Celebraba Pimienta, como era su
costumbre, un año más de vida.
Y
lo celebraba, con
todo esplendor. Su
buenísima mujer,
administra-dora magnífica, ahorrativa,
si se quiere
tacaña, en ocasiones como la
presente puede decirse sin jactancia que, tiraba la casa por
la ventana. De ahí
que, no
sea de extrañar,
como en el banquete que se celebraba, -del cual
participaban los íntimos amigos de Pimienta- sería envidiado por el propio
Pantagruel.
Pollos asados,
conejos en salsa,
palomos rellenos, paella valenciana, arroz
con leche... todo
iba sucediéndose en
magnífica procesión, bien remojada con vinos excelentes y sidras en su
punto, a gusto de cada cual. Y cuando ya llegaba la hora de los postres, el
anfitrión, saboreando el
efecto que iban
a producir sus
palabras, exclamó:
-Y ahora, amigos míos, vendrá un
gran platu...
-¿Utru más?
-Gritó Pin de
Loya- ¡Bien! ¡Vivan
los cuarenta y nueve años de Pimienta!
-¡Vivan! -Respondió el coro.
-Propongo que esi gesto del amu, se
remoje bien remojau.
-Dijo Pito.
Naturalmente, proposición
tan oportuna, quedó
aceptada por unanimidad.
-Pos sí, amigos míos. El platu que
va venir, teníavoslu reservau como una gran sorpresa. Ye un platu exquisitu,
sabrosu. Comilu sólo una vez en Madrid cuando taba de soldau y siempre tuve
grandes ganes de repetir;
sin embargu, hasta
hoy non pudi
o non tuvi ocasión.
-Hombre, Pimienta.
-Comentó D. Nicasio- Ese
gesto de esperar esta ocasión solemne, para satisfacer
con nosotros su gran deseo, es algo que mucho nos honra.
-¡De ná, ye bobu! Por algo, soyes
mis mejores amigos.
-¡Hasta la muerte!
-Gravemente corroboró Pin de Loya.
-¿Se puede
saber, amigo, el
plato que es?
Dice que es una
sorpresa, ¿Será tal vez caviar? Interrogó el Doctor.
-¿Cavar? -Asimismo
preguntó el interpelado,
para continuar.-
¿Cavar? ¡Quite allá hombre! ¿Quién
s'acuerda d'eso, ahora?
-Ha entendido usted mal. Caviar, no
es cavar. Caviar, es un plato excelente
de huevos de
esturión. Un plato
muy estimado por
los rusos...
-Pues pa ellos. A mí los güevos de
gallina. El platu que va venir ahora, ye de setes ¡Algo bárbaro! ¿Nunca
comiestes setes?
-¡Quiá, pues guardales! -Habló
Pito.
-¡Pa morrer envenenaba! Dijo otro.
-Cómeles tú.
-Un tercero.
-Non fay entovía dos semanes,
-hablaba Roque- lí yo en pediórico, la siguiente noticia que non se m'olvida:
"Una familia compuesta de padre, madre y fíos...
-¿De qué quies que se compunxera,
animal? Interrogó Pimienta.
-Digo -volvió
a decir el
primero- de tres
fíos, muertos envenenados por
comer setes. ¿Eh? ¿Qué vos paez?
-D'eso hubo muncho. -Respondieron.
-¡Bobades! Los pedióricos algo
tienen que poner pa llenase y esi día
como no teníen
con que cubrilu,
punxeron eso. Yo
comiles cuando fuí a la
Mili y aquí toy tan guapu.
-Señores. -Con calma dijo D.
Nicasio.
-Las setas pueden ser malas y buenas.
Las malas, efectiva-mente, acarrean
la muerte, tras agudísimos dolores,
mientras que las
buenas, resultan un
manjar delicioso.
-¿Veis
lo que diz D. Nicasio? ¡Qué sabeyes vosotros!
-Pero espere. ¿Ha tomado usted las debidas
precauciones, para cerciorarse de si efectivamente son o no, venenosas?
-Home D.
Nicasio, non cayera n'ello. Yo fuí al prau, cogí diez kilos d'elles y mandé a Rufa que
les preparara.
-Pues así,
es exponerse a
un serio contratiempo.
De todas maneras, puede aún
intentarse saber si son o no, nocivas, Basta con dárselas a comer a algún
animal y si no muere, señal inequívoca de que son buenas.
-Ta bien D. Nicasio. Vamos dales a
probar, non a un animal, sinón a unu de casa.
-Deteiminó Pimienta.
-Pero...
-Al "Clavel". Al mi perru
de caza, que quiérolu más que a la muyer y
los fiyos. Miri
si lu quedré,
que nuna ocasión
vieno per aquí
Romanones, de caza y, dábame per
él, la mitá de Gualajara y non lu dí. Non lu doy per dos millones. Pos al
"Clavel", voy dailes a probar.
En esto apareció la buena de Rufa,
por la puerta de la cocina y desde allí mismo, comunicó que las setas estaban
dispuestas.
-Bono, pos mira, trai un platu
abondante d'élles y al "Clavel".
-¿Pero qué tien que ver el Clavel,
con vosotros?
-Quieo que
les pruebe ¡Barájoles!
-Gritó Pimienta a
quien las preguntas de las
mujeres no le hacían mucha gracia.
Rufa, obedeció
al momento, apareciendo
con la fuente
y el magnífico perro de caza,
orgullo de Pimienta. El mismo Doctor, tomó el plato y se lo puso ante las
narices del can, el cual rápidamente engulló la ración, relamiendo el plato de
satisfacción. Mientras comía, los ojos de todos estaban fijos, sin pestañear,
en espectativa de lo que pudiese acontecer; contenían la respiración, y cuando
el bello animal, levantó el hocico, mirando a su amo como pidiéndole más;
sintióse un respiro de descanso, al mismo tiempo que los brazos de todos se
estiraban en busca de los vasos de vino, esparcidos en la mesa. El perro muy
sosegadamente, dió tres vueltas y se acostó.
-La prueba, es concluyente.
-Sentenció el Doctor.
-¡Rufa! ¡Rufa!
¡Trai todes les setes!
-Ordeno Pimienta..
-Oye.
-Dijo Pin de Loya, que no se
hallaba del todo tranquilo.
-Yo creo que debíamos asperar un
poquiñin. A lo mejor, el veneno tarda en allegar al corazón y....
-Además -secundaba Pito.
-Dispués de tantu comer
ya non hay apetito...
-¡Porra! Lo que non teneyes ye
vergüenza. ¡Dispués de fartavos, de molestame con vosotros, non querer dame col
gustu!.. ¡Porra! ¡Lo que teneyes ye
miedo!... E indignado,
propinó una patada
al "Clavel", que salió como alma que lleva el diablo.
-¿Veyes que vivu tá?
-Comamos las setas.
-Ordenó solemnemente el Doctor.
A decir verdad, no todos, sino casi
ninguno, cuando Rufa depositó la gran fuente de setas en la mesa, podía
demostrar tranquilidad. Las primeras cucharadas fueron titubeantes, miedosas...
En los cerebros de cada cual, bailaban las noticias de envenenamientos, de muertes
fulminantes, etc. Más poco a poco la tranquilidad iba renaciendo,
vencido el pánico por el delicioso sabor del manjar.
-¡Están buenísimas!
-Arguyó D. Nicasio.
-¡Terribles!
-Ponderó Pimienta.
-¡Qué miedo te niayes, babayos!
-Home -hablaba Pin de Loya.
-Pa icite la verdá cuando aprobé la
primer cuyarada, paecióme que me daba una puntada na barriga.
-Egual c'amí.
-Afirmó Pito.
-El mieu.
-Recalcó con una risotada,
Pimienta.
Mas
en esto, la
buena de Rufa,
entra como un
torbellino en el comedor,
llorando a lágrima
viva, arañandose el
rostro, pálida, descompuesta, gritando:
-¡Ay, Dios mío, qué disgracia!
-¿Qué pasa?
-Interrogaron todos, dando un
salto.
Rufa, presa del mayor terror, se
abraza a su marido y con voz dolorida responde.
-¡El "Clavel"! ¡"El
Clavel", que morrió!
El Doctor, giró sobre sus talones,
se puso inmensamente pálido, resopló como una foca y cayó al suelo desvanecido.
Pimienta, salió para la calle despavorido, Pin de Loya, dió comienzo a una
serie de vómitos, tumbándose después en el suelo y santiguándose. Roque y
Pito se abrazaron, cerraron los
ojos dis-poniéndose a morir. Con la imaginación todos veían las setas bailando,
en danza macabra. ¡Un médico! ¡Un médico! Pedían voces de agonizante.
El hijo mayor de Rufa, marchó en
bicicleta como una exhalación a la inmediata villa de Candás en busca del
Forense. Mientras tanto Rufa, algo más
sobrepuesta, suministraba aceite
ricino a los enfermos...
En menos que cuesta escribirlo,
llegó el Médico de Candás, en un coche de alquiler, hallándose de manos a boca,
con el espectáculo más lamentable de
su vida. Hombres
arrollándose en el
suelo, comunicándose las últimas
voluntades, maldiciendo las
setas, o rezando a San José, para
morir sin dolor.
Ya
puesto por el
hijo de Pimienta,
en antecedentes, el
señor
Forense, apenas reconoció a los
pacientes. Limitóse a decir
-Caso claro de intoxicación por
setas.
-¡Terrible! iAyyyy,
que día más
negru m'amaneció hoy!
¡Abrete tierra! ¡Caime encima,
cielu! ¡Y que disgracia!
-Apareció gritando Pimienta.
-Bueno, bueno, -ácremente decía el
Forense- Aquí lo que hay que hacer, es menos gritar y socorrer estos pacientes.
Inmediatamente, avisen a una ambulancia para llevarlos al Hospital. ¡Ah!
También hay que llevar al
perro. Así que
tráigalo para acá,
que es necesario analizarlo.
-¡EL PERRO SEÑOR! ¡EL PERRO NON PUE
SER! PUES EL CAMION QUE LU ATROPELLO, DEXOLU DEL TO ESTRIPALLAU...
De un salto, todos los moribundos
se levantaron. Pero entonces, cayó desplomado el señor médico forense.
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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