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martes, 24 de diciembre de 2013

Historia de ivan el imbecil - Cap. VII

A la mañana siguiente, Semión el Guerrero, el hermano mayor, enterado de esto, fué a ver a Iván.
-¿De dónde has sacado esos solda­dos y dónde los ocultas? -preguntó.
-¿Para qué los quieres?
-¡Qué preguntas! Con soldados uno puede lograr cuanto desee. ¡Se puede
conquistar un reino!
Iván se quedó muy sorprendido.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? Te haré todos los que quieras. Preci­samente hemos tenido una buena co­secha.
Llevando a su hermano a la era le dijo:
-Te ruego que tengas presente una cosa: te haré los soldados, pero ten­drás que llevártelos de aquí, pues si tuviera que darles de comer se tragarían toda la aldea en un solo día.
Semión prometió a su hermano que se llevaría a los soldados e Iván el Im­bécil puso manos a la obra. Sacudió una gavilla y apareció una compañía de sol­dados; sacudió otra, y salió la segunda. Y así sucesivamente hasta que se llenó todo el campo.
-Bueno, ¿te bastan o no?
Semión el Guerrero se alegró muchí­simo.
-Sí, sí. Gracias, Iván.
-Bueno. En cuanto necesites más, ven y te los haré. No nos falta paja que digamos.
Semión el Guerrero dió órdenes a los soldados. Formó un ejército, según se hace, y se fué a combatir.
En cuanto se hubo ido, llegó Taras el Panzudo. Acababa de enterarse de lo que había sucedido la víspera y a su vez preguntó a Iván:
-¿De dónde sacaste el oro? Si yo tuviera el dinero con la misma facilidad que tú, podría llegar a conseguir todo lo que hay en el mundo.
Iván el Imbécil se asombró mucho.
-¿Es posible? ¿Por qué no lo dijiste antes? Voy a hacer todo el que quieras.
-Dame sólo tres cribas -replicó el hermano, regocijado.
-Bueno. Vámonos al bosque. Pero engancha un caballo porque de otro modo no podrás traerlo.
Se dirigieron al bosque. Iván el Im­bécil frotó entre las manos hojas de en­cina y cayó un gran montón de oro.
-¿Te basta?
-Por ahora sí. Muchas gracias, Iván -exclamó Taras, satisfecho.
-Está bien. Pero cuando necesites más, acude a mí y te haré todo el que quieras. No nos faltan hojas que di­gamos.
Taras el Panzudo llenó un carro en­tero de monedas de oro y se marchó a negociar.
Así fué como partieron los dos her­manos. Semión combatía y Taras co­merciaba. Semión conquistó un reino y Taras amontonó una gran cantidad de dinero.
Un día los dos hermanos se encon­traron y se dijeron de dónde tenían los soldados y el dinero.
-He conquistado un reino y vivo mejor que quiero -declaró Semión el Guerrero a su hermano. Lo único malo es que no me alcanza el dinero para mantener a mi ejército.
-En cambio, yo he ganado una gran cantidad de dinero, y sólo tengo una preocupación, y es que nadie me lo guar­da -replicó Taras el Panzudo.
-Vámonos a casa de nuestro herma­no. Le diré que me haga más soldados y te los daré para que custodien tu oro. Tú le vas a pedir que te haga más mo­nedas de oro, para que yo tenga con qué mantener a mis soldados.
Ambos se fueron a casa de Iván. Al llegar, Semión dijo a Iván el Imbécil:
-Hermano: no tengo bastante con mil soldados; tendrás que hacerme más.
Pero Iván se negó, moviendo la ca­beza.
-Comprenderás que no voy a hacér­telos así como así.
-¿Cómo que no? ¿Acaso no me lo prometiste?
-Sí, es cierto; pero no te haré ni uno más.
-Estúpido, ¿puedes decirme por qué no quieres?
-Porque hace poco tus soldados ma­taron a un hombre. Me hallaba arando junto al camino cuando vi a una mu­jer, deshecha en lágrimas, que seguía un ataúd. Le pregunté: ¿Quién se te ha muerto? Y me contestó: "Mi marido. Los soldados de Semión el Guerrero lo mataron en la guerra." Me imaginaba que los soldados iban a cantar cancio­nes; pero resulta que han matado a un hombre. No te haré ni uno más.
E Iván el Imbécil se negó rotunda­mente. No quiso, de ningún modo, vol­ver a hacer soldados.
Entonces Taras el Panzudo le pidió que, al menos, le hiciera monedas de oro. Pero el hermano volvió a mover la cabeza negativa-mente.
-No voy a hacer más oro para ti, sin motivo alguno.
-¡Pero si me lo prometiste!
-Es verdad, pero no te haré más.
-¿Y por qué no, majadero?
-Porque tus monedas de oro han sido la causa de que le quiten la vaca a Mijailovna.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Pues lo que oyes. Mijailovna tenía una vaca. Pero he aquí que un día sus niños vinieron a pedirme leche. "¿Dón­de está vuestra vaca"?, les pregunté. "Ha venido el administrador de Taras, ha entregado tres redondelas de oro a nues­tra madre, y ella le ha dado la vaca. Y ahora no tenemos nada que tomar." ¡Yo que pensaba que te ibas a divertir con esas monedas de oro! Y resulta que has quitado la vaca a esos niños. No te haré más monedas.
Iván el Imbécil se mantuvo firme y no consintió hacer más monedas.
Los dos hermanos se retiraron, muy cabizbajos. De camino, cavilaron y dis­cutieron la manera de salir de aquel atolladero.
-Escúchame, hermano -exclamó Se­mión el Guerrero. Podemos hacer un trato. Tú me darás oro para sostener a mi ejército y yo te entregaré la mi­tad de mi reino, con soldados, para vi­gilar tu oro.
Taras aceptó. Así, después de ponerse de acuerdo, los dos llegaron a ser zares y ricos.

Cuento popular

1.013. Tolstoi (Leon)

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