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miércoles, 19 de junio de 2013

El unico sitio donde hay luz

Después  de  acalorada  discusión  en  "casa  Pito",  -taberna  del pueblo-  entre  Pito,  el  orondo  chigrero,  D.  Nicasio,  Pimienta  y  la chavalería  del  pueblo,  en  la  que  se  gastaron  todas  las  dotes  de oratoria y persuasión, para convencer a Pimienta, de que el domingo fuese al partido de fútbol a Gijón, aquél, dando un puñetazo sobre el mostrador, exclamó:
-¡Porra! Yo, tan burru non soy. A mi, decíyesme claramente, que pal autocar falta una plaza y quereyes que yo la pague y listo. ¡Qué tanto cuentu!
-¡Bravo! -Gritaron los contertulios- ¡Ya eres de los nuestros!
-¡Eh! Quieto. Hasta cierto punto. Yo, dígobos que voy al partidu, pa sacar partida y, sansacabó.
-Vaya  usted  a  lo  que  quiera;  me  parece  bien.  -Contestó  D. Nicasio, dándose por finalizada la discusión.
Ante  todo  Pimienta,  es  fiel  cumplidor  de  su  palabra.  Como  era sábado  y  para  un  viaje  siempre  es  necesario  hacer  algún preparativo, marchó de la taberna, a una hora prudencial, a fin de hallar  a  su  mujer  levantada,  como  así  sucedió  en  efecto.  Llegó zalamero,  cariñoso  como  siempre,  echó  una  mirada  a  la  cuadra  y hallándolo todo conforme, pidió la cena.
-Oye  Pimienta.  ¿Tú  tas  malu?  Preguntó  con  doble  intención  su mujer.
-¿Por qué lo dices Rufa? Interrogó por respuesta, no dándose por enterado de la malicia de su costilla.
-iCómo vienes tan temprano, pensé c' algo t' había pasao!
-Non muyer. Ye que tengo viaje. Y como tengo viaje, aprepárame pa  mañana  a  les  dos,  una  empanadina,  como  pa  cuatro,  de llonganiza; mediu llacón, una ocenuca de güevos duros y si acasu un pitucu. Bueno, envuélveslo tó xunto con dos boroñuques...
-¡María Santísima! -Intercedió la mujer- ¿TÚ vas pa la Bana?
-Non. Voy al partidu de Xixón. ¡Y qué partidu! Según D. Nicasio, xueguen a una cosa que se llama ténica, y si oyes al fíu de Roque, que esi non pierde unu y ye autoridá na materia, caite la baba. ¡Algo terrible! Los xugadores dan unos saltos que alleguen co les patees a les  alambres  del  teléfano  y  Milín,  cuerre  más,  que  corrió  Llope cuando la escorrió la Guardia Cevil el día el Cristu y, ya sabes que Llope,  allegó  de  Candás  a  Xixón  en  doce  menutos.  Además,  decía Pito, que non m'acuerdo que xugador, regatiaba más c'una zabarcera pa comprar una gallina....
-Eso  póngolo  en  duda. 
-Intercedió  Rufa.  Eso  quixera  velo  y  tá apeteciéndome  dir  pa  llamar  tramposos  a  esos  que  tanto  cuentu tienen. Y voy dir...
Ante cuya afirmación, enérgico, repuso Pimienta.
-¡Eso si que non, Rufa! Les buenes costumbres d'esta casa, nunca deben  perdese  y  tú  bien  sabes  que  la  muyer  en  casa  y  la  pata quebrada... Ye un espetáculo solo de homes.
-¡Ah  bribón!  Lo  que  me  paez,  ye  que  vayes  fartavos.  ¿Por  qué sinón, tanta empanada, tanto chorizu, tantos güevos?...
-Precauciones muyer,  precauciones. En estos grandes espetácu-los, aúnde se xuega la honra de dos pueblos como Xixón y Uvieu,  pueden  excitase  les  pasiones  y  desexcitase  na Comisaría. Hombre preveníu...
-Non te falta razón. Pero por Dios, Pimienta; piensa en mí, en les vaques, en los fíos y non te comprometas. Has de tener cabeza.
-Tendréla muyer. -Y casi conmovidos se miraron. Ella, echó mano a la sartén y Pimienta, lentamente subió las escaleras del hórreo en busca de la cama.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Lleno  absoluto  en  el  Molinón.  Pimienta,  junto  con  todos  los asistentes  al  partido  venidos  de  la  aldea  en  autocar,  apretaba fuertemente bajo el brazo, el descomunal paquete de provisiones. No tardaron  en  salir  los  equipos.  Ovaciones  y  silbidos.  Después,  más silbidos, más ovaciones. Empieza el juego...
-¡Bravo!
-¡Bien! -¡Vaya chut!
-¡Cabeza! ¡Cabeza! 
-¡Vaya salto!
Pimienta,  aturdido,  moviendo  la  cabeza  de  un  lado  a  otro, alargando el cuello hasta lograr la completa identidad al del cisne, ni veía, ni comprendía y menos se explicaba aquellos gritos de miles de aficionados,  coreando  saltos  inexistentes,  carreras  atortugadas  y regates invisibles. Por eso, no es de extrañar, que una y otra vez se restregase los ojos y que continuamente, preguntase en voz alta:
-Oye Roque. ¿Cuándo salten hasta les alambres? 
-Oiga D. Nicasio. ¿Cuándo regatien como la zabarcera?
-Oye Pito. ¿Cuándo cuerren como Llope?...
Cuando llegó el descanso, tenía Pimienta la plena convinción, de que el fútbol, era un verdadero timo, a consecuencia del cual, había perdido once pesetas, importe de la entrada; un duro, importe del autocar,  y  treinta  céntimos  de  postulación.  Le  parecía  mejor empleado, en unas botellas de buena sidra que, por lo menos en-tonarían el cuerpo.
Absorto en estos pensamientos estaba, cuando, acertó a divisar la cantina del campo. Los demás, se hallaban embebidos en discusiones futboleras.
Más  de  un  bastón,  chocaba  contra  algún  cráneo.  Dos  mujeres, gritaban y se arrancaban las cejas, mientras sus maridos encendían un puro, con el mismo encendedor...
-¡Merez la pena! Pero como la cantina t'allí, tá tó resuelto. Oiga D. Nicasio -Exclamó en alta voz. -El autocar marcha a les once, ¿Non y'eso?
-En punto. Pero, ¿es que quiere irse?
-Non me non. Pero como hay tanta xente y voy dir a la cantina a char un traguín, a lo mejor perdémonos.
-Tenga usted cuidado. Mas si eso ocurre, ya sabe, es frente a la sidrería de Josefa. 
-A descuide, non me pierdo.
Abriéndose paso a codazos, con alguna patada en la espinilla de otro  -a  la  chita  callando-  pasó  frente  a  la  cantina,  mirándola de soslayo.  No  era  allí  su  meta.  Un  portero  uniformado,  le  abrió  la puerta y pronto respiró a pulmón lleno.
-¡Salí del manicomio! -Razonó muy cuerdamente.
A prisa, tomó la calle Ezcurdia, cruzó otras varias, e introdújose en un acreditado establecimiento de bebidas.
Con parsimonia, desenvolvió el paquete, pidió una caja de sidra, y sin apurarse, fué engullendo la empanada, después el llacón y entre culín y bocado, reyéndose sólo, comentaba:
-¡Esto non será partidu, pero ye sacar partida al partidu!
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Con  rapidez  pasmosa,  pasaron  las  horas  y  llegáronle  las  once.
Entonces, más contento que, unas pascuas, inició el camino en busca del  autocar.  Ya  en  pleno  Parque  Alvargonzález,  miró  con  interés hacia la sidrería mencionada, y allí vió el autocar solitario. Arrimóse a un farol de gas, poniéndose a pensar:
-Ellos  deben  tar  al  llegar.  Si  ganó  Xixón,  tardarán;  si perdió, llegarán  llueu  por  non  aguantar  los  contrarios.  Pero  allí  vien  un señor...
Arrodillóse  en  el  suelo,  apartó  unas  hojas  secas  con  la  mano, sopló  una  o  dos  veces,  quitó  una  piedra  y  el  señor  que  llegaba, paróse  a  su  frente,  observóle  un  instante,  y  extrañado  al  verle arrastrándose por el suelo, inquirió.
-¿Ha perdido usted algo?
-¡Ay señor! ¡Busco un reló!
-¡Qué mala suerte! Le ayudaré a buscar.
Efectivamente, aquel tan atento caballero, se arrodilló en el suelo y con la mejor voluntad del mundo se puso a escudriñar por el sucio
Parque, en busca de la prenda perdida.
-iGracies señor! Usté ye muy atentu. Pero non se aparte tanto del farol que non ve.
Pronto  llegaron  más  transeúntes,  asimismo  atentos,  que enterados  de  lo  acaecido,  se  pusieron  a la  búsqueda  del  reloj.  No tardaron  en  juntarse  una  docena  de  buscadores.  Y  al  rato,  D. Nicasio, en compañía de Pito y Roque.
-¡Caramba! ¡Está ahí Pimienta! ¡Pimienta! ¡Pimienta! 
-¿Ye usté D. Nicasio?
-Aquí estamos todos. ¿Qué buscan? 
-El reló.
-¡Hay que buscalu!
-Exclamó Pito, iniciando la obra.
-Tien que parecer.
-Igualmente, dijo Roque.
-También les ayudaré.
-Finalmente arguyó D. Nicasio
Y hete ahí, a una veintena de hombres, arrastrándose alrededor de  un  farol  de  gas  a  la  busca  y  captura  de  un  reloj.  Andaban  en todas  direcciones,  apartaban  todas  las  piedras,  arrancaban adoquines, soplaban el polvo. A veces, dos cabezas se encontraban oyéndose un grito de dolor.
-¡Ayyyy! ¡Caballero!
-¿Le he lastimado?
-No nada; me ha arrugado el sombrero.
Y  pasó  media  hora.  Seguían  arrastrándose  con  verdadero entusiasmo  y  el  reloj  no  aparecía.  Un  guardia  municipal,  serio  e imperturbable, contemplaba a cierta distancia la escena.
En esto, D. Nicasio, maltrecho de sus rodillas, con dolores en los riñones, se reincorpora, sopla fuertemente y llamando a Pimienta, le pregunta.
-Oiga Pimienta.
-Usted dirá.
-¿Usted, está seguro de haber perdido el reloj?
-¡Cá non señor! El míu dexélu en casa. Pero como non tenía que facer y aquí, ye el únicu sitiu c'hay luz, púnxeme a buscar, por si alcontrábá otru.
Entonces, el dignísimo guardia municipal, hubo de intervenir para evitar un asesinato.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

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