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viernes, 26 de diciembre de 2014

De como intercambiaron sus patas los animales

Un día se encontraron la zorra y el alce.
-¿Qué hay de nuevo? -preguntó la zorra al alce.
-Nada de particular, vecina -contestó el alce. Ayer sí que estuve a punto de tener un percance: iba persiguiéndome un cazador, y se me engancharon las astas en unas ramas... Esto de tener las patas tan largas es un problema... ¿Y tú, qué tal vives? -preguntó el alce a la zorra.
-Pues mal, vecino -contestó la zorra. Me acechan los cazadores. Esto de tener las patas cortas es un problema: no puedo mirar a mi alrededor desde arriba.
Siguieron lamentándose de lo mal que lo pasaban y lo mal que estaba todo organizado en el mundo: el que necesitaba las patas largas las tenía cortas, y el que las necesitaba cortas las tenía largas.
Hasta que dijo la zorra:
-Oye, vecino, ¿y si intercambiáramos nuestras patas?
-Venga -contestó el alce.
Dicho y hecho.
La zorra miró a su alrededor: sobre aquellas patas tan largas veía hasta muy lejos. No se veía a nadie por allí. Corrió hacia un campamento con la idea de agarrar una gallina. Intentó deslizarse en un gallinero, pero las patas tan largas eran un estorbo. Metió una pata por una rendija para echarle la garra a alguna gallina, pero la pata de alce está rematada por una pezuña y no sirve para agarrar las presas. Suspiró la zorra y lamentó no tener sus patas, con aquellas garras afiladas, tan cómodas para sujetar la presa y desgarrarla. En esto salió alguien de la casa... La zorra escapó, asustada, y se quedó sin comer.
El alce, por su parte, resultaba tan bajito con las patas de la zorra, que pudo esconderse entre la hierba.
-¡Qué bien! -pensaba encantado. Ahora nadie me verá desde lejos.
Empezó a caminar despacito con las patas de zorra. Pronto sintió cansancio. Cansancio y hambre. Como siempre, levantó la cabeza para alimentarse con los brotes y las hojas de los árboles. Lo intentó una vez, lo intentó otra, pero no alcanzaba: tenía las patas demasiado cortas.
-¿Por qué cambiaría mis patas? -suspiró el alce. ¡Con lo buenas que eran, tan altas y tan recias! En cambio, éstas... Acabaré muriéndome de hambre.
Y rompió a llorar el alce.
De pronto oyó que alguien corría a toda velocidad por la taigá, partiendo ramas, pisoteando la leña seca. Quiso escapar el alce; ¿pero qué podía hacer con las patas tan cortas de zorra? Tropezó en una rama seca, se cayó y cerró los ojos. «Creo que ha llegado mi fin», pensó.
Pero en esto oyó que le llamaba la zorra:
-¡Eh, vecino! ¿Dónde estás?
-¡Aquí, aquí! -contestó el alce. ¿Eras tú la que armaba tanto ruido?
-¡Ay, sí! -contestó la zorra. Estas patas tuyas son un desastre. Quería deslizarme callandito, pero tus pezuñas rompen las ramas, meten ruido. ¡Por poco me ocurre un percance!
-Lo mismo me pasa a mí con tus patas -dijo el alce. Son muy cortas y débiles... Vamos a cambiar otra vez, vecina, ¿quieres?
Volvieron a cambiar de patas.
El alce pegó con sus pezuñas contra el suelo: ¡qué bien!
-Esto de que el alce tenga las patas recias y las pezuñas duras está muy bien pensado -dijo.
La zorra dio una carrera. ¡Qué estupendo! Las patas eran blandas, las garras afiladas, caminaba sin que se la oyera.
-Verdad -contestó al alce. Esto de que la zorra tenga las patas pequeñas y las garras afiladas está muy bien pensado. Se despidie-ron y cada cual tiró por su lado. Desde entonces, los animales no intercambian sus patas.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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