Somnolienta en
medio del valle,
la casuca terrosa
del anciano Pachu, guardaba
en su interior,
cinco vacas, tres
terneros y dos mujeres. Y anteponemos el ganado a las
personas, porque de hacer lo contrario, jamás seríamos perdonados por el
mencionado Pachu.
Enmarcaban a
la casuca, feraces
tierras de labor,
cuidadas con esmero, con mimo,
con idea del arte más exquisito, al servicio de la labranza. Solo contemplarlas
bastaba, para saber que, sus entrañas holladas eran, por la planta de un
labrador de verdad.
Alrededor de
las tierras, verdes
y risueños prados.
Más allá, floridos pomares
y corpulentos castaños.
Sobre todo, un
cielo plomizo, triste y lacrimoso: es el cielo de Asturias, apenado por
la audacia de las
montañas que hollan
impúdicas la pureza
de sus nubes.
Pachu, labrador
antes y después
del parto -como
en frase bien expresiva él mismo ase-guraba-, no había
conocido en su vida otra cosa que las tierras. ¡Y cómo las conocía! Para él, no
tenían secretos, porque se amaban, se compenetraban y formaban una misma cosa.
¡Tierra la tierra y tierra él!
Se casó, sencillamente por obedecer
el mandato de la naturaleza.
¿No necesita la tierra para
germinar casarse con las semillas? ¿Los árboles y los anímales no necesitan
juntarse para fecundar? Y tuvo una
hija, por las
mismas razones que
los campos alumbran
los frutos...
¡Bella estampa de labriego el
anciano Pachu! Su rostro cruzado
por las
ingratas arrugas de los años,
era color de
tierra. Pero no parduzca,
amarillenta, sino rojiza
como la tierra
de Asturias. Sus brazos, figuraban ramas de castaño
desnudas de hojas en el otoño y, su cuerpo, el tronco de un roble añoso...
La mirada de Pachu, era como tenía
que eer. No luminosa, llena de
infinitos horizontes, avara
de luz como
la de los labriegos
castellanos, incapaces pese a su esfuerzo, de abarcar el inacabable
paisaje,.. No. Era
mirada apagada, corta
como la holgura
de sus valles, Mirada
llena de tierras,
de bosques seculares,
de praderas llenas de
primavera... De ahí que, sus ojos fueran verdes...
Su andar lento, cansino... El
horizonte de su valle tan limitado, le había enseñado a no apurarse para
llegar.
Ahí queda el retrato de Pachu. Un
hombre de tierra para la tierra.
Lo decía él;
-¿Qué es el «llabrador»? Ni más ni
menos que un miembro de la tierra.
Quiérase o no, a ella
hay que obedecer
ciegamente. El labrador no
ordena, acata la
voluntad del campo.
No le dice
a la tierra:
-¡Ahora te siembro; produce!
No. La tierra tiene que entrar en celo y no siempre lo está, Es necesario esperar, que diga:
-¡Siémbrame ahora!
Lo que hace falta es ser miembro,
para entender por instinto su lenguaje. El labrador que, únicamente trabaja la
tierra por trabajarla, sin comprenderla, sin amarla, sin intentar escuchar sus
mandatos, no es labrador. Es más, el labrador, ha de sentir los mismos dolores
de la tierra, sufriendo y alegrándose con ella.
Así
hablaba el anciano
Pachu, que era,
un verdadero labra-dor, porque si
es necesario tener
dolores con la
tierra, él era un
conglomerado de ellos. Reuma, dolor de callos, dolor de ojos... Con sus dolores
anunciaba todos los
accidentes atmos-féricos y
de ahí que, muchos
vecinos jóvenes, que
todo lo toman
a broma, le llamaran en son de mofa el señor Barómetro
y se llegaban a él, un si no es en plan de guasa, para informarse:
-¿Se podrá sembrar?
-¡Qué disparate!
El dolor de
reuma me dice
claramente, que mañana empiezan
las lluvias y durarán toda la semana.
Efectivamente. Venían las lluvias
arrastrando en aluvión las tierras recién sembradas, llevando con ellas las
semillas. Por tanto, trabajo perdido.
-¡Hierba a la «tenada»! «Barrunto»
invernada, porque pícanme los dedos de los pies y es indicio seguro.
Fatalmente, la invernada cruda y
duradera llegaba. Sus ganados podían, tranquilamente permanecer en el establo,
sin que les faltase el alimento preciso: Por el contrarío, los excépticos, los
que no creían en la relación constante con la naturaleza -la misma relación
ciega e instintiva que existe
entre el cuerpo
humano y los
brazos- escuchaban con angustia
el mugido tétrico
de sus ganados hambrientos, caminando
enlodados y calados
de agua hasta
los huesos, en busca de la vianda, que mal podían recoger.
Hinchábanle los pies: Calor...
Dolíanle los ojos: Niebla...
Jamás el
anciano Pachu obtuvo
malas cosechas, aunque
sí muchísimos dolores. Dolores de la tierra que jamás le engañaban. En
toda su larga vida, únicamente se había equivocado una vez. Perdió todo el
maíz, de habas
recogió menos de
medía cosecha y la
hortaliza fué un fallo rotundo, Las gentes del pueblo se mofaron de él y estuvo
a punto de perder todo el prestigio de señor Barómetro. Sin embargo, había sido
a causa de un accidente que lo explica todo.
-¿Qué había
pasado? Sencillamente ocurrió,
que regresando un lunes del mercado de Avilés, caballero de
un briosoo jumento, éste, tuvo un mal paso y lanzó al anciano Pachu, por encima
de las orejas.
De resultas del coscorrón, le
rompieron dos costillas y medio averió el brazo derecho. En plena curación
llegó la época de la siembra y, los
dolores que sentía,
creyólos dolores del
accidente, cuando en realidad eran dolores de la tierra... ¡era
reuma! En buena ley, discúlpase la confusión.
… … … … … … … … … … … … … …
… … … … … … …
La
pertinaz sequía asolaba
las feraces tierras
del Valle, por espacio de tres años. Los prados antes
verdes, mostraban ahora, la faz
amarillenta. Los árboles
mustios, los riachuelos
callados, las tierras de labor
pardas, desangradas, mostrando terribles grietas. ¡La tierra se moría!
Cumplía setenta años el bueno de
Pachu, cuando la sequía hizo su aparición.
Notó alarmado que
sus dolores disminuían,
tanto en cantidad como en
potencía. Al segundo año, cayó en cama; apenas sentía dolor alguno. Mas sus
piernas desfallecidas no eran capaces de
sostenerle. De vez
en vez, trabajosamente saltaba
del lecho, recorría los campos,
para volver angustiado:
-¡Otro año sin sembrar!
Llegó el tercero con las mismas
características. El sol abrasaba y la tierra en su dureza no permitía que la
reja del, arado la roturase...
Y
un buen día,
el anciano Pachu,
con prisa, con
angustia, con miedo, llamó a su
mujer y a su hija:
-¡Rosa! ¡Carmina!
¡Llevadme a la
huerta! ¡Pero pronto,
esto se acaba!
Lo llevaron, sentándole a la sombra
de un manzano. Por espacio de media hora, contempló los campos, Después, se
llevó las manos a los ojos para enjugar unas lágrimas.
-¡Esto se acaba! Reclinose sobre la
tierra, besóla repetidas veces y sin
más, cayó en
una especie de
sueño profundo. Alarmadas
las mujeres buscaron al
médico, que no
tardó en llegar. Reconocióle sobre el mismo suelo.
-¡Todo funciona
normalmente! No acierto
a explicarme que le
sucede.
Y
he ahí, que
el dormido anciano,
trabajosamente, pero con claridad, responde: .
-¡No es mal que curen médicos,
señor! ¡Sequía! ¡Sequía! ¡Mal de la tierra! No tengo dolores, mal de muerte;
porque mientras existe dolor, hay vida, La tierra sedienta se muere y yo con
ella. ¿Ha visto usted doctor, alguna rama con vida, sí las raíces y el tronco
están muertos?
Sobre el campo que tanto amara,
expiró el pobre Pachu. Y es que era un labrador de verdad. ¡Murió, cuando no
tenía dolores!
¡El labrador de verdad, ES UN
MIEMBRO DE LA TIERRA !
Cuento asturiano[1]
1.017. Busto (Mariano)
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