Tanto el amor como la amistad son
cosas difíciles de alcanzar. Para que todo vaya bien, hay que pasar muchas
penalidades en la vida. Sin
esfuerzo, no se puede ni afilar un palo. Cuando se trata de ayudar a un amigo o
a un ser amado, hay que exponer los brazos y la cabeza si es preciso.
Allá cuando los nivjos eran todavía
muy numerosos, vivían en Tro-mif, en la isla, Choril, del linaje de los Tajtá,
y Cholchinai, del linaje de los Chilbí. Cuando nació Cholchinai, la madre de
Choril le puso a la niña en la muñeca una trencita de pelo de perro, y así se
convirtió Cholchinai en prometida de Choril.
Cuando la niña tomó en brazos su
primer muñeca, Choril cazó su primera marta cebellina. Cuando Cholchinai tomó
por primera vez en sus manos un cuchillito para limpiar pescado, Choril, habló
por primera vez como hombre y cazador en el consejo de los hombres.
Choril talló para Cholchinai una
muñequita de madera. Hizo para ella un cuchillo. Hizo una tabla para curtir las
pieles de pescado, con unas tallas tan bonitas como nadie había ideado hasta
entonces.
Así iban viviendo.
Pero ya se sabe que no se vive una
vida entera sin desgracias... Llegó a la isla la muerte negra. Quizá la
trajeran los mercaderes de las islas Nipón, quizá algunos parientes venidos del
Amur o quizá la trajera el viento Tifón sobre sus alas negras, si es que no
vino ella sola por las aguas. ¿Quién puede saberlo? Y tampoco vio nadie hacia
dónde se marchó luego. Lo cierto es que llegó ella sola y, cuando se fue, se
llevó a muchos nivjos con ella. En todas las casas hubo algún difunto. En todas
las casas corrieron las lágrimas.
A los padres de Cholchinai se los
llevó la enfermedad. A
los padres de Choril, se los llevó la muerte negra. Los dos se quedaron huérfanos.
Choril se llevó a su prometida a su casa.
Y así fueron viviendo.
Choril traía a diario alguna presa
a casa. Era un buen cazador, y ningún animal se le escapaba. Era un buen
pescador, y no había pez que pudiera escapar de él. Choril tenía buen ojo y
mano firme. Era bien parecido, hablaba con voz pausada y sabía entonar
canciones. Sabía hacer de todo. Cualquier cosa que tocara Cholchinai, todo
había salido de manos de Choril: había tejido la red, había hecho las
chumashkás, la lancha, el cuchillo, la jabalina y la pértiga, el arpón, el remo
y las tazas. Incluso un espejo de plata había hecho Choril para su prometida.
Cholchinai estaba más linda cada
día. Tenía los ojos límpidos como las estrellas, los labios como el jugo de la
frambuesa, las cejas parecían dos martas tendidas sobre los ojos y sus pestañas
inspiraron el dicho de «un mimbral alrededor de un lago profundo».
Pronto llegaría el momento de que
Cholchinai se peinara con dos trenzas para casarse con Choril. Cada vez que
Choril contemplaba a su prometida, el corazón le latía igual que si tuviera una
alondra en el pecho.
Choril iba preparando ya
provisiones para la boda.
Cuando regresaba de la caza, traía
tantas pieles que desaparecía él debajo.
Cuando volvía Choril de la pesca, la
aldea entera le ayudaba a acarrear lo que sacaba en sus redes.
Cholchinai le miraba y preguntaba:
-¿Por qué será que tienes tanta
suerte en todo, Choril?
Miraba Choril a Cholchinai, echaba
hacia atrás la cabeza y se ponía a cantar con voz que penetraba en el pecho de
Cholchinai:
-iAnn-g-ga!
¡Inn-g-ga! ¡Onn-g-go!
Lleva el recuerdo de tu amada contigo. El corazón late y los ojos brillan
entonces. Los pies son veloces y las manos ágiles entonces. Podrás remover las
rocas entonces. Saltarás montes y ríos entonces. El mar será un sorbo de agua
entonces. Nadie te podrá vencer entonces. Lleva el recuerdo de tu amada
contigo.
Cholchinai era la muchacha más
linda que andaba por la
aldea. Tenía la voz como la de los pajarillos. Vestía ropón
de pieles negras de perro, falda de piel de foca punteada y gorro de pieles de
ardilla.
Una vez se fijó en la prometida de
Choril el viejo Allij, del linaje de los Udán-Jinganú, y ya no pudo apartar la
vista de ella. Se quedó con la boca abierta y los labios colgando... de tanto
como le había gustado Cholchinai.
-¿Quieres venir a mi yurta,
muchacha?
Cholchinai le miró y se echó a
reír:
-Soy la prometida de Choril. ¿Cómo
puedo mirar a un sapo cuando el sol resplandece a mi lado?
Allij cerró la boca, se limpió los
labios y dijo:
-Bueno. Ya veremos si resplandece
mucho tiempo tu sol. Algo malo se le había ocurrido.
Allij era chamán. De su cinto
pendían doce tolas, doce colgantes de cobre. Eso quería decir que doce chamanes
habían llevado aquel cinto antes que Allij. El chamán Allij tenía un poder muy grande.
Una vez partió Choril a la caza del
oso. Después de despedirle, Cholchinai se sentó a bordar la bata para el día de
su boda.
Entonces Allij agarró su pandero,
encendió una hoguera y empezó a hacer invocaciones. Así estuvo mucho tiempo.
Primero sopló el viento a ras de
tierra barriendo la
nieve. Luego la nieve se arremolinó formando una tromba. Un
nubarrón negro ocultó el cielo. De la parte más oscura llegó un vendaval y
levantó toda la nieve.
Todo se quedó a oscuras y la
nevasca era tan tremenda, que no podía uno ver ni sus propias manos.
Nunca había estallado semejante
tormenta. La nieve recubrió las yurtas, y el lugar donde estaba la aldea quedó
convertido en un campo liso. Donde se alzaba el bosque, sólo asomaban las copas
de los pinos.
La tormenta sorprendió a Choril en
el bosque.
El muchacho comprendió que la caza
estaba perdida. Olfateó el viento y calculó que la nevasca duraría mucho
tiempo. ¿Dónde refugiarse? Se puso a buscar alguna guarida vacía. No la encontró. Pero sí
dio con una donde una osa se disponía a invernar. Choril le explicó a la osa
que no había venido en busca suya, sino que la tormenta de nieve le había
obligado a meterse allí. Se acostó a su lado y cuando entró en calor se quedó
dormido...
Diez días y diez noches duró la
nevasca, borrando los caminos, desgajando árboles y arremolinando la nieve
hasta el cielo. Luego cesó el viento. Se posó la nieve. Todo quedó en
calma. Entonces arreció la helada, y la capa superior de nieve quedó lisa y
firme. Era el mejor momento para que Choril saliera de caza. ¡Pero no podía
despertarse! Entre sueños le pareció oír que decía el Amo de las Montañas:
-El hombre que inverna con una osa
en la misma guarida se convierte en uno de nosotros, en un ser de la taigá.
Choril se estremeció, intentó incorporarse
y escapar de la guarida, pero no tuvo fuerzas para ahuyentar el sueño y
levantarse.
Mientras permaneció Choril dormido
en la guarida se cubrió todo de pelo y le crecieron garras en las manos y los
pies. Se había convertido en un ser de la taigá, en un oso.
A todo esto, Cholchinai esperaba a
su prometido, pero él no aparecía.
Después de cesar la nevasca fueron
transcurriendo los días. Choril debía estar ya de vuelta, pero seguía sin
aparecer. Cholchinai lloraba, angustiada...
Allij se presentó en la casa, la
tomó de la mano:
-¿Qué haces aquí sola, muchacha?
Choril no volverá. Ven a mi yurta.
Cholchinai se puso a forcejear,
pero Allij la tenía agarrada tan fuerte que no podía soltarse. Cholchinai gritó
pidiendo auxilio. Acudió la gente.
Y les dijo Allij:
-Esta muchacha se ha quedado sola.
A Choril se lo ha llevado un malvado kején, un diablo. ¿Cómo va a salir
adelante ella sola? Conque me la llevaré a mi yurta. Yo tengo buen corazón.
La gente callaba, sin atreverse a
llevarle la contraria a Allij.
Así se llevó Allij a Cholchinai a
su yurta. Una vez allí, él se sentó en una yacija, frunció las cejas, movió un
dedo, y sus diez mujeres corrieron a preparar el mos, la comida. Picaron
piel de pescado, la echaron en un caldero con grasa de foca, bayas y arroz. Lo
hirvieron todo y luego añadieron pescado seco picado y, para darle color y
aroma, un poco de arcilla blanca. Las mujeres masticaban el mos y se lo ponían
en la boca a Allij. Y a él no le quedaba más que tragarlo. Allij le ofreció mos
a Cholchinai. Pero ella lo rechazó y se conformó con un poco de yukola seca que
había traído de su casa.
Así iba transcurriendo el invierno,
y Choril no volvía.
Allij le preguntaba todos los días
a Cholchinai:
-¿Te peinarás pronto con dos
trenzas para mí, muchacha?
-No, todavía no -contestaba
Cholchinai.
Cholchinai aprovechó un momento
oportuno, se puso ropa de cazador, tomó una jabalina, tomó el cuchillo que le
había hecho Choril, tomó su bolsita de costura y un peine. Por la noche
abandonó la yurta de Allij para ir en busca de Choril.
Iba caminando Cholchinai por la
taigá, cuando vio que de un montón de nieve salía un hilillo de vapor. Eso
significaba que algún oso tenía su guarida debajo.
Cholchinai, que estaba muy cansada
y tenía hambre, se dijo: «Despertaré al oso y lo mataré. ¿Quién sabe cuánto
tiempo tardaré en encontrar a Choril? Mataré al oso, me beberé la sangre tibia
para recobrar fuerzas y me llevaré algo de carne para el camino.»
Metió la jabalina en el agujero por
donde salía el vapor y se puso a pinchar al oso en su guarida.
El oso lanzó un rugido y salió
fuera. Era enorme y su piel tenía reflejos de plata. Nunca había visto
Cholchinai un oso tan bello. «¡Buena presa!», pensó Cholchinai. Retrocedió un
poco, afianzó bien los pies en la nieve y levantó la jabalina, apuntando al
corazón del oso para matarlo sin causarle sufrimientos inútiles. Pero la
jabalina se desvió y fue a clavarse en un montón de nieve... Cholchinai empuñó
entonces el cuchillo, tomó impulso y se lo clavó al oso en el corazón. Pero el
cuchillo se enrolló como un anillo y ni siquiera le hizo un arañazo al oso.
Cholchinai cerró los ojos para no ver venir su muerte.
Y en esto le dijo el oso:
-No te asustes, Cholchinai. Soy yo,
Choril.
-¡Tú eres un kején malvado! -gritó Cholchinai.
¡Has hechizado mi jabalina y mi cuchillo!
-No, Cholchinai -contestó el oso.
Esa jabalina y ese cuchillo, los hice yo. Ellos se acuerdan, y por eso no van
contra mí. Soy Choril.
Le contó a su prometida todo lo que
le había ocurrido. Los dos comprendieron que la culpa de todo la tenía Allij , porque
quería tomar a Cholchinai por esposa.
Se pusieron a pensar en lo que
podrían hacer. Mientras Allij viviese, Choril continuaría siendo un oso. Y
matar a Allij no podían: verter la sangre de sus semejantes es un gran pecado.
Un pecado que no tiene perdón.
Choril y Cholchinai
Allij tiene su kején propio -dijo
Choril-. Muerto ese diablo, morirá Allij... Ese kején vive donde el Amo de las
Montañas, en un caldero que hay sobre un hogar de piedra junto a un poste. Hay
que caminar en dirección a la puesta de sol. Pero yo no puedo ir: los osos
vivos no van donde el Amo. ¡El camino es muy difícil!
Cholchinai se quedó pensando,
pensando, y luego dijo:
-Pues iré yo donde el Amo de las
Montañas. Y mataré a ese kején.
El oso arrancó la jabalina del montón
de nieve donde se había clavado, enderezó el cuchillo y se lo dio todo a
Cholchinai. Se despidieron. Cholchinai echó a andar hacia el poniente.
No sé el tiempo que caminaría,
porque Cholchinai no contaba los pasos ni se detenía. Cruzaba los ríos montada
en la jabalina. Y
lo mismo pasaba por encima de los montes. Dejó atrás nueve ríos. Dejó atrás
siete lagos. Dejó atrás siete cadenas de montañas. Y no pensaba en ella misma:
pensaba en Choril. Se encontró delante de una montaña de piedra. Su cumbre se perdía
entre las nubes. Aquella montaña no tenía ni un saliente, ni una arista. Era
una roca lisa que salía de la tierra y llegaba hasta el cielo. ¡Toda de piedra!
¿Cómo trepar por ella?
Agarró Cholchinai el cuchillo de
Choril y lo lanzó contra la roca.
-¡Escarba! ¡Ayúdame a salvar a tu
amo!
El cuchillo se clavó en la piedra. Lanzando
chispas hacia todos los lados, se puso a tallar peldaños en la roca.
Cholchinai iba trepando por
aquellos peldaños. El sol se retiró a su yurta a dormir. Los habitantes del cielo
encendieron sus lucecillas arriba. Cholchinai seguía trepando por la roca. Sin pensar en ella
misma, sino pensando en Choril, en su desgracia, seguía trepando por la roca...
Después de un buen sueño, el sol se
despertó y abrió las puertas de su yurta. Los habitantes del cielo apagaron las
lucecitas arriba. Y Cholchinai seguía trepando por la roca. El cuchillo saltaba
delante de ella, pegaba en la piedra y lanzaba chispas hacia todos los lados...
Cholchinai subía de peldaño en peldaño, sin mirar hacia la tierra, sin pensar
en sí misma.
Por fin llegó Cholchinai al último
peldaño. Afiló el cuchillo contra la piedra antes de guardarlo en su funda.
Miró hacia abajo, y estuvo a punto de desplomarse de tan lejos como estaba la
tierra: los ríos eran como hilitos y los montes parecían cagarrutas de marta.
Cholchinai siguió adelante.
Se encontró ante una casa muy alta,
con los troncos de piedra y los postes de hierro. Tan alta era aquella casa,
que no se veía el tejado ni levantando mucho la cabeza.
Delante de la puerta estaba tendida
una serpiente enorme. La serpiente tenía las escamas de piedra. Era tan grande
aquella serpiente tendida delante de la puerta, que Cholchinai veía su cabeza,
pero su cuerpo se perdía en la
niebla. Clavó sus ojos verdes en Cholchinai y se quedó
mirándola sin pestañear.
Cholchinai se quedó helada hasta
las rodillas y le temblaban los brazos. ¿Qué podía hacer ella contra aquel
monstruo?
Notó que se movía la bolsita de la costura. Cholchinai
sacó de ella una aguja de hueso enhebrada con un hilo de tendón y la arrojó a
los ojos de la serpiente.
En seguida, la aguja se puso a ir y
venir junto a los ojos de la serpiente, clavándose primero en el párpado de
arriba, luego en el de abajo y juntándolos con la hebra. Antes de que
Cholchinai pudiera helarse hasta la cintura, la aguja había cosido ya uno de
los ojos de la serpiente y empezaba con el otro. La serpiente sacudía la
cabeza, sin llegar a comprender lo que le pasaba y por qué se le cerraban los
ojos.
La aguja de hueso le cosió los ojos
a la serpiente.
A Cholchinai se le pasó el frío. Ya
podía mover los pies. Fue hacia la puerta, y la puerta se abrió sola.
Detrás de aquella puerta había
otra. Y delante de esta otra, un lagarto muy grande. Nunca había visto
Cholchinai nada semejante: era todo de hierro, tenía las fauces abiertas y
dentro se agitaba una lengua de dos puntas. Le echó el aliento el lagarto a
Cholchinai, y la muchacha se hundió en la tierra hasta las rodillas. Cholchinai
sacó de su bolsita un dedal, lo arrojó a las fauces del lagarto y acertó justo
en el gaznate. Por muchos esfuerzos que hizo, el lagarto no consiguió echarle
otra vez el aliento. Cuando pudo mover las piernas, Cholchinai fue hacia la
puerta, y la puerta se abrió sola.
Detrás de aquella puerta había una
más. La guardaba un tigre. Abrió la boca, y tenía los dientes del tamaño de un
codo. Pegaba con el rabo contra el suelo, y el rabo tenía el grosor de un
alerce. Cholchinai lanzó su peine a la boca del tigre. El peine se le atravesó
en el gaznate y el tigre no podía tragárselo ni escupirlo. Cuanto más abría la
boca, más se alargaban las púas del peine. El tigre rugía, pero no podía
hacerle nada a Cholchinai. Viendo la muchacha que el tigre no le hacía ya
ningún caso, corrió hacia la puerta, y la puerta se abrió sola.
Detrás de aquella puerta se
encontraba la yurta del Amo de las Montañas. Allí todo era igual que en casa de
las gentes corrientes, sólo que en el techo brillaban las estrellas. Y por cada
ventana se veía un sol. Junto a la yacija había tantas pieles de animales, que
era imposible contarlas. En aquellas pieles introducía el Amo de las Montañas
las almas de los animales muertos para que siempre hubiera animales sobre la
tierra por muchos que cazaran los hombres para alimentarse y vestirse.
Cholchinai miró a su alrededor. El
techo estaba sostenido por unos postes. Al pie de uno de los postes había un
hogar de piedra y, encima del hogar, un caldero. En medio de la yacija estaba
sentado un anciano y el rostro de aquel anciano resplandecía.
Comprendió Cholchinai que aquél era
el Amo de las Montañas. Se hincó de rodillas, juntó las manos y le rogó que la escuchara. Le contó
la desgracia que le había ocurrido y por qué había ido a verle.
-¡Cómo no voy a conocer a Choril!
-exclamó el Amo. Es un buen cazador que siempre ha observado nuestras leyes:
no vertía agua sobre las hogueras, no mataba a los osos con el sable, no les
rompía los huesos... Es muy de sentir que le haya ocurrido ese contratiempo.
Mira: en aquel caldero viven muchos kejenes o diablos de los chamanes. No sé
cuál será el de Allij. Tú eres una chica valiente, has pasado muchas
penalidades... Llévate lo que has venido a buscar. Acércate al caldero, grita:
«iKején de Allij, ve a servir a tu amo!» Y, en cuanto salga, échale mano.
Así lo hizo Cholchinai.
No tuvo más que gritar: «iKején de
Allij, ve a servir a tu amo!», cuando saltó del caldero un gusano negro.
Cholchinai lo agarró, lo apretó bien en el puño y echó a correr...
Llegó a la pendiente, se montó en
la jabalina y se lanzó al vacío. Volaba tan veloz que el viento silbaba en sus
oídos. Volaba la jabalina, y Cholchinai iba agarrada a ella con las dos manos.
Volaba la jabalina sobre las montañas y los bosques, sobre los lagos y los
ríos.
Por fin llegó la jabalina volando
hasta el sitio donde Choril esperaba a su prometida. Cholchinai se bajó de la
jabalina, fue hacia él, y entonces dijo Choril:
-Y ahora, ¿a quién le tiro la
pelleja?
-Ya lo verás.
En esto vieron a Allij, que llegaba
corriendo y gritó en cuanto vio a Cholchinai:
-¡Ah! ¡Conque estás aquí, sinvergüenza!
¡Lo que me ha costado encontrarte!
-No debías haberme buscado porque,
en vez de encontrarme a mí, te has encontrado con tu destino.
Arrojó al suelo el kején que traía
apretado en el puño y lo aplastó con el pie. Allij se tambaléo y se puso a
cuatro patas. La pelleja del oso se desprendió entonces de Choril, cayó sobre
el chamán y lo envolvió. Allij se había convertido en oso. ¡Bien merecido se lo
tenía! ¿Por qué quería hacerles daño a Choril y a Cholchinai? La muchacha le
amenazó con la jabalina y Allij escapó a la taigá con un susto tremendo.
Choril y Cholchinai se cogieron de
la mano y se fueron a su casa. Por el camino, Cholchinai se peinó con dos
trenzas.
Se casaron, vivieron largos años, y
hasta el último día se amaron entrañablemente.
Lo que se logra con esfuerzo es lo
que más cuida la gente.
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
No hay comentarios:
Publicar un comentario