Translate

viernes, 26 de diciembre de 2014

Las hadas

Erase una vez una viuda que tenía dos hijas: la mayor se le parecía tanto en el carácter y en el sem­blante que quien la veía, veía a la madre. Eran las dos tan desagradables y tan orgullosas, que no se podía vivir con ellas. La menor, que era el vivo retra­to de su padre por la dulzura y por la cortesía, era además una de las más bellas jóvenes que podían verse. Como se suele amar naturalmente al que se nos parece, aquella madre estaba loca por su hija mayor y sentía al mismo tiempo una aversión horri­ble hacia la menor. La hacía comer en la cocina y trabajar sin cesar.
Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que ir dos veces al día a sacar agua a más de media legua de su casa y traer un gran cántaro lleno. Un día, estando en la fuente, se le acercó una pobre mujer que le rogó que le diera de beber.
-Sí, por cierto, buena mujer -dijo la hermosa jo­ven, y enjuagando enseguida el cántaro, sacó agua del lugar más claro de la fuente y se la ofreció, sin dejar de sostener el cántaro para que pudiera beber a gusto.
La buena mujer, después de beber, le dijo:
-Sois tan hermosa, tan buena y tan cortés, que no puedo dejar de concederos un don (pues era un Hada que había tomado la forma de una pobre cam­pesina, para ver hasta dónde llegaría la amabilidad de aquella joven). Os concedo un don -prosiguió el Hada- que a cada palabra que digáis, salga de vues­tra boca una flor o una piedra preciosa.
Cuando la hermosa joven llegó a su casa, su ma­dre la regañó por venir tan tarde de la fuente.
-Os pido perdón, madre -dijo la pobre niña­por haber tardado tanto.
Y al decir esto, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos gruesos diamantes.
-¡Qué es lo que veo! -dijo la madre muy asom­brada, me parece que le salen de la boca perlas y diamantes. ¿Cómo es eso, hija mía? (Era la primera vez que la llamaba hija.)
La pobre niña le contó con la mayor sencillez todo lo que le había sucedido, sin dejar de echar una in­finidad de diamantes.
-En verdad -dijo la madre- que tengo que man­dar a mi hija allí. Fijaos, Fanchon, mirad lo que sale de la boca de vuestra hermana cuando habla. ¿No os agradaría tener el mismo don? No tenéis más que ir a sacar agua a la fuente, y cuando una pobre mujer os pida agua, dádsela amablemente.
-¡Era lo que me faltaba, ir a la fuente! -respon­dió con grosería.
-¡Pero yo quiero que vayáis -prosiguió la ma­dre- y además ahora mismo!
Ella fue, pero a regañadientes. Cogió el frasco de plata más bonito que había en la casa. En cuanto llegó a la fuente vio salir del bosque a una dama mag­níficamente vestida que vino a pedirle de beber. Era la misma Hada que se le había aparecido a su her­mana, pero que había tomado el aspecto y los vesti­dos de una Princesa, para ver hasta dónde llegaría la descortesía de aquella joven.
-¿Creéis que he venido aquí -le respondió aque­lla grosera orgullosa- para daros de beber? ¡Sí, pre­cisamente he traído un frasco de plata para dar de beber a la señora! ¡Me parece que tendréis que be­ber a chorro si queréis!
-Sois poco amable -repuso el Hada sin enfadar­se, pues bien, ya que sois tan poco complaciente, os concedo el don de que a cada palabra que digáis, os salga de la boca una serpiente o un sapo.
En cuanto la vio su madre, le gritó:
-¿Qué hay, hija?
-¿Qué hay, madre? -le respondió la grosera, echando dos víboras y dos sapos.
-¡Oh, cielos! -exclamó la madre- ¿Qué veo? Su hermana es la causante de todo, me las pagará- y enseguida corrió para pegarle.
La pobre niña huyó y fue a ponerse a salvo en el bosque cercano.
El hijo del Rey, que volvía de caza, se encontró con ella y viéndola tan hermosa, le preguntó qué hacía allí sola y por qué lloraba.
-¡Ay, Señor! Mi madre me ha echado de casa.
El hijo del Rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que le dijera de dónde venía aquello.
Ella le contó toda su aventura. El hijo del Rey se enamoró de ella y, considerando que tal don valía más que todo lo que pudiera aportar otra al matrimo­nio, la llevó al palacio del Rey, su padre, donde se casó con ella.
En cuanto a su hermana se hizo tan aborrecible, que hasta su propia madre la echó de casa, y la infe­liz, después de correr mucho sin encontrar a nadie que quisiera recibirla, se fue a morir a un rincón del bosque.

MORALEJA

Los diamantes y las pistolas[1] tienen gran poder so­bre el espíritu: sin embargo, las dulces palabras tie­nen más fuerza y son de mayor precio.

OTRA MORALEJA

La cortesía requiere buen cuidado y exige afabili­dad; pero tarde o temprano tiene su recompensa, a veces en menos tiempo de lo que se piensa.

1.026. Perrault (Charles) - 074


[1] Moneda antigua francesa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario