Erase un nanayo del linaje de los
Samaros llamado La. Tenía una hija a quien había puesto de nombre Ayoga. Era
Ayoga una niña muy linda. Todos la querían mucho. Alguien dijo que no había
nadie más bella que la hija de La, ni en aquel campamento ni en ningún otro.
Ayoga se puso muy ufana. Empezó a mirarse y se gustó tanto que no podía dejar
de contemplarse, unas veces en algún recipiente de cobre brillante y otras en
el agua.
Ayoga abandonó todas sus
ocupaciones. Estaba siempre contemplándose. Y se volvió perezosa.
Una vez le dijo su madre:
-Tráeme agua, Ayoga.
-Me puedo caer al río.
-Agárrate a alguna mata.
Ayoga
-Puede romperse la mata.
-Agárrate a una que sea fuerte.
-Me arañaré las manos...
Le dijo la madre a Ayoga:
-Ponte las manoplas.
-Se pueden desgarrar -contestó
Ayoga.
Y a todo esto no dejaba de
contemplarse en una vasija de cobre.
-Pues las coses luego con una
aguja.
-Puede romperse la aguja.
-Coge una gruesa -dijo la madre.
-Puedo pincharme en un dedo.
-Te pones un róudugui, un dedal de
cuero.
-Se puede agujerear el dedal
-replicó Ayoga, pero sin moverse de donde estaba.
En esto dijo una niña que vivía al
lado:
-Yo traeré agua, madre.
Fue la niña al río y trajo toda el
agua que necesitaba.
Entonces la madre de Ayoga preparó
la masa, hizo unas tortitas con flores de cerezo alisio y las coció sobre las
piedras del hogar.
Al ver las tortitas le gritó Ayoga
a su madre:
-Dame una tortita, madre.
-Están calientes. Puedes quemarte
las manos -contestó la madre.
-Me pondré las manoplas -contestó
Ayoga.
-Las manoplas están mojadas.
-Las secaré al sol.
-Se endurecerán.
-Las ablandaré con el mazo.
-Te dolerán las manos -dijo la
madre. ¿Qué necesidad tienes de trabajar y ponerte fea? Mejor será que le dé la
tortita a esta niña, que no teme estropearse las manos.
Y la madre de Ayoga le dio la
tortita a la otra niña.
Ayoga se puso furiosa. Fue al río
para contemplarse en el agua. La niña de los vecinos estaba sentada en la
orilla comiéndo se la
tortita. Ayoga no hacía más que mirar a la niña, y venga a mirarla,
tanto que se le puso el cuello larguísimo. La otra niña le dijo a Ayoga:
-Toma la tortita si quieres, Ayoga.
Te doy lo que queda. Aquello fue el colmo para Ayoga. Empezó a amenazar a la
niña agitando los brazos, con los dedos abiertos, toda blanca de la rabia:
¿cómo iba a comerse ella, con lo bonita que era, una tortita que otra había
mordido ya? Y tanto agitó los brazos, que se le convirtieron en alas.
-¡Yo no quiero nada-ga-ga-ga!
-gritó Ayoga.
Tan rabiosa estaba Ayoga que le
falló el pie, se cayó al agua y quedó convertida en oca. Iba nadando y gritaba:
-¡Qué guapa soy, go-go-go! ¡Yo soy
muy guapa, ga-ga-ga!
Y así anduvo hasta que se le olvidó
la lengua nanaya. Todas las palabras se le olvidaron.
Lo único que no olvidó fue su
nombre por temor a que, con lo bonita que era, la confundiesen con otra. Y en
cuanto veía a alguien, gritaba:
-Ay-oga-ga-ga! ¡Ay-oga-ga-ga!
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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