Mahoma consiguió asilo en la casa de Mutim
Ibn Aadi, uno de sus discípulos, y se atrevió a volver a La Meca. A la visita
sobrenatural de los genios en el valle de Najla siguió pronto una visión o revelación
mucho más extraordinaria y que desde entonces ha constituido un terma de
comentario y conjeturas entre los mahometanos devotos. Nos referimos al famoso
viaje nocturno a Jerusalén y de ahí al séptimo cielo. Los detalles del mismo
nos han llegado como si los narrara el propio Mahoma, pero la verdad es que se
trata de una tradición que no procede directamente del Profeta. No obstante,
algunos citan textos del Corán como confirmación de la misma.
No intentamos presentar aquí esta visión o
revelación con toda su amplitud y exotismo. Nos limitaremos sólo a exponer
algunos de sus rasgos más esenciales.
La noche en que se produjo se describe como
una de las más oscuras y silenciosas acaecidas hasta entonces. No se oía ni el
canto del gallo, ni el ladrido de los perros, ni los alaridos de las bestias,
ni el ulular de las lechuzas. Las mismas aguas dejaron de murmurar y los
vientos de silbar; era como si toda la naturaleza se hubiera quedado inmóvil y
muerta. A medianoche, Mahoma se despertó al oír una voz que le decía:
"iDespierta, deja de dormir!" Vio junto a él al ángel Gabriel. Su
frente era limpia y serena, su cutis blanco como la nieve, el pelo le caía
sobre los hombros; tenía alas de muchos y deslumbrantes colores, y sus ropas
estaban cubiertas de perlas y bordados de oro.
Presentó a Mahoma un corcel blanco de formas
y características maravillosas; no se parecía a ningún ejemplar de los que
había visto antes, y, a decir verdad, es distinto de todos los animales
descritos hasta entonces. Tenía rostro humano, pero las mejillas eran las de un
caballo: sus ojos eran como jacintos y brillantes como estrellas. Tenía alas de
águila resplan-decientes de rayos de luz; y todo su conjunto aparecía cuajado de
gemas y piedras preciosas. Era una hembra y por su increíble esplendor y
velocidad recibió el nombre de Al Buraq, o relámpago.
Mahoma se dispuso a montar en este corcel
sobrenatural; pero cuando alargó la mano hacia él el animal retrocedió y se
encabritó.
"iEstate quieto, oh Buraq! -dijo
Gabriel; respeta al profeta de Dios. Nunca te ha montado un hombre mortal más
honrado por Alá.
-i0h Gabriel! -replicó Al Buraq, que en
aquella ocasión recibió el don milagroso del habla; ¿acaso no llevé en tiempos
antiguos a Abrahán, el amigo de Dios, cuando visitó a su hijo Ismael? i0h
Gabriel! ¿no es él el mediador, el intercesor, el autor de la profesión de fe?
-Sí, Buraq, pero éste es Mahoma Ibn Abdallah,
de una de las tribus de Arabia Feliz y de la verdadera fe. Es el jefe de los
hijos de Adán, el mayor de los legados divinos, el sello de los profetas. Todas
las criaturas deben contar con su intercesión antes de entrar en el paraíso. El
cielo está a su mano derecha, como recompensa para los que creen en él; a su
izquierda está el fuego de la Gehena, donde serán arrojados quienes se opongan
a sus doctrinas.
-iOh Gabriel -suplicó Buraq- por la fe que
existe entre tú y él, haz que interceda por m í en el día de la resurrección.
-Te aseguro ioh Buraq! -exclamó Mahoma, que
gracias a mi intercesión entrarás en el paraíso.
Al oír estas palabras, el animal se acercó y
se inclinó para que el Profeta subiera a sus espaldas. Luego se levantó y se
remontó por encima de las montañas de La Meca.
Mientras pasaban como el rayo entre el cielo
y la tierra, Gabriel clamó en voz alta: "iDetente, oh Mahoma!, desciende a
la tierra y haz la oración con dos inflexiones del cuerpo."
Bajaron a la tierra y después de la oración
Mahoma dijo:
"iOh amigo y querido de mi alma!, ¿por
qué me ordenas rezar en este lugar?
-Porque éste es el monte Sinaí, en el que Dios
se comunicó con Moisés."
Ascendiendo de nuevo por los aires, pasaron
rápidamente entre el cielo y la tierra hasta que Gabriel volvió a decir por
segunda vez: "iDetente, oh Mahoma! Desciende y haz la oración con dos
inflexiones."
Descendieron; Mahoma rezó y volvió a
preguntar: ¿Por qué me has ordenado rezar en este lugar?
-Porque estamos en Belén, donde nació Jesús,
el hijo de María.
Luego reanudaron su recorrido por los aires,
hasta que se oyó una voz a la derecha, que exclamó: "iOh Mahoma! Detente
un momento, que quiero hablarte; de todos los seres creados es a ti a quien
tengo mayor amor."
Pero Buraq seguía avanzando y Mahoma no hizo
nada por detenerlo, pues pensó que no estaba en su mano fijar su marcha, sino
en la de Dios, el todopoderoso y glorioso.
Entonces se oyó otra voz a la izquierda,
pidiendo a Mahoma con palabras semejantes que se detuviera; pero Buraq seguía
avanzando y Mahoma no se detuvo. Entonces vio ante él a una dama de
resplandeciente belleza, adornada con todos los lujos y riquezas de la tierra.
Ella se dirigió hacia él con cautivadora sonrisa: "Detente un momento, oh
Mahoma, que quiero hablar contigo. Te amo a ti más que a todos los demás
seres." Pero Buraq seguía hacia adelante y Mahoma no hacía nada por
impedirlo, considerando que no era él quien debía marcar su camino sino Dios,
el todopoderoso y glorioso.
Sin embargo, dirigiéndose a Gabriel le
preguntó: "cQué voces son las que he oído y quién es la dama que me ha
saludado?"
"La primera, oh Mahoma, era la voz de un
judío; si le hubieras escuchado, todo tu pueblo se habría pasado al judaísmo.
"La segunda era la voz de un cristiano:
si la hubieras escuchado, tu pueblo se habría inclinado al cristianismo.
"La dama era el mundo con todas sus
riquezas, vanidades y atractivos; si la hubieras escuchado, tu nación habría
elegido los placeres de esta vida en vez de la felicidad eterna, y todos
habrían quedado condenados a la perdición."
Siguiendo su marcha por los aires llegaron a
la puerta del sagrado templo de Jerusalén. Mahoma bajó de Al Buraq, lo ató a
los aros donde los profetas lo habían atado en tiempo anteriores. Luego entró
al templo y encontró allí a Abrahán, a Moisés, a Isa (Jesús) y a muchos más de
los profetas. Después de rezar en su compañía un rato, vio cómo bajaba del
cielo una escalera de luz hasta que la parte inferior descansó en la Sajra o
piedra angular del templo, la piedra de Jacob. Ayudado por el ángel Gabriel,
Mahoma subió por la escalera con la rapidez del relámpago.
Cuando llegó al primer cielo, Gabriel llamó a
la puerta. "¿Quién es? -preguntaron desde dentro. "Gabriel"
-contestó el ángel. "¿Quién está contigo?" "Mahoma."
"¿Ha recibido su misión?" "Sí." "iEntonces le damos la
bienvenida!" Y se abrió la puerta.
El primer cielo era de plata pura, y en su
bóveda resplandeciente las estrellas estaban colgadas de cadenas de oro. En
cada estrella hay un ángel colocado como centinela para evitar que los demonios
asciendan a la sagrada mansión. Al entrar Mahoma, se le acercó un anciano y
Gabriel dijo: "Este es tu padre Adán, ríndele homenaje". Así lo hizo
Mahoma y Adán le abrazó y le llamó el mayor entre sus hijos y el primero de los
profetas.
En este cielo había innumerables animales de
todas las clases. Gabriel explicó que eran ángeles que, con aquellas formas,
intercedían ante Alá por las distintas razas de animales existentes en la
tierra. Entre ellos había un gallo de inmaculada blancura y tan alto que su
cresta tocaba el segundo cielo, a pesar de estar situado a más de quinientos
días de viaje por encima del primero. Aquella ave tan maravillosa regalaba el
oído de Alá todas las mañanas con su canto melodioso. Todas las criaturas de la
tierra, excepto el hombre, se despiertan con su voz, y todas las aves de su
especie cantan aleluyas imitando su tono.
Luego subieron al segundo cielo. Como antes,
Gabriel llamó a la puerta; se hicieron las mismas preguntas y respuestas;
abrieron la puerta y entraron.
Este cielo era todo él de acero pulido y de
brillo resplandeciente. En él encontraron a Noé, que abrazó a Mahoma y le
proclamó como el mayor de los profetas.
Al llegar al tercer cielo, entraron con el
mismo ceremonial. Estaba todo él cuajado de piedras preciosas, demasiado
brillantes para los ojos humanos. Había un ángel sentado, de inmensa altura,
cuyos ojos estaban separados por una distancia equivalente al recorrido de un
viaje de setenta mil días. Tenía a sus órdenes cien mil batallones de hombres
armados. Ante él había un enorme libro abierto, en el que estaba continuamente
escribiendo y borrando.
"Este, ioh Mahoma! -dijo Gabriel, es
Azrail, el ángel de la muerte, que goza de la confianza de Alá. En el libro que
tiene ante él escribe los nombres de los que van a nacer y borra los nombres de
los que han vivido ya el tiempo que se les ha asignado y que, por lo tanto,
muere en ese mismo instante."
A continuación ascendieron hasta el cuarto
cielo, hecho de plata de la mejor calidad. Entre los ángeles que lo habitaban
había uno cuya altura equivalía al recorrido de un viaje de quinientos días.
Tenía el rostro preocupado y le caían lágrimas de los ojos. "Este -dijo
Gabriel- es el ángel de las lágrimas, destinado a llorar por los pecados de los
hijos de los hombres y a predecir los males que les aguardan".
El quinto cielo era de oro purísimo. En él
Mahoma fue recibido por Aarón con abrazos y felicitaciones. En este cielo
habita el ángel vengador, que domina sobre el fuego. De todos los ángeles
vistos por Mahoma, éste era el más espantoso y horrible. Su rostro parecía de
cobre y estaba lleno de quistes y verrugas. De sus ojos salía un brillo como
del relámpago y en su mano tenía una lanza de fuego. Estaba sentado en un trono
rodeado de llamas, y ante él había un montón de cadenas al rojo vivo. Si
descendiera a la tierra en su forma verdadera, las montañas se consumirían, los
mares se secarían y todos sus habitantes morirían de terror. A él, y a los
ángeles que le sirven, le está confiada la ejecución de la venganza divina
contra los infieles y pecadores.
Abandonaron tan terrible morada y ascendieron
al sexto cielo, hecho de piedra transparente, llamada Hasala, que significa
carbúnculo. Había en él un gran ángel, mitad de nieve y mitad de fuego, pero ni
la nieve se derretía ni se apagaba el fuego. En torno a él había un coro de
ángeles menores que no cesaba de exclamar: "iOh Alá, que has unido la
nieve y el fuego, une a todos tus fieles servidores en la obediencia a tu
ley!"
"Este -dijo Gabriel- es el ángel
guardián del cielo y de la tierra. El es quien envía a los ángeles hasta las
personas de tu pueblo para inclinarles en favor de tu misión y las llama al
servicio de Dios; seguirá haciéndolo hasta el día de la resurrección."
Allí estaba el profeta Musa (Moisés). A
diferencia de los demás profetas que se habían alegrado al ver a Mahoma, Moisés
derramó lágrimas.
"¿Por qué lloras?", preguntó Mahoma.
Moises le respondió: "Porque estoy viendo a un sucesor que está llamado a
enviar al paraíso a muchos más miembros de su pueblo de los que yo podré enviar
de entre los recalcitrantes hijos de Israel."
Desde allí ascendió al séptimo cielo, donde
fue recibido por el patriarca Abrahán. Esta feliz morada está formada por luz
divina, y su gloria es tan inmensa que la lengua humana no puede describirla.
Para hacernos una idea del resto, bastará con describir a uno de sus habitantes
celestiales. Sobrepasaba a toda la tierra en magnitud y tenía setenta mil
cabezas; cada una de ellas tenía setenta mil bocas; cada boca setenta mil
lenguas; cada lengua hablaba setenta mil idiomas distintos y en todos ellos se
cantaban sin cesar las glorias del Altísimo.
Mientras contemplaba a este maravilloso ser,
Mahoma se vio transportado de repente hasta el loto conocido con el nombre de
Sidra, que florece a la derecha del trono invisible de Alá. Las ramas de este
árbol cubren una distancia superior a la que existe entre la tierra y el sol.
Bajo su sombra viven, felices, ángeles en número superior al de las arenas de
las costas marinas o de las orillas de todos los ríos y arroyos. Las hojas son
como las orejas de un elefante; miles de pájaros inmortales pueblan sus ramas y
desde ellas repiten los sublimes versos del Corán. Sus frutos son más suaves
que la leche y más dulces que la miel. Si reuniéramos a todos los seres creados
por Dios, podríamos alimentar a todos ellos con uno solo de estos frutos. Cada
semilla contiene una hurí, o virgen celestial, destinada a proporcionar la
felicidad a los verdaderos creyentes. De este árbol manan cuatro ríos: dos
fluyen hacia el interior el paraíso y otros dos salen más allá del mismo y se
convierten en el Nilo y en el Eufrates.
Mahoma y su guía celestial se dirigieron
luego hacia Al Mamur, o Casa de Adoración, formada por rubíes o jacintos rojos
y rodeada de innumerables lámparas, siempre encendidas. Cuando entró Mahoma, le
ofrecieron tres recipientes: uno con vino, otro con leche y otro con miel.
Cogió el recipiente lleno de leche y bebió de él.
"Has obrado bien; tu elección ha sido
correcta -exclamó Gabriel. Si hubieras bebido vino, tu pueblo se habría
descarriado."
La casa sagrada se parece, en la forma, a la
Kaaba de La Meca, y está situada justo encima de ella, en el séptimo cielo.
Todos los días la visitan setenta mil ángeles del rango más elevado. En aquel
preciso momento estaban realizando la sagrada procesión a su alrededor. Mahoma
se incorporó a ellos y dio también siete vueltas.
Gabriel no podía seguir ya adelante. Mahoma
recorrió entonces, más rápido que el pensamiento, un espacio inmenso,
atravesando dos regiones de luz deslumbrante y una de profunda oscuridad. Al
salir de esta oscuridad total, quedó sobrecogido de terror y miedo al encontrarse
en presencia de Alá y a sólo dos tiros de flecha de su trono. El rostro de la
divinidad estaba cubierto por veinte mil velos, pues la contemplación de su
gloria no podía ser resistida por el hombre. Extendió las manos y colocó una
sobre el pecho y otra sobre el hombro de Mahoma, que notó cómo un frío helador
penetraba hasta su corazón y hasta la médula de sus huesos. Luego experimentó
una sensación de felicidad extática, mientras Ie rodeaba una atmósfera dulce y
fragante, que nadie puede entender, exceptuando los que han estado en la
presencia divina.
Mahoma recibió de Dios mismo muchas de las
doctrinas conte-nidas en el Corán y la prescripción de señalar las cincuenta
oraciones que todo creyente de verdad debía realizar diariamente.
Cuando descendió de la presencia divina y
volvió a encontrarse con Moisés, éste preguntó qué le había ordenado Alá.
"Que haga cincuenta oraciones todos los
días.
-¿Y piensas cumplir esta obligación? Yo lo he
probado antes que tú. Lo intenté con los hijos de Israel, pero en vano; vuelve,
pues, y pide una misión menos difícil."
Mahoma volvió y consiguió una reducción de
diez oraciones; pero cuando contó a Moisés el éxito de su intento, éste volvió
a hacerle la misma objeción. Cuarenta oraciones eran demasiadas. Siguiendo su
consejo, Mahoma regresó otra vez y consiguió que las redujeran a cinco.
Moisés siguió formulando objeciones.
"¿Crees que tu pueblo va a rezar diariamente cinco veces? iPor Alá! Yo lo
intenté con los hijos de Israel y todo fue en vano; vuelve, pues, y pide una
nueva reducción."
"No -replicó Mahoma, he pedido tantas
veces clemencia que me siento avergonzado." Con estas palabras saludó a
Moisés y se marchó.
Por la escalera de luz descendió hasta el
templo de Jerusalén, y encontró a Buraq en el sitio donde lo había dejado.
Montó en él y en un instante llegó al lugar de donde había partido.
Este relato de la visión, o viaje nocturno,
responde sobre todo a las versiones de los historiadores Abulfeda, Al Bujari y
Abu Huraira, y aparece con más detalle en la Vida de Mahoma de Gagnier. El
viaje ha suscitado infinitos comentarios y disputas entre los especialistas.
Algunos dicen que no fue más que un sueño o visión nocturna y basan su tesis en
una tradición procedente de Aixa, la esposa de Mahoma, que declaró que, en la
noche en que se produjo la visión, su cuerpo había estado totalmente inmóvil, y
que el viaje nocturno había sido de carácter espiritual. Pero al presentar esta
tradición no tuvieron en cuenta que, cuando se dice que ocurrió el viaje, Aixa
era todavía una niña y, aunque desposada con él, no era todavía la esposa de
Mahoma.
Otros afirman que hizo el viaje celestial
corporalmente y que todo transcurrió en un espacio de tiempo tan breve que, al
volver, consiguió evitar que cayera al suelo un vaso de agua que el ángel
Gabriel había empujado con el ala al marcharse.
Otros dicen que Mahoma sólo dijo que había
hecho el viaje nocturno al templo de Jerusalén y que la subida posterior al
cielo era una visión. Según Ahmed ben Joseh, la visita nocturna al templo aparece
testificada en palabras del mismo patriarca de Jerusalén. "Por entonces
-dice, cuando Mahoma envió un mensajero al emperador Heraclio, en
Constantinopla, invitándole a abrazar el islamismo, el patriarca estaba en
presencia del emperador. El mensajero relató el viaje nocturno del profeta. El
patriarca no salía de su asombro e informó al emperador de una circunstancia
que coincidía con el relato del mensajero. "Tengo costumbre -dijo él- de
no retirarme a descansar por la noche hasta después de cerrar todas las
puertas del templo. La noche mencionada, las cerré todas según mi costumbre,
pero había una que era imposible mover. Mandé llamar a los carpinteros, que,
después de examinar la puerta, declararon que el dintel del pórtico y el
edificio mismo habían cedido de tal manera que era imposible cerrar la puerta.
Así pues, tuve que dejarla abierta. Por la mañana temprano, al despuntar el
día, volví de nuevo a la puerta y vi cómo la piedra situada en el ángulo del
templo estaba perforada y había vestigios del lugar donde habían sujetado a Al
Buraq. Entonces dije a los presentes que aquella puerta no se habría quedado
inmóvil a no ser que algún profeta hubiera estado en oración."
Las tradiciones siguen diciendo que cuando
Mahoma relató su viaje nocturno a una gran asamblea convocada en La Meca,
muchos se maravillaron y creyeron, otros se quedaron dudando, mientras que los
coix íes se reían con menosprecio.
"Dices que has estado en el templo de
Jerusalén -exclamó Abu Chahl; demuestra la verdad de tus palabras y descríbelo."
Durante un momento, Mahoma no supo cómo
reaccionar a aquella petición, pues había visitado el templo por la noche,
cuando no era posible distinguir sus formas. Pero, de repente, el ángel Gabriel
se puso a su lado y colocó ante sus ojos una reproducción exacta del edificio
sagrado, y de esa manera pudo responder sin vacilar a las preguntas más
minuciosas.
El relato resultaba demasiado fuerte incluso
para algunos de sus discípulos. Pero Abu Bakr, viéndoles vacilar en su fe y en
peligro de apostatar, comprometió su palabra de que el relato era cierto. En
recompensa de ello, Mahoma le dio el título de Al Siddiq, o Testigo de la Fe,
con que fue conocido en adelante.
Como ya hemos observado, este viaje nocturno
se basa casi por completo en la tradición, aunque algunas de sus circunstancias
aparecen vagamente aludidas en el Corán. Toda la historia pudo ser una creación
fantástica de musulmanes fanáticos a propósito de una de las visiones o éxtasis
a que Mahoma era propenso y cuya descripción hizo que los coraixíes le
tacharan de loco.
1.025. Irving (Washington) - 058
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