Estando en el Cáucaso, un
día fuimos a cazar jabalíes y Bolita
me siguió. En cuanto los monteros dieron la señal, Bolita se escondió en el bosque. Era el mes de noviembre. En esa
época los jabalíes y los cerdos están muy gordos
En los bosques del
Cáucaso suele haber muchos frutos sabrosos como, por ejemplo, uvas silvestres,
piñas, manzanas, peras, moras, bellotas y endrinos. Estos frutos maduran y
caen, con las primeras heladas; y los jabalíes se ceban con ellos.
En esa época, están tan
gordos que no pueden correr mucho, cuando los persiguen los perros. Después de
dos horas de persecución, se ocultan en la espesura y se detienen. Entonces,
los cazadores acuden a ese lugar y disparan. Por el ladrido de los perros, se
conoce si el jabalí corre o se ha detenido. Si corre, los perros lanzas
gruñidos, como si les pegaran. Y si se ha parado, aúllan, como si ladraran a un
hombre.
Aquel día, deambulé largo
rato por el bosque; pero no logré cortar el paso a ningún jabalí. Por fin, oí
el prolongado aullido de los perros de caza; y me dirigí hacia el lugar de
donde provenía. Cuando ya estaba bastante cerca, percibí chasquidos de ramas
en la espesura. Los perros habían acosado a un jabalí; pero, por sus ladridos,
se deducía que no se atrevían a atacarlo. Repentinamente, oí ruido detrás de
mí; y divisé a Bolita.
Al parecer, había perdido
de vista a los perros; y, en aquel momento, había oído sus ladridos, lo mismo
que yo, y acudía a todo correr. Avanzaba por un prado cubierto de alta hierba y
sólo veía la cabeza negra y la lengua, que asomaba entre las dos hileras de
dientes blancos. Lo llamé; pero no se volvió. Cada vez penetraba más en la
espesura del bosque. Las ramas me tiraban la gorra, y me azotaban el rostro; y
las agujas de los endrinos me enganchaban el traje. Me hallaba ya cerca del
lugar donde ladraban los perros; mas aún no podía ver nada.
De pronto los ladridos se
intensificaron; se oyó un chasquido, y el jabalí empezó a gruñir. Pensé que
Bolita había llegado hasta él y lo atacaba. Haciendo un esfuerzo, corrí hacia
allá, a través de la espesura. Divisé a un perro de caza pardo, que ladraba y
aullaba. A tres pasos de él, vi algo negro que se movía.
Al acercarme pude divisar
al jabalí. Bolita lanzaba penetrantes aullidos. El jabalí se arrojó sobre el
perro de caza, que, acobardado, dió un salto hacia atrás. Entonces le vi el
flanco y la cabeza. Apunté y disparé. Comprendí que le había dado. Lanzando
gruñidos, la fiera penetró en la espesura. Los perros aullaban siguiendo sus
huellas y yo me abría camino tras de ellos. De pronto, tropecé con algo. Era Bolita. Estaba tendido sobre un costado
y lanzaba gemidos. Debajo de él había un charco de sangre. "Está
perdido", pensé. Pero en aquel momento no podía entretenerme con él; y seguí
avanzando por la espesura. No tardé en divisar al jabalí. Los perros lo atacaban
y él se volvía a un lado y a otro. Al verme, corrió hacia mí. Disparé por segunda vez, casi a quema ropa. El animal gruñó, vaciló y se desplomó
pesadamente.
Cuado me acerqué, el
jabalí estaba muerto. Su enorme cuerpo se hinchaba, estremeciéndose. Con el
pelo erizado, los perros le lamían la sangre de la herida.
Entonces me acordé de Bolita y fuí a buscarlo. Venía a mi
encuentro, arrastrándose por el suelo. Me acerqué a él y me puse en cuclillas
para examinarle la herida. Tenía el vientre desgarrado y los intestinos le
arrastraban por las hojas secas. Al llegar mis compañeros, le colocamos los
intestinos y le cosimos el vientre. Mientras le perforábamos la piel para
coserlo, Bolita nos lamía las manos.
Atamos al jabalí a la
cola de un caballo y colocamos a Bolita
encima de éste; así fué como los transportamos a casa. Aunque Bolita estuvo enfermo durante seis
semanas, acabó curándose.
Cuento para niños
1.013. Tolstoi (Leon)
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