La riqueza no da inteligencia. Pero
la avaricia le quita a la gente las entendederas...
A la orilla del Amur vivían dos
hombres: el mercader nikano Li-Fu y el cazador nanayo Aktanka. Eran muy
diferentes.
Aktanka pescaba, cazaba, había
trabajado siempre, pero vivía pobremente. Li-Fu no sabía siquiera poner una
flecha en el arco, era incapaz de distinguir un ortega de un garrulino, no
había pescado nunca un pez, no sabía lo que era una red. Sólo sabía contar dinero
y comerciar en su tienda. Vivía ricamente. Todo lo que Aktanka cazaba y pescaba
se lo cambiaba por cereales y harina.
Li-Fu era un hombre ávido y poco
honrado. Apuntaba en un libro muy grueso lo que recibía y lo que entregaba.
Pero falsificaba las anotaciones y, como Aktanka era analfabeto, no podía
llevar él cuenta de lo que le debía a Li-Fu.
Y resultaba que cuanto mayor era la
caza de Aktanka, mas subía el precio de las mercancías de Li-Fu.
¡Nunca llegaba Aktanka a saldar su
deuda!
Conque Li-Fu acudía diariamente a
su casa y gritaba:
-¡Eh! ¿Qué haces ahí tumbado? Sal a
cazar. Tienes que pagarme la deuda.
Una vez, Li-Fu se llevó las redes
de Aktanka por su deuda. Tan estúpido se había vuelto el mercader de la
avaricia, que ni siquiera comprendía que, sin redes, Aktanka no pescaría nada.
Aktanka se puso a pensar y se le
ocurrió hacer unos lazos con tendones de alce y ajustó su arco apuntando a la
senda por donde iba un jabalí al abrevadero. Conque fue el jabalí a beber agua,
el arco se disparó y lo mató. Ya tenía una presa Aktanka.
Aktanka puso a hervir la carne.
Nada más olerlo, Li-Fu llegó
corriendo. Manoteaba, pataleaba y le gritaba al cazador pegando con el dedo en
su libro:
-¡Eh, tú! ¡Págame la deuda!
Aktanka le dio toda la carne. Pero a Li-Fu
todavía le pareció poco: también se llevó el arco y los lazos. ¡Así mismo...!
Ainká, la mujer de Aktanka, le dijo:
-¿Qué vamos a hacer ahora, señor
Li-Fu? Sólo con las manos, no se puede cazar, no se puede obtener carne ni
pieles.
Sin hacerle caso, Li-Fu arrambló
con todo y se marchó. Ainká se quedó llorando.
-No te apures, mujer -le dijo
Aktanka. Ya saldremos adelante.
Conque se puso a pensar hasta que
se le ocurrió hacer un arco pequeño, de ramas de tejo, y con él se fue a la
taigá.
Aktanka tenía muy buen ojo y la
mano firme, de manera que, en cuanto soltaba una flecha, abatía un ave. Así
cazó muchas. Las llevó a casa y Ainká se puso a asarlas.
En cuanto Li-Fu olió que algo
estaba asándose en casa de Aktanka, allá fue con la cantinela de siempre:
-¡Págame la deuda!
Como Aktanka no podía pagársela,
Li-Fu le quitó el arco, las flechas, las aves, y se marchó.
-i0y-oy-oy! -lloraba Ainká. ¿Cómo
vamos a vivir ahora? -No llores, mujer -pidió Aktanka. Déjame pensar. Aktanka
se puso a pensar, se pasó la noche entera pensando y se fumó casi todo el
tabaco mientras pensaba. Por la mañana le dijo a su mujer:
-Ve a recoger resina.
Ainká se fue al bosque, recogió
mucha resina de alerce y de abeto, la derritió y la mezcló toda.
Tomó Aktanka una chumashká de
resina y se subió a un risco donde crecía un abeto muy alto.
Se subió hasta arriba del todo y
miró en torno. Vio que venían bandadas de aves. Entonces empezó Aktanka a
bajarse del árbol y, conforme descendía, untaba de resina las ramas y el
tronco.
Bajaba un poco y untaba resina,
bajaba un poco y untaba resina... Así untó todo el árbol y se fue a su casa a
dormir. Por la mañana despertó a su mujer:
-¡Ve a recoger la caza, mujer!
Fue la mujer de Aktanka hasta aquel
abeto y vio que todo el árbol estaba plagado de aves. Por la noche se habían
posado allí para descansar y quedaron atrapadas en la resina. Agitaban
las alas, pero no lograban soltarse. Ainká las recogió, volvió a su casa y se
puso a guisarlas.
Li-Fu estaba acostado y soñaba con
su dinero. De pronto notó que de casa de Aktanka llegaba olor a carne guisada.
Se levantó de un salto y salió como loco, estremecido de codicia: le temblaban
las manos, la coleta le azotaba la espalda, los zapatos se le caían de los pies
y los faldones de la bata le subían por encima de las rodillas. Llegó jadeante
a casa de Aktanka, señalando con el dedo en su librote.
-Tú no me pagas la deuda, pero
comes carne, ¿eh? -gritó. Págame la deuda.
-No puedo, señor rico -contestó
Aktanka. No puedo pagársela.
-Pues dame las redes.
-Yo no tengo redes -contestó
Aktanka. Usted mismo me quitó todos los aparejos.
Li-Fu metió una mano en un caldero
y sacó un pato. Nada más verlo, abrió unos ojos como platos, se puso a
patalear, rojo de rabia, y chilló:
-Y éste, ¿ha venido a meterse aquí
él solo?
-Lo cacé sin aparejo -contestó
Aktanka. Basta con embadurnar un árbol con resina. Las aves se posan en el
árbol, se quedan pegadas, y no hay más que recogerlas y echarlas al caldero.
Li-Fu se quedó encantado. «¡Qué
bien! -pensó. Ahora echaré mano a todos los gansos y a todos los patos. ¡Menudo
negocio! Pero a Aktanka no le daré harina ni cereales ni tocino.»
El rico comerciante corrió a su
casa y mandó a su mujer a recoger resina al bosque. Recogió un tonel entero.
Entre los dos lo llevaron con gran esfuerzo hasta un monte donde crecían
árboles muy altos.
Li-Fu agarró un caldero de cobre,
lo llenó de resina y subió a un árbol con él. Según subía iba untando el árbol
de resina. Pero muy bien untado, para que se quedaran pegadas muchas aves.
Su mujer le gritó:
-¡Eh, Li-Fu, baja! Mira que vas a
asustar a las aves. ¿No ves que llega toda una bandada de gansos? ¡Y cómo están
de gordos! La grasa les cae goteando al río.
El comerciante se puso a bajar.
Pero el árbol estaba pegajoso. Y cuanto más bajaba, más espesa estaba la resina. Su mujer le
metía prisa:
-¡Baja, Li-Fu! Ya están cerca los
gansos...
Pero Li-Fu no podía moverse ya, ni
para arriba ni para abajo.
-¡No me puedo bajar! -le gritó a su
mujer. ¡Corta el árbol! Los gansos se posarán también en el árbol caído.
La mujer del rico empuñó el hacha,
¡y venga a pegarle hachazos al árbol con todas sus fuerzas!
-¡Date prisa! ¡Date prisa! -gritaba
Li-Fu. Mira que los gansos van a pasar de largo.
La mujer terminó por cortar el
árbol. Al caer, el árbol pegó contra el suelo y aplastó a Li-Fu, que seguía
pegado a él. Una rama que se desprendió le pegó a la mujer del rico comerciante
en la frente y fue a parar al tonel de resina.
El tonel se volcó, echó a rodar y
cayó al río con la mujer del estúpido y codicioso Li-Fu. No vamos a llorarla,
porque no era mejor que su marido.
En cuanto a Aktanka, fue a la casa
de Li-Fu, recuperó todo lo que le pertenecía -las redes, el arco, los lazos- y
desde entonces vivió tan a gusto de lo que cazaba y de lo que pescaba.
Y nadie intentaba ya quitarle lo suyo.
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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