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miércoles, 19 de junio de 2013

Cumpleaños de pimienta

Celebraba Pimienta, como era su costumbre, un año más de vida.
Y  lo  celebraba,  con  todo  esplendor.  Su  buenísima  mujer, administra-dora  magnífica,  ahorrativa,  si  se  quiere  tacaña,  en ocasiones como la presente puede decirse sin jactancia que, tiraba la casa  por  la  ventana.  De  ahí que,  no  sea  de  extrañar,  como  en  el banquete que se celebraba, -del cual participaban los íntimos amigos de Pimienta- sería envidiado por el propio Pantagruel.
Pollos  asados,  conejos  en  salsa,  palomos  rellenos,  paella valenciana,  arroz  con  leche...  todo  iba  sucediéndose  en  magnífica procesión, bien remojada con vinos excelentes y sidras en su punto, a gusto de cada cual. Y cuando ya llegaba la hora de los postres, el anfitrión,  saboreando  el  efecto  que  iban  a  producir  sus  palabras, exclamó:
-Y ahora, amigos míos, vendrá un gran platu...
-¿Utru  más?  -Gritó  Pin  de  Loya-  ¡Bien!  ¡Vivan  los  cuarenta  y nueve años de Pimienta!
-¡Vivan! -Respondió el coro.
-Propongo que esi gesto del amu, se remoje bien remojau.
-Dijo Pito.
Naturalmente,  proposición  tan  oportuna,  quedó  aceptada  por unanimidad.
-Pos sí, amigos míos. El platu que va venir, teníavoslu reservau como una gran sorpresa. Ye un platu exquisitu, sabrosu. Comilu sólo una vez en Madrid cuando taba de soldau y siempre tuve grandes ganes  de  repetir;  sin  embargu,  hasta  hoy  non  pudi  o  non  tuvi ocasión.
-Hombre,  Pimienta.  -Comentó  D. Nicasio-  Ese  gesto  de  esperar esta ocasión solemne, para satisfacer con nosotros su gran deseo, es algo que mucho nos honra.
-¡De ná, ye bobu! Por algo, soyes mis mejores amigos.
-¡Hasta la muerte!
-Gravemente corroboró Pin de Loya.
-¿Se  puede  saber,  amigo,  el  plato  que  es?  Dice  que  es  una sorpresa, ¿Será tal vez caviar? Interrogó el Doctor.
-¿Cavar?  -Asimismo  preguntó  el  interpelado,  para  continuar.-
¿Cavar? ¡Quite allá hombre! ¿Quién s'acuerda d'eso, ahora?
-Ha entendido usted mal. Caviar, no es cavar. Caviar, es un plato excelente  de  huevos  de  esturión.  Un  plato  muy  estimado  por  los rusos...
-Pues pa ellos. A mí los güevos de gallina. El platu que va venir ahora, ye de setes ¡Algo bárbaro! ¿Nunca comiestes setes?
-¡Quiá, pues guardales! -Habló Pito.
-¡Pa morrer envenenaba! Dijo otro.
-Cómeles tú.
-Un tercero.
-Non fay entovía dos semanes, -hablaba Roque- lí yo en pediórico, la siguiente noticia que non se m'olvida: "Una familia compuesta de padre, madre y fíos...
-¿De qué quies que se compunxera, animal? Interrogó Pimienta.
-Digo  -volvió  a  decir  el  primero-  de  tres  fíos,  muertos envenenados por comer setes. ¿Eh? ¿Qué vos paez?
-D'eso hubo muncho. -Respondieron.
-¡Bobades! Los pedióricos algo tienen que poner pa llenase y esi día  como  no  teníen  con  que  cubrilu,  punxeron  eso.  Yo  comiles cuando fuí a la Mili y aquí toy tan guapu.
-Señores. -Con calma dijo D. Nicasio.
-Las setas pueden ser malas y  buenas.  Las  malas,  efectiva-mente,  acarrean  la  muerte,  tras agudísimos  dolores,  mientras  que  las  buenas,  resultan  un  manjar delicioso. 
-¿Veis lo que diz D. Nicasio? ¡Qué sabeyes vosotros!
-Pero  espere. ¿Ha tomado usted las debidas precauciones, para cerciorarse de si efectivamente son o no, venenosas?
-Home D. Nicasio, non cayera n'ello. Yo fuí al prau, cogí diez kilos d'elles y mandé a Rufa que les preparara.
-Pues  así,  es  exponerse  a  un  serio  contratiempo.  De  todas maneras, puede aún intentarse saber si son o no, nocivas, Basta con dárselas a comer a algún animal y si no muere, señal inequívoca de que son buenas.
-Ta bien D. Nicasio. Vamos dales a probar, non a un animal, sinón a unu de casa.
-Deteiminó Pimienta.
-Pero...
-Al "Clavel". Al mi perru de caza, que quiérolu más que a la muyer y  los  fiyos.  Miri  si  lu  quedré,  que  nuna  ocasión  vieno  per  aquí
Romanones, de caza y, dábame per él, la mitá de Gualajara y non lu dí. Non lu doy per dos millones. Pos al "Clavel", voy dailes a probar.
En esto apareció la buena de Rufa, por la puerta de la cocina y desde allí mismo, comunicó que las setas estaban dispuestas.
-Bono, pos mira, trai un platu abondante d'élles y al "Clavel".
-¿Pero qué tien que ver el Clavel, con vosotros?
-Quieo  que  les  pruebe  ¡Barájoles!  -Gritó  Pimienta  a  quien  las preguntas de las mujeres no le hacían mucha gracia.
Rufa,  obedeció  al  momento,  apareciendo  con  la  fuente  y  el magnífico perro de caza, orgullo de Pimienta. El mismo Doctor, tomó el plato y se lo puso ante las narices del can, el cual rápidamente engulló la ración, relamiendo el plato de satisfacción. Mientras comía, los ojos de todos estaban fijos, sin pestañear, en espectativa de lo que pudiese acontecer; contenían la respiración, y cuando el bello animal, levantó el hocico, mirando a su amo como pidiéndole más; sintióse un respiro de descanso, al mismo tiempo que los brazos de todos se estiraban en busca de los vasos de vino, esparcidos en la mesa. El perro muy sosegadamente, dió tres vueltas y se acostó.
-La prueba, es concluyente. -Sentenció el Doctor. 
-¡Rufa! ¡Rufa! ¡Trai todes les setes!
-Ordeno Pimienta..
-Oye.
-Dijo Pin de Loya, que no se hallaba del todo tranquilo.
-Yo creo que debíamos asperar un poquiñin. A lo mejor, el veneno tarda en allegar al corazón y....
-Además -secundaba Pito.
-Dispués de tantu  comer  ya non hay apetito...
-¡Porra! Lo que non teneyes ye vergüenza. ¡Dispués de fartavos, de molestame con vosotros, non querer dame col gustu!.. ¡Porra! ¡Lo que  teneyes  ye  miedo!...  E  indignado,  propinó  una  patada  al "Clavel", que salió como alma que lleva el diablo.
-¿Veyes que vivu tá?
-Comamos las setas.
-Ordenó solemnemente el Doctor.
A decir verdad, no todos, sino casi ninguno, cuando Rufa depositó la gran fuente de setas en la mesa, podía demostrar tranquilidad. Las primeras cucharadas fueron titubeantes, miedosas... En los cerebros de cada cual, bailaban las noticias de envenenamientos, de muertes fulminantes,  etc.  Más poco a poco la tranquilidad iba renaciendo, vencido el pánico por el delicioso sabor del manjar.
-¡Están buenísimas!
-Arguyó D. Nicasio. 
-¡Terribles!
-Ponderó Pimienta.
-¡Qué miedo te niayes, babayos!
-Home -hablaba Pin de Loya.
-Pa icite la verdá cuando aprobé la primer cuyarada, paecióme que me daba una puntada na barriga.
-Egual c'amí.
-Afirmó Pito.
-El mieu.
-Recalcó con una risotada, Pimienta.
Mas  en  esto,  la  buena  de  Rufa,  entra  como  un  torbellino  en  el comedor,  llorando  a  lágrima  viva,  arañandose  el  rostro,  pálida, descompuesta, gritando:
-¡Ay, Dios mío, qué disgracia!
-¿Qué pasa?
-Interrogaron todos, dando un salto. 
Rufa, presa del mayor terror, se abraza a su marido y con voz dolorida responde.
-¡El "Clavel"! ¡"El Clavel", que morrió!
El Doctor, giró sobre sus talones, se puso inmensamente pálido, resopló como una foca y cayó al suelo desvanecido. Pimienta, salió para la calle despavorido, Pin de Loya, dió comienzo a una serie de vómitos, tumbándose después en el suelo y santiguándose. Roque y
Pito se abrazaron, cerraron los ojos dis-poniéndose a morir. Con la imaginación todos veían las setas bailando, en danza macabra. ¡Un médico! ¡Un médico! Pedían voces de agonizante.
El hijo mayor de Rufa, marchó en bicicleta como una exhalación a la inmediata villa de Candás en busca del Forense. Mientras tanto Rufa,  algo  más  sobrepuesta,  suministraba  aceite  ricino  a  los enfermos...
En menos que cuesta escribirlo, llegó el Médico de Candás, en un coche de alquiler, hallándose de manos a boca, con el espectáculo más  lamentable  de  su  vida.  Hombres  arrollándose  en  el  suelo, comunicándose  las  últimas  voluntades,  maldiciendo  las  setas,  o rezando a San José, para morir sin dolor.
Ya  puesto  por  el  hijo  de  Pimienta,  en  antecedentes,  el  señor
Forense, apenas reconoció a los pacientes. Limitóse a decir
-Caso claro de intoxicación por setas.
-¡Terrible!  iAyyyy,  que  día  más  negru  m'amaneció  hoy!  ¡Abrete tierra!  ¡Caime  encima,  cielu!  ¡Y que disgracia! 
-Apareció  gritando Pimienta.
-Bueno, bueno, -ácremente decía el Forense- Aquí lo que hay que hacer, es menos gritar y socorrer estos pacientes. Inmediatamente, avisen a una ambulancia para llevarlos al Hospital. ¡Ah! También hay que  llevar  al  perro.  Así  que  tráigalo  para  acá,  que  es necesario analizarlo.
-¡EL PERRO SEÑOR! ¡EL PERRO NON PUE SER! PUES EL CAMION QUE LU ATROPELLO, DEXOLU DEL TO ESTRIPALLAU...
De un salto, todos los moribundos se levantaron. Pero entonces, cayó desplomado el señor médico forense.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)


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