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miércoles, 19 de junio de 2013

Bolita y el jabali

Estando en el Cáucaso, un día fui­mos a cazar jabalíes y Bolita me siguió. En cuanto los monteros dieron la señal, Bolita se escondió en el bosque. Era el mes de noviembre. En esa época los ja­balíes y los cerdos están muy gordos
En los bosques del Cáucaso suele ha­ber muchos frutos sabrosos como, por ejemplo, uvas silvestres, piñas, manzanas, peras, moras, bellotas y endrinos. Estos frutos maduran y caen, con las primeras heladas; y los jabalíes se ceban con ellos.
En esa época, están tan gordos que no pueden correr mucho, cuando los per­siguen los perros. Después de dos horas de persecución, se ocultan en la espesura y se detienen. Entonces, los cazadores acuden a ese lugar y disparan. Por el ladrido de los perros, se conoce si el ja­balí corre o se ha detenido. Si corre, los perros lanzas gruñidos, como si les pegaran. Y si se ha parado, aúllan, como si ladraran a un hombre.
Aquel día, deambulé largo rato por el bosque; pero no logré cortar el paso a ningún jabalí. Por fin, oí el prolon­gado aullido de los perros de caza; y me dirigí hacia el lugar de donde pro­venía. Cuando ya estaba bastante cerca, percibí chasquidos de ramas en la espe­sura. Los perros habían acosado a un jabalí; pero, por sus ladridos, se dedu­cía que no se atrevían a atacarlo. Repentinamente, oí ruido detrás de mí; y di­visé a Bolita.
Al parecer, había perdido de vista a los perros; y, en aquel momento, había oído sus ladridos, lo mismo que yo, y acudía a todo correr. Avanzaba por un prado cubierto de alta hierba y sólo veía la cabeza negra y la lengua, que asoma­ba entre las dos hileras de dientes blan­cos. Lo llamé; pero no se volvió. Cada vez penetraba más en la espesura del bosque. Las ramas me tiraban la gorra, y me azotaban el rostro; y las agujas de los endrinos me enganchaban el traje. Me hallaba ya cerca del lugar donde la­draban los perros; mas aún no podía ver nada.
De pronto los ladridos se intensifica­ron; se oyó un chasquido, y el jabalí empezó a gruñir. Pensé que Bolita había llegado hasta él y lo atacaba. Haciendo un esfuerzo, corrí hacia allá, a través de la espesura. Divisé a un perro de caza pardo, que ladraba y aullaba. A tres pasos de él, vi algo negro que se movía.
Al acercarme pude divisar al jabalí. Bolita lanzaba penetrantes aullidos. El ja­balí se arrojó sobre el perro de caza, que, acobardado, dió un salto hacia atrás. Entonces le vi el flanco y la cabeza. Apunté y disparé. Comprendí que le ha­bía dado. Lanzando gruñidos, la fiera pe­netró en la espesura. Los perros aullaban siguiendo sus huellas y yo me abría ca­mino tras de ellos. De pronto, tropecé con algo. Era Bolita. Estaba tendido so­bre un costado y lanzaba gemidos. De­bajo de él había un charco de sangre. "Está perdido", pensé. Pero en aquel momento no podía entretenerme con él; y seguí avanzando por la espesura. No tardé en divisar al jabalí. Los perros lo atacaban y él se volvía a un lado y a otro. Al verme, corrió hacia mí. Disparé por segunda vez, casi a quema ropa. El animal gruñó, vaciló y se desplomó pe­sadamente.
Cuado me acerqué, el jabalí estaba muerto. Su enorme cuerpo se hinchaba, estremeciéndose. Con el pelo erizado, los perros le lamían la sangre de la herida.
Entonces me acordé de Bolita y fuí a buscarlo. Venía a mi encuentro, arras­trándose por el suelo. Me acerqué a él y me puse en cuclillas para examinarle la herida. Tenía el vientre desgarrado y los intestinos le arrastraban por las hojas secas. Al llegar mis compañeros, le co­locamos los intestinos y le cosimos el vientre. Mientras le perforábamos la piel para coserlo, Bolita nos lamía las manos.
Atamos al jabalí a la cola de un ca­ballo y colocamos a Bolita encima de éste; así fué como los transportamos a casa. Aunque Bolita estuvo enfermo du­rante seis semanas, acabó curándose.

Cuento para niños

1.013. Tolstoi (Leon)

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