Los Beldí son, entre los nanayos,
los más valientes. De los Beldí se decía que no había gente más pendenciera.
Para los Beldí, lo primero de todo era andar a la gresca. ¡Cuántas veces fueron
contra los vecinos! De modo que salían de una pelea para entrar en otra.
¡Y no digamos si en algún sitio
mataban a un Beldí! La venganza, ya se sabe, era de sangre por sangre. Sólo
que, en las otras tribus, un muerto era vengado por un pariente. Cuando se
trataba de un Beldí, ¡allí iban todos! Y, como eran muchos, a la menor
confusión no mataban a un enemigo sino a varios por cada uno de los suyos.
Entonces, los otros también se vengaban.
Y así estaban siempre los Beldí: o
en campaña, o asediados.
Ya les faltaba tiempo para ir a la
caza de animales o para pescar en el río... ¡Todo eran peleas y más peleas!
Un niño Beldí estaba en la cuna y
ya empuñaba el arco de guerra.
Las niñas, desde pequeñas, en
cuanto oían alboroto en la calle se escondían debajo de las yacijas.
Y no había nada que hacer con
ellos:
-Somos del linaje de los tigres
-decían.
Los Beldí se habían acostumbrado
tanto a guerrear que, cuando no había pelea, andaban desconcertados, sin saber
en qué emplearse.
Una vez nacieron dos mellizos en la
familia de un nanayo Beldí. Toda la tribu lo celebró. Porque ya se sabe que, si
a alguien le nacen mellizos, la tribu entera gozará de gran felicidad. Así
decían los ancianos. Y también decían que se debe honrar a los mellizos. Conque
toda la tribu honraba a los mellizos, se preocupaba de ellos. Les dieron buenos
nombres: a uno le llamaron Udoga y al otro Chubak.
De manera que los Baldí honraban a
los mellizos, les pedían consejo. iY de las mujeres, no hablemos! En ocasiones
no quedaban en el campamento más hombres que los mellizos. Aún eran pequeños,
no participaban en las campañas, y se quedaban en casa, sentados en una yacija,
jugando con algún cuchillito. Los mellizos eran muy listos, todo lo sabían.
En cuanto ocurría algo, acudían las
mujeres a preguntarles qué hacer.
Llegaba una y les decía a Udoga y a
Chubak que había oído cantar a un cuclillo en sueños.
-¿Qué voz tenía el cuclillo?
-preguntaban los mellizos.
-Una voz ronca -contestaba la
mujer. -Eso es augurio de muerte -decía Udoga.
Las mujeres se ponían a llorar.
Pasaba algún tiempo, los Beldí volvían de su campaña de turno trayendo unos
cuantos muertos envueltos en esteras.
Acudían las mujeres a los mellizos
en otoño.
-¿Habrá mucho pescado este año?
-preguntaban.
-Traedme un pájaro migratorio -decía
Chubak. Traían el pájaro y Chubak decía después de mirarlo: -Está gordo. Habrá
muchos peces.
En invierno les preguntaban a Udoga
y Chubak:
-Las cabañas de pesca, ¿las ponemos
en sitio alto o en sitio bajo?
-La luna anda ahora baja
-contestaba Chubak. Colocad las cabañas en sitio alto porque habrá una gran
crecida.
Así vivían los mellizos, creciendo
poco a poco...
En esto sucedió otro percance.
Acababan de regresar los Beldí de una campaña cuando un Zaxulí robó un turón
que había caído en una trampa de los Beldí.
Los Beldí armaron un gran alboroto,
empezaron a ir de un lado para otro, a preparar las jabalinas, a afilar los
cuchillos y fabricar flechas. Acudieron las mujeres a los mellizos, llorando,
gritando que por un turón no merecía la pena guerrear. ¡Cada año iban quedando
menos hombres en el campamento!
En esto llegaron también los
hombres a pedirles consejo a los mellizos.
Habló Chubak, empuñando su arco de
guerra:
-¡La afrenta es grave! Que nos
robasen una marta cebellina de una trampa, se podría comprender. Una marta vale
mucho dinero. Con ese dinero, el hombre se puede comprar comida. Con ese
dinero, el hombre se puede comprar ropa. O sea, que la necesidad le ha obligado
a llevarse la marta. Y
al que es pobre, hay que ayudarle. Pero un turón es un animal que vale muy
poco. Con lo que dan por su piel no se puede comprar ropa ni se puede comprar
comida... O sea, que lo han robado por travesura... No nos consideran personas.
Se piensan que no somos capaces de defendernos. Puesto que se han llevado una nimiedad,
es que nos tienen por muertos, es igual que si nos hubieran matado. ¡Hay que
guerrear!
Habló Udoga con la jabalina en la
mano:
-¡Hay que luchar contra los Zaxulí.
Hay que matarlos a todos. Los Zaxulí nos han robado un turón: son malas
gentes... Antes de partir, hagamos la promesa de no comer ni beber nada de lo
que da su tierra.
Las mujeres se pusieron tristes al
ver que también los mellizos querían pelear y la cosa no tenía ya remedio.
Prepararon provisiones para los hombres: cocieron tortitas, curaron pescado y
carne, trajeron raíces de saraná.
Y allá fueron los Beldí a guerrear.
Se echaron a la espalda los
zurrones de comida, se colgaron del cuello las vasijas de agua. Caminaban
resoplando porque aquello pesaba mucho, y cuanto más caminaban más se
enfadaban: ¡cuidado que eran malas personas esos Zaxulí! Además de tener que ir
a hacerles la guerra, había que llevar a cuestas todo aquel peso.
Cruzaron tres ríos y cruzaron tres
lagos. Vieron a unas mujeres Zaxulí recogiendo airelas. Chubak las llamó.
-Id y decid a los Zaxulí que los
vamos a matar a todos, que no se va a salvar ni uno.
Los Beldí protestaron asustados:
-¿Para qué les has dicho eso? Ahora
estarán preparados. ¿Cómo vamos a correr detrás de ellos con las vasijas del
agua y los zurrones?
Chúbak no contestó.
Aquellas mujeres volvieron
corriendo a la aldea. Se
lo contaron todo a sus maridos, a sus hermanos, y éstos se acantonaron en sus
casas. ¿En qué otro lugar podían esconderse de los Beldí? Conque allí estaban,
sin dejarse ver. Se aproximaron los Beldí a la aldea y se quedaron al acecho de
los Zaxulí.
En cuanto a las mujeres de la
aldea, andaba por allí, como rebuscando entre la hierba y las matas con unos
palos y, de paso, les atizaban a uno u otro Beldí un estacazo que les hacía ver
las estrellas. Los Beldí no decían nada, se aguantaban y procuraban alejarse de
las mujeres sin enfadarse, porque a las mujeres no se las puede molestar.
Los Zaxulí seguían en sus casas,
asustados.
Los Beldí seguían entre los
matorrales acechando a sus enemigos, sin dejarles ir de pesca o de caza.
Mientras no les faltaron el agua ni
la comida, los Beldí estaban muy engallados.
Pero se acabó el agua. Los Beldí
seguían allí, aguantando. Dijo Chubak:
-Ahora queda poco que esperar. Los
Zaxulí se van a morir de miedo.
A los Beldí se les terminó el agua.
Seguían allí, aguantando. Dijo Udoga:
-Bueno, ahora queda muy poco que
esperar.
A los Beldí se les acabó la paciencia. Seguían
allí, rezongando contra la guerra de ese género, tan delgados que se les caían
las jabalinas de las manos.
Tampoco los Zaxulí se encontraban
mejor, encerrados en sus casas y pasando hambre.
Llegó un momento en que no
aguantaron más y enviaron a un anciano a hablar con los Beldí. El hombre tomó
un báculo que tenía un rostro humano tallado y echó a andar. Conforme caminaba
se tambaleaba del viento.
Los Beldí no tenían mejor aspecto:
estaban tan flacos como un oso en primavera.
El anciano habló de llegar a un
acuerdo amistoso. Se pusieron a discutir.
Los mellizos le dijeron a aquel
honorable anciano:.
-El agravio que nos habéis hecho es
muy grande. Por eso os exigiremos una baitá también grande. Nunca había pagado
nadie una multa así.
El anciano se echó a temblar
preguntándose cómo podrían pagar los Zaxulí, que eran muy pobres, una multa
grande.
Cuentos del río Amur
Dijo Chubak:
-¡Muy grande, sí! Un caldero, una
jabalina y un pañuelo para enjugar la vergüenza del rostro.
Los Beldí se quedaron pasmados de
la sorpresa. ¡Pues vaya una baitá!
¿Merecía la pena pasar hambre y sed
por tan poca cosa? ¿Merecía la pena ir a guerrear por tan poca cosa?
Ahora, ya, sólo pensaban en una
cosa: llegar cuanto antes a casa para comer y beber hasta hartarse.
Los Zaxulí, encantados, pagaron
inmediatamente la baitá.
Además, concedieron por esposas a
dos bellas muchachas para que se casaran con Udoga y con Chubak, emparentar así
con los Beldí y no pelear nunca más.
Los Beldí aceptaron las muchachas y
salieron disparados hacia sus casas a una velocidad inconcebible, dado el
estado de debilidad en que se encontraban. Por fin llegaron, y las mujeres,
¡venga a preguntarles cómo había sido la guerra!
-¡Huy! ¡Espantosa! La guerra más
terrible. Nunca ha habido nada igual.
Se pusieron a beber los Beldí y
estuvieron bebiendo tres días seguidos. Todo un lago se bebieron. Y lo agotaron
tanto, que no ha vuelto a tener agua. Se pusieron los Beldí a comer y se
pasaron tres días comiendo. Se lo comieron todo, incluso los ropones de piel de
alce.
Desde entonces no pelearon ya entre
ellos, sino que arreglaron todos los asuntos por las buenas.
Gracias a Udoga y a Chubak que les
hicieron sentar la cabeza.
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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