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viernes, 26 de diciembre de 2014

Dos debiles y uno fuerte

Que un débil vaya contra un fuerte, es igual que si un ratón fuera contra un oso: con que el oso le ponga la garra encima, se acabó el ratón. Pero, si dos débiles se juntan contra uno fuerte, aún habría que ver quién ganaba.
Erase un oso que había olvidado todas las leyes del bosque: le divertía maltratar a los animales pequeños. Tenía atemorizados a los ratones, a los hurones, a las marmotas... Nadie habría dicho nada si lo hubiera hecho por hambre. Pero aquel oso estaba gordo y rollizo. No quería comer, sino fastidiar. Le gustaba eso de asustar a los pequeños. Y no había escondrijo al que no llegara. A cualquier animalillo alcanzaba, ya se escondiera en el agujero de un árbol o bajo tierra, en una rama o en el agua.
Los animalillos sufrían, pero se aguantaban. Pero luego le dio al oso por matar a sus crías. ¡Eso sí que no tiene perdón! ¡No hay nada peor que eso! El oso se comía los polluelos de los nidos y las crías en los cubiles.
A los ratoncitos, los aplastó a todos. Les puso la pata encima y no quedó ni uno vivo. La ratona iba de un lado para otro, toda llorosa. ¿Pero qué podía hacer ella sola contra un oso?
A una pardilla, le destrozó el nido y se comió todos los huevos. Revoloteaba la pobre toda llorosa alrededor del nido. ¿Pero qué podía hacer ella sola contra un oso?
Y el oso se reía.
Iba la ratona buscando ayuda cuando oyó llorar a la pardilla. Preguntó la ratona:
-¡Eh, vecina! ¿Qué te ha ocurrido? ¿Por qué lloras? Le contó la pardilla:
-Estaban ya a punto de salir mis hijitos de los huevos... Ya pegaban con el piquito en el cascarón... ¡Y se los comió el oso! ¿Quién podría prestarme ayuda? ¿Qué puedo hacer yo sola?
También se echó a llorar la ratona.
-Pues mis hijitos empezaban ya a cubrirse de pelo negro... Empezaban ya a abrir los ojitos... ¡Y también los mató el oso!
¿A quién podrían pedirle ayuda? ¿Cómo salvar a sus pequeños? Ir donde el Amo de la Taigá suponía un viaje muy largo. ¿Castigar ellas al oso? Ninguna tenía fuerzas suficientes. Después de pensarlo mucho, encontraron la solución:
-¿Por qué vamos a tener miedo, si ahora somos dos?
Y fueron en busca del oso. Precisamente venía él a su encuentro, tan patizambo, y levantaba ya una pata, según su costumbre, para descargarla sobre la ratona y la pardilla dejándolas aplastadas a las dos de un solo golpe, cuando le gritó la pardilla:
-¡Eh, vecino, aguarda! Tengo una buena noticia.
-¿Una buena noticia? -bramó el oso. Pues dila de una vez.
-En este soto de al lado -contestó la pardilla- acabo de ver un enjambre de abejas. Iba volando por allí cuando vi un pedazo de tronco lleno de miel hasta los bordes. Como que goteaba al suelo. Conque me dije: «Tengo que contárselo al oso...».
En cuanto el oso oyó hablar de miel, se le hizo la boca agua y se olvidó de todo lo demás.
-¿Y dónde está ese tronco? -le preguntó a la pardilla.
-Te acompañaremos, vecino -propuso la ratona.
Y se pusieron en marcha. La pardilla iba delante, señalándole
Dos débiles y uno fuerte al oso el camino, que era el más largo, mientras la ratona corría hacia el soto en línea recta.
Llegó hasta el tronco y les gritó a las abejas:
-Eh, vecinas! Tengo un asunto muy importante que consultaros.
Las abejas acudieron a su lado y la ratona les contó lo que ocurría.
-¡Pues claro que os ayudaremos para una cosa así! -dijeron las abejas. ¡No faltaba más! Ese oso también nos ha causado a nosotras muchos percances. ¡No sabéis cuántas colmenas ha aplastado!..
La pardilla condujo al oso hasta el soto y le enseñó dónde estaba el tronco de la miel. Y el oso, que ya lo había visto, se abalanzó a él, relamiéndose y resoplando. No había llegado todavía, cuando todo el enjambre cayó sobre él. Las abejas se pusieron a picarle por todas partes. El oso las espantaba hacia un lado con la mano, y ellas volvían por el otro. El oso se puso a gruñir, quiso escapar, pero tenía los ojos hinchados y totalmente cerrados de las picaduras de las abejas. Como no veía por dónde iba, se pegaba contra los troncos caídos, tropezaba en las ramas secas y las raíces. Sangraba de tanto arañazo como se había hecho. Pero las abejas seguían tras él.
La única salvación para el oso era tirarse al agua y estarse allí metido hasta que las abejas volvieran para atrás. Pero, con los ojos hinchados, el oso no veía hacia dónde caminaba. Se acordó entonces de la ratona y la pardilla y gritó con todas sus fuerzas:
-¡Eh, vecinas! ¿Dónde estáis?
-¡Aquí estamos? ¡Aquí! -contestaron ellas. Las abejas nos están matando a picotazos.
-¡Llevadme al río! -gritó el oso.
La pardilla se posó en un hombro del oso, la ratona trepó al otro. El oso iba rugiendo y las vecinas le decían cuándo tenía que torcer, correr o pasar por encima de las ramas secas.
-Ya se ve el río, vecino -le dijo la pardilla.
Y la ratona:
-Ya está muy cerca, vecino.
-¡Menos mal! -suspiró el oso. Porque estas malditas abejas no me han dejado un sitio vivo. Y cuanto más tiempo pasa, con mayor fuerza pican.
No se daba cuenta de que las abejas se habían quedado atrás hacía ya mucho tiempo.
En esto le gritaron las vecinas:
-iSalta al agua, vecino, y quédate agazapado en el fondo, que aquí cubre poco!
Pensaba el oso para sus adentros: «Ya veréis, cuando me libre de las abejas, lo que hago con vosotras.»
Conque pegó el oso un salto con todas sus fuerzas, pensando que saltaba al río, pero fue a parar a un desfiladero adonde le habían conducido la ratona y la pardilla. El oso cayó rodando a un precipicio, de roca en roca, desollándose en todas las aristas.
La pardilla, que bajaba volando a su lado, le dijo:
-¿Te creías que por ser un oso, por tener tanta fuerza, no ibas a pagar tus desmanes? ¡Tú te comiste a mis hijitos!
Y la ratona, que iba montada en el oso, agarrada a sus lanas, añadió:
-¿Te creías que por ser un oso, por tener tanta fuerza, no ibas a pagar tus desmanes? ¡Tú aplastaste a mis hijitos!
El oso se estrelló contra el fondo del precipicio y se mató. iY muy bien empleado que le estuvo! ¿Por qué mataba a los hijitos de los demás?
Acudieron de todas partes aves y animales pequeños. Se inclinaron ante la ratona y la pardilla y les dieron las gracias. Uno débil, ¿qué puede hacer contra uno fuerte?
Pero, si dos débiles se juntan contra uno fuerte, aún habría que ver quién ganaba.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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