Esperando noticias, el
viejo diablo se sentía impaciente por saber cómo habían logrado los diablillos
arruinar a los tres hermanos. Pero como pasaba el tiempo y no recibía nada, se
fué a averiguar lo que había ocurrido.
Buscó a los diablillos por
todas partes; pero no pudo dar con ellos. Lo único que encontró fueron los
tres agujeros.
«¡Vaya!" No habrán
podido vencerlos. Tendré que poner manos a la obra yo mismo", se dijo.
Empezó a buscar a los
tres hermanos en sus antiguas casas; pero las habían abandonado. El viejo
diablo se disgustó.
Se dirigió a casa del zar
Semión, transformado en voivoda[1].
-Según he oído decir, zar
Semión, eres un gran guerrero. Conozco a fondo la profesión de las armas y
tengo ardientes deseos de servirte.
El zar le hizo preguntas;
y, al comprobar que era inteligente, lo tomó a su servicio.
El nuevo voivoda explicó al zar cómo debía
organizar su ejército.
-Lo más importante es que
dispongas de un gran número de soldados; de otro modo habrá en el reino
demasiada gente ociosa e inútil. Es preciso reclutar, sin distinción, a todos
los hombres jóvenes; y entonces tendrás un ejército cinco veces más numeroso.
Después necesitamos nuevos modelos de fusiles y cañones. Inventaré fusiles que
arrojen cien proyectiles a la vez como una lluvia de guisantes. Y te haré
cañones que escupan fuego a distancias enormes. Los hombres, los caballos, las
casas... todo arderá.
El zar Semión escuchó al
nuevo voivoda. Dió órdenes para que
construyeran fábricas, de las que iban a salir centenares de fusiles y
cañones. Una vez que todo estuvo dispuesto, se fué a guerrear contra el zar
vecino.
En cuanto llegó a
presencia del enemigo, Semión el
Guerrero ordenó a sus soldados que disparasen los fusiles y los cañones. En
un solo combate, destruyó e incendió la mitad del ejército rival.
Aterrorizado, el zar
vecino capituló, entregando su reino a Semión.
-Ahora iré a luchar
contra el soberano de la India
-dijo, satisfecho.
Pero el soberano de la India había oído hablar del
arrojo y del poder de Semión y había imitado sus reformas e inventado armas aún
mejores. No se había limitado a reclutar a los hombres jóvenes, sino también a
las mujeres solteras de su reino. Así había conseguido reunir un ejército
mayor que el de Semión. Además de disponer de fusiles y cañones iguales a los
de Semión, había hallado la manera de volar por el aire; arrojar desde lo alto
bombas explosivas.
Asi, pues, el zar Semión
marchó a guerrear contra el soberano de la India. Pensaba
vencerlo, lo mismo que había vencido al otro; pero la hoz siega hasta que se
embota. El soberano no esperó a que su enemigo presentase batalla. Mandó a las
mujeres de su reino que volasen por encima del ejército de Semión, echando
bombas explosivas. Las mujeres obedecieron, y el ejército de Semión se
dispersó, huyendo y abandonando a éste. El soberano de la India se apoderó del reino
de Semión el Guerrero, que tuvo que
irse como un vagabundo, de acá para allá, a donde lo guiaran sus pasos.
Cuando hubo terminado con
Semión el viejo diablo se ocupó de Taras.
Convirtiéndose en
mercader, se estableció en su reino. Empezó a comerciar; y pagaba todas las
cosas a un precio tan elevado, que las gentes acudían a tratar con él para
ganar rápidamente.
Fué tanto lo que ganaron,
que pudieron pagar los impuestos que tenían pendientes, y, desde entonces,
siempre los satisfacían con regularidad. El zar Taras estaba contentísimo.
"Tengo que agradecer esto al mercader nuevo -pensó. Ahora tendré mucho
más dinero y podré vivir aún mejor.
Concibió nuevos planes y
se propuso construir otro palacio. Ordenó que lo pregonasen a los habitantes
del pueblo que trajesen piedras y maderas y viniesen a trabajar para él. Había
establecido buenos precios para todo, y esperaba que la gente acudiría, en
masa, a obedecerle como había ocurrido siempre. Pero he aquí que llevaban la
piedra y la madera a casa del mercader, donde iban a trabajar todos los
obreros.
El zar Taras elevó los
precios; pero el mercader los elevó más. Taras tenía mucho dinero, pero el
mercader más aún. Y pudo con él. Por eso, no se construyó el palacio del zar.
Taras tuvo la idea de
hacerse un jardín. En otoño, mandó decir a sus súbditos que viniesen a
trabajar a su casa. Nadie apareció. Todos estaban ocupados, cavando un estanque
en casa del mercader.
Llegó el invierno; el zar
Taras quiso que le hicieran una pelliza; y mandó comprar pieles de cibelina;
pero el criado volvió diciendo
-No se encuentran pieles.
El mercader las ha pagado carísimas y se ha hecho una alfombra con ellas.
El zar tuvo necesidad de
comprar caballos. Los que habían ido por ellos volvieron, informando:
-Todos los buenos
caballos están en casa del mercader, acarre-ando agua para llenar su estanque.
Todos los planes que
formaba el zar quedaban suspendidos. Nadie quería hacer nada para él; en
cambio, todos trabajaban para el mercader. Sólo le pagaban los impuestos. El
zar tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con el; no obstante vivía cada
vez peor.
Finalmente, renunció a
sus proyectos, contentándose con encontrar de qué vivir. Pero hasta eso iba
haciéndose difícil. Lo contrariaban en todo.
Los lacayos, los
cocineros y los cocheros lo habían abandonado, para trasladarse a casa del
mercader. Incluso empezaron a faltarle los alimentos. Mandab, al mercado a
comprar cualquier cosa; pero el mercader se lo había llevado todo. Para él,
sólo quedaban el dinero y las contribuciones.
Exacerbado, el zar echó
de su reino al mercader. Pero éste se estableció cerca de la frontera, donde
siguió su comercio. Le llevaban todo lo habido y por haber, a cambio de su
dinero; y el zar seguía sin obtener nada.
Las cosas fueron de mal
en peor. Pasaban días enteros sin que el zar probara bocado. Por aquel
entonces se difundió el rumor de que el mercader estaba dispuesto a comprar al
zar en persona. Taras se asustó y ya no supo qué hacer.
En esto fué a verlo
Semión el Guerrero.
-¡Mantenme! El soberano
de la In dia me ha
destronado -le dijo.
-Hace días que no como -replicó
Taras el Panzudo.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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