A la mañana siguiente,
Semión el Guerrero, el hermano mayor,
enterado de esto, fué a ver a Iván.
-¿De dónde has sacado
esos soldados y dónde los ocultas? -preguntó.
-¿Para qué los quieres?
-¡Qué preguntas! Con
soldados uno puede lograr cuanto desee. ¡Se puede
conquistar un reino!
Iván se quedó muy
sorprendido.
-¿Por qué no me lo
dijiste antes? Te haré todos los que quieras. Precisamente hemos tenido una
buena cosecha.
Llevando a su hermano a
la era le dijo:
-Te ruego que tengas
presente una cosa: te haré los soldados, pero tendrás que llevártelos de aquí,
pues si tuviera que darles de comer se tragarían toda la aldea en un solo día.
Semión prometió a su
hermano que se llevaría a los soldados e Iván el Imbécil puso manos a la obra. Sacudió una gavilla y apareció
una compañía de soldados; sacudió otra, y salió la segunda. Y así
sucesivamente hasta que se llenó todo el campo.
-Bueno, ¿te bastan o no?
Semión el Guerrero se alegró muchísimo.
-Sí, sí. Gracias, Iván.
-Bueno. En cuanto
necesites más, ven y te los haré. No nos falta paja que digamos.
Semión el Guerrero dió órdenes a los soldados.
Formó un ejército, según se hace, y se fué a combatir.
En cuanto se hubo ido,
llegó Taras el Panzudo. Acababa de
enterarse de lo que había sucedido la víspera y a su vez preguntó a Iván:
-¿De dónde sacaste el
oro? Si yo tuviera el dinero con la misma facilidad que tú, podría llegar a
conseguir todo lo que hay en el mundo.
Iván el Imbécil se asombró mucho.
-¿Es posible? ¿Por qué no
lo dijiste antes? Voy a hacer todo el que quieras.
-Dame sólo tres cribas -replicó
el hermano, regocijado.
-Bueno. Vámonos al
bosque. Pero engancha un caballo porque de otro modo no podrás traerlo.
Se dirigieron al bosque.
Iván el Imbécil frotó entre las
manos hojas de encina y cayó un gran montón de oro.
-¿Te basta?
-Por ahora sí. Muchas
gracias, Iván -exclamó Taras, satisfecho.
-Está bien. Pero cuando
necesites más, acude a mí y te haré todo el que quieras. No nos faltan hojas
que digamos.
Taras el Panzudo llenó un carro entero de
monedas de oro y se marchó a negociar.
Así fué como partieron
los dos hermanos. Semión combatía y Taras comerciaba. Semión conquistó un
reino y Taras amontonó una gran cantidad de dinero.
Un día los dos hermanos
se encontraron y se dijeron de dónde tenían los soldados y el dinero.
-He conquistado un reino
y vivo mejor que quiero -declaró Semión el
Guerrero a su hermano. Lo único malo es que no me alcanza el dinero para
mantener a mi ejército.
-En cambio, yo he ganado
una gran cantidad de dinero, y sólo tengo una preocupación, y es que nadie me
lo guarda -replicó Taras el Panzudo.
-Vámonos a casa de
nuestro hermano. Le diré que me haga más soldados y te los daré para que
custodien tu oro. Tú le vas a pedir que te haga más monedas de oro, para que
yo tenga con qué mantener a mis soldados.
Ambos se fueron a casa de
Iván. Al llegar, Semión dijo a Iván el
Imbécil:
-Hermano: no tengo
bastante con mil soldados; tendrás que hacerme más.
Pero Iván se negó,
moviendo la cabeza.
-Comprenderás que no voy
a hacértelos así como así.
-¿Cómo que no? ¿Acaso no
me lo prometiste?
-Sí, es cierto; pero no
te haré ni uno más.
-Estúpido, ¿puedes
decirme por qué no quieres?
-Porque hace poco tus
soldados mataron a un hombre. Me hallaba arando junto al camino cuando vi a
una mujer, deshecha en lágrimas, que seguía un ataúd. Le pregunté: ¿Quién se
te ha muerto? Y me contestó: "Mi marido. Los soldados de Semión el Guerrero lo mataron en la
guerra." Me imaginaba que los soldados iban a cantar canciones; pero
resulta que han matado a un hombre. No te haré ni uno más.
E Iván el Imbécil se negó rotundamente. No
quiso, de ningún modo, volver a hacer soldados.
Entonces Taras el Panzudo le pidió que, al menos, le
hiciera monedas de oro. Pero el hermano volvió a mover la cabeza negativa-mente.
-No voy a hacer más oro
para ti, sin motivo alguno.
-¡Pero si me lo
prometiste!
-Es verdad, pero no te
haré más.
-¿Y por qué no, majadero?
-Porque tus monedas de
oro han sido la causa de que le quiten la vaca a Mijailovna.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Pues lo que oyes.
Mijailovna tenía una vaca. Pero he aquí que un día sus niños vinieron a pedirme
leche. "¿Dónde está vuestra vaca"?, les pregunté. "Ha venido el
administrador de Taras, ha entregado tres redondelas de oro a nuestra madre, y
ella le ha dado la vaca. Y ahora no tenemos nada que tomar." ¡Yo que
pensaba que te ibas a divertir con esas monedas de oro! Y resulta que has
quitado la vaca a esos niños. No te haré más monedas.
Iván el Imbécil se mantuvo firme y no consintió hacer más monedas.
Los dos hermanos se
retiraron, muy cabizbajos. De camino, cavilaron y discutieron la manera de
salir de aquel atolladero.
-Escúchame, hermano -exclamó
Semión el Guerrero. Podemos hacer un
trato. Tú me darás oro para sostener a mi ejército y yo te entregaré la mitad
de mi reino, con soldados, para vigilar tu oro.
Taras aceptó. Así,
después de ponerse de acuerdo, los dos llegaron a ser zares y ricos.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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