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miércoles, 19 de junio de 2013

El zaragozano

Deslizábase el mes de marzo, lleno sol y bonanza. Los campos, vivificados por los rayos solares, llenábanse de verdes tonalidades, moteados por la policromía de las primeras flores primaverales. Ya los pájaros precoces, llevaban entre gorjeos, yerbas y plumas para la construcción  del  nido  de  sus  amores  y,  el  agua  de  los  riachuelos, antes  turbias,  por  las  lluvias  caídas,  recobraban  la  pureza  de  su transparencia.
Aquel sábado marceño, amaneciera entre los mejores auspicios.
Sol en lo alto; ni una ráfaga de aire, ni una nube flotando. Día seguro de  calma  lograda.  Era  mercado  en  Gijón  y,  por  tanto  Pimienta, aprestábase como era su costumbre, para asistir a él.
A  Rufa,  jamás  le  había  molestado  la  asistencia  continuada  al mercado de Gijón. Todo lo contrario: Agradábale, porque le servía unas  veces  de  orientación  para  saber  la  cotización  de  las  reses; otras, para compra de aperos de la labranza y si no era nada de ello, siempre se le caía, el buen puñado de avellanas. Sin embargo, aquel sábado, llegara al colmo de la desesperación. Riñó, vociferó, lloró, imploró, pero todo baldíamente.
-¡Tás llocu, llocu, llocu!
-¡Calla Rufa! ¡Non me tientes la polaina! Traíme la gufanda, les polaines y los guantes de puntu... ¡Hala, pronto! -Ordenó Pimienta, ásperamente.
Obedeció la mujer resignada, pero no sin alejarse roncando como un moscardón.
-!Non hay avión que la gane en ruíu!
-Reyendo para sus adentros meditó Pimienta.
-Aquí tá. ¿Quiés el abrigu'tamién?
-Pos claro. ¡Barájoles! Eso non se pregunta. ¡Pero bien irnorantes soyes les muyeres!
Cuando  llegó  con  la  prenda  pedida,  ya  resignada  y  un  tanto calmada, preguntóle:
-Pimienta. ¿Tú non me tarás engañando? ¿En vez de dir pa Xixón, non dirás pa la Siberia.
-¡Voy que gufo, si non me dexes en Paz! Exclamó con acritud.
-Tá bien. Hoy non tá el forno pa bollos. ¿Faltaráte algo?
-Pos claro Rufa. ¡Fáltame el pasamontañes!
-¡Mi madre del alma!
-Suspiró aquélla fuera de sí. ¿Pimienta del alma, diré a llamar el médicu? Pa me que hay que recluíte...
-¡Rufa! ¡Rufa! Tráilu pa cá y calla. Non toy llocu, nin trastornau, nin ná. Se bien lo que toy faciendo. Hombre preveníu, val por tres.
¿Qué  te  paecería  si  cuando  té  en  Xixón,  empecipia  a  nevar,  eh?
Cómo se reiríen de mí si fuera veraniegu. Pos puede suceder. -Argumentó el marido.
-Les  traces  non  son  pa  menos,  pazguatu  -Socarronamente  dijo ella.
-¡El cielu tau ye sol; les nubes morrieron; el viento norte pasóse al enemigo! !Si, pué que nieve! Bueno maridu, que te diviertas y non te  lleven  pa  la  Cadellada.  Marcho,  porque  non  quieo  vete  llargar d'eses traces...
Y se alejó haciendo cruces. Pimienta, enjaezó el caballo, montó trabajosamente,  pues  el  exceso  de  ropa  le  entumecía  los movimientos  y  dándole  unas  palmadas  en  las  grupas,  inició  la marcha.
Fué digna de ver su entrada en el mercado. Tratantes, gitanos, señores de la ciudad, aldeanos, se separaron en dos filas dejándole pasar  gallardamente  por  el  medio.  No  hay  duda  que  llamaba  la atención.  Enfundado  en  gran  abrigo  con  las  solapas  levantadas.
Enbufandado,  con  pasamontañas  cubriéndole  las  orejas.  Botas  de clavos,  polainas  de  cuero  y  guantes  de  punto.  Sobre  el  Humedal, caían  los  rayos  de  sol  perpendicularmente,  por  lo  que  iba congestionado, arroyándole el sudor por las mejillas.
-¿Tará llocu?
-Resonó una voz.
Mas él, impertérrito, recorrió el mercado, enteróse del precio de los  borricos,  pareciéndole  excesivamente  alto;  pues  tenía  que comprar.  Por  el  contrario,  le  decepcionó  el  precio  de  las  novillas; pues tenía que vender. Intentó comprar un cerdo, pero se lo llevó otro comprador y así, fueron pasando las horas hasta que, a eso de las tres de la tarde, hubo de  sentarse en una de las barracas del Mercado,  pues  de  tal  manera  le  agotaba  el  calor,  que  ni  respirar podía.
Hallóle de esa guisa, un conocido de Tremañes, que llegándose a él, le preguntó.
-¿Duelte algo? ¿O tás resfriau, pa venir de esa manera?
-Nin me duel, nin toy resfriau. Pero cá unu, ye cá uno.-Respondió.
-¡Home, ye que, pa venir así con esti calor, que funde los sesos!
Entonces Pimienta, mirándole con manifiesta superioridad, díjole:
-¡Qué irnorantes soyes tós los que me mirayes con esa cara de pazguatos! Lo menos que debe tar el home, ye al tantu de les coses y ansí evitaríense munches más. Irnorantes sí, repítolo, por que lo menos que debíayes de saber, ye que día ye hoy.
-Oye Pimienta; eso de irnorante diráslu a otru. Yo sé que día ye hoy.
-Algo amoscado contestó el de Tremañes.
-¿Y por qué lo sabes, dí?
-Inquirió Pimienta. 
-¡Bahl ¡Bah! Por que lo diz el calendario. Y esi nunca engaña.
-Claro  y  ¿tamién  sabrás  la  hora  que  ye? 
-Volvió  a  preguntar nuestro amigo.
-Natural. Son les cuatro menos cuartu. Mira el reloj.
-Repuso el otro.
-Demoó y manera que sabes la hora, por que te la diz el reló, eh?
Pos mira, pa que veas por que vengo yo preveníu. Toma y lée.
Extrajo de su bolsillo el calendario Zaragozano aclarando:
-Mira en la página de marzo, día tres. Y léelo bien alto pa que s'enteren tóos, como Pimienta, anda preveníu, por que vive al tanto de les coses.
El de Tremañes leyó en alta voz:
"Marzo.  Día  tres.  Fríos  intensísimos  y  fuertes  nevadas  en todo Asturias".
-Véslo pazguatu -ebrío de orgullo exclamaba Pimienta.
-Dientro de poco, quien se va a rir soy yo. Porque tantu sol, pué engañar, pero el Zaragozano, eso si que non.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

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