A Alexéi M. Peshkov (Máximo Gorki). Yalta, 3 de diciembre de
1898
Me pregunta cuál es mi opinión sobre sus cuentos. ¿Qué opinión
tengo? Un talento indudable, y además un verdadero y gran talento. Por ejemplo,
en el cuento "En la estepa crece" con una fuerza inhabitual, e
incluso me invade la envidia de no haberlo escrito yo. Usted es un artista, una
persona sabia. Siente a la perfección. Es plástico, es decir, cuando representa
algo, lo observa y lo palpa con las manos. Eso es arte auténtico. Esa es mi
opinión y estoy muy contento de poder expresársela. Yo, repito, estoy muy
contento, y si nos hubiésemos conocido y hablado en otro momento, se hubiese
convencido del alto aprecio que le tengo y de qué esperanzas albergo en su
talento.
¿Hablar ahora de los defectos? No es tan fácil. Hablar sobre
los defectos del talento es como hablar sobre los defectos de un gran árbol que
crece en un jardín. El caso es que la imagen esencial no se obtiene del árbol
en sí, sino del gusto de quien lo mira. ¿No es así?
Comenzaré diciéndole que, en mi opinión, usted no tiene
contención. Es como un espectador en el teatro que expresa su entusiasmo de
forma tan incontinente que le impide escuchar a los demás y a sí mismo.
Especialmente esta inconti-nencia se nota en las descripciones de la naturaleza
con las que mantiene un diálogo; cuando se leen, se desea que fueran compactas,
en dos o tres líneas.
Las frecuentes menciones del placer, los susurros, el ambiente
aterciopelado y demás, añaden a estas descripciones cierta retórica y
monotonía, y enfrían, casi cansan. La falta de continencia se siente en la
descripción de las mujeres
("Malva", "En las balsas") y en las
escenas de amor. Eso no es oscilación y amplitud del pincel, sino exactamente
falta de continencia verbal. Después es frecuente la utilización de palabras
inadecuadas en cuentos de su tipo.
Acompañamiento, disco, armonía: esas palabras molestan. [...]
En las representaciones de gente instruida se nota cierta tensión, como si fuera
precaución; y esto no porque usted haya observado poco a la gente instruida,
usted la conoce, pero no sabe exactamente desde qué lado acercarse a ella.
¿Cuántos años tiene usted? No lo conozco, no sé de dónde es ni
quién es, pero tengo la impresión de que aún es joven. Debería dejar Nizhni
[Nizhni-Novgorod] y durante dos o tres años vivir, por así decirlo, alrededor
de la literatura y los círculos literarios; esto no para que nuestra generación
le enseñe algo, sino más bien para que se acostumbre, y siente definitivamente
la cabeza con la literatura y se encariñe a ella. En las provincias se envejece
pronto.
Korolenko, Potapenko, Mamin [Mamin-Sibiriak], Ertel, son
personas excelentes; en un primer momento, quizás le resulte a usted aburrido
estar con ellos, pero después, tras dos años, se acostumbrará y los valorará
como merecen, y su compañía le servirá para soportar la desagradable e incómoda
vida de la capital.
A Mijail P. Chéjov, Taganrog, 6 y 8 de abril de 1879
Haces bien en leer libros. Acostúmbrate a leer. Con el tiempo,
valorarás esa costumbre. ¿La señora Beecher Stow [novelista norteamericana,
autora de La cabaña del tío Tom] te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace
tiempo y he vuelto a leerla hace unos seis meses con un fin científico, y después
de la lectura sentí la sensación desagradable que sienten los mortales que
comen uvas pasas en exceso... Lee los siguientes libros: Don Quijote (completo,
en siete u ocho partes). Es bueno. Las obras de Cervantes se encuentran a la
altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los hermanos que lean, si aún no lo
han hecho, Don Quijote y Hamlet, de Turguéniev. Tú, hermano, no lo entenderás.
Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee La fragata Palas, de
Goncharov.
A Dmitri V. Grigoróvich, Moscú, 28 de marzo de 1886
Su carta, mi querido y buen bienhechor, me ha impactado como
un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar. Ahora pienso que ha dejado una
profunda huella en mi alma. [...]
Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi
actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no
cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de
conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno
sólo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado “círculo
literario”. Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una
vez por semana en el reser-vado de un restaurante y dan rienda suelta a sus
lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta, se reirían de mí.
Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compe-netrarme con
esa opinión general de mi insignificancia literaria. En seguida me acostum-bré
a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la
primera razón. La segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la
medicina de modo que el proverbio sobre las dos liebres [“El que sigue dos
liebres, tal vez cace una, y muchas veces, ninguna”] nunca quitó tanto el sueño
a nadie como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted
mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una
actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío
en el que haya trabajado más de un día. "El cazador", que a usted le
gusta, lo escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los
reporteros que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin
preocuparme para nada del lector ni de mí mismo... He escrito intentando no
desperdiciar en un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe
Dios por qué, he guardado y escondido con mucho cuidado. [...]
Disculpe la comparación, pero ha actuado en mí como la orden
gubernamental de “abandonar la ciudad en 24 horas”, esto es, de pronto he
sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir lo antes posible del
lugar donde me hallo empantanado... Estoy de acuerdo en todo con usted. El
cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado "La bruja". Si
hubiera escrito ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro, no lo
tendría... Me libraré de los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo... No es
posible abandonar el carril en el que me encuentro.
No me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se
trata de mí.
Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres por día y un
poco de la noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para pequeños trabajos.
En verano, cuando tenga más tiempo libre y menos obligaciones, me ocuparé de
asuntos serios.
No puedo poner mi verdadero nombre en el libro, porque ya es
tarde: la viñeta ya está preparada y el libro, impreso. Mucha gente de
Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted, no echar a perder el libro con
un pseudónimo, pero no les he hecho caso, probablemente por amor propio. No me
gusta nada mi libro [Cuentos abigarrados se publicó bajo el pseudónimo de
Antosha Chejonté].
Es una vinagreta, un batiburrillo de trabajos estudiantiles,
desplumados por la censura y por los editores de las publicaciones
humorísticas. Creo que, después de leerlo, muchos se sentirán decepcionados. Si
hubiera sabido que usted me lee y sigue mis pasos, no lo habría publicado. La
esperanza está en el futuro. Sólo tengo 26 años. Quizás me dé tiempo a hacer
algo, aunque el tiempo pasa deprisa. Le pido disculpas por esta carta tan
larga. [...] Con profundo y sincero respeto y agradecimiento.
1.014. Chejov (Anton)
No hay comentarios:
Publicar un comentario