Un rebaño de renos estaba pastando
en un prado cuando llegó un tigre, apartó a unos cuantos y los empujó hacia la taigá. Mató a uno y,
mientras lo devoraba, los otros huyeron espantados. No supieron volver al lugar
donde había quedado el rebaño y siguieron pastando ellos.
En esto, se encontraron con un oso.
El oso era ya viejo y se le daba
mal la caza. No
sé si comería poco o mucho, pero el caso es que estaba muy flaco y el pelo se
le caía a puñados.
«¡Qué suerte! -pensó el oso al ver
a los renos. Ahora me quedo con ellos. Me dedicaré a la cría de renos, como
hacen los hombres. Estos tendrán crías, y ya no me faltará carne en la vida. Además , que
pastar renos no es difícil.»
Encantado, el oso juntó a los renos
en un sitio, cerca de su osera. El también se sentó por allí, tan contento,
calculando cuál se comería primero.
Los renos, viendo que el oso no les
hacía nada, se pusieron a pastar, con la cabeza gacha para encontrar el musgo.
El oso los miraba sin entender lo que hacían. Parecía como si prestaran oído a
algo... Y se asustó, creyendo que escuchaban por si venía su amo.
Se acercó el oso a uno de los renos
y le preguntó:
-¿Qué escuchas?
El reno callaba. El oso se lo
preguntó a otro, que se le quedó mirando, pero sin contestar. Y es que a los
renos les daba risa: el oso quería hacerse criador de renos y ni siquiera sabía
lo que comían los renos.
El oso anduvo de aquí para allá, de
un reno a otro, hasta que se puso a jadear. Y se dijo:
-¡Vaya un trabajo duro!
Mientras no se comieron todo el
musgo, los renos se quedaron pastando cerca de aquella osera. Cuando lo
terminaron, fueron alejándose. Otra vez le entró miedo al oso: de esa manera,
podían marcharse del todo. Porque no sabía el oso que los hombres van detrás de
los renos en su pastoreo. El oso se empeñó en hacerlos volver. Pero, mientras
él conducía a uno de vuelta hacia la osera, otro se largaba en busca de musgo y
lo perdía de vista.
Agotado ya y viendo que no podía
hacerlos volver, tuvo que marcharse el oso tras ellos. Y no hacía más que mirar
hacia atrás, muy triste de abandonar su vieja y tibia osera. Pero, como tampoco
quería perder los renos, entre suspiro y suspiro iba alejándose de ella...
-¡Cuidado que es duro esto de
pastar los renos! -se decía.
De haberlo sabido, nunca me hubiera
puesto a ello.
De esta manera se alejó mucho el
oso de su guarida. En esto se encontró con un lobo y una zorra.
-¡Hola! -le dijeron. ¿Qué haces tú
por aquí? -Pues ya veis, que me he hecho criador de renos. La zorra movió el rabo,
sacudió la cabeza.
-Ya era hora. Mi vecino el lobo y
yo tenemos nuestros renos hace ya mucho tiempo. Ahora vivimos bien. Comemos
carne de reno.
-Es que yo estoy rendido de andar
tras ellos -dijo el oso.
-Porque no tienes costumbre
-contestó la zorra. ¡Pobre, pobre vecino! Cuando no se tiene costumbre, es muy
duro. No sé cómo vas a arreglártelas en invierno...
El oso se quedó pensativo. En
efecto, ¿qué iba a hacer él con los renos en invierno? Porque los inviernos, él
se los pasaba dormido. Y si se dormía, los renos se marcharían. ¿Dónde iba a
buscarlos?
Les dijo a la zorra y al lobo:
-¿Por qué no me ayudáis a
guardarlos?
La zorra, que era muy astuta, hizo
como si se quedara pensando, aunque no tenía más idea que la de engañar al oso.
Hasta que le dijo:
-La verdad es que no sé cómo vamos
a ayudarte. No podremos. Es muy difícil. En fin, tenemos que ayudarnos los unos
a los otros. Déjanos tus renos. Esta primavera vienes y los recoges.
La zorra y el lobo se llevaron los
renos a la taigá.
E1 oso se quedó bailando de
contento. Se decía: «¡Bien he engañado a esos dos tontos! Van a pasarse el
invierno entero detrás de los renos y yo tengo la comida asegurada para la
primavera y el verano: toda la carne será para mí.» Volvió a toda prisa a su
guarida y se durmió para todo el invierno.
La zorra y el lobo se adentraron
con los renos en el bosque. El lobo iba matando renos y los dos pícaros
tuvieron comida todo el invierno.
Mientras, dormido en su guarida, el
oso soñaba con los renos bien cebados, tan gordos, que les goteaba la grasa.
«¡Que atracón de carne me daré este verano!», soñaba. Y cuanto más le sonaban
las tripas del hambre, más gordos veía a los renos en sueños.
Llegó la primavera. El sol
derritió la nieve.
Corrieron arroyos por la tierra y en los árboles comenzaron a
despuntar las yemas. Despertó el oso de su sueño invernal y abandonó su
guarida. Iba por la taigá, tambaleándose de pura debilidad, con los flancos
hundidos y las lanas cayéndosele a puñados.
Llegó el oso donde la zorra y el
lobo, que estaban tan gordos y lustrosos después de cebarse todo el invierno.
La zorra corrió a recibirle y se puso a dar vueltas a su alrededor como si, de
la alegría, no supiera qué hacerse con tan amable visitante ni dónde acomo-darle
mejor, y venga a hablar, sin dejarle meter baza, hasta que por fin preguntó:
-Bueno, ¿y dónde están mis renos,
vecina? La zorra se puso a hacer aspavientos:
-¡No sabes el disgusto que tenemos
con lo de tus renos, vecino! Se han perdido todos.
-¿Cómo que se han perdido?
-inquirió el oso pasmado.
-Nada, que se escaparon.
-¿Qué es eso de que se escaparon?
-repitió el oso enfadado.
-Pues lo que te digo: se escaparon,
y se acabó. Ya comprenderás que si tú, que eras su amo, no pudiste hacer
carrera de ellos, menos podíamos conseguirlo nosotros.
-Bueno, ¿y los vuestros? -preguntó
todavía el oso mirando a su alrededor y viendo que por todas partes había
calaveras y huesos de renos.
La zorra hizo más aspavientos
todavía, fingió que se le saltaban las lágrimas y le pegó tal codazo al lobo
que le arrancó un aullido.
-Lo de los nuestros ha sido
espantoso -lloriqueaba la
zorra. A nuestros renos se los comieron las polillas, vecino.
-¿Las polillas? -se extrañó el oso.
-Sí, sí, las polillas. Cayeron
sobre los renos, se les metieron entre las lanas, que las tienen tan tupidas, y
antes de que nos diéramos cuenta los habían devorado y no nos dejaron ni uno...
La zorra miró los huesos, ¡y venga
a lamentarse sollozando!
-¡Ay, pobrecitos míos! ¡Con lo
buenos que eran! ¡Tanto como yo los quería!
Compadecido de la zorra, el oso se
puso a consolarla:
-No llores, vecina. Son cosas que
pasan...
Se rascó la nuca, se quedó pensando
un rato y terminó:
-Si se los comieron las polillas,
¿qué puedes hacer ya? En cuanto a mí, se conoce que no he nacido para criador
de renos, vecina. Nunca tendré otro rebaño.
Y volvió el oso muy triste a la
taigá.
Desde entonces, ni se acerca a los
renos.
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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