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miércoles, 19 de junio de 2013

Labrador de verdad

Somnolienta  en  medio  del  valle,  la  casuca  terrosa  del  anciano Pachu,  guardaba  en  su  interior,  cinco  vacas,  tres  terneros  y  dos mujeres. Y anteponemos el ganado a las personas, porque de hacer lo contrario, jamás seríamos perdonados por el mencionado Pachu.
Enmarcaban  a  la  casuca,  feraces  tierras  de  labor,  cuidadas  con esmero, con mimo, con idea del arte más exquisito, al servicio de la labranza. Solo contemplarlas bastaba, para saber que, sus entrañas holladas eran, por la planta de un labrador de verdad.
Alrededor  de  las  tierras,  verdes  y  risueños  prados.  Más  allá, floridos  pomares  y  corpulentos  castaños.  Sobre  todo,  un  cielo plomizo, triste y lacrimoso: es el cielo de Asturias, apenado por la audacia  de  las  montañas  que  hollan  impúdicas  la  pureza  de  sus nubes.
Pachu,  labrador  antes  y  después  del  parto  -como  en  frase  bien expresiva él mismo ase-guraba-, no había conocido en su vida otra cosa que las tierras. ¡Y cómo las conocía! Para él, no tenían secretos, porque se amaban, se compenetraban y formaban una misma cosa.
¡Tierra la tierra y tierra él!
Se casó, sencillamente por obedecer el mandato de la naturaleza.
¿No necesita la tierra para germinar casarse con las semillas? ¿Los árboles y los anímales no necesitan juntarse para fecundar? Y tuvo una  hija,  por  las  mismas  razones  que  los  campos  alumbran  los frutos...
¡Bella estampa de labriego el anciano Pachu!  Su rostro cruzado por  las  ingratas  arrugas  de  los  años,  era  color  de  tierra.  Pero  no parduzca,  amarillenta,  sino  rojiza  como  la  tierra  de  Asturias.  Sus brazos, figuraban ramas de castaño desnudas de hojas en el otoño y, su cuerpo, el tronco de un roble añoso...
La mirada de Pachu, era como tenía que eer. No luminosa, llena de  infinitos  horizontes,  avara  de  luz  como  la  de  los  labriegos castellanos, incapaces pese a su esfuerzo, de abarcar el inacabable paisaje,..  No.  Era  mirada  apagada,  corta  como  la  holgura  de  sus valles,  Mirada  llena  de  tierras,  de  bosques  seculares,  de  praderas llenas de primavera... De ahí que, sus ojos fueran verdes...
Su andar lento, cansino... El horizonte de su valle tan limitado, le había enseñado a no apurarse para llegar.
Ahí queda el retrato de Pachu. Un hombre de tierra para la tierra.
Lo decía él;
-¿Qué es el «llabrador»? Ni más ni menos que un miembro de la tierra.  Quiérase  o  no,  a  ella  hay  que  obedecer  ciegamente.  El labrador  no  ordena,  acata  la  voluntad  del  campo.  No  le  dice  a  la tierra:
-¡Ahora te siembro; produce!
No. La tierra tiene que entrar  en celo y no siempre lo está,  Es necesario esperar, que diga:
-¡Siémbrame ahora!
Lo que hace falta es ser miembro, para entender por instinto su lenguaje. El labrador que, únicamente trabaja la tierra por trabajarla, sin comprenderla, sin amarla, sin intentar escuchar sus mandatos, no es labrador. Es más, el labrador, ha de sentir los mismos dolores de la tierra, sufriendo y alegrándose con ella.
Así  hablaba  el  anciano  Pachu,  que  era,  un  verdadero  labra-dor, porque  si  es  necesario  tener  dolores  con  la  tierra,  él  era  un conglomerado de ellos. Reuma, dolor de callos, dolor de ojos... Con sus  dolores  anunciaba  todos  los  accidentes  atmos-féricos  y  de  ahí que,  muchos  vecinos  jóvenes,  que  todo  lo  toman  a  broma,  le llamaran en son de mofa el señor Barómetro y se llegaban a él, un si no es en plan de guasa, para informarse:
-¿Se podrá sembrar?
-¡Qué  disparate!  El  dolor  de  reuma  me  dice  claramente,  que mañana empiezan las lluvias y durarán toda la semana.
Efectivamente. Venían las lluvias arrastrando en aluvión las tierras recién sembradas, llevando con ellas las semillas. Por tanto, trabajo perdido.
-¡Hierba a la «tenada»! «Barrunto» invernada, porque pícanme los dedos de los pies y es indicio seguro.
Fatalmente, la invernada cruda y duradera llegaba. Sus ganados podían, tranquilamente permanecer en el establo, sin que les faltase el alimento preciso: Por el contrarío, los excépticos, los que no creían en la relación constante con la naturaleza -la misma relación ciega e instintiva  que  existe  entre  el  cuerpo  humano  y  los  brazos- escuchaban  con  angustia  el  mugido  tétrico  de  sus  ganados hambrientos,  caminando  enlodados  y  calados  de  agua  hasta  los huesos, en busca de la vianda, que mal podían recoger.
Hinchábanle los pies: Calor... 
Dolíanle los ojos: Niebla...
Jamás  el  anciano  Pachu  obtuvo  malas  cosechas,  aunque  sí muchísimos dolores. Dolores de la tierra que jamás le engañaban. En toda su larga vida, únicamente se había equivocado una vez. Perdió todo  el  maíz,  de  habas  recogió  menos  de  medía  cosecha  y  la hortaliza fué un fallo rotundo, Las gentes del pueblo se mofaron de él y estuvo a punto de perder todo el prestigio de señor Barómetro. Sin embargo, había sido a causa de un accidente que lo explica todo.
-¿Qué  había  pasado?  Sencillamente  ocurrió,  que  regresando  un lunes del mercado de Avilés, caballero de un briosoo jumento, éste, tuvo un mal paso y lanzó al anciano Pachu, por encima de las orejas.
De resultas del coscorrón, le rompieron dos costillas y medio averió el brazo derecho. En plena curación llegó la época de la siembra y, los  dolores  que  sentía,  creyólos  dolores  del  accidente,  cuando  en realidad eran dolores de la tierra... ¡era reuma! En buena ley, discúlpase la confusión.
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

La  pertinaz  sequía  asolaba  las  feraces  tierras  del  Valle,  por espacio de tres años. Los prados antes verdes, mostraban ahora, la faz  amarillenta.  Los  árboles  mustios,  los  riachuelos  callados,  las tierras de labor pardas, desangradas, mostrando terribles grietas. ¡La tierra se moría!
Cumplía setenta años el bueno de Pachu, cuando la sequía hizo su aparición.  Notó  alarmado  que  sus  dolores  disminuían,  tanto  en cantidad como en potencía. Al segundo año, cayó en cama; apenas sentía dolor alguno. Mas sus piernas desfallecidas no eran capaces de  sostenerle.  De  vez  en  vez,  trabajosamente  saltaba  del  lecho, recorría los campos, para volver angustiado:
-¡Otro año sin sembrar!
Llegó el tercero con las mismas características. El sol abrasaba y la tierra en su dureza no permitía que la reja del, arado la roturase...
Y  un  buen  día,  el  anciano  Pachu,  con  prisa,  con  angustia,  con miedo, llamó a su mujer y a su hija:
-¡Rosa!  ¡Carmina!  ¡Llevadme  a  la  huerta!  ¡Pero  pronto,  esto  se acaba!
Lo llevaron, sentándole a la sombra de un manzano. Por espacio de media hora, contempló los campos, Después, se llevó las manos a los ojos para enjugar unas lágrimas.
-¡Esto se acaba! Reclinose sobre la tierra, besóla repetidas veces y sin  más,  cayó  en  una  especie  de  sueño  profundo.  Alarmadas  las mujeres  buscaron  al  médico,  que  no  tardó  en  llegar. Reconocióle sobre el mismo suelo.
-¡Todo  funciona  normalmente!  No  acierto  a  explicarme  que  le sucede.
Y  he  ahí,  que  el  dormido  anciano,  trabajosamente,  pero  con claridad, responde:  .
-¡No es mal que curen médicos, señor! ¡Sequía! ¡Sequía! ¡Mal de la tierra! No tengo dolores, mal de muerte; porque mientras existe dolor, hay vida, La tierra sedienta se muere y yo con ella. ¿Ha visto usted doctor, alguna rama con vida, sí las raíces y el tronco están muertos?
Sobre el campo que tanto amara, expiró el pobre Pachu. Y es que era un labrador de verdad. ¡Murió, cuando no tenía dolores!
¡El labrador de verdad, ES UN MIEMBRO DE LA TIERRA!

Cuento asturiano[1]

1.017. Busto (Mariano)



[1] Publicada en la revista «CERES» de Valladolid.

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