Inmediatamente, volvió
sobre sus pasos y fué derecho hacia el hombre.
Una vez a su lado, empezó
a examinarlo. Era joven y fuerte; en su cuerpo no había señales de golpes ni
heridas; pero estaba aterido de frío y asustado. Seguía apoyado contra el muro,
de la iglesia y no miraba a Semión Estaba tan débil que no tuvo fuerzas para
levantar los párpados.
Semión se inclinó hacia
él; y el hombre se reanimó, repentinamente: abriendo los ojos, volvió la
cabeza y lo miró. En cuanto el zapatero vió aquella mirada, sintió amor por el
desconocido. Se quitó los valenki, el
cinturón y el caftán.
-¡Vamos! -exclamó. No
gastemos tiempo en hablar. ¡Vístase de prisa!
Cogió en brazos al
desdichado, lo puso en pie y miró su cuerpo, que era delicado y blanco, y su
rostro, de expresión dulce.
Le echó el caftán sobre
los hombros, pero el joven no sabía ponerse las mangas. Semión se las puso y
le abrochó el caftán, ciñéndoselo con el cinturón. Luego, se quitó la vieja
gorra para cubrirlo... pero sintió frío en la cabeza. "Estoy
completamente calvo; en cambio, él tiene una larga cabellera rizada", pensó,
cubriéndose de nuevo.
"Mejor será que le
ponga las botas", se dijo. Y arrodillándose ante el desconocido, le calzó
los valenki.
-Ya estamos listos,
hermano -dijo Semión. Pero anda, muévete un poco, así entrarás en calor. No
tenemos nada que hacer aquí. Podemos irnos.
Pero el desconocido
siguió inmóvil y callado, mirando a Semión, con expresión dulce.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué
no me hablas? No vamos a pasar el invierno aquí. Es preciso que volvamos a
casa. Toma mi bastón y apóyate en él, si no tienes fuerzas. ¡Anda, vámonos!
El desconocido caminó
bien, sin quedarse a la zaga. Iban uno junto al otro; y, de pronto, Semión
preguntó:
-¿De dónde eres?
-No soy de aquí.
-Ya lo supongo. ¿Por qué
estabas ahí, al lado de la iglesia?
-No puedo decirlo.
-¿Te asaltó alguien?
-No; nadie me ha
maltratado. Es Dios quien me castigó.
-Ya se sabe que todo nos
viene de Dios. ¿Adónde ibas?
-A cualquier sitio; me da
igual.
Semión estaba muy
sorprendido. "Este hombre no parece malo y su voz es dulce. Pero no cuenta
nada de sí mismo. ¡Cuántas cosas incomprensibles hay!", se dijo.
-Bueno. Vas a venir
conmigo y, al menos, en mi casa podrás calentarte.
Semión seguía camino
adelante, y su compañero iba a su lado, con paso uniforme. Se había levantado
un ligero vientecillo, que atravesaba la camisa de Semión. Como ya había
digerido el vino, empezó a notar frío. Apretó el paso, resoplando.
"¡Qué bien me las he
arreglado! Salí para comprar una pelliza y vuelvo sin un mísero caftán. Y por
si fuera poco, traigo a un hombre desnudo. Matriona no se va a alegrar mucho,
que digamos", pensaba. Al acordarse de su mujer, Semión se irritó. Pero
al volverse de nuevo hacia el hombre, recordó la mirada que éste le dirigiera
cuando estaba junto a la iglesia; y su corazón se llenó de júbilo.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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