¡Cuán amargo
es iniciar de nuevo la
lucha por la
vida, cuando después de
haberla dominado triunfador,
se vuelve en
inesperado fracaso, al punto
escabroso de partida!
Dolor inigualable, enorme, que se ve agrandado por la desilusión
de un total quebrantamiento moral, al faltar para la nueva pugna, los dos
factores indespensables: salud y pujanza juvenil.
He ahí, la lamentable situación de
Josefín, cuando después de la malhadada
revolución, quedó maltrecho
física y moralmente.
Su columna vertebral rota, pese a los esfuerzos de la ciencia, no había
quedado perfectamente soldada
y dejóle para
toda su vida, encorvado y con cierta desviación que
le hacía andar ladeado. Los cabellos blancos, orlaban su frente y denotaban una
vejez prematura que hablaba en
lenguaje patético de
tremendos dolores. Hondas arrugas, estigmas pregoneros de luchas
y privaciones, cruzaban en laberíntica senda, su rostro inexpresivo, antes
terso y lleno de vida.
Como complemento
a tanta desdicha
corporal, hallábase el
total derrumbamiento de su espíritu. El corazón apagado e insensible, no
recogía en sus vibraciones, sentimiento alguno, ya fuese de alegría o de pena.
Los grandes acontecimientos, desfilaban
ante él, como cosas
sencillamente naturales, sin más valor
emotivo, que un
sucedido vulgar de
la vida... De
ahí que, falto
de fe en
sí mismo, desposeído por completo
de ilusiones y esperanzas, fuese Josefín, el hombre menos predispuesto a la
recuperación de su vida rota.
¡Poco significaban para su nula
voluntad, los ánimos constantes con que D. Manolito le azuzaba! Este,
caballero, aunque borrachín, había
cumplido hasta el
máximo la promesa
de ayuda. Por su
mediación, los grandes
Almacenes de la Isla , repletaron
hasta el colmo, la bodega vacía.
Cuando curado Josefín, volvió al mostrador, hallóse rodeado de toda clase de
mercaderías puestas allí, sin dinero ni petición, como por arte de magia. Allí
estaba de nuevo, como en los días primeros de su llegada. De dependiente, pues
en realidad, nada era suyo.
La "Casona", abrió sus
puertas al gran público que la favorecía.
Sin embargo, los fuertes Almacenes,
honra y prez de la Habana ,
que un día regentara
D. José López
Argüelles, permanecerían cerrados para
siempre. ¡Caprichos crueles
de la fortuna!
¡Josefín, volvió en todo
a sus comienzos;
pero no podía
llegar, pese a
ayudas y ofrecimientos, a
volver a ser
lo que fué:
joven! Esa, era
su gran amargura y deses-peración.
Por eso, encorvado tras del
mostrador, parecía tan sólo la triste sombra de lo que había sido.
Semejante a un eco lejano, zumbido
quizá de algún muerto que hablaba, resonaban
en sus oídos las palabras
constantes del buen Manolito:
-No te amaines ni acobardes, chico.
Aún puedes llegar. ¿No ves como tu Bodega, sigue siendo la preferida del gran
público? Tú no has muerto más que para tí mismo. Para los demás, sigues siendo
el gran comerciante, honrado, formal y complaciente. ¿Qué has enve-jecido? Otros
vinieron a comprar
aquí, que se
hallan en reposo eterno. También, quien imposibilitado
de andar, envía a sus hijos a este comercio de su preferencia. Otros, que han
avanzado en la vida lo mismo que tú y al llevar la misma marcha no ven tus
arrugas, por que ellos las
tienen. Todo el
mundo envejece, el
comerciante y el cliente...
-Sólo veo mi decrepitud, mi nulo
valor...
-Macanas, no
más. Sigues siendo
el egoísta de
siempre. Antes, egoísta por todo
parecerte poco. ¡Más! ¡Más! Exclamas avaricioso.,
Hoy, egoísta
en sentido negativo.
Egoísta por no
querer nada.
¡Menos! ¡Menos! Dices al asustarte,
por parecerte todo demasiado, todo
imposible. -Y Manolito,
anhelante en su
afán de levantar
la moral de su amigo, miraba triste a aquella sombra de lo que fué.
-Tienes razón.
-Reponía Josefín.
-Pero has acertado en que nada me
importa y todo me arredra. Considérome a mi mismo, el muerto trashumante salido
de la fosa en una noche de fantasmas...
Ni siquiera el tiempo, fué sedante
para sus heridas. No tardó en pagar íntegramente las mercancías puestas a
crédito en su Bodega y ni siquiera al
verse de nuevo
dueño absoluto de la
Casona , fué
acicate que conmoviese su voluntad. Al contrario, al haber pagado hasta el
último centavo sus deudas, fué el
incentivo que con más fuerza
emotiva, le llevaba
al recuerdo firme
y perenne del
bien perdido, de su Asturias tan metida en su corazón y tan apartada por
las distancias.
Por
eso, cuando entre
gran aparato propa-gandístico, fué conmovida la ciudad con el anuncio de
que, una Agrupación Artística Asturiana,
venida desde tan
lejano país, debutaría
en el Teatro Nacional, con
obras exclusivamente de
tipo astur, Josefín,
sintió renacer en su alma, la esperanza, que creía desaparecida y muerta
para siempre.
-¿No dices
Manolito -repleto de
optimismo decíale Josefín-
que necesito un motivo
que me haga
nuevamente amar la
vida? ¿No pides que me llegue
"algo" que me conmueva, que me ordene vivir la vida, hasta saber lo
que me tiene al final reservado? Posiblemente ahora, llegó el gran suceso, el
gran motivo esperado. Tu sabes, que mis
pensamientos, mi voluntad,
todos mis deseos,
tienen el norte fijo e invariable de mi tierrina. ¡Hoy,
entre pregones que huelen a manzana y sidra dulce, a hierba verde y flores de
primavera, viene Asturias a mí!
¿Me traerá en
sus tonadas valientemente
melancólicas, en su
bable lleno de
tonalidades musicales, en sus amores llenos de candidez campesina, la vida
que en estos parajes, para mí inhóspitos, he perdido?
-¡Quién sabe!
-Limitóse a responder D. Manolito.
Horas antes de la anunciada para la
función, ya, marchaban hacia el gran Teatro, nuestros dos paisanos.
En plena, calle, Josefín, sufrió
una fuerte emoción. Anunciando el poco
común espectáculo, calle
adelante, marchaban llenos
de gravedad y fachenda,
el gaitero y
tamborilero, agrupando en su
torno, todo el
poder sugestivo del
más alto significado
típico.
Seguíanles, unos centenares de
entusiastas asturianos, formando un orfeón
vocinglero, acompañando a la gaita
con canciones que hablaban de niebla, montañas y amores,
La gaita, tocaba con su chillido
tierno, que es canción y suspiro, amor
y desengaño, aireando
una tonada regional.
A su lado,
el tambor, recio y varonil, repiqueaba ufano, tal el galán ansioso a la
puerta de la
zagala. De las
amplias ventanas, asomábanse
caras hermosas de mujeres,
que contemplaban absortas
tan curioso espectáculo. El
gaitero, comprensivo y audaz, plantóse ante uno de aquellos balcones repletos
de rostros jóvenes y mirándolas altanero, cantó, acompañado por el son del
instrumento:
Entre rosas y canciones
de
Asturias viene el amor;
para
ti, linda cubana,
traigo
la más bella flor...
Y
de los balcones,
repletos de mujeres
cubanas, ardientes,
sentimentales y emotivas,
arrancó un aplauso
unánime y muchos labios enviaban besos al simpático
gaitero que, simbolizaba en aquel momento
a todo el
genio de la
raza astur. ¡Aquellas
mujeres sintieron la canción y conmoviéronse ante ella, porque por sus
venas corría en casi todas, sangre de España, sangre de Asturias, que a través
de los siglos, sembró a raudales!
Pero si
grande fué la
emoción para todos,
en Josefín llegó
al paroxismo. Los ojos desorbitados, la garganta dolorosamente enjuta,
los labios temblorosos... Por primera vez en su vida, hallaba la razón de ser
emigrante. Más valía aquel momento fugaz de alta emoción, que todos los
millones que pudiera haber acumulado el bodeguero de más suerte y fortuna.
Parecíale, que, nuevamente, toda su tierra se volcaba en aire de conquista,
sobre la ciudad de la Habana.
Era tan extraña su
situación, que hubo
de agarrarse fuertemente
al brazo de Manolito,
para poder seguir
adelante, enrolado en la
caravana, seguidora de los tocadores.
-¿No te
conmueves, Manolito? -Inquirió
desconcertado, ante la tranquilidad del aludido.
-Sí, Josefín.
-Replicóle.
-Llevo como tú, a mi tierra,
clavada muy adentro. Pero siempre
es necesario dominarse,
endurecerse, para poder gozar
hasta lo último,
los deleites de
estos momentos supremos.
Llegó la
hora de la
función. D. Manolito
y Josefín, ocuparon prestamente sus localidades,
reservadas en segunda fila de butacas.
El gran Teatro, adornado para
función de gala, hallábase decorado con motivos típicamente asturianos. Sobre
la concha del apuntador, aparecía
bordado en oro,
con fondo blanco
de raso, el
hórreo, símbolo de la tierrina. Miles de espectadores, llenaban hasta el
colmo el formidable Teatro, presentando por tanto, un aspecto imponente.
En medio de gran silencio, entrecortado
por alientos de ansiedad, levantóse lentamente el telón. Como eco lejano,
sentíanse canciones astures, cantadas magistralmente. El decorado, sencillo,
pero lleno de realismo, presentaba, una casa de portal, la antojana, una vara
de hierba y
una portilla añosa
de madera. En el horizonte,
la luminosidad de la pradera, donde mozas y mozos laboraban en la recogida del heno,
entre risas y canciones. Josefín, como movido por una fuerza
irresistible, levantóse de la butaca.
Manolito, hubo de sujetarlo violentamente...
-Déjame, Manolito -replicaba aquél,
enajenado. Esa casa, es la de mi
niñez. Aquélla, la
portilla que tantas
veces abrí para
ir a la "Llosa"....
-Modérate Josefín, no seas soñador.
-Esa casa, esa portilla, es la mía
también. Es la casa y portilla de todos los asturianos...
Fué
transcurriendo la representación, entre
aplausos y vítores, sonrisas y lloros. ¡Cuánto enternece
al emigrante, la contemplación directa de las cosas de "allá" que
tanto ama! Cuando en el apoteosis final, los componentes de la Agrupación , entonaron
el himno de Asturias, en los últimos versos...
¡Quién estuviera en Asturias
en todas las ocasiones!
el público puesto en pie, rompió en
estruendosa ovación, que se mantuvo hirviente por espacio de muchos minutos.
Josefín, respirando
anhelante, sintió dentro
de su alma sensaciones arrebatadoras. El
corazón, latiendo con
inusitada potencia, quería quebrar
la potencialidad del
pecho, para salir volando
hacia la tierra
que le llamaba.
Entonces, sacudiendo con rabia
a Manolito, mirándole
con ojos de
poseso, como ebrio
o alienado, exclamaba:
-Siento dentro
mí, renacer la
vida, al conjuro
de mi Patria.
No quiero perder esta resurrección. ¡No! ¡Vámonos Manolito! ¡Vámonos!
Josefín, llevaba la misma sangre de
su tío. Era también el mismo carácter
firme y, sus
resoluciones un tanto
precipitadas, pero
irrevocables. De ahí,
que no sea
nada extraño el
que al otro
día, mediante los poderes
y demás trámites
legales, dejase como apoderado de la Bodega ,, a su buen amigo
Manolito, otorgándole los poderes, para vender, traspasar, etc.
-¡Un bien, con otro se paga! No
quiero permanecer ni un día más en la Habana. No quiero que me pidas ninguna
explicación.
-Fueron sus palabras.
D. Manolito, entre aturdido y
filosófico, estrechóle la mano como despedida, limitándose a decirle:
-Adiós, Josefín.
Hay quien hace
el bien de
una manera tan estrepitosa, que
alguna vez molesta
y otras ofende.
Pero nada te digo, porque veo que esto ya es
irremediable. Vete con la seguridad de que, sabré velar por tus intereses.
... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Monzón, recibió a su debido tiempo
el cable, donde su hermano le anunciaba el próximo retorno. Como aquel día ya
tan lejano de la partida, enganchó el caballo a la charret, y lleno de alegría
por poder al fin abrazar al hermano querido, fustigó el caballo, para llegar a
galope, al puerto del Musel.
El
barco, hallábase atracado
y los viajeros
no tardaron en descender
al muelle... Monzón,
revisaba uno a
uno a cuantos descendían y, fué su
desilusión grande cuando
desembarcado el último, no vió al
hermano esperado:
Tristemente comentó.
-¡Entendería mal el cable! ¡Vendrá
en utru barcu!
Encaminóse hacia su vehículo y, de
pronto, vió venir hacia él, a aquel viejo encorvado y de andar cansino, que
había visto descender trabajosamente del buque, portando a costa de grandes
esfuerzos, dos maletas. Al cruzarse, el viejo, se le quedó mirando y de pronto,
soltando las maletas
y en plena
recuperación de sus
fuerzas, abalanzóse sobre él, abrazándole fuertemente.
Monzón, aturdido,
intentó desasirse del
loco viejo y
quedó petrificado al escuchar
entre sollozos, una
voz conocida, que le
decía:
-¡Monzón! ¡Hermano mío! ¿No me
conoces?
-¡Perdóname, Josefin!
-Conmovidó exclamó.-.Te ví
descender, pero....
-Ya sé... ¡Soy una sombra de lo que
fuí!...
Envolvióles una
nube negra, preñada
en hondo patetismo.
Se miraron en mirada
angustiosa largo tiempo
y, sin más
palabras, ambos, iniciaron la marcha hacia la charret.
Monzón, subió
las maletas al
vehículo y tras
ellas ascendió también ayudado
por su hermano,
el achacoso llegado.
Ya en el carruaje,
en la existencia
de Josefín, hubo
una total paralización.
Después, los
años, en alocado
descenso, caminaron en
sentido inverso y en milagro de rejuvenecimiento, topóse sobre el puerto
del Musel, convertido en un mozo de dieciocho años. Miróse de arriba abajo,
intentó erguirse recio y la columna vertebral le dijo, que todo aquello era
únicamente ilusión.
-Monzón -decía excitado.
-¿Es qué nada más, he envejecido
yo?
¿Es verdad o mentira todo en la
existencia? Eres más viejo en años, y te veo joven; ¿Por qué? El Musel, en
tantos años que no le he visto no ha sufrido ninguna variación. Cuando marché,
esa gran montaña, estaba en pleno derrumbamiento y al regreso, la hallo igual.
Aquella grúa, aquellas máquinas, aquella Estación, aquél puesto de frutas y
castañas.., ¿Yo sólo envejezco, Monzón? ¿Voy o vengo?.. Había en su
exclamación, acento desgárrador de angustia o miedo.
-¿Voy o vengo? -Volvió a gritar.
Ninguna frase
con más hondo
sentido podía exclamar
Josefín; pues la sucesión
vertiginosa de los
años, en una
vida pródiga en aconte-cimientos, queda
convertida tan solo,
en una fugacísima
e inconsistente imagen retrospectiva, cuando
con los más
duros sucesos, entran en los lindes del recuerdo.
-¿Recuerdas, Monzón?
-Interrogó Josefín al
pasar por cierto pasaje
del camino. -En
aquella casa, en
una noche de
esfoyaza, cantó Adehna para mí...
Pero Monzón, hondamente preocupado, en otros pensamientos, no oyó la pregunta y, a
su vez interrogó:
-¿Tuviste malu por allá,
Josefín?
-Sufrí mucho.
-Repuso aquél.
-Entonces -hablaba su hermano- ¿por
qué non viniste antes?
-No sé... Déjame. ¡Cuba! ¡Cuba!
¡Ilusión del emigrante! ¡Cuánto he sufrido en la Habana ! He trabajado hasta
perder la salud. He... pero no. Olvidémoslo. Hoy estoy en mi tierra, y no
quiero que ni el recuerdo empañe tanta
dicha. ¡Hoy ha
muerto para mí,
todo el pasado!...
-¿No ves
allí?... -Preguntábale Monzón,
señalándole una casa medio oculta en la espesura.
-¡Gran Dios! Con emoción gritaba
Joséfín.
-iEá mi casa!
¡Mi casa!
Más de pronto quedóse mudo y
acobardado. Tristemente comentó.
¡Tu casa! ¡Cuánto ha cambiado!
-¿Qué dices?
Interrogó Monzón. ¿Mi
casa? Y tuya;
como lo fué siempre.
Y
no hubo más
frases, porque unas
hermosas aldeanitas,
coloradas y risueñas,
habían saltado al
carruaje; entre abrazos
y besos, llenas de cariño y ternura, decían;
-¡Tíu! ¡Tíu del alma!
También dos mozarrones, forcejeaban
con ellas, para abrazar al recién llegado.
-¡Son los
miós, fíos!
-Orgulloso, aclaró
Monzón. Y ésta;
la mi muyer.
Renqueando, bajó
el "cubano" de la charret.
Era tristemente deplorable su aspecto.,
entre aquella juventud
pujante que, inopinada-mente
tristes le contemplaban.
¿Era "aquéllo" el tío
cubano de quien les hablaba su padre? Ellas, esperaban un
señor de planta
y prestancia. Fachendoso,
alegre, sonriente. Esperaban a un
"americano"
cuajado de oro
en sus manos, y de cadenas en sus
bolsillos... Y tenían ante ellos...
-¿Voy o vengo? Tornaba a preguntar
Josefín, contemplando a las mozas. Aquélla, era la misma cara de su madre, el
mismo cuerpo, los mismos modales, la misma voz. El, siempre la había visto
"así", en un retrato que constantemente llevaba consigo.
Procesionalmente entraron
en casa. Había
sufrido gran trans-formación, por
lo que hállóse en la aldea con un hogar lleno de las más
exigentes comodidades. Sin
embargo, pese a
reformas y rejuvene-cimientos,
quedaba ese "algo" que no muere; ese "algo" que es la
esencia pura de los hogares y que alguien llamó, el alma, de la
"Casona".
-Esa era la habitación de los
padres.
-Señaló.
-Sí. Ahora
es la mía
y de mi
muyer. Entraron. La
mujer de
Monzón, señalóle sobre la cómoda,
un retrato de sus padres. Josefín contemplóles largo rato. Conmovido salió de
la habitación seguido de los demás. Mas
apenas salido hubo,
retrocedió sobre sus
pasos y entrando de
nuevo en la
habitación, tomó en
sus manos la
vieja fotografía y besóla con entusiasmo...
... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
A
otro día, amaneció
lleno de sol.
Piaban alegres los pajarillos
revoloteando sobre la alameda y hallábanse los campos exuberantes de vegetación,
salpicados por múltiples
florecillas, frágiles y hermosas, como puestas allí por la mano
generosa de un ángel. La campiña vestía las mejores galas para recibirlo y
parecía, que contemplando la policromía del paisaje, se hallaba el dios Pan,
tañendo melodiosamente el dulce caramillo.
Cogido del
brazo de su
hermano, ascendía trabajosamente la pendiente de un otero. Aquí y allá,
manadas de vacas, pacían con indolencia. Una brisa suave, con regusto salino,
llegaba generosa del mar, besando arrullante la cima de los pinares. Monzón;
caminaba con soltura, sin
trabajo ni fatiga,
mientras que su
hermano, respiraba trabajosamente, habiendo de cesar en su caminar a
cada instante, para acopiar de aire sus pulmones o detener la fatiga que le
asfixiaba:
-No puedo respirar tanta salud como
a raudales me llega. ¡Parece que fué ayer! Sin embargo, un abisma de años lo
separa. La última vez que subí aquí, fué en persecución de una ternera
desmandada y la cogí a correr. Hoy, enfermo, imposibilitado, he de ascender con
la ayuda de tu brazo.
En
ésto, halláronse, con
una zagala hermosa,
que alegre-mente cantaba, mientras
apacentaba a las
vacas. Josefín, atendió
con interés a la canción y dijo a Monzón.
-Es la misma voz de Adelina.
-Ye la fía. Canta también como su
má.
-Dijo. Monzón.
-¡La hija de Adelina!
-Con sorpresa exclamaba Josefín.
Se
llegaron a ella.
El viejo cubano,
largo rato la
contempló, observando el gran parecido de la hija con la madre.
-Hija mía
-decía.
-Tu
madre, ocupa en
mi corazón un
buen recuerdo.
-Si
señor. -Con graciosa
sonrisa reponía la
aldeanita.
-Muchas veces se acuerda de usted.
También ella, paez que lu quería.
-¡Se acuerda de mí! Tristemente
comentó. ¿Dejas qué te bese?
-Con angustia interrogó.
Por respuesta, hallóse con las
mejillas que la linda muchacha le ofrecía.
Josefín, la besó
repetidas veces. Después
fué ella, quien candorosa e impulsiva, le besó
tiernamente en el rostro arrugado y triste.
Aquél, bajó la cabeza e inició la
marcha del brazo de su hermano, sin volver atrás la mirada a fin de que la niña
no viese cuanto en su alma se debatía y salía humedecido por las órbitas
cansadas de sus ojos. Pensando en
lo sucedido, acordóse
Josefín de su
paisano Campoamor y hasta
entonces, no logró
interpretar con toda fidelidad, aquellos versos del insigne
poeta:
Las
hijas de las madres que amé tanto,
me besan
ya, como se besa a un Santo.
Desde la cima del otero, abarcaban
todo el amplio paisaje de la comarca.
Josefín, respirando a pulmón lleno,
levantaba la vista
al cielo y daba gracias a Dios por haberle permitido volver a contemplar
el paraíso perdido.
Pensó que su
alma no había
sido totalmente perdida y, que,
en Asturias, volvía a recordar todas las oraciones de su niñez.
-¡Gracias, Señor! Gracias.
-¿No ves la hacienda, Josefín?
-Inquería su hermano-.
-¡Oh! Sí. La "Llosa". El
Cierru, el Cotu, el Cruciu... La hacienda de mis padres.
-Sí; pero mira. Aquel otra prau de
la derecha, la tierrona de sobre el Cotu, el pastu que llevaba el de Ovies, la Espinera , la Falda , el Cantón, la...
-¡Pero!... -Alelado inquería
Josefín.
-Sí, Monzón.
Comprélo. Los fíos
trabayen, la hacienda
dá, hice perruques y
gastéles en finques.
El dineru non
val pa ná.
Puen robátelo, quebrar el
bancu, quemase... mientres
que les tierres siempre tan ahí. El día que muerra, a
cada fíu ya y dexo capital pa empecipiar. Dispués, que trabayen sobre ello.
¿Non te paez?
-Paréceme, que
efectivamente, eres notablemente
rico. Tienes razón; el dinero
vuela como cosa de pluma. De eso, yo se bastante.
En
cambio, esa riqueza
tuya, ni se
agota, ni se
pierde. Ahí está firme, contadora de siglos pasados y
desafiadora de los venideros.
Contra ella,
nada pueden los
hombres. Si tratan
de torturarla a golpes de azada o con la reja del arado, no
más hacen que roturarla para nueva fecundación.
Sí, en afán
criminal de destrucción,
la horadan y explotan
con dinamita, encuéntranse
posiblemente, con las entrañas
repletas de valioso carbón o reluciente oro. Los hombres pasan y mueren, pero
ella sigue rica y pujante... Además, la tierra, el capital
en campo, da
alegría y contento.
Sobre los campos
se canta y se ama, se reza y alaba al Señor. Es riqueza sana y honrada,
que produce bienestar
sin remordimientos de
conciencia... En cambio, Monzón,
la riqueza del
oro, ocasiona fiebres
de avaricia, hace al hombre
egoista, duro, cruel...
-¡Toy contentu con lo que tengo!
¡Nunca pasé fame, nin falta de cien pesetes!
-Comentó satisfecho Monzón.
-¿Siempre has
vivido, mientras tuve
por allá, con
esta misma comodidad?
-Preguntó Josefín.
-¡Home claro!
-Con la mayor naturalidad
argumentaba.
-Esti ye el añu pior. Hay seca y la
cosecha ye mala!..
Callaron un
momento. Por la
mente de Josefín,
pasaban y repasaban los más
variados pensamientos. Al fín, repuso:
-Monzón. Voy a hacerte una
confesión. Tal vez tengas esperanza de tener un hermano rico. Y, no es así. No
sé, si tengo o no. Pero he venido sin nada, en espera de tu caridad.
Monzón, le miró lleno de extrañeza.
Rudamente repuso:
-¡Tás llocu! ¡Pedir caridá a mí!
¡Qué me importa que tengas o non tengas,
si lo único
que me interesa
ye el tenete
cerca de mí!
Además; mira, la Llosa , el
Cantu y Cotiellos,
cuando les partides tocáronte a tí. Allí les tienes,
tuyes son.
-¡Mías!... ¿Pero?...
-Sí, Josefín, sí. Tuyes. Pero
aunque así non fuera, yes el hermanu que
quiero y nada
me importa si
tienes o no
dinero. Unicamente deseo, tenete
contentu, alegre, velar por esa salú y que la estancia entre nosotros sea el
motivo de más alegría pa la casa... Si algo te faltó allá,
allá, quiero que
aquí lo tengas.
Quien tanto penó,
muy justo ye, que ahora disfrute....
Josefín no
supo o no
pudo replicar. Volvieron
hacia su casa y
agotado fué directamente a la habitación. Detrás, entró la mujer de Monzón y
las hijas, que solícitas enteráronse de la causa de su, tan temprano retiro.
-¿Está enfermu? ¿Traemos-¡ algo?
iTíu! Hay que alegrase. ¡Non ve cómo
lu queremos!
-Y
aquellas mozas le
besaban con verdadero cariño.
Transcurrieron los días para
Josefín, entre la placidez hermosa del hogar y las horas maravillosas del campo
repleto de aire puro, nubes volanderas en lo alto y sol jugando al escondite
con las cimas de los picachos. 8us pulmones
avariciosos de aire,
veces había en que
imposibilitados para absorver
tanto oxígeno, se
extenuaban asfixiados.
-¡No puedo
con tanta felicidad!
¡Me mata tanta
dicha! A veces siento morirme en placidez de éxtasis!...
Y
cayó enfermo en
el lecho, una
tarde de llovizna.
Su salud totalmente minada,
no pudo soportar
tanta dicha y,
muy pronto, pese a los cuidados
médicos y desvelos familiares, vióse la muerte llegar, a lomos de una agonía
lenta y silenciosa...
Aún
no expirara, cuando
con manos trémulas
y húmedos ojos, Monzón, leía el siguiente telegrama
llegado, de Cuba:
"Sigue habiendo tontos en el
mundo. A un cubano zafio, vendí tu bodega
en varios miles
de pesos más
de su valor.
Giro rápido.
Saludos de Manolito".
iJosefín, el emigrante Josefín,
agobiado de luchas y de fracasos, disfrutaba ya de la riqueza de la paz
absoluta, no pudiendo hacerlo de la riqueza terrenal amasada con lágrimas,
desilusiones y fatigas!
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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