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miércoles, 19 de junio de 2013

¿Yo pequé?

El alma asturiana, no es el espíritu burlón que ríe entre carcajadas banales.  Por  el  contrario,  es  el  ente  magnífico  que,  vive  hasta  el frenesí,  el  drama  y  tal  vez  tragedia,  de  quien  ha  nacido,  fiel  a  la maldición bíblica, para vivir con el sudor de la frente, cara a cara a la vida,  llena  de  sinsabores,  luchas  y  sacrificios;  pero,  sin  una renunciación al espíritu que dicta la corrección del yerro, del "mea culpa".
Por eso...
Arrastrándose sobre un camino pedregoso, marchaba lentamente y arrodillada, una mujer. Gruesas gotas de sudor, sucio de polvo y lágrimas, dibujaban en su rostro, bellamente joven, el cruel estigma del sufrimiento.
Era al fílo de la medianoche.  ¡Hora magnífica, lo mismo de cuentos de hadas, que de fantasmas de Shakespeare! Un  rayo de luna,  atravesó  luminoso  las  ramas  entrelazadas  de  los  múltiples árboles de la floresta, para ir a nimbar misericordiosamente, el rostro de  aquella  incógnita  mujer  que,  fantasmagóricamente  -luces  de estrellas  y  de  ojos  negros-  gemía  monte  adelante  en  pos  de  una meta, final del sacrificio.
Diríase, que en medio de la inmensidad sobrecogedora de la noche, marchaba sola; no obstante, el leve quejido de una criatura, delató la existencia de otra vida,
-¡Calla, calla, hija mía! ¡Los "remedios" aún esán a una legua...!
¡Magnífica luna, que tantas cosas sabes de santos y de locos! Mas ingrata,  se  ocultó  tras  una  nube  plúmbea  que,  honrada  hasta  la exageración, quiso vestir con las gases del pudor, la verdad de quien todo lo hace con el púdico desnudo de la sinceridad. Y al ocultarse la Luna,  reina  luminosa  del  firmamento,  cubrió  de  sombras,  la  hora precisa de aquel instante.
Aquella sombra silente -dos en una vida- hallábase en la falda de la  loma  Cortina,  adivinándose  el  frente,  el  Monte  Areo,  que, difuminaba  -no  ocultaba,  -con  el  negro  tul  de  la  noche,  el  orgullo perenne de haber sido Calzada romana, por donde la vanidad de los Césares, habían desafiado en sus carros de combate, el poderío del mundo entero.
Después vino el alba.  Era un amanecer placido de Setiembre.
Sobre la cumbre del noble monte Aleo, la aurora rosada y alegre, besó la maravilla inconfundible del Valle de Carreño. Los gallos vocingleros,  anunciaban  presuntuosos  la  gloria  del  amanecer, mientras las campanas del Templo campesino, conmovían a la aldea con  el  feliz  anuncio  de  que  Dios  estaba  y  concedía  más  vida.
¡Maravilloso  despertar  de  un  poblado,  cuando  los  mirlos  peinan coquetuelos  las  alas,  bruñendo  su  pico  dorado  en  la  suavidad aterciopelada de las hojas de abedul! Sobre la aldea, flota el aroma de pan tierno en la masera y los campesinos madrugadores acarician sus reses,  mansas  en  el  establo.  Contemplaba  el  monte  Arco, tendido a la rosa de todos los vientos, la policromía inimitable del concejo de Carreño, con sus árboles próceres, su veaas ubérrimas, sus ríos de aguas purísimas y plácido discurrir, cantando de continuo la  endecha  de  fecundidad,  pródigamente  ofrecida  a  estas paradisíacas tierras carreñenses.
¡No en vano dicen que Murillo, saturó en esta Comarca de colores sus  pinceles,  y  que,  Salcillo,  copió,  en  la  fecundidad  de  sus creaciones, el modelo que Dios aquí había ocultado!
Llegaron las horas tempranas del día. Tal una oración de gracias, quizá  grito  de  júbilo  o  campanil  repique  de  gloria,  estremeció  al Valle, el dulce son de una gaita. ¡Toque de alborada en día de fiesta!
¡Gloria de la tradición inveterada, en la adoración al Santo!
Entonces  los  viejos,  tan  llenos  de  años,  como  de  achaques  y nostalgias, saltan del lecho al conjuro del ascentral instrumento, que les habla con su cadencia chillona, de niñez y juventud, amoríos y mortajas.
-¡Gaitero! ¡Toca, toca, hasta reventar en "mío" quintana! ¡Bendita alborada, no te vayas! ¡Toca, gaitero!
Mas el gaitero se va. Ordénale la tradición que, antes de la misa solemne,  ha  de  visitar  una  por  una,  las  casas  del  pueblo.  El,  va ufano,  satisfecho  de  la  magnífica  importancia  de  su  persona, mientras los ancianos que, rejuvenecidos habían saltado del lecho, le siguen con la mirada, mohinos, maltrechos, llorosos. ¡Quién sabe, si será la última alborada!
   Mientras tanto, aquella mujer enlutada, que misericordiosamente el  rayo  de  luna  besó,  seguía  adelante  en  el  lento  peregrinaje  de rodillas.
-iHala! ¡Hala! ¡No gimas hija mía! La Misa es a las doce y hemos de llegar, iHala! ¡Hala! Es mi promesa...
Era  una  mujer  hermosa  de  no  más  de  veinte  años:  El  rostro moreno de campesina sana, era todo envuelto por la luz de sus ojos negros. Cabeza y hombros, iban ocultos por una manta oscura de largos  flecos,  que  a  su  vez  resguardaba  la  diminuta  figura  de  la criatura.  ¡Ambas seguían adelante!  ¡Era una promesa!  La  sangre manando de las rodillas maltrechas, escribía sobre los guijarros de los montes y sobre el césped de la pradera, el poema heroico más sublime  que  fuera  capaz  de  concebir  y  expresar,  el  más  excelso poeta.
Hubo momentos en su peregrinar, que extenuada, besaba el suelo con el rostro. Entonces, de espaldas, tumbábase en el campo y, de su  pecho  recio  de  mujer  jóven,  donaba  a  aquel  ser  en  embrión, néctar de vida que era su propia sangre.
Pero...
-¡Adelante hija! ¡Los "Remedios" están cerca! ¿Qué importa que mis carnes queden por el camino, sí a quien tú debes la vida, ha arrojado a tu madre en el arroyo?
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
La Virgen bendita de los "Remedios", hermosa hasta la excelsitud por la magnitud de sus bondades, brillaba al sol como un diamante.
Erguida,  gallarda,  maravillosa,  era  portada  en  andas,  por  cuatro mozarrones  de  la  aldea  y,  seguida  procesionalmente  por  miles  de fieles,  romeros  de  toda  Asturias,  que,  conmovidos  entonaban  las estrofas de su himno:
¡Virgen de los Remedios Compasiva!
¡Compasiva! Eso decían aquellos marineros descalzos, que desde lejanos  puertos  arribaran  al  Santuario,  para  agradecerle  la intercesión  en  la  hora  trágica  del  naufragio,  ¡Compasiva!  Así pregonaban  aquellas  madres  irguiendo  en  alto,  el  hijo  de  sus entrañas,  salvado  por  la  Señora,  cuando  los  médicos  habían claudicado; los ciegos, vueltos a la luz; los perdidos que, hallaron el camino;  los  paralíticos,  de  nuevo  con  movimiento...  Ellos eran su procesión, con la escolta de hábitos morados amortajando a mujeres agradecidas.
La procesión, lentamente, con majestad, seguía adelante.
Profusión de cohetes atronaban al espacio, mientras muchachas jóvenes tiraban al cielo multitud de flores.
De pronto...  la marcha queda paralizada.  Los mozarrones que portan la Santa Imagen, retroceden.  Ante ellos, patéticamente quieta, transfigurada, está una mujer de hinojos. Sola, en medio de la multitud. Clava sus ojos en la Virgen y levanta en alto los brazos con una criatura. A todos pareció que la Santa, la miraba compasiva y que aquella flor de la PUREZA, que porta en su diestra, se había estremecido.
Mas la procesión y la mujer, siempre arrodillada, se perdieron en la penumbra del Santuario. Horas después, no era más que una de tantas penitentes.
Sin embargo, a la mañana,..
El Sacerdote, entró a oficiar su misa de alba. En una esquina de la
Ermita, halló a la mujer aterida de frío, postrada sobre sus rodillas sangrantes.
-¿Se puede saber?...
-¡Perdóneme, señor cura! Me escondí en el coro. Cuando terminó el desfile de romeros, salí para...  
-¿Pero?...
-Mire usted a la Virgen, señor Cura...
Sobre el altar, a los mismos pies de la Imagen, en la cunita de pajas del Niño Jesús, hallábase tendida una niña, de belleza tan solo igualable a la del propio Infante.
-No se si pequé, señor. Un hombre me hizo madre y huyó. Vine a preguntarle a la Virgen... ¿Yo pequé?
En el mismo instante, LA FLOR BLANCA DE PUREZA, cayó de la santa mano de la Virgen, sobre el rostro hermoso de la criatura...

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

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