El diez de mayo tomé una licencia
por veintiocho días, le pedí a nuestro tesorero cien rublos de adelanto y
decidí, fuera como fuera, "vivir un poco", vivir un poco a todo
trapo, de modo que después, en el transcurso de diez años, pudiera vivir sólo
de los recuerdos.
¿Y saben ustedes qué significa
"vivir un poco" en el mejor sentido de esas palabras? No significa
ver una opereta en un teatro veraniego, comerse la cena y regresar a casa en la
mañana medio borracho. Tampoco significa dirigirse a una exposición y de ahí a
las carreras y sacudir allí el monedero alrededor del totalizador. Si usted
quiere vivir un poco, pues siéntese en un vagón y diríjase ahí, donde el aire
está impregnado de la fragancia de la lila y el cerezo, donde, acariciando su
vista con su tierna blancura y el brillo del rocío diamantino, florecen a
porfía los muguetes y las violetas. Allí, bajo la bóveda azul, a la vista del
bosque verde y los arroyos arrulladores, en compañía de los pájaros y los
escarabajos, ¡usted entenderá qué es la vida! Añada a eso dos o tres encuentros
con un sombrerito de ala ancha, unos ojitos rápidos y un delantalcito blanco...
Confieso que yo soñaba con todo eso cuando, con la licencia en el bolsillo,
colmado de las dádivas del tesorero, me trasladaba a la casa de campo.
La casa de campo se la alquilé,
por consejo de un amigo, a Sofía Pavlovna Kniguina, que arrendaba en su casa
una habitación sobrante con mesa, muebles y demás comodidades. El alquiler de
la casa se efectuó más rápido de lo que podía pensar. Tras llegar a Pirierva y
buscar la casa de Kniguina, llegué, recuerdo, a una terraza y... me sentí
turbado. La terracita era acogedora, gracio-sa y adorable, pero aún más
graciosa y (permítanme expresarme así) más acogedora era la joven, rolliza
damita, que estaba sentada a la mesa en la terraza y tomaba té. Ella entornó
hacia mí los ojitos.
-¿Qué se le ofrece?
-Disculpe, por favor... -empecé.
-Yo... yo, probablemente, me equivoqué... Busco la casa de campo de Kniguina.
-Yo soy Kniguina... ¿Qué se le
ofrece?
Me sentí perdido... Por las
dueñas de apartamentos y casas de campo, yo estoy acostumbrado a sobrentender
unas señoras maduras, reumáticas, olorosas de borra de café, pero ahí...
-"¡Ángeles y ministros de piedad, amparadnos!", como dijo Hamlet-
estaba sentada una maravillosa, suntuosa, asombrosa, encantadora señora. Yo,
tartamudeando, expliqué lo que necesitaba.
-¡Ah, mucho gusto! ¡Siéntese, por
favor! Su amigo me escribió ya. ¿No quiere acaso té? Para usted, ¿con ciruela o
con limón?
Hay una raza de mujeres (con
mayor frecuencia rubias) con las que es suficiente sentarse dos o tres minutos
para que usted se sienta como en casa, como si fueran viejos, viejos conocidos.
Así era exactamente Sofía Pavlovna. Mientras bebía el primer vaso, yo ya sabía
que ella no estaba casada, que vivía de rentas y que esperaba en su casa la
visita de una tía; yo sabía las razones que habían motivado a Sofía Pavlovna a
dar una habitación en alquiler. En primer lugar, pagar ciento veinte rublos por
una casa de campo para una sola es penoso y, en segundo, espanta: ¡de pronto un
ladrón se mete de noche o de día entra un mujik temible! Y no hay nada
censurable si en la habitación de la esquina vive alguna dama solitaria o un
hombre.
-¡Pero un hombre es mejor!
-suspiró la dueña, lamiendo la confitura de la cucharita.
-Con un hombre hay
menos ajetreos y uno no tiene tanto miedo...
En una palabra, en apenas alguna
hora, Sofía Pavlovna y yo ya éramos amigos.
-¡Ah, sí! -recordé, despidiéndome
de ella. -Hablamos de todo y de lo principal ni una palabra. ¿Cuánto me va a
cobrar? Yo voy a vivir aquí sólo veintiocho días... El almuerzo, por supuesto,
té y demás.
-¡Bueno, encontró de qué hablar!
Lo que pueda. Yo no arriendo la habitación por cálculo, sino así... para que
haya gente. ¿Puede pagarme veinticinco rublos?
Yo, por supuesto, acepté y mi
vida veraniega empezó... Esa vida es interesante porque el día se parece al día
y la noche a la noche, ¡y cuánto encanto hay en esa uniformidad!, ¡qué días,
qué noches! ¡Lector, yo estoy exaltado, permítame abrazarlo! Por la mañana me
despertaba y, sin pensar ni un poco en el servicio, tomaba té con ciruelas. A
las once iba a darle los buenos días a la dueña y tomaba con ella café con
ciruelas cocidas. Desde el café hasta el almuerzo charlábamos. A las dos, el
almuerzo, ¡pero qué almuerzo! Imagine que usted, hambriento como un perro, se
sienta a la mesa, toma una copita grande de vodka de grosella y pica cecina
caliente con rábano. Después, imagine gazpacho o schi verde con crema agria y demás y
demás. Después del almuerzo me recostaba a reposar, lectura de novela y
sobresalto a cada minuto, ya que la dueña a cada rato pasaba fugazmente cerca
de la puerta y decía: "¡Acuéstese! ¡acuéstese!" Después el baño. Por
la tarde, hasta la noche profunda, paseo con Sofía Pavlovna... Imagine que a la
hora del atardecer, cuando todo duerme, excepto los ruiseñores y las garzas que
gritan rara vez, cuando un vientecito que respira débilmente le trae casi casi
el ruido de un tren lejano, usted pasea en el boscaje o por el terraplén de la
vía ferroviaria con una rubiecita rolliza, que se encoge coquetamente por la
frialdad nocturna y a cada rato voltea hacia usted una carita pálida de luna...
¡Terriblemente bien!
No pasó ni una semana cuando
sucedió eso que usted ya hace tiempo espera de mí, lector, y sin lo cual no se
contenta ningún cuento decente. Yo no me sostuve en pie... Sofía Pavlovna
escuchó mi declaración con indiferencia, casi fríamente, como si ya hace tiempo
la esperara; sólo hizo una mueca graciosa con los labios, como queriendo decir:
"¿Por qué hablar tanto de esto? ¡No entiendo!"
Veintiocho días pasaron
fugazmente, como un segundo. Cuando se terminó el plazo de mi licencia yo,
nostálgico, insatisfecho, me despedí de la casa de campo y de Sofía. La dueña,
mientras yo hacía la maleta, estaba sentada en el diván y se enjugaba los
ojitos. Yo mismo, casi llorando, la consolaba, prometiendo ir a verla a la casa
de campo en las fiestas y visitar su casa en invierno en Moscú.
-Ah... ¿y cuándo, alma mía,
sacaremos cuentas contigo? -recordé.
-¿Cuánto te debo?
-Alguna vez, después... -dijo
sollozando.
-¿Para qué después? "Amistad
con amistad y el dinerito por separado", dice el refrán, y además, yo en
absoluto deseo vivir a costa tuya. No hagas melindres, Sofía. ¿Cuánto te debo?
-Ahí... una tontería... -dijo la
dueña, sollozan-do y abriendo una gavetita de la mesa. -Podrías pagar después.
Sonia hurgó en la gavetita, sacó
de ahí un papelito y me lo dio.
-¿Esta es la cuenta? -pregunté.
Bueno, excelente, excelente... (me puse los lentes). Ajustamos cuentas y
bien... (recorrí la cuenta). La suma... Espera, ¿y esto qué es? La suma...
¡Pero no puede ser, Sofía! Aquí dice: "La suma es doscientos doce rublos
cuarenta y cuatro kopecs". ¡Esta no es mi cuenta!
-¡Es la tuya! ¡Échale una mirada!
-Pero... ¿de dónde tanto? Por la
casa de campo y la mesa veinticinco rublos. De acuerdo. Por el sirviente tres
rublos. Bueno, con eso estoy de acuerdo...
-Yo no entiendo -dijo la dueña
alargando las palabras y echándome una mirada asombrada, con ojos llorosos.
-¿Es
posible que tú no me creas? ¡Considera este caso! Tomaste vodkita de grosella.
¡No podía yo pues servirte en el almuerzo vodka por el mismo precio! Las
ciruelas para el té y el café... después la fresa, los pepinos, los cerezos...
En cuanto al café, también... tú no acordaste tomarlo, ¡y lo tomabas cada día!
Por lo demás, todo esto son tales tonterías que yo te puedo quitar doce rublos.
Que queden sólo doscientos.
-Pero... ahí está escrito setenta
y cinco rublos y no está señalado por qué... ¿Por qué esto?
-¿Cómo por qué? ¡Pues esto es
gracioso!
Yo le
miré la carita. Lucía tan sincera, clara y asombrada que mi lengua ya no pudo
articular ni una palabra. Le di a Sofía cien rublos y un endoso por lo mismo,
me eché la maleta sobre los hombros y me fui a la estación.
¿No tiene acaso alguien, señores,
cien rublos para prestarme? [1]
1.014. Chejov (Anton)
[1] Título original: "Iz
vospominanii idealista", publicado por primera vez en la revista Budilnik,
1885, nº 26, con la firma: "El hermano de mi hermano".
No hay comentarios:
Publicar un comentario