Después de
acalorada discusión en
"casa Pito", -taberna
del pueblo- entre Pito,
el orondo chigrero,
D. Nicasio, Pimienta
y la chavalería del
pueblo, en la
que se gastaron
todas las dotes
de oratoria y persuasión, para convencer a Pimienta, de que el domingo
fuese al partido de fútbol a Gijón, aquél, dando un puñetazo sobre el
mostrador, exclamó:
-¡Porra! Yo, tan burru non soy. A
mi, decíyesme claramente, que pal autocar falta una plaza y quereyes que yo la
pague y listo. ¡Qué tanto cuentu!
-¡Bravo! -Gritaron los
contertulios- ¡Ya eres de los nuestros!
-¡Eh! Quieto. Hasta cierto punto.
Yo, dígobos que voy al partidu, pa sacar partida y, sansacabó.
-Vaya usted
a lo que
quiera; me parece
bien. -Contestó D. Nicasio, dándose por finalizada la
discusión.
Ante todo
Pimienta, es fiel
cumplidor de su
palabra. Como era sábado
y para un
viaje siempre es
necesario hacer algún preparativo, marchó de la taberna, a
una hora prudencial, a fin de hallar
a su mujer
levantada, como así
sucedió en efecto.
Llegó zalamero, cariñoso como
siempre, echó una
mirada a la
cuadra y hallándolo todo
conforme, pidió la cena.
-Oye Pimienta.
¿Tú tas malu?
Preguntó con doble
intención su mujer.
-¿Por qué lo dices Rufa? Interrogó
por respuesta, no dándose por enterado de la malicia de su costilla.
-iCómo vienes tan temprano, pensé
c' algo t' había pasao!
-Non muyer. Ye que tengo viaje. Y
como tengo viaje, aprepárame pa
mañana a les
dos, una empanadina,
como pa cuatro,
de llonganiza; mediu llacón, una ocenuca de güevos duros y si acasu un
pitucu. Bueno, envuélveslo tó xunto con dos boroñuques...
-¡María Santísima! -Intercedió la
mujer- ¿TÚ vas pa la Bana ?
-Non. Voy al partidu de Xixón. ¡Y
qué partidu! Según D. Nicasio, xueguen a una cosa que se llama ténica, y si
oyes al fíu de Roque, que esi non pierde unu y ye autoridá na materia, caite la
baba. ¡Algo terrible! Los xugadores dan unos saltos que alleguen co les patees
a les alambres del
teléfano y Milín,
cuerre más, que
corrió Llope cuando la escorrió la Guardia Cevil el día
el Cristu y, ya sabes que Llope,
allegó de Candás
a Xixón en
doce menutos. Además,
decía Pito, que non m'acuerdo que xugador, regatiaba más c'una zabarcera
pa comprar una gallina....
-Eso póngolo
en duda.
-Intercedió Rufa.
Eso quixera velo y tá apeteciéndome dir
pa llamar tramposos
a esos que
tanto cuentu tienen. Y voy dir...
Ante cuya afirmación, enérgico,
repuso Pimienta.
-¡Eso si que non, Rufa! Les buenes
costumbres d'esta casa, nunca deben
perdese y tú
bien sabes que
la muyer en
casa y la
pata quebrada... Ye un espetáculo solo de homes.
-¡Ah bribón!
Lo que me
paez, ye que
vayes fartavos. ¿Por
qué sinón, tanta empanada, tanto chorizu, tantos güevos?...
-Precauciones muyer, precauciones. En estos grandes espetácu-los,
aúnde se xuega la honra de dos pueblos como Xixón y Uvieu, pueden
excitase les pasiones
y desexcitase na Comisaría. Hombre preveníu...
-Non te falta razón. Pero por Dios,
Pimienta; piensa en mí, en les vaques, en los fíos y non te comprometas. Has de
tener cabeza.
-Tendréla muyer. -Y casi conmovidos
se miraron. Ella, echó mano a la sartén y Pimienta, lentamente subió las
escaleras del hórreo en busca de la cama.
... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Lleno absoluto
en el Molinón.
Pimienta, junto con
todos los asistentes al
partido venidos de
la aldea en
autocar, apretaba fuertemente
bajo el brazo, el descomunal paquete de provisiones. No tardaron en
salir los equipos.
Ovaciones y silbidos.
Después, más silbidos, más
ovaciones. Empieza el juego...
-¡Bravo!
-¡Bien! -¡Vaya chut!
-¡Cabeza! ¡Cabeza!
-¡Vaya salto!
Pimienta, aturdido,
moviendo la cabeza
de un lado
a otro, alargando el cuello hasta
lograr la completa identidad al del cisne, ni veía, ni comprendía y menos se
explicaba aquellos gritos de miles de aficionados, coreando
saltos inexistentes, carreras
atortugadas y regates invisibles.
Por eso, no es de extrañar, que una y otra vez se restregase los ojos y que
continuamente, preguntase en voz alta:
-Oye Roque. ¿Cuándo salten hasta
les alambres?
-Oiga D. Nicasio. ¿Cuándo regatien
como la zabarcera?
-Oye Pito. ¿Cuándo cuerren como
Llope?...
Cuando llegó el descanso, tenía
Pimienta la plena convinción, de que el fútbol, era un verdadero timo, a
consecuencia del cual, había perdido once pesetas, importe de la entrada; un
duro, importe del autocar, y treinta
céntimos de postulación.
Le parecía mejor empleado, en unas botellas de buena
sidra que, por lo menos en-tonarían el cuerpo.
Absorto en estos pensamientos
estaba, cuando, acertó a divisar la cantina del campo. Los demás, se hallaban
embebidos en discusiones futboleras.
Más
de un bastón,
chocaba contra algún
cráneo. Dos mujeres, gritaban y se arrancaban las cejas,
mientras sus maridos encendían un puro, con el mismo encendedor...
-¡Merez la pena! Pero como la
cantina t'allí, tá tó resuelto. Oiga D. Nicasio -Exclamó en alta voz. -El
autocar marcha a les once, ¿Non y'eso?
-En punto. Pero, ¿es que quiere
irse?
-Non me non. Pero como hay tanta
xente y voy dir a la cantina a char un traguín, a lo mejor perdémonos.
-Tenga usted cuidado. Mas si eso
ocurre, ya sabe, es frente a la sidrería de Josefa.
-A descuide, non me pierdo.
Abriéndose paso a codazos, con
alguna patada en la espinilla de otro
-a la chita
callando- pasó frente
a la cantina,
mirándola de soslayo. No era
allí su meta.
Un portero uniformado,
le abrió la puerta y pronto respiró a pulmón lleno.
-¡Salí del manicomio! -Razonó muy
cuerdamente.
A prisa, tomó la calle Ezcurdia,
cruzó otras varias, e introdújose en un acreditado establecimiento de bebidas.
Con parsimonia, desenvolvió el
paquete, pidió una caja de sidra, y sin apurarse, fué engullendo la empanada,
después el llacón y entre culín y bocado, reyéndose sólo, comentaba:
-¡Esto non será partidu, pero ye
sacar partida al partidu!
... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Con
rapidez pasmosa, pasaron
las horas y
llegáronle las once.
Entonces, más contento que, unas
pascuas, inició el camino en busca del
autocar. Ya en
pleno Parque Alvargonzález, miró
con interés hacia la sidrería
mencionada, y allí vió el autocar solitario. Arrimóse a un farol de gas,
poniéndose a pensar:
-Ellos deben
tar al llegar.
Si ganó Xixón,
tardarán; si perdió, llegarán llueu
por non aguantar
los contrarios. Pero
allí vien un señor...
Arrodillóse en
el suelo, apartó
unas hojas secas
con la mano, sopló
una o dos
veces, quitó una
piedra y el
señor que llegaba, paróse a
su frente, observóle
un instante, y
extrañado al verle arrastrándose por el suelo, inquirió.
-¿Ha perdido usted algo?
-¡Ay señor! ¡Busco un reló!
-¡Qué mala suerte! Le ayudaré a
buscar.
Efectivamente, aquel tan atento
caballero, se arrodilló en el suelo y con la mejor voluntad del mundo se puso a
escudriñar por el sucio
Parque, en busca de la prenda
perdida.
-iGracies señor! Usté ye muy
atentu. Pero non se aparte tanto del farol que non ve.
Pronto llegaron
más transeúntes, asimismo
atentos, que enterados de
lo acaecido, se
pusieron a la búsqueda
del reloj. No tardaron
en juntarse una
docena de buscadores.
Y al rato,
D. Nicasio, en compañía de Pito y Roque.
-¡Caramba! ¡Está ahí Pimienta!
¡Pimienta! ¡Pimienta!
-¿Ye usté D. Nicasio?
-Aquí estamos todos. ¿Qué
buscan?
-El reló.
-¡Hay que buscalu!
-Exclamó Pito, iniciando la obra.
-Tien que parecer.
-Igualmente, dijo Roque.
-También les ayudaré.
-Finalmente arguyó D. Nicasio
Y hete ahí, a una veintena de
hombres, arrastrándose alrededor de
un farol de
gas a la
busca y captura
de un reloj.
Andaban en todas direcciones,
apartaban todas las
piedras, arrancaban adoquines,
soplaban el polvo. A veces, dos cabezas se encontraban oyéndose un grito de
dolor.
-¡Ayyyy! ¡Caballero!
-¿Le he lastimado?
-No nada; me ha arrugado el
sombrero.
Y
pasó media hora.
Seguían arrastrándose con
verdadero entusiasmo y el
reloj no aparecía.
Un guardia municipal,
serio e imperturbable,
contemplaba a cierta distancia la escena.
En esto, D. Nicasio, maltrecho de
sus rodillas, con dolores en los riñones, se reincorpora, sopla fuertemente y
llamando a Pimienta, le pregunta.
-Oiga Pimienta.
-Usted dirá.
-¿Usted, está seguro de haber
perdido el reloj?
-¡Cá non señor! El míu dexélu en
casa. Pero como non tenía que facer y aquí, ye el únicu sitiu c'hay luz,
púnxeme a buscar, por si alcontrábá otru.
Entonces, el dignísimo guardia
municipal, hubo de intervenir para evitar un asesinato.
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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