Deslizábase el mes de marzo, lleno
sol y bonanza. Los campos, vivificados por los rayos solares, llenábanse de
verdes tonalidades, moteados por la policromía de las primeras flores
primaverales. Ya los pájaros precoces, llevaban entre gorjeos, yerbas y plumas
para la construcción del nido
de sus amores
y, el agua
de los riachuelos, antes turbias,
por las lluvias
caídas, recobraban la
pureza de su transparencia.
Aquel sábado marceño, amaneciera
entre los mejores auspicios.
Sol en lo alto; ni una ráfaga de
aire, ni una nube flotando. Día seguro de
calma lograda. Era
mercado en Gijón
y, por tanto
Pimienta, aprestábase como era su costumbre, para asistir a él.
A
Rufa, jamás le
había molestado la
asistencia continuada al mercado de Gijón. Todo lo contrario:
Agradábale, porque le servía unas
veces de orientación
para saber la
cotización de las
reses; otras, para compra de aperos de la labranza y si no era nada de
ello, siempre se le caía, el buen puñado de avellanas. Sin embargo, aquel
sábado, llegara al colmo de la desesperación. Riñó, vociferó, lloró, imploró,
pero todo baldíamente.
-¡Tás llocu, llocu, llocu!
-¡Calla Rufa! ¡Non me tientes la
polaina! Traíme la gufanda, les polaines y los guantes de puntu... ¡Hala,
pronto! -Ordenó Pimienta, ásperamente.
Obedeció la mujer resignada, pero
no sin alejarse roncando como un moscardón.
-!Non hay avión que la gane en
ruíu!
-Reyendo para sus adentros meditó
Pimienta.
-Aquí tá. ¿Quiés el abrigu'tamién?
-Pos claro. ¡Barájoles! Eso non se
pregunta. ¡Pero bien irnorantes soyes les muyeres!
Cuando llegó
con la prenda
pedida, ya resignada
y un tanto calmada, preguntóle:
-Pimienta. ¿Tú non me tarás
engañando? ¿En vez de dir pa Xixón, non dirás pa la Siberia.
-¡Voy que gufo, si non me dexes en
Paz! Exclamó con acritud.
-Tá bien. Hoy non tá el forno pa
bollos. ¿Faltaráte algo?
-Pos claro Rufa. ¡Fáltame el
pasamontañes!
-¡Mi madre del alma!
-Suspiró aquélla fuera de sí.
¿Pimienta del alma, diré a llamar el médicu? Pa me que hay que recluíte...
-¡Rufa! ¡Rufa! Tráilu pa cá y
calla. Non toy llocu, nin trastornau, nin ná. Se bien lo que toy faciendo.
Hombre preveníu, val por tres.
¿Qué te
paecería si cuando
té en Xixón,
empecipia a nevar,
eh?
Cómo se reiríen de mí si fuera
veraniegu. Pos puede suceder. -Argumentó el marido.
-Les traces
non son pa
menos, pazguatu -Socarronamente dijo ella.
-¡El cielu tau ye sol; les nubes
morrieron; el viento norte pasóse al enemigo! !Si, pué que nieve! Bueno maridu,
que te diviertas y non te lleven pa la
Cadellada. Marcho , porque
non quieo vete
llargar d'eses traces...
Y se alejó haciendo cruces.
Pimienta, enjaezó el caballo, montó trabajosamente, pues
el exceso de
ropa le entumecía
los movimientos y dándole
unas palmadas en
las grupas, inició
la marcha.
Fué digna de ver su entrada en el
mercado. Tratantes, gitanos, señores de la ciudad, aldeanos, se separaron en
dos filas dejándole pasar
gallardamente por el
medio. No hay
duda que llamaba
la atención. Enfundado en
gran abrigo con
las solapas levantadas.
Enbufandado, con
pasamontañas cubriéndole las
orejas. Botas de clavos,
polainas de cuero
y guantes de
punto. Sobre el
Humedal, caían los rayos
de sol perpendicularmente, por
lo que iba congestionado, arroyándole el sudor por
las mejillas.
-¿Tará llocu?
-Resonó una voz.
Mas él, impertérrito, recorrió el
mercado, enteróse del precio de los
borricos, pareciéndole excesivamente
alto; pues tenía
que comprar. Por el
contrario, le decepcionó
el precio de
las novillas; pues tenía que
vender. Intentó comprar un cerdo, pero se lo llevó otro comprador y así, fueron
pasando las horas hasta que, a eso de las tres de la tarde, hubo de sentarse en una de las barracas del
Mercado, pues de
tal manera le
agotaba el calor,
que ni respirar podía.
Hallóle de esa guisa, un conocido
de Tremañes, que llegándose a él, le preguntó.
-¿Duelte algo? ¿O tás resfriau, pa
venir de esa manera?
-Nin me duel, nin toy resfriau.
Pero cá unu, ye cá uno.-Respondió.
-¡Home, ye que, pa venir así con
esti calor, que funde los sesos!
Entonces Pimienta, mirándole con
manifiesta superioridad, díjole:
-¡Qué irnorantes soyes tós los que
me mirayes con esa cara de pazguatos! Lo menos que debe tar el home, ye al
tantu de les coses y ansí evitaríense munches más. Irnorantes sí, repítolo, por
que lo menos que debíayes de saber, ye que día ye hoy.
-Oye Pimienta; eso de irnorante
diráslu a otru. Yo sé que día ye hoy.
-Algo amoscado contestó el de
Tremañes.
-¿Y por qué lo sabes, dí?
-Inquirió Pimienta.
-¡Bahl ¡Bah! Por que lo diz el
calendario. Y esi nunca engaña.
-Claro y
¿tamién sabrás la
hora que ye?
-Volvió a
preguntar nuestro amigo.
-Natural. Son les cuatro menos
cuartu. Mira el reloj.
-Repuso el otro.
-Demoó y manera que sabes la hora,
por que te la diz el reló, eh?
Pos mira, pa que veas por que vengo
yo preveníu. Toma y lée.
Extrajo de su bolsillo el
calendario Zaragozano aclarando:
-Mira en la página de marzo, día
tres. Y léelo bien alto pa que s'enteren tóos, como Pimienta, anda preveníu,
por que vive al tanto de les coses.
El de Tremañes leyó en alta voz:
"Marzo. Día
tres. Fríos intensísimos
y fuertes nevadas
en todo Asturias".
-Véslo pazguatu -ebrío de orgullo
exclamaba Pimienta.
-Dientro de poco, quien se va a rir
soy yo. Porque tantu sol, pué engañar, pero el Zaragozano, eso si que non.
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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