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martes, 24 de diciembre de 2013

Melania y akulina

Aquel año cayó pronto la Semana Santa. Apenas se había terminado de viajar en trineo. La nieve cubría aún los patios y había riachuelos por la al­dea. En un callejón, entre dos patios, se había formado una charca. Dos chi­quillas, de dos casas distintas -una pe­queña y la otra un poco mayor- se en­contraban en la orilla. Ambas vestían sarafanes nuevos: azul, la más pequeña; y amarillo, con dibujos, la mayor. Y las dos llevaban pañuelos rojos en la cabeza. Al salir de misa, habían corrido a la charca y, tras de enseñarse sus vestidos nuevos, se habían puesto a jugar.
La pequeña quiso entrar en el agua sin quitarse los zapatos; pero la mayor le dijo:
-No hagas eso, Melania; tu madre te va a regañar. Me voy a descalzar; descálzate tú también.
Se quitaron los zapatos, se metieron en la charca y se dirigieron una al encuentro de la otra. A Melania le lle­gaba el agua hasta los tobillos.
-Esto está muy hondo; tengo miedo, Akulina.
-No te preocupes, la charca no es más profunda en ningún otro sitio que en el que estás. Ven derecha hacia don­de estoy.
Cuando iban a juntarse, Akulina dijo:
-Ten cuidado, Melania, anda despa­cio para no salpicarme.
Pero, apenas hubo pronunciado estas palabras, Melania dió un traspié y sal­picó el sarafán de su compañera. Y no sólo el sarafán, sino también sus ojos y su nariz Al ver su vestido nuevo man­chado, Akulina se irritó con Melania y corrió hacia ella, con intención de pe­garle. Melania tuvo miedo; comprendió que había hecho un desaguisado y se precipitó fuera del charco, para correr a su casa.
En aquel momento pasaba por allí la madre de Akulina. Al reparar en que su hija tenía el sarafán manchado, le gritó:
-¿Dónde te has puesto así, bribona?
-Ha sido Melania. Me ha salpicado adrede.
La madre de Akulina agarró a Mela­nia y le propinó un golpe en la cabeza. La pequeña alborotó con sus gritos toda la calle; y no tardó en acudir su madre.
-¿Por qué pegas a mi hija? -excla­mó, y se puso a increpar a su vecina.
Las dos mujeres se insultaron. Los mujiks salieron de sus casas y la gente se aglomeró en la calle. Todos grita­ban, pero nadie escucha-ba a su vecino. En la pelea, uno empujó a otro y ya era inminente una batalla, cuando intervino una vieja, la abuela de Akulina. Se­ adelantó hacia el grupo de los mujiks y comenzó a suplicarles que se calmasen.
-¿Qué hacéis? En un día tan se­ñalado, deberíais regocijaros en lugar de pecar de este modo.
Pero nadie hizo caso de la viejecita y poco faltó para que la derribaran. Na­da hubiera podido conseguir a no ser por Akulina y Melania. Mientras las mu­jeres, se peleaban, Akulina había limpiado las manchas del sarafán y había salido de nuevo hacia la charca. Cogió una pie­dra y con ella apartó la tierra para que el agua corriera por la calle. Melania se acercó a ayudarla con una astillita. Así, el agua llegó al sitio en que la anciana trataba de separar a los contendientes. Las niñas venían corriendo a ambos lados del arroyo:
-¡Alcánzala! ¡Melania! ¡Alcánzala! -gritaba Akulina.
La pequeña no podía replicar, aho­gada por la risa.
Y las dos niñas siguieron corriendo, divertidas con la astillita que el agua arrastraba. Llegaron junto a los mujiks. Al verlas, la vieja exclamó, dirigién-dose a éstos:
-¡Temed a Dios! Os estáis pelean­do precisamente por causa de estas dos niñas, cuando ellas se han olvidado de todo hace rato y juegan en amor y compañía. Son más inteligentes que vosotros, mujiks.
Los hombres miraron a las niñas y se avergonzaron de su proceder. Lue­go, se burlaron de sí mismos y cada cual se volvió a su casa.
"Si no sois como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos."

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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