Llamado a
Oviedo, por el
Servicio Nacional del
Trigo, a fin de
aclarar unos extremos confusos, relacionados con el funcionamiento de su
Molino, tomó Pimienta,
el tren, en la
Estación de Veriña, después de
adquirir un paquete
de "piojillo" en
Casa Ramos y de
haber tomado una copita de anís corriente en la de Lola.
Apenas montado en el vehículo,
hallóse de manos a boca con su "amigo" Lalo el Vizco, el cual,
atentamente le ofreció asiento, para lo que hubo de empujar hasta incrustarlo
en la ventanilla, a un señor enormemente gordo, que ocupaba abundantemente dos
asientos.
-¿Vas a Uvieu, oh? -Preguntóle el
Vizco.
-Sí. -Respondió
lacónicamente Pimienta, arrellanándose en el
asiento.
-¿Vendrás a les dos?
-Volvió a inquirir el primero.
-Vendré cuando pueda.
-Secamente repuso el segundo.
-¿Tienes muncho qué facer?
-Insistió aquél.
-Silo tengo o non, ye de mi cuenta.
-Rezongó éste.
No cabía la menor duda que Pimienta,
tenía muy pocas o ningunas ganas de hablar;
cosa extraña en
él, porque de
suyo era muy dicharachero y locuaz.
Sin
embargo, su razón
tenía. Habrá notado
el lector, como
la palabra "amigo", la hemos entrecomillado. Y conste que, no
ha sido hecho a humo
de pajas. Lalo
y Pimienta, eran
amigos de pega, amigos de mentira. No podía nuestro
conocido compenetrarse con un tipo
de la catadura
de aquél. A
Pimienta, por encima
de todo le gustaba la verdad, la franqueza, huyendo
siempre de la chismosería, del engaño y de la maldad. Lalo, en una palabra, era
el correveidile del pueblo y a Pimienta,
jamás se le
olvidaba una acción
de su convecino, que pudo
acarrearle un serio disgusto.
Fué con ocasión de la feria de San
Miguel. Pimienta, después de haber
vendido bien a
los gitanos, un
mal borriquillo, fué a comer como
cualquier mortal a una taberna
de la ciudad.
Después, su cafetín en la calle
Corrida, donde se topó, con una hermosa joven, de pelo rubio,
ojos azules y
labios al "almazarrón", que
lejos de ser presumida y fastidiosa como la mayoría de
las señoritas de cartera colgando al hombro, era la llaneza personificada y el
cariño a flor de labios. Ello fué que, empezaron a charlar y tan simpática le
cayó, que la invitó a unos pastelitos en una confitería retirada, por no dar
que decir; mas con tan mala fortuna, que, en el preciso momento en que la
tomaba una mano para cerciorarse de que no tenía callos, acertó a meter las
narices en el
reservado el maldito
Lalo, que socarronamente,
díjoles:
-¡C'aproveche pareja!
Pero no
fué eso solo.
Sinó que, llevando
la maldad hasta
el máximo extremo, enganchó el caballo y a todo galope, llegóse a casa
de Pimienta con el cuento. Hallábase Rufa en la tarea de estrar las vacas,
cuando Lalo, de sopetón, le dice:
-Trabaya boba. Así ta bien.
Mientres tanto, el tu home, comiendo pasteles con una señorita.
-¿Tú qué me dices? -Un si no es
recelosa, inquirió Rufa.
-Lo que oyes.
-¿Ye guapa?
-Ay, eso sí.
-Pos mira,
si anda con
otra más fea
que yo, dame
rabia; pero siendo más
guapa, gústame; porque
así demuestra que
ye un conquistador. Con que ya lo
sabes, ¡chismosu! ¡Mala persona! ¡Hala!
Y le tiró a las narices la palada
de vericio que llevaba para estrar.
De ahí que Pimienta, le guardase
rencor y ninguna gana tenía de hablarle. Lalo, que tonto no era, insistió una o
dos veces en enhebrar la conversación, pero al persuadirse de la inutilidad de
sus intentos, optó por dormir.
Al sentir Pimienta, tan sonoros
ronquidos, pensó:
-Esta ye la mía.
Rápidamente, lo miró de arriba
abajo, observando como el billete le asomaba en
el bolsillo del chaleco Cautelosamente, para que el resto
de los viajeros
no se dieran
cuenta, se lo
escamoteó limpiamente, poniéndose a charlar con los demás, sobre las
delicias del tiempo. Arrancó el tren de Villabona y Lalo, seguía durmiendo a
pierna suelta. Entonces
Pimienta, dándole unos
golpes en el estómago
y gritándole fuertemente
en el oído,
le despertó sobresaltado.
-Dispierta hombre. Vien ahí el
interventor. Prepara el billete.
Medio dormido
aquél, echa mano
al bolsillo y
al hallarlo vacío busca en otro, después en el siguiente,
y así sucesivamente hasta siete. Todó fué inútil.
-¡Maldita sea! ¡Perdílu!
-Cayeríate al suelu. Mira a ver.
-Replicó imperturbable Pimienta.
Buscó con
ahínco sin resultado.
También le ayudaron
cinco mujeres y hasta el hombre gordo.
-¡Tendré que pagar doble!
-Tristemente exclamó Lalo.
-Non seas burru. ¿Pagar doble? Eso
ye de bobos. Mira, escuéndite baxo el bancu y con les pates nuestres y les
faldes de les muyeres, tapámoste.
-Propuso Pimienta.
-Ye verdá paisanín. Todo menos
pagar doble. La Compañía
que vaiga a robar a otros.
-Comentó una de las mujeres.
-Tá bastanti rica.
-Razonó otra.
Con
cuyas aseveraciones convencieron
a Lalo, que
dispuesto a sacrificarse, siempre
de no pagar
suplemento, se introdujo trabajosa-mente debajo del asiento.
Las mujeres estiraron las faldas y el hombre gordo, apretó las piernas.
Pimienta, tranquilamente liaba un cigarrillo.
El tren seguía su lento caminar.
Los minutos duraban horas para aquel prensado infeliz, que respirando polvo y
basura, sacaba de vez en vez el cuello para acopiarse de aire menos impuro y
preguntar:
-Pimienta. ¿Tuvía non allega el
interventor?
-iEncuéyite, barájoles. Tá quí
cerca y pué oyite!
Lugó Llanera.
Parada y fonda.
Lugones, otra parada,
porque al fogonero se
le había olvidado
echar carbón a
la caldera. Al
fin, renqueando, inicia la marcha el atortugado tren de Gijón a Oviedo y
cuando llegando iban a esta ciudad, el interventor que aparece.
-Billetes por favor.
Interviene los
de todos y por último
a Pimienta, que
se había adormilado:
-Por favor, señor, billete.
-Sin favor, hon. Ahí tien.
-Y le entregó dos.
El interventor los mira, les da
vuelta, vuelve a mirarlos y al fin, le dice:
-Pero bueno, paisano, ¿usted para
qué quiere dos billetes del día?
A cuya interrogante, levantándose
del asiento respondió Pimienta.
-MIRE SEÑOR. ESTI Y'EL MIU PROPIU.
Y ESTI OTRU, YE DE UN AMIGU QUE POR COMODIDA VIAJA DEBAXO DEL ASIENTU. MÍRELU,
MÍRELU. COMO ESCUENDI LA
CABEZA PA QUE NO LU VEA.
El
hombre gordo se
desinfló en una
inacabable carcajada, mientras
que al interventor le caía la tenacilla de las manos.
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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