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viernes, 26 de diciembre de 2014

De como dejaron de pelear los beldi

Los Beldí son, entre los nanayos, los más valientes. De los Beldí se decía que no había gente más pendenciera. Para los Beldí, lo primero de todo era andar a la gresca. ¡Cuántas veces fueron contra los vecinos! De modo que salían de una pelea para entrar en otra.
¡Y no digamos si en algún sitio mataban a un Beldí! La venganza, ya se sabe, era de sangre por sangre. Sólo que, en las otras tribus, un muerto era vengado por un pariente. Cuando se trataba de un Beldí, ¡allí iban todos! Y, como eran muchos, a la menor confusión no mataban a un enemigo sino a varios por cada uno de los suyos. Entonces, los otros también se vengaban.
Y así estaban siempre los Beldí: o en campaña, o asediados.
Ya les faltaba tiempo para ir a la caza de animales o para pescar en el río... ¡Todo eran peleas y más peleas!
Un niño Beldí estaba en la cuna y ya empuñaba el arco de guerra.
Las niñas, desde pequeñas, en cuanto oían alboroto en la calle se escondían debajo de las yacijas.
Y no había nada que hacer con ellos:
-Somos del linaje de los tigres -decían.
Los Beldí se habían acostumbrado tanto a guerrear que, cuando no había pelea, andaban desconcertados, sin saber en qué emplearse.
Una vez nacieron dos mellizos en la familia de un nanayo Beldí. Toda la tribu lo celebró. Porque ya se sabe que, si a alguien le nacen mellizos, la tribu entera gozará de gran felicidad. Así decían los ancianos. Y también decían que se debe honrar a los mellizos. Conque toda la tribu honraba a los mellizos, se preocupaba de ellos. Les dieron buenos nombres: a uno le llamaron Udoga y al otro Chubak.
De manera que los Baldí honraban a los mellizos, les pedían consejo. iY de las mujeres, no hablemos! En ocasiones no quedaban en el campamento más hombres que los mellizos. Aún eran pequeños, no participaban en las campañas, y se quedaban en casa, sentados en una yacija, jugando con algún cuchillito. Los mellizos eran muy listos, todo lo sabían.
En cuanto ocurría algo, acudían las mujeres a preguntarles qué hacer.
Llegaba una y les decía a Udoga y a Chubak que había oído cantar a un cuclillo en sueños.
-¿Qué voz tenía el cuclillo? -preguntaban los mellizos.
-Una voz ronca -contestaba la mujer. -Eso es augurio de muerte -decía Udoga.
Las mujeres se ponían a llorar. Pasaba algún tiempo, los Beldí volvían de su campaña de turno trayendo unos cuantos muertos envueltos en esteras.
Acudían las mujeres a los mellizos en otoño.
-¿Habrá mucho pescado este año? -preguntaban.
-Traedme un pájaro migratorio -decía Chubak. Traían el pájaro y Chubak decía después de mirarlo: -Está gordo. Habrá muchos peces.
En invierno les preguntaban a Udoga y Chubak:
-Las cabañas de pesca, ¿las ponemos en sitio alto o en sitio bajo?
-La luna anda ahora baja -contestaba Chubak. Colocad las cabañas en sitio alto porque habrá una gran crecida.
Así vivían los mellizos, creciendo poco a poco...
En esto sucedió otro percance. Acababan de regresar los Beldí de una campaña cuando un Zaxulí robó un turón que había caído en una trampa de los Beldí.
Los Beldí armaron un gran alboroto, empezaron a ir de un lado para otro, a preparar las jabalinas, a afilar los cuchillos y fabricar flechas. Acudieron las mujeres a los mellizos, llorando, gritando que por un turón no merecía la pena guerrear. ¡Cada año iban quedando menos hombres en el campamento!
En esto llegaron también los hombres a pedirles consejo a los mellizos.
Habló Chubak, empuñando su arco de guerra:
-¡La afrenta es grave! Que nos robasen una marta cebellina de una trampa, se podría comprender. Una marta vale mucho dinero. Con ese dinero, el hombre se puede comprar comida. Con ese dinero, el hombre se puede comprar ropa. O sea, que la necesidad le ha obligado a llevarse la marta. Y al que es pobre, hay que ayudarle. Pero un turón es un animal que vale muy poco. Con lo que dan por su piel no se puede comprar ropa ni se puede comprar comida... O sea, que lo han robado por travesura... No nos consideran personas. Se piensan que no somos capaces de defendernos. Puesto que se han llevado una nimiedad, es que nos tienen por muertos, es igual que si nos hubieran matado. ¡Hay que guerrear!
Habló Udoga con la jabalina en la mano:
-¡Hay que luchar contra los Zaxulí. Hay que matarlos a todos. Los Zaxulí nos han robado un turón: son malas gentes... Antes de partir, hagamos la promesa de no comer ni beber nada de lo que da su tierra.
Las mujeres se pusieron tristes al ver que también los mellizos querían pelear y la cosa no tenía ya remedio. Prepararon provisiones para los hombres: cocieron tortitas, curaron pescado y carne, trajeron raíces de saraná.
Y allá fueron los Beldí a guerrear.
Se echaron a la espalda los zurrones de comida, se colgaron del cuello las vasijas de agua. Caminaban resoplando porque aquello pesaba mucho, y cuanto más caminaban más se enfadaban: ¡cuidado que eran malas personas esos Zaxulí! Además de tener que ir a hacerles la guerra, había que llevar a cuestas todo aquel peso.
Cruzaron tres ríos y cruzaron tres lagos. Vieron a unas mujeres Zaxulí recogiendo airelas. Chubak las llamó.
-Id y decid a los Zaxulí que los vamos a matar a todos, que no se va a salvar ni uno.
Los Beldí protestaron asustados:
-¿Para qué les has dicho eso? Ahora estarán preparados. ¿Cómo vamos a correr detrás de ellos con las vasijas del agua y los zurrones?
Chúbak no contestó.
Aquellas mujeres volvieron corriendo a la aldea. Se lo contaron todo a sus maridos, a sus hermanos, y éstos se acantonaron en sus casas. ¿En qué otro lugar podían esconderse de los Beldí? Conque allí estaban, sin dejarse ver. Se aproximaron los Beldí a la aldea y se quedaron al acecho de los Zaxulí.
En cuanto a las mujeres de la aldea, andaba por allí, como rebuscando entre la hierba y las matas con unos palos y, de paso, les atizaban a uno u otro Beldí un estacazo que les hacía ver las estrellas. Los Beldí no decían nada, se aguantaban y procuraban alejarse de las mujeres sin enfadarse, porque a las mujeres no se las puede molestar.
Los Zaxulí seguían en sus casas, asustados.
Los Beldí seguían entre los matorrales acechando a sus enemigos, sin dejarles ir de pesca o de caza.
Mientras no les faltaron el agua ni la comida, los Beldí estaban muy engallados.
Pero se acabó el agua. Los Beldí seguían allí, aguantando. Dijo Chubak:
-Ahora queda poco que esperar. Los Zaxulí se van a morir de miedo.
A los Beldí se les terminó el agua. Seguían allí, aguantando. Dijo Udoga:
-Bueno, ahora queda muy poco que esperar.
A los Beldí se les acabó la paciencia. Seguían allí, rezongando contra la guerra de ese género, tan delgados que se les caían las jabalinas de las manos.
Tampoco los Zaxulí se encontraban mejor, encerrados en sus casas y pasando hambre.
Llegó un momento en que no aguantaron más y enviaron a un anciano a hablar con los Beldí. El hombre tomó un báculo que tenía un rostro humano tallado y echó a andar. Conforme caminaba se tambaleaba del viento.
Los Beldí no tenían mejor aspecto: estaban tan flacos como un oso en primavera.
El anciano habló de llegar a un acuerdo amistoso. Se pusieron a discutir.
Los mellizos le dijeron a aquel honorable anciano:.
-El agravio que nos habéis hecho es muy grande. Por eso os exigiremos una baitá también grande. Nunca había pagado nadie una multa así.
El anciano se echó a temblar preguntándose cómo podrían pagar los Zaxulí, que eran muy pobres, una multa grande.
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Dijo Chubak:
-¡Muy grande, sí! Un caldero, una jabalina y un pañuelo para enjugar la vergüenza del rostro.
Los Beldí se quedaron pasmados de la sorpresa. ¡Pues vaya una baitá!
¿Merecía la pena pasar hambre y sed por tan poca cosa? ¿Merecía la pena ir a guerrear por tan poca cosa?
Ahora, ya, sólo pensaban en una cosa: llegar cuanto antes a casa para comer y beber hasta hartarse.
Los Zaxulí, encantados, pagaron inmediatamente la baitá.
Además, concedieron por esposas a dos bellas muchachas para que se casaran con Udoga y con Chubak, emparentar así con los Beldí y no pelear nunca más.
Los Beldí aceptaron las muchachas y salieron disparados hacia sus casas a una velocidad inconcebible, dado el estado de debilidad en que se encontraban. Por fin llegaron, y las mujeres, ¡venga a preguntarles cómo había sido la guerra!
-¡Huy! ¡Espantosa! La guerra más terrible. Nunca ha habido nada igual.
Se pusieron a beber los Beldí y estuvieron bebiendo tres días seguidos. Todo un lago se bebieron. Y lo agotaron tanto, que no ha vuelto a tener agua. Se pusieron los Beldí a comer y se pasaron tres días comiendo. Se lo comieron todo, incluso los ropones de piel de alce.
Desde entonces no pelearon ya entre ellos, sino que arreglaron todos los asuntos por las buenas.
Gracias a Udoga y a Chubak que les hicieron sentar la cabeza.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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