De cuantos jugadores habían
intervenido en las partidas de bolos, ningunos
como Repinaldu y
Lecio, habían demostrado manifiesta superioridad. Medio
centenar de curiosos
presenciaban el juego, comentando entusiasmados, la
fortaleza, habilidad y
acierto, de aquellos colosos,
superiores con mucho,
a cuantos existieron
y existían en el
Concejo, pese a
tener en cuenta
que Carreño, de tiempos inmemoriales era temido en la
bolera.
Habíanse cruzado
muchas e importantes
apuestas en toda
la tarde. Los ánimos, estaban caldeados y en la mente de todos, bullía
la idea de enfrentar a los dos campeones. Habían ido derrotando a unos y otros
adversarios, pero como puestos de común acuerdo no medían entre sí, sus
fuerzas. No era, ni mucho menos, la primera vez
que ocurría; pues,
excelentes jugadores y
buenos amigos, no querían
tener probalidades de
buscar una enemistad
que no deseaban, ni
siquiera excitar pasiones
de uno u
otro lado, que pudiera acarrear malas consecuencias.
Sin embargo, tanta fué la
insistencia de los mirones, tantas las apuestas cruzadas que, no hubo más
remedio que intentar lograr la superioridad de los dos expertos.
Empezaron las tiradas. Las fuerzas
eran niveladísimas y jugada de cada
cual, era coreada
con vítores y
aplausos por sus
partida-rios.
Ambos jugadores, aunque noblemente
jugando, estaban nerviosos y con ansias de ser ganador.
Lecio, falló una tirada y entonces
resonó una voz:
-¡Cien pesetes por Repinaldu!
-Aceptades. Y cien más por Lecio.
Los
ánimos subían peligrosamente, habiendo
algún que otro conato de agresión. Fué Lecio, el que
dijo:
-¡Si hay
líos, retirámonos! ¡Repinaldu
y yo, tamos
xugandó de bona fé!
-Tú sí, él no.
-Gritó un exaltado.
-Yo sí.
-Gritó Repinaldu.
-Y ten cudiao con lo que hables,
pues lo mesmo que xuego la bola, cimblo el palu...
-¡Ten muncho güeyu con lo que
dices!
-Recrestóse el otro.
-Dígolo y sosténgolo.
-Dejó la bola iracundo y fué en
busca del garrote. Con las
peores intenciones llegaba
Repinaldo al exaltado insultador, cuando en esto,
Pimienta, se mete por medio del grupo, sin saber de donde había salido. En la
partida no estuviera en toda la tarde y además, llegaba fatigado, como de una
larga carrera.
Decíamos que se introdujo en medio
del vociferador grupo y en alta voz, hablaba.
-¡Acaba de
pasar la cosa
más grande del
mundo! ¡Hay una invasión por la mar!
Calló el grupo inmediatamente. Con
un movimiento instintivo de expectación,
rodeáronle todos, olvidando
al momento la
gresca iniciada.
-¿Qué pasa?
-Inquirieron medio centenar de
voces.
-Qué ahora
mesmo, la mar,
en la rada
de Perán, empezó
a engordar, engordar y
subió pencima la
carretera, rnetióse per
los praos y dexó al baxar, más de cien ballenes. La más pequeña, ye como
el mió horru. Una, dió un rabotazu a la casa Perán ya dexóla desmigayada. Otra,
tiró el horro
d'un vecín. La
xente aterrorizada marcha como
tiros y agora,
llegarán les tropes
con cañones para presenta ¡os batalla. Hay que dir tós
p'allá. Llevar palos y focetes, que yo voy avisar más xente.
Sin titubeos, jugadores y mirones,
lanzáronse en rápida carrera a pertrecharse
para el combate.
La noticia corrió
como reguero de pólvora, quedando las casas de la comarca
vacías, ya que, hasta las mujeres
con sus niños,
subían monte arriba
para presenciar tan descomunal sucedido.
Sólo Pimienta,
hubo de tumbarse
en el suelo,
para no caer redondo a consecuencia del ataqué de
risa que le dió. ¡Era nada la que acababa de armar! A él, le habían hecho
muchas trastadas, pero tan gorda como
aquella, ninguna, por
lo que estaba
satisfecho ya que le pagaban,
todas en una.
Rodando por el suelo estaba sin
poder dominar su alegría, cuando a poco le pisa un nuevo grupo de gente armada,
que iba en dirección a Perán:
-¿No sabes lo que pasa, Pimienta?
-Sí, oh. Y lo pior ye que, les
ballenes paez que vienen en dirección pa cá.
-Repuesto, reponía.
-¡Qué razón
tien el reflán
que diz, "Un
bobu fay un cientu".
-Comentó.
-Agora compriendo bien, lo fácil
que ye ser conductor de mases, como se
diz agora. ¡Si
diciéndoios que vienen
ballenes marchen tós como llobos, que fará diciéndoios quén Candás
llueven panes de a kilu!
Otro nuevo
grupo, que avanzaba
rápidamente en la dirección sabida, sacóle de sus
pensamientos. Este, venía capitaneado por el propio señor Cura, que iba
explicando a sus feligreses la posibilidad de sacar partido del aceite y marfil
de los extraordinarios mamíferos.
-¿Va p'allá
señor Cura?
-Con el
mayor cinismo preguntaba
el paisano.
-Sí, Pimienta.
Es un caso digno
de verse. Algo
extra ordinario.
¿Usted no viene?
-De bona gana diría. Pero toy un
poco coxu de una pata.
-Hubo de volver la
cara, porque aunque
muy dura no
podía resistir tanto embuste. A costa de no pocos esfuerzos,
pudo dominarse, hasta que, el buen sacerdote y acompañantes, se perdieron de
vista.
Entonces sí,
que gozó a
sus anchas. Dió
rienda suelta a sus carcajadas, habló sólo, saltó. Más de
pronto, quedóse inmóvil, serio, pensativo.
Restregó los ojos,
pasó la mano
por la frente,
como cuando tomaba alguna
resolución importante, y sin más,
echó a correr como un loco,
detrás de los grupos que marchaban a Perán.
Corriendo a todo correr decía...
-¡Barájoles! A ver si ye verdá lo
de les ballenes y yo por tar aquí, non les veo!
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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