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miércoles, 19 de junio de 2013

Las ballenas de perán

De cuantos jugadores habían intervenido en las partidas de bolos, ningunos  como  Repinaldu  y  Lecio,  habían  demostrado manifiesta superioridad.  Medio  centenar  de  curiosos  presenciaban  el  juego, comentando  entusiasmados,  la  fortaleza,  habilidad  y  acierto,  de aquellos  colosos,  superiores  con  mucho,  a  cuantos  existieron  y existían  en  el  Concejo,  pese  a  tener  en  cuenta  que  Carreño,  de tiempos inmemoriales era temido en la bolera.
Habíanse  cruzado  muchas  e  importantes  apuestas  en  toda  la tarde. Los ánimos, estaban caldeados y en la mente de todos, bullía la idea de enfrentar a los dos campeones. Habían ido derrotando a unos y otros adversarios, pero como puestos de común acuerdo no medían entre sí, sus fuerzas. No era, ni mucho menos, la primera vez  que  ocurría;  pues,  excelentes  jugadores  y  buenos  amigos,  no querían  tener  probalidades  de  buscar  una  enemistad  que  no deseaban,  ni  siquiera  excitar  pasiones  de  uno  u  otro  lado,  que pudiera acarrear malas consecuencias.
Sin embargo, tanta fué la insistencia de los mirones, tantas las apuestas cruzadas que, no hubo más remedio que intentar lograr la superioridad de los dos expertos.
Empezaron las tiradas. Las fuerzas eran niveladísimas y jugada de cada  cual,  era  coreada  con  vítores  y  aplausos  por  sus  partida-rios.
Ambos jugadores, aunque noblemente jugando, estaban nerviosos y con ansias de ser ganador.
Lecio, falló una tirada y entonces resonó una voz:
-¡Cien pesetes por Repinaldu!
-Aceptades. Y cien más por Lecio.
Los  ánimos  subían  peligrosamente,  habiendo  algún  que  otro conato de agresión. Fué Lecio, el que dijo: 
-¡Si  hay  líos,  retirámonos!  ¡Repinaldu  y  yo,  tamos  xugandó  de bona fé!
-Tú sí, él no.
-Gritó un exaltado.
-Yo sí.
-Gritó Repinaldu.
-Y ten cudiao con lo que hables, pues lo mesmo que xuego la bola, cimblo el palu...
-¡Ten muncho güeyu con lo que dices!
-Recrestóse el otro.
-Dígolo y sosténgolo.
-Dejó la bola iracundo y fué en busca del garrote.  Con  las  peores  intenciones  llegaba  Repinaldo  al  exaltado insultador, cuando en esto, Pimienta, se mete por medio del grupo, sin saber de donde había salido. En la partida no estuviera en toda la tarde y además, llegaba fatigado, como de una larga carrera.
Decíamos que se introdujo en medio del vociferador grupo y en alta voz, hablaba.
-¡Acaba  de  pasar  la  cosa  más  grande  del  mundo!  ¡Hay  una invasión por la mar!
Calló el grupo inmediatamente. Con un movimiento instintivo de expectación,  rodeáronle  todos,  olvidando  al  momento  la  gresca iniciada.
-¿Qué pasa?
-Inquirieron medio centenar de voces.
-Qué  ahora  mesmo,  la  mar,  en  la  rada  de  Perán,  empezó  a engordar,  engordar  y  subió  pencima  la  carretera,  rnetióse  per  los praos y dexó al baxar, más de cien ballenes. La más pequeña, ye como el mió horru. Una, dió un rabotazu a la casa Perán ya dexóla desmigayada.  Otra,  tiró  el  horro  d'un  vecín.  La  xente  aterrorizada marcha  como  tiros  y  agora,  llegarán  les  tropes  con  cañones  para presenta ¡os batalla. Hay que dir tós p'allá. Llevar palos y focetes, que yo voy avisar más xente.
Sin titubeos, jugadores y mirones, lanzáronse en rápida carrera a pertrecharse  para  el  combate.  La  noticia  corrió  como  reguero  de pólvora, quedando las casas de la comarca vacías, ya que, hasta las mujeres  con  sus  niños,  subían  monte  arriba  para  presenciar  tan descomunal sucedido.
Sólo  Pimienta,  hubo  de  tumbarse  en  el  suelo,  para  no  caer redondo a consecuencia del ataqué de risa que le dió. ¡Era nada la que acababa de armar! A él, le habían hecho muchas trastadas, pero tan  gorda  como  aquella,  ninguna,  por  lo  que  estaba  satisfecho  ya que le pagaban, todas en una.
Rodando por el suelo estaba sin poder dominar su alegría, cuando a poco le pisa un nuevo grupo de gente armada, que iba en dirección a Perán:
-¿No sabes lo que pasa, Pimienta?
-Sí, oh. Y lo pior ye que, les ballenes paez que vienen en dirección pa cá.
-Repuesto, reponía.
-¡Qué  razón  tien  el  reflán  que  diz,  "Un  bobu  fay  un cientu".
-Comentó.
-Agora compriendo bien, lo fácil que ye ser conductor de mases,  como  se  diz  agora.  ¡Si  diciéndoios  que  vienen  ballenes marchen tós como llobos, que fará diciéndoios quén Candás llueven panes de a kilu!
Otro  nuevo  grupo,  que  avanzaba  rápidamente  en  la dirección sabida, sacóle de sus pensamientos. Este, venía capitaneado por el propio señor Cura, que iba explicando a sus feligreses la posibilidad de sacar partido del aceite y marfil de los extraordinarios mamíferos.
-¿Va  p'allá  señor  Cura? 
-Con  el  mayor  cinismo  preguntaba  el paisano.
-Sí,  Pimienta.  Es  un  caso  digno  de  verse.  Algo  extra ordinario.
¿Usted no viene?
-De bona gana diría. Pero toy un poco coxu de una pata.
-Hubo de volver  la  cara,  porque  aunque  muy  dura  no  podía  resistir  tanto embuste. A costa de no pocos esfuerzos, pudo dominarse, hasta que, el buen sacerdote y acompañantes, se perdieron de vista.
Entonces  sí,  que  gozó  a  sus  anchas.  Dió  rienda  suelta  a sus carcajadas, habló sólo, saltó. Más de pronto, quedóse inmóvil, serio, pensativo.  Restregó  los  ojos,  pasó  la  mano  por  la  frente,  como cuando  tomaba  alguna  resolución  importante,  y  sin  más,  echó  a correr como un loco, detrás de los grupos que marchaban a Perán.
Corriendo a todo correr decía...
-¡Barájoles! A ver si ye verdá lo de les ballenes y yo por tar aquí, non les veo!

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

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