En casa de Gradussoff, sochantre
de la catedral, se encontraba el abogado Kaliakin que, dando vueltas entre los
dedos a un aviso del juez de paz a nombre de Gradussoff, decía:
"Diga usted lo que diga,
Dosifey Petrovich, usted es el que tiene la culpa."
"Yo le respeto y le aprecio,
pero con todo el dolor de mi alma he de manifestarle que usted no ha tenido
razón. ¡Eso es, usted no ha tenido razón! Usted ha ofendido a mi cliente
Dereviachkin... Pero, vamos a ver, ¿por qué le ha ofendido?"
"¡Qué ofensas ni qué
demonios!" gritó acalorado Gradussoff, anciano alto, de frente estrecha
poco prometedora, cejas espesas y una medalla de bronce en el ojal. "Yo lo
que hice fue leerle la cartilla de la moralidad. ¡A los necios hay que
enseñarles! Porque si no se les enseña no nos dejarán pasar por la
calle..."
"Pero, Dosifey Petrovich,
usted lo que ha hecho no ha sido instruirle precisamente. Usted, según él
manifiesta en su denuncia, le ha ofendido públicamente llamándole burro, canalla,
etcétera..., y hasta una vez, intentó levantarle la mano como si deseara
maltratarle de obra."
"¿Cómo no pegarle, si lo
merece? ¡No lo entiendo!"
"¡Comprenda que no tiene
usted ningún derecho para hacerlo!"
"¿Que no tengo derecho?
¡Vamos, perdóneme!... ¡Vaya usted a contárselo a cualquier otro y a mí no me
maree más, hágame el favor! Él, después de haber sido echado a puntapiés del
coro episcopal, pasó al mío y allí lo he tenido diez años. ¡Yo soy su
bienhechor, para que lo sepa usted! Y si se ha enfadado porque le he echado del
coro, él mismo es el culpable. Le he echado por su afán de filosofar. Filosofar
es propio solamente de individuos instruidos que han estudiado en la Universidad. ¡Pero si
él es un estúpido, de una inteligencia cortísima! Así, métete en un rincón y
cállate... Calla y escucha cómo hablan los hombres inteligentes."
Pero el gran badulaque siempre
procuraba meterse en filosofías. Estaban cantando o diciendo misa y él hablaba
de Bismarck o de yo no sé qué Gladstone.
"¡Querrá usted creer..., el
canalla se ha suscrito a un periódico! ¡Y cuántas veces le hice cerrar a
puñetazos la boca por la guerra ruso-turca! ¡No se lo puede usted
figurar!"
"Teníamos que cantar y él se
inclinaba a los tenores, y venga a contarles cómo los nuestros habían echado a
pique con dinamita el acorazado Liufti-Gelil... "¿Acaso esto es orden?
Natural-mente, es muy agradable que los nuestros hayan vencido, pero esto no
quiere decir que no haya que cantar."
"Después de la misa puedes
hablar todo lo que quieras." En una palabra: es un cerdo.
"¿De modo que usted también
le ofendía antes?"
"Antes no se quejaba. Se
daba cuenta de que lo hacía por su bien. Lo comprendía... Sabía que no se podía
contradecir a los mayores ni a los bienhechores, pero en cuanto entró de escribiente
en la Policía ,
¡adiós!", empezó a darse tono y dejó de comprender las cosas.
"¡Yo", dice "no soy ahora cantor, soy un funcionario! ¡Me voy a
preparar para registrador!" "¡Pedazo de animal!", le dije
"filosofa menos y límpiate las narices con más frecuencia: eso te será
mucho más provechoso que soñar con los títulos... A ti", le dije:
"No te sientan bien los
grados, sino la pobreza. ¡Ni oír quiso!"
"Veamos, por ejemplo, este
caso: ¿Por qué me ha llamado el juez de paz?...
"¿Ve usted qué cafre?"
Estaba yo en la taberna de Samoplinyeff, tomando el té con nuestro jefe de
aldea. Todo estaba lleno, no había un solo sitio libre... Miro y me encuentro
con que él estaba también allí, con otros escribientes, atiborrándose de
cerveza. Iba hecho un elegante. Levantó su hocico y gritó, gesticulando con los
brazos... Yo me puse a escuchar...
Hablaba del cólera. "¿Qué le
parece a usted? ¡Filosofando! Yo, ¿sabe usted?, me callaba,
soportándole..." Charla, charla -pensaba yo-, la lengua no tiene
huesos..."De pronto, por desgracia, comenzó a sonar la música de la
máquina... Entonces, aquel cafre se puso sentimental, se levantó y dejó a sus
amigos:
"¡Bebamos -dijo- por el
progreso!... Yo -dijo- soy hijo de mi patria y soy eslavófilo. ¡Daré mi único
pecho por ella! ¡Salid, enemigos!
"¡El que no esté de acuerdo
conmigo, que salga!" Y dio un puñetazo en la mesa. Entonces, yo no pude
contenerme más, me acerqué a él y le dije con toda la delicadeza posible:
"Oye, Osip... Si eres un cerdo y no entiendes absolutamente nada, vale más
que te calles y no te pongas metafísico. Un hombre instruido puede hacerlo,
pero tú no: tú eres la escoria, la ceniza...". Yo le decía una palabra y
él me contestaba diez...
Entonces se armó allí un jaleo.
Yo, natural-mente, lo hacía por su bien, y él me contestaba porque es tonto...
Se ofendió, y ahí lo tiene usted:
me ha denunciado ante el juez de paz...
-Sí -dijo suspirando Kaliakin-.
Eso está muy mal... Por tonterías como ésas, el demonio sabe lo que puede
resultar. Usted es un hombre con familia, respetable, y no le benefician en
nada estos chismes, causas y arrestos...
-¡Hay que acabar con este asunto,
Dosifey Petrovich! Tiene usted un recurso, con el cual está también conforme
Dereviachkin. Usted va a venir hoy conmigo, a las seis de la tarde, a la
taberna de Samoplinyeff, donde se reúnen los escribientes, los actores y otras
gentes, delante de los cuales le ha ofendido usted, y ante ellos le pedirá
usted perdón... Entonces él retirará su denuncia. ¿Ha comprendido? Supongo que
aceptará usted, Dosifey Petrovich... ¡Se lo digo como amigo!... Usted ha
ofendido a Derevjachkin...
-Le ha puesto de vuelta y media,
y sobre todo ha dudado de sus sentimientos meritorios, y hasta... los ha
profanado. En nuestros tiempos, ¿sabe usted?, no se puede hacer esto. Hay que
tener mucho cuidado. En sus palabras hay un cierto matiz..., ¿cómo diría yo?
que en nuestros tiempos..., en una palabra: no es... Ahora son las seis menos
cuarto: ¿quiere usted venir conmigo? Gradussoff movió la cabeza negativamente,
pero cuando Kaliakin le pintó con vivos colores el "matiz" de sus
palabras, añadiendo que ese matiz podía tener consecuencias, Gradussoff se
acobardó y aceptó.
-¡Pero fíjese bien!... Pídale
perdón como es debido, con buenas formas -le decía el abogado, instruyéndole
cuando iban a la taberna-. Lléguese a él y pídale perdón, tratándole de
"usted"... "Perdóneme usted... Retiro mis palabras",
etcétera, etcétera...
Al llegar a la taberna,
Gradussoff y Kaliakin la encontraron llena de gente.
Había comerciantes, actores,
funcionarios, escribientes de Policía, y en general toda la gentuza que tenía
costumbre de reunirse por las noches en la taberna para tomar té o cerveza.
Entre los escribientes se hallaba el propio Dereviachkin, joven, de edad
indeterminada, ojos grandes e inmóviles, nariz aplastada y cabellos tan ásperos
que al mirarlos entraban ganas de cepillarse las botas... Su rostro tenía una
expresión tan feliz que con verle una sola vez podía uno enterarse de todo: de
que era un borracho, de que cantaba con voz de bajo y de que era tonto, pero no
tanto que se considerase hombre inteligente.
Al ver entrar al sochantre, se
levantó e hizo unas muecas como si moviese el bigote. El público que, por lo
visto, estaba prevenido de la pública retractación, prestó oídos.
-¡Aquí... el señor Gradussoff
está conforme! -dijo Kaliakin entrando.
El sochantre saludó a unos
cuantos, se sonó con estrépito, se ruborizó y se acercó a Dereviachkin.
-Perdone usted... -balbuceó sin
mirarle, metiéndose el pañuelo en el bolsillo-. Retiro mis palabras delante de
todo el público.
-Le perdono -exclamó Dereviachkin
con su voz de bajo, lanzando una mirada de triunfo sobre el gentío y sentándose.
¡Estoy satisfecho! Señor abogado, le ruego que retire mi denuncia.
-Me excuso -prosiguió
Gradussoff-. Perdone usted. No me agradan los disgustos... ¿Quieres que te
hable de "usted"? Como quieras... ¿Deseas que te considere un hombre
inteligente? Pues ya está... ¡Me importa un comino! Yo, hermano, no soy
rencoroso, el demonio te lleve...
-¡Ea! ¡Permítame! Usted excúsese,
pero no insulte...
-¿Pero cómo quieres que me
excuse? ¿No lo estoy haciendo? ¿Tal vez porque no te doy el "usted"?
Pues es porque se me ha
olvidado... ¿Que me ponga de rodillas?... Me excuso y hasta doy gracias a Dios
de que hayas tenido un poco de seso para terminar con este asunto. Yo no tengo
tiempo para rodar por los juzgados... Nunca he pleiteado ni me pondré a
pleitear... ni a ti tampoco te lo aconsejo... Es decir, a usted...
-¡Naturalmente! ¿No desea usted
tomar algo en señal de paz?
-Sí, ¿por qué no?... Sólo que tú,
hermano Osip, eres un cerdo... Esto te lo digo no por insultarte, sino, así...
por ponerte un ejemplo... ¡Eres un cerdo, hermano! ¿Te acuerdas de cómo te
arrastrabas a mis pies cuando te echaron del coro episcopal? ¿Eh? ¡Y ahora te
atreves a denunciar a tu bienhechor! ¡Hocico de cerdo! ¡Marrano! ¿No te da
vergüenza? Señores parro-quianos: ¡Y no le da vergüenza!
-¡Permítame usted! Resulta que me
está usted insultando otra vez...
-¿Qué insultos?... Te lo digo
para enseñarte... Hemos hecho las paces y por última vez te digo que no pienso
insultarte... ¿Meterme yo otra vez contigo después de que tú has denunciado a
tu bienhechor? ¡Vete al diablo! ¡No quiero ni hablar contigo! Y si acabo de
decirte que eres un cochino es...porque lo eres... En lugar de pedir
eternamente a Dios por tu bienhechor, que durante diez años te ha dado de comer
y te ha enseñado la música, vas a denunciarle y me envías a estos abogadillos
del demonio...
-¡Oiga usted, Dosifey Petrovich!
-dijo Kaliakin ofendido. En su casa he estado yo, pero no ningún demonio...
¡Tenga usted un poco más de cuidado, se lo ruego!...
-¿Acaso me he referido a usted?
Vaya usted a mi casa aunque sea todos los días... Únicamente me asombra ver
cómo usted, que ha cursado estudios y que es una persona instruida, en lugar de
enseñar a este pavo le ayuda en contra mía... Yo, en su lugar, le metería en la
cárcel... Y luego, ¿por qué se enfada usted?
¿No me he excusado? Pues ¿qué más
quiere? ¡No lo entiendo!
-Señores parroquianos: ¡ustedes
serán testigos de que yo me he excusado y no he de hacerlo por segunda vez ante
un imbécil como éste!
-¡El imbécil es usted! -exclamó
roncamente Osip, dándose, lleno de indignación, un puñetazo en el pecho.
-¿Yo imbécil? ¿Yo? ¿Y me lo dices
tú?...
Gradussoff se puso rojo y comenzó
a temblar.
-¿Y tú te has atrevido...? Pues
¡toma! -gritó, al mismo tiempo que le lanzaba un escupitajo. ¡Y encima de
escupirte, canalla, te denunciaré al juez de paz! ¡Ya te enseñaré a ofender!
Señores, sean ustedes testigos...
-Señor teniente de Policía: ¿cómo
está usted ahí mirando? A mí me están ofendiendo y usted se queda tan
tranquilo. Ustedes cobran buen sueldo, pero en cuanto hay que cuidar del orden
ya no es cosa de ustedes, ¿eh? Acaso se creen que no hay justicia para ustedes.
El teniente de Policía se acercó
a Gradussoff y se produjo un escándalo.
Al cabo de una semana Gradussoff
comparecía ante el juez de paz, acusado de haber ofendido a
Dereviachkin, al abogado y al
teniente de Policía; a este último en acto de servicio. Al principio no
comprendía si estaba allí como acusador o como acusado; luego, cuando el juez
de paz le condenó a dos meses de arresto, se sonrió amargamente y gruñó:
"¡Hum!... A mí me han ofendido y encima tengo que ir a la cárcel... ¡Qué
cosa tan extraña!... Hay que juzgar según la ley, señor juez de paz y no hacer
lo que uno quiere... Su difunta madrecita, Bárbara Sergueyevfla, que en paz
descanse, mandaba dar de vergajazos a tipos como Osip, y usted los defiende...
¿Qué va a resultar de todo esto?... Usted los absuelve, otro hace lo mismo...
Entonces, ¿dónde podremos ir a quejamos?".
-La sentencia puede ser apelada
en el término de dos semanas... Y le suplico que no discuta... ¡Puede usted
retirarse!
-¡Naturalmente!... En estos
tiempos no se puede vivir totalmente con el sueldo -dijo Gradussoff guiñando
significativamente un ojo. Si uno quiere comer se mete a un inocente en la
cárcel...
-¡Eso es!... Y no se puede
protestar de nada...
-¡Nada!... Eso... No tiene
importancia... ¿Usted cree que porque lleve la cadena de oro no hay justicia
que pueda con usted? Pierda cuidado... ¡Lo pondré todo en claro!
El asunto se complicó por haber
ofendido también al juez, pero intervino el arcipreste y todo se arregló.
Al pasar la causa a la Audiencia , Gradussoff
estaba convencido de que no solamente le absolverían, sino de que meterían a
Osip en la cárcel. Así lo pensaba hasta el momento de celebrarse la vista.
Cuando se encontraba ante los jueces se portaba pacíficamente, sin decir ni una
palabra de más. Sólo una vez, cuando el presidente le dijo que se sentara, se
ofendió y exclamó:
-¿Acaso está escrito en las leyes
que un sochantre se siente al lado de sus cantores subalternos?
Cuando la Audiencia confirmó la
sentencia del juez de paz, Gradussoff entornó los ojos...
-¿Cóomo? ¿Qué-e?...-preguntó.
¿Cómo entender eso? ¿A qué se refiere usted?
-La Audiencia confirma la
sentencia del juez de paz. Si no está conforme, acuda al Tribunal Supremo.
-¡Muy bien! ¡Muchísimas gracias,
excelencia, por juicio tan rápido y justo! Naturalmente, sólo con un sueldo no
se puede vivir: lo comprendo perfectamente; pero perdonen ustedes: ya encontraremos
un tribunal que no se deje sobornar...
No voy a relatar todo lo que
Gradussoff le dijo a la Audiencia. Actualmente está acusado por insultar
a los magistrados y ni siquiera presta atención cuando sus amigos intentan
explicarle que tan sólo él es culpable... Está persuadido de su inocencia y
cree que tarde o temprano le darán las gracias por haber descubierto graves
abusos.
-¡No se puede hacer nada con este
tonto!... -dijo el párroco, haciendo con el brazo un movimiento de
desesperación. ¡No entiende nada!
1.014. Chejov (Anton)
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