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martes, 24 de diciembre de 2013

Mijail, el aprendiz de zapatero - Cap. II

Inmediatamente, volvió sobre sus pa­sos y fué derecho hacia el hombre.
Una vez a su lado, empezó a exami­narlo. Era joven y fuerte; en su cuerpo no había señales de golpes ni heridas; pero estaba aterido de frío y asustado. Seguía apoyado contra el muro, de la igle­sia y no miraba a Semión Estaba tan débil que no tuvo fuerzas para levantar los párpados.
Semión se inclinó hacia él; y el hom­bre se reanimó, repentinamente: abrien­do los ojos, volvió la cabeza y lo miró. En cuanto el zapatero vió aquella mira­da, sintió amor por el desconocido. Se quitó los valenki, el cinturón y el caf­tán.
-¡Vamos! -exclamó. No gastemos tiempo en hablar. ¡Vístase de prisa!
Cogió en brazos al desdichado, lo puso en pie y miró su cuerpo, que era delicado y blanco, y su rostro, de ex­presión dulce.
Le echó el caftán sobre los hombros, pero el joven no sabía ponerse las man­gas. Semión se las puso y le abrochó el caftán, ciñéndoselo con el cinturón. Luego, se quitó la vieja gorra para cu­brirlo... pero sintió frío en la cabeza. "Estoy completamente calvo; en cambio, él tiene una larga cabellera rizada", pen­só, cubriéndose de nuevo.
"Mejor será que le ponga las botas", se dijo. Y arrodillándose ante el des­conocido, le calzó los valenki.
-Ya estamos listos, hermano -dijo Semión. Pero anda, muévete un poco, así entrarás en calor. No tenemos nada que hacer aquí. Podemos irnos.
Pero el desconocido siguió inmóvil y callado, mirando a Semión, con expre­sión dulce.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué no me ha­blas? No vamos a pasar el invierno aquí. Es preciso que volvamos a casa. Toma mi bastón y apóyate en él, si no tienes fuerzas. ¡Anda, vámonos!
El desconocido caminó bien, sin que­darse a la zaga. Iban uno junto al otro; y, de pronto, Semión preguntó:
-¿De dónde eres?
-No soy de aquí.
-Ya lo supongo. ¿Por qué estabas ahí, al lado de la iglesia?
-No puedo decirlo.
-¿Te asaltó alguien?
-No; nadie me ha maltratado. Es Dios quien me castigó.
-Ya se sabe que todo nos viene de Dios. ¿Adónde ibas?
-A cualquier sitio; me da igual.
Semión estaba muy sorprendido. "Este hombre no parece malo y su voz es dulce. Pero no cuenta nada de sí mis­mo. ¡Cuántas cosas incomprensibles hay!", se dijo.
-Bueno. Vas a venir conmigo y, al menos, en mi casa podrás calentarte.
Semión seguía camino adelante, y su compañero iba a su lado, con paso uni­forme. Se había levantado un ligero vien­tecillo, que atravesaba la camisa de Se­mión. Como ya había digerido el vino, empezó a notar frío. Apretó el paso, re­soplando.
"¡Qué bien me las he arreglado! Salí para comprar una pelliza y vuelvo sin un mísero caftán. Y por si fuera poco, traigo a un hombre desnudo. Matriona no se va a alegrar mucho, que digamos", pensaba. Al acordarse de su mujer, Se­mión se irritó. Pero al volverse de nue­vo hacia el hombre, recordó la mirada que éste le dirigiera cuando estaba jun­to a la iglesia; y su corazón se llenó de júbilo.

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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