Un hombre estúpido es mala cosa.
Pero, si además de estúpido es avaricioso, ya no hay por dónde cogerle. El
hombre estúpido y avaricioso no hará nada bueno, ni para él ni para los demás.
En un campamento había muchos
chiquillos. Les gustaba pelearse, echar carreras, luchar agarrados del cinto
para ver quién era el más fuerte.
Eran unos chicos magníficos, muy
ágiles. Todos los padres adoraban a sus hijos.
El chamán Chumboka también tenía un
hijo, que se llamaba Akimká. El chamán era rico. Vivía del engaño. Decía que
sabía muchas cosas; decía que trataba con los demonios y que tenía poderes para
hechizar a cualquier persona o para curarla. Cuando alguien enfermaba en el
campamento, llamaban al chamán. Llegaba Chumboka, miraba al enfermo y decía:
-Se ha metido un diablo dentro de
él. Yo conozco a ese diablo. Sé quién es. Hay que hacerle salir.
Agarraba su pandero y se ponía a
pegar en él y a dar vueltas y más vueltas alrededor de una hoguera que
encendía... Y, a todo esto, pronunciaba ciertas palabras como si estuviera
hablando con los demonios, ordenándoles que dejaran a aquel enfermo, que se
marcharan, y amenazándoles también... ¿Que sanaba el enfermo? El chamán decía:
-¿Estáis viendo? He echado a los
demonios. ¡Tengo mucha fuerza! Traedme presentes.
¿Que se moría el enfermo? El chamán
decía:
-Los presentes eran malos. La gente
no confiaba en mí. Por eso se han llevado los diablos al enfermo.
La gente temía al chamán. Le
llevaba toda clase de presentes. Había quien se privaba de las cosas para
ofrecérselas al chamán.
Chumboká llegó a juntar muchas
riquezas. Y estaba tan ufano. Andaba por el campamento con el ropón todo
grasiento de lo gordo que estaba y presumiendo que no había nadie como él.
Pero el hijo del chamán, Akimká,
era igual que todos los chicos: ni peor ni mejor. Al chamán le dio rabia de que
su hijo se pareciera a los demás. Decidido a que Akimká se diferenciara de los
otros, fue a ver al herrero y le llevó un trozo de oro.
-Escucha, herrero, hazme un anillo.
-¿Para qué necesitas tú un anillo,
y de oro además? -le preguntó el herrero al chamán.
-Para ponérselo a mi hijo al cuello
-dijo el chamán. Así se diferenciará Akimká de los demás y toda la gente verá
lo rico que es su padre.
-Haces mal en apartar a tu hijo de
los otros chicos -dijo el herrero.
El chamán se enfadó y dijo:
-Tú eres tonto. Eres tonto y te
atreves a darme consejos.
-¡Yo no soy tonto! -protestó el
herrero.
-Pues, si no lo eres -dijo el
chamán, adivina este acertijo: unos hombres blancos machacan y una mujer roja
remueve.
Por muchas vueltas que le dio, el
herrero no pudo sacar la
solución. Chumboka dijo, riéndose de él:
-¿Ves tú? Ni siquiera eres capaz de
adivinar un acertijo tan sencillo. Son los dientes y la lengua, hombre.
El herrero no contestó. Hizo el
anillo y se lo dio al chamán. Chumboka fue a su casa. Le puso el anillo al
cuello a su hijo y le prohibió que se juntara con los demás chicos.
Akimká andaba solito por el
campamento. El anillo que llevaba al cuello resplandecía y Chumboka estaba
encantado: ahora verían todos que el padre de Akimká no era un cualquiera.
El tiempo iba pasando.
Akimká crecía. Se le olvidaron los
juegos de niños, le daba pereza correr. Se había puesto muy gordo. El anillo se
había quedado estrecho, le apretaba el cuello. Akimká se quejaba:
-¡Padre, quítame el anillo!
Chumboka empezó a darle vueltas al
anillo para ver si lograba quitárselo, pero no le fue posible: Akimká había
crecido. Respiraba mal, jadeaba. La madre le dijo a Chumboka:
-Rompe el anillo.
Chumboka pegó un respingo.
-¿Qué dices? -protestó. ¡Valiente
ocurrencia! Ese anillo es un objeto caro. Si lo rompo, lo echaré a perder.
Akimká respira mal porque aquí hay mucha gente corriente y el aire se vicia.
Llevaremos a Akimká a un monte.
En el monte continuaba Akimká
respirando mal.
A Chumboka casi se le saltaban las
lágrimas de pena al ver a su hijo. Pero todavía le daba más pena estropear el
anillo.
El herrero vino una vez a ver al
chamán y le preguntó:
-Y ahora, ¿cuál de nosotros es el
estúpido?
-¡Tú, y nada más que tú! -gritó
Chumboka.
-Bueno, pues si tan listo eres,
adivina esto: ¿qué será, ay, que será, un puchero sin fondo y nunca lo tendrá?
Se quedó pensando el chamán.
-¡Eh, valiente adivinanza! -exclamó
luego. Un puchero sin fondo es un agujero en el hielo del río.
-Pues, no has acertado Chumboká
-contestó el herrero. El caldero sin fondo es tu avaricia. Por mucho que se le
eche al caldero, siempre estará sin fondo... ¡Sierra el aro que lleva tu hijo!
-¡Quita, quita! -gritó el chamán.
¡Estropear una cosa así!
El herrero le escupió a Chumboka a
los ojos y se marchó.
En cuanto a Akimká, el hijo del
chamán, murió con su aro de oro al cuello. El aire puro del monte tampoco le
sirvió de nada.
Al ver a su hijo muerto estalló en
sollozos Chumboka. Pero era tarde. Nada podría hacer volver a Akimká.
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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