La mujer contó lo
siguiente:
-Son huérfanas desde hace
seis años. Dieron sepultura al padre un martes y la madre murió el viernes
siguiente. Al nacer, eran ya huérfanas de padre; y la madre sobrevivió tan sólo
un día a su nacimiento. Entonces, mi marido y yo vivíamos en la misma aldea que
ellos. Eramos vecinos; nuestras casas estaban una frente a otra. El padre
trabajaba en un bosque y un árbol le cayó encima, con tan mala suerte que, al
volver a su casa, falleció.
A los tres días su mujer
dió a luz. La desdichada estaba sola, sin comadrona ni nadie que la asistiera.
Por la mañana fui a verla, y la encontré fría. ¡Pobrecilla! Al morir había
caído encima de esta pequeña y le estropeó un pie. Llegaron otros vecinos, se
amortajó a la difunta, se le hizo un ataúd y se le dió sepultura. Todos los
vecinos eran buena gente. Las criaturas habían quedado solas. ¿Qué hacer? Yo
era la única mujer que criaba en la aldea. Mi hijita había nacido ocho semanas
antes. Decidí recoger a las niñas.
Se reunieron los mujiks. Se discutió el caso y me
dijeron: "María, llévate a las pequeñas y críalas, mientras decidimos lo
que se va a hacer con ellas." Ya le había dado el pecho a una, pero no a
la cojita, porque pensaba que no podría vivir. Sin embargo, luego me lo reproché.
La pobrecilla gemía y me dió lástima. ¿Por qué iba a sufrir el angelito? Le di
también el pecho y crié a los tres. Era joven y robusta. Me alimentaba bien y
tenía leche abundante. Y el Señor quiso aumentármela. Solía dar el pecho a dos.
Cuando uno de ellos se hartaba, cogía el tercero. Dios me concedió la gracia de
que crecieran fuertes y sanos.
Al cabo de dos años, mi
hijito murió y el Señor no me ha dado más.
Pero, por otra parte, la
suerte nos acompañó. Adquirimos algunos bienes y hemos venido a establecernos
aquí. Ahora vivimos en el molino, cuyo dueño es un comerciante. Nos ganamos
bien el pan. La vida nos sonríe..., pero no he vuelto a tener hijos. ¿Qué hubiera
hecho sin estos angelitos? ¡Qué sola estaría! ¿Cómo no quererlas, pues? ¡Son mi
único tesoro, mi único bien!
La mujer estrechó a las
pequeñas contra su pecho, cubrió de besos a la cojita y se enjugó los ojos,
llenos de lágrimas.
-"Se vive sin padre
ni madre, pero no se vive sin Dios", dice un proverbio ruso.
Después de hablar así la
mujer se despidió. Semión y su esposa la acompañaron hasta la puerta. Al
volver encontraron a Mijail inmóvil, con los brazos cruzados, los ojos fijos
en lo alto, y una sonrisa en los labios.
Cuento popular
1.013. Tolstoi (Leon)
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