrones contra el pilar. Al poco rato de la llegada de
Iván, vaciló cayendo escalera abajo. Su frente daba contra los escalones como
si los fuera contando con la cabeza.
-¡Oh! -exclamó Iván. Es
verdad lo que decía el señor bien vestido. Puede ocurrir que la cabeza cruja.
Esto es muy distinto a tener las manos callosas. Con ese trabajo se arriesga
uno a hacerse chichones.
El viejo diablo cayó de
modo que la cabeza quedó clavada en el suelo. Iván iba a acercarse a él, para
ver si había realizado mucha tarea, cuando, de pronto, se abrió la tierra y el
viejo diablo desapareció en sus profundidades, quedando tan sólo un agujero.
-¡Vaya con este bicho
asqueroso! -exclamó Iván rascándose la cabeza. ¡Otra vez es él! No; éste debe
de ser el padre de los otros. ¡Está tan gordo!
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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