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viernes, 26 de diciembre de 2014

El ricachon estupido

La riqueza no da inteligencia. Pero la avaricia le quita a la gente las entendederas...
A la orilla del Amur vivían dos hombres: el mercader nikano Li-Fu y el cazador nanayo Aktanka. Eran muy diferentes.
Aktanka pescaba, cazaba, había trabajado siempre, pero vivía pobremente. Li-Fu no sabía siquiera poner una flecha en el arco, era incapaz de distinguir un ortega de un garrulino, no había pescado nunca un pez, no sabía lo que era una red. Sólo sabía contar dinero y comerciar en su tienda. Vivía ricamente. Todo lo que Aktanka cazaba y pescaba se lo cambiaba por cereales y harina.
Li-Fu era un hombre ávido y poco honrado. Apuntaba en un libro muy grueso lo que recibía y lo que entregaba. Pero falsificaba las anotaciones y, como Aktanka era analfabeto, no podía llevar él cuenta de lo que le debía a Li-Fu.
Y resultaba que cuanto mayor era la caza de Aktanka, mas subía el precio de las mercancías de Li-Fu.
¡Nunca llegaba Aktanka a saldar su deuda!
Conque Li-Fu acudía diariamente a su casa y gritaba:
-¡Eh! ¿Qué haces ahí tumbado? Sal a cazar. Tienes que pagarme la deuda.
Una vez, Li-Fu se llevó las redes de Aktanka por su deuda. Tan estúpido se había vuelto el mercader de la avaricia, que ni siquiera comprendía que, sin redes, Aktanka no pescaría nada.
Aktanka se puso a pensar y se le ocurrió hacer unos lazos con tendones de alce y ajustó su arco apuntando a la senda por donde iba un jabalí al abrevadero. Conque fue el jabalí a beber agua, el arco se disparó y lo mató. Ya tenía una presa Aktanka.
Aktanka puso a hervir la carne.
Nada más olerlo, Li-Fu llegó corriendo. Manoteaba, pataleaba y le gritaba al cazador pegando con el dedo en su libro:
-¡Eh, tú! ¡Págame la deuda!
Aktanka le dio toda la carne. Pero a Li-Fu todavía le pareció poco: también se llevó el arco y los lazos. ¡Así mismo...! Ainká, la mujer de Aktanka, le dijo:
-¿Qué vamos a hacer ahora, señor Li-Fu? Sólo con las manos, no se puede cazar, no se puede obtener carne ni pieles.
Sin hacerle caso, Li-Fu arrambló con todo y se marchó. Ainká se quedó llorando.
-No te apures, mujer -le dijo Aktanka. Ya saldremos adelante.
Conque se puso a pensar hasta que se le ocurrió hacer un arco pequeño, de ramas de tejo, y con él se fue a la taigá.
Aktanka tenía muy buen ojo y la mano firme, de manera que, en cuanto soltaba una flecha, abatía un ave. Así cazó muchas. Las llevó a casa y Ainká se puso a asarlas.
En cuanto Li-Fu olió que algo estaba asándose en casa de Aktanka, allá fue con la cantinela de siempre:
-¡Págame la deuda!
Como Aktanka no podía pagársela, Li-Fu le quitó el arco, las flechas, las aves, y se marchó.
-i0y-oy-oy! -lloraba Ainká. ¿Cómo vamos a vivir ahora? -No llores, mujer -pidió Aktanka. Déjame pensar. Aktanka se puso a pensar, se pasó la noche entera pensando y se fumó casi todo el tabaco mientras pensaba. Por la mañana le dijo a su mujer:
-Ve a recoger resina.
Ainká se fue al bosque, recogió mucha resina de alerce y de abeto, la derritió y la mezcló toda.
Tomó Aktanka una chumashká de resina y se subió a un risco donde crecía un abeto muy alto.
Se subió hasta arriba del todo y miró en torno. Vio que venían bandadas de aves. Entonces empezó Aktanka a bajarse del árbol y, conforme descendía, untaba de resina las ramas y el tronco.
Bajaba un poco y untaba resina, bajaba un poco y untaba resina... Así untó todo el árbol y se fue a su casa a dormir. Por la mañana despertó a su mujer:
-¡Ve a recoger la caza, mujer!
Fue la mujer de Aktanka hasta aquel abeto y vio que todo el árbol estaba plagado de aves. Por la noche se habían posado allí para descansar y quedaron atrapadas en la resina. Agitaban las alas, pero no lograban soltarse. Ainká las recogió, volvió a su casa y se puso a guisarlas.
Li-Fu estaba acostado y soñaba con su dinero. De pronto notó que de casa de Aktanka llegaba olor a carne guisada. Se levantó de un salto y salió como loco, estremecido de codicia: le temblaban las manos, la coleta le azotaba la espalda, los zapatos se le caían de los pies y los faldones de la bata le subían por encima de las rodillas. Llegó jadeante a casa de Aktanka, señalando con el dedo en su librote.
-Tú no me pagas la deuda, pero comes carne, ¿eh? -gritó. Págame la deuda.
-No puedo, señor rico -contestó Aktanka. No puedo pagársela.
-Pues dame las redes.
-Yo no tengo redes -contestó Aktanka. Usted mismo me quitó todos los aparejos.
Li-Fu metió una mano en un caldero y sacó un pato. Nada más verlo, abrió unos ojos como platos, se puso a patalear, rojo de rabia, y chilló:
-Y éste, ¿ha venido a meterse aquí él solo?
-Lo cacé sin aparejo -contestó Aktanka. Basta con embadurnar un árbol con resina. Las aves se posan en el árbol, se quedan pegadas, y no hay más que recogerlas y echarlas al caldero.
Li-Fu se quedó encantado. «¡Qué bien! -pensó. Ahora echaré mano a todos los gansos y a todos los patos. ¡Menudo negocio! Pero a Aktanka no le daré harina ni cereales ni tocino.»
El rico comerciante corrió a su casa y mandó a su mujer a recoger resina al bosque. Recogió un tonel entero. Entre los dos lo llevaron con gran esfuerzo hasta un monte donde crecían árboles muy altos.
Li-Fu agarró un caldero de cobre, lo llenó de resina y subió a un árbol con él. Según subía iba untando el árbol de resina. Pero muy bien untado, para que se quedaran pegadas muchas aves.
Su mujer le gritó:
-¡Eh, Li-Fu, baja! Mira que vas a asustar a las aves. ¿No ves que llega toda una bandada de gansos? ¡Y cómo están de gordos! La grasa les cae goteando al río.
El comerciante se puso a bajar. Pero el árbol estaba pegajoso. Y cuanto más bajaba, más espesa estaba la resina. Su mujer le metía prisa:
-¡Baja, Li-Fu! Ya están cerca los gansos...
Pero Li-Fu no podía moverse ya, ni para arriba ni para abajo.
-¡No me puedo bajar! -le gritó a su mujer. ¡Corta el árbol! Los gansos se posarán también en el árbol caído.
La mujer del rico empuñó el hacha, ¡y venga a pegarle hachazos al árbol con todas sus fuerzas!
-¡Date prisa! ¡Date prisa! -gritaba Li-Fu. Mira que los gansos van a pasar de largo.
La mujer terminó por cortar el árbol. Al caer, el árbol pegó contra el suelo y aplastó a Li-Fu, que seguía pegado a él. Una rama que se desprendió le pegó a la mujer del rico comerciante en la frente y fue a parar al tonel de resina.
El tonel se volcó, echó a rodar y cayó al río con la mujer del estúpido y codicioso Li-Fu. No vamos a llorarla, porque no era mejor que su marido.
En cuanto a Aktanka, fue a la casa de Li-Fu, recuperó todo lo que le pertenecía -las redes, el arco, los lazos- y desde entonces vivió tan a gusto de lo que cazaba y de lo que pescaba.
Y nadie intentaba ya quitarle lo suyo.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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