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viernes, 26 de diciembre de 2014

Ayoga

Erase un nanayo del linaje de los Samaros llamado La. Tenía una hija a quien había puesto de nombre Ayoga. Era Ayoga una niña muy linda. Todos la querían mucho. Alguien dijo que no había nadie más bella que la hija de La, ni en aquel campamento ni en ningún otro. Ayoga se puso muy ufana. Empezó a mirarse y se gustó tanto que no podía dejar de contemplarse, unas veces en algún recipiente de cobre brillante y otras en el agua.
Ayoga abandonó todas sus ocupaciones. Estaba siempre contemplándose. Y se volvió perezosa.
Una vez le dijo su madre:
-Tráeme agua, Ayoga.
-Me puedo caer al río.
-Agárrate a alguna mata.
Ayoga
-Puede romperse la mata.
-Agárrate a una que sea fuerte.
-Me arañaré las manos...
Le dijo la madre a Ayoga:
-Ponte las manoplas.
-Se pueden desgarrar -contestó Ayoga.
Y a todo esto no dejaba de contemplarse en una vasija de cobre.
-Pues las coses luego con una aguja.
-Puede romperse la aguja.
-Coge una gruesa -dijo la madre.
-Puedo pincharme en un dedo.
-Te pones un róudugui, un dedal de cuero.
-Se puede agujerear el dedal -replicó Ayoga, pero sin moverse de donde estaba.
En esto dijo una niña que vivía al lado:
-Yo traeré agua, madre.
Fue la niña al río y trajo toda el agua que necesitaba.
Entonces la madre de Ayoga preparó la masa, hizo unas tortitas con flores de cerezo alisio y las coció sobre las piedras del hogar.
Al ver las tortitas le gritó Ayoga a su madre:
-Dame una tortita, madre.
-Están calientes. Puedes quemarte las manos -contestó la madre.
-Me pondré las manoplas -contestó Ayoga.
-Las manoplas están mojadas.
-Las secaré al sol.
-Se endurecerán.
-Las ablandaré con el mazo.
-Te dolerán las manos -dijo la madre. ¿Qué necesidad tienes de trabajar y ponerte fea? Mejor será que le dé la tortita a esta niña, que no teme estropearse las manos.
Y la madre de Ayoga le dio la tortita a la otra niña.
Ayoga se puso furiosa. Fue al río para contemplarse en el agua. La niña de los vecinos estaba sentada en la orilla comiéndo se la tortita. Ayoga no hacía más que mirar a la niña, y venga a mirarla, tanto que se le puso el cuello larguísimo. La otra niña le dijo a Ayoga:
-Toma la tortita si quieres, Ayoga. Te doy lo que queda. Aquello fue el colmo para Ayoga. Empezó a amenazar a la niña agitando los brazos, con los dedos abiertos, toda blanca de la rabia: ¿cómo iba a comerse ella, con lo bonita que era, una tortita que otra había mordido ya? Y tanto agitó los brazos, que se le convirtieron en alas.
-¡Yo no quiero nada-ga-ga-ga! -gritó Ayoga.
Tan rabiosa estaba Ayoga que le falló el pie, se cayó al agua y quedó convertida en oca. Iba nadando y gritaba:
-¡Qué guapa soy, go-go-go! ¡Yo soy muy guapa, ga-ga-ga!
Y así anduvo hasta que se le olvidó la lengua nanaya. Todas las palabras se le olvidaron.
Lo único que no olvidó fue su nombre por temor a que, con lo bonita que era, la confundiesen con otra. Y en cuanto veía a alguien, gritaba:
-Ay-oga-ga-ga! ¡Ay-oga-ga-ga!

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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