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miércoles, 19 de junio de 2013

Como aprendi a montar a caballo

De pequeño me pasaba estudiando los días enteros; sólo los domingos y los días de fiesta salía de paseo y jugaba con mis hermanos.
-Los mayores deben aprender a mon­tar a caballo. Hay que mandarlos al pi­cadero-dijo mi padre un día.
-¿Puedo aprender yo también? -pre­gunté. Yo era uno de los pequeños.
-Te caerías -replicó mi padre.
Rogué, con lágrimas en los ojos, que me enseñaran a montar a caballo.
-Bueno, bueno, que te enseñen a ti también; pero te guardarás mucho de llorar cuando te caigas. Ya sabes que el que no se cae nunca aprende a montar -dijo mi padre.
El miércoles nos llevaron a los tres hermanos al picadero. Entramos en un gran vestíbulo; y, desde allí, pasamos a un cobertizo. En éste, había una habi­tación enorme, cuyo suelo estaba cubier­to de arena. Allí varios caballeros, da­mas y niños, montaban a caballo. Había poca luz, olía a caballos y se oían lati­gazos, gritos y el golpear de los cascos de los caballos contra las paredes de ma­dera. Al principio, estaba asustado, y no pude observar nada. Nuestro ayo llamó al palafrenero.
-Traiga unos caballos para estos ni­ños. Van a aprender a montar -dijo.
-Bueno -replicó el palafrenero; pero, después de mirarme, añadió-: Este niño es demasiado pequeño para montar.
-Nos ha prometido que no llorará si se cae.
El palafrenero se echó a reír.
Trajeron tres caballos ensillados Nos quitamos los abrigos y bajamos al pica­dero. El palafrenero sujetaba el caballo por la brida, mientras mis hermanos da­ban vueltas en torno a él. Primero cabal­garon al paso, luego al trote. Finalmente acercaron el tercer caballo. Era un ala­zán muy pequeño, con la cola cortada.
Lo llamaban Chervonchik.
-Bueno, caballerito; siéntese -me dijo el palafrenero, sonriendo.
Estaba contento y asustado al mismo tiempo; pero traté de que nadie se die­ra cuenta de ello. Durante un buen rato intenté meter los pies en los estribos, pero no pude lograrlo, porque era dema­siado pequeño. Entonces, el palafrenero me cogió en brazos para sentarme sobre el caballo.
-El señorito no debe pesar más de un par de libras.
Al principio me sujetó de la mano; pero como yo había visto que no había sujetado a mis hermanos, le rogué que me soltara.
-¿No, le da miedo?-me preguntó.
Aunque estaba muy asustado, le dije que no. Lo que me asustaba, sobre todo, era ver a Chervonchik agachar las orejas, porque me figuraba que estaba enfadado conmigo.
-Cuidado, no se vaya a caer -dijo el palafrenero y me soltó.
A lo primero, Chervonchik siguió al paso y pude mantenerme derecho. Pero la silla era resbaladiza y tuve miedo de caerme.
-¿Se sujeta bien? -me preguntó el palafrenero.
-Sí; muy bien.
-Pues entonces vaya al trote -excla­mó; y chascó la lengua.
Chervonchik corrió al trote ligero, con lo que me hizo saltar. Pero seguí calla­do, procurando no ladearme.
-Muy bien -me elogió el palafre­nero.
Estaba contentísimo. En aquel momen­to empezó a hablar con otro palafrenero; y dejó de estar pendiente de mí. De pronto, observé que me había inclinado ligeramente hacia un lado. Quise colo­carme bien, pero no pude. Pensé llamar al palafrenero para que detuviese al ca­ballo; pero me dió vergüenza. Chervon­chik seguía corriendo al trote y yo iba inclinándome cada vez más. Miré al pa­lafrenero con la esperanza de que me prestara ayuda; mas seguía hablando con su compañero. Sin mirarme siquiera, le dijo.
-¡Es bien valiente ese muchacho!
De pronto me incliné tanto que me asusté. Creí que estaba perdido; pero me daba vergüenza gritar. Chevronchik dió una sacudida que me hizo resbalar y caer al suelo. Cuando el palafrenero volvió la cabeza, al no verme sobre el caballo, exclamó.
-¡Vaya! ¡El caballerito se ha caído!
Le aseguré que no me había hecho daño.
-Los niños tienen el cuerpo blando -cómentó, echándose a reír.
De buena gana me hubiera echado a llorar. Pero pedí que me subieran otra vez al caballo; y así lo hicieron. Ya no volvíí a caerme.
Desde entonces, fuimos al picadero dos veces por semana. Pronto aprendí a mon­tar bien; y ya no temía a nada.

Cuento para niños

1.013. Tolstoi (Leon)

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