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miércoles, 19 de junio de 2013

El son de la campana

Brilló un rayo de sol, entre una nube desgarrada.
Un  águila  real  remontó  el  vuelo,  describió  trabajosamente  dos círculos y descendió de nuevo sobre la montaña, escondiéndose en la grieta de una roca.
Allá,  en  la  profundísima  hondonada,  aullaban  los  perros lastimosa-mente.
Entonces, la pastora pálida de negros ojos, apretujóse temblando contra  el  pastor  de  anchos  hombros  y  dura  mirada,  susurrando angustiada.
-¡Un rayo de sol! ¡Dios mío, cesará la tormenta!
-No,  Celina,  no.  El  rayo  de  sol  en  medio  de  la  tempestad, únicamente indica que la vida no ha muerto, que la vida sobre tanta furia  desatada,  sigue  adelante,  pero  que  hay  que  soportar  sus crueldades.
-¡El rayo de sol, dióme esperanza, Naro!
-¡Aviso del Fuerte, que hiere o mata, Celina!
Con toda la violencia, reanudóse la tormenta. Bufaba irritado el huracán, frenético con la resistencia opuesta por la fortaleza de los robles  seculares.  Chirriaban  las  ramas  añosas  de  los  castaños,  al desgarrarse  vencidas  por  el  peso  de  la  nieve,  que,  a  su  vez,  se arrollaba  en  aluvión  por  los  ventisqueros,  mientras  que  el  rayo nimbaba furtivamente de oro, aquella altura aterradora del Pajares, que es camino de águilas y asiento de nubes andariegas.
-¡Las  vacas  espantadas  han  huido...!  ¡Las  he  oído  mugir  al despeñarse  en  el  precipicio!...  ¡Las  vacas,  toda  nuestra  vida  de campesinos pastores!
El pastor rechinó los dientes y apretó los puños. Clavó su mirada dura  en  las  graníticas  rocas  de  la  caverna  donde  después  de deambular  entre  la  tempestad  habían  hallado  refugio,  y, levantán-dose del suelo, pisoteó violento la hoguera chis-porroteante en el interior del refugio, empren-diéndola a puñadas contra la roca viva...
-¡Maldita sea la!...
-¡Naro! -Clamó la mujer aterrada. ¡Naro!:
Un  trueno  espantoso,  retembló  dentro  de  la  cueva,  haciendo tambalearse al pastor.
-¡Eres  más  fuerte  que  yo!...  -Murmuró  vencido  inclinando  la cabeza.
-¡Santa Bárbara bendita!... Oró la pastora, al tiempo que allegaba los tizones esparcidos de la hoguera.
Naro,  maltrecho,  volvió  a  tumbarse  en  el  suelo,  recostando  la cabeza sobre el regazo de su mujer. Ella le acarició...
-Allá  abajo  está  el  "pueblin"  y  nuestros  hijos.  ¡Quizá  tengan hambre,  frío  o  lloren  nuestra  ausencia!  Mientras  tanto  nosotros perdidos entre la tormenta, sin vacas, sin nada...
Celina extrajo del zurrón unos mendrugos de borona y queso.
-Come Naro.
-¡No! ¿Acaso comerán ellos?
-Los  vecinos...  Dios  tal  vez...  -Sobreponiéndose  comentó  ella,
Iniciando  una  oración,  para  que  el  Señor  se  acordase  de  los pequeños.
Naro, también rezó. Con angustia, con fé, con el corazón. 
-¡Es verdad, Dios tal vez!
Mas la tormenta en su apogeo no cesaba ni aminoraba. Pasaron las horas y aquel rayo de sol que había desgarrado una nube, no volvió  a  aparecer.  Aullaban  los  lobos  rondadores  de  los  ganados despeñados en los barrancos y hasta las zorras audaces carcajeaban en  insulto  a  los  veloces  corzos.  Con  ramas  y  troncos  taparon  la oquedad de acceso a la caverna, dispuestos a pasar la noche sin más calor que el dé sus alientos,
Amaneció. Celina volvió a rezar y él también rezó. Pero apenas acabado hubo y con su mirada errante, jugueteando con la tormenta asomada a la puerta del refugio, con vozarrón potente cantó:
   
            Campanina de la aldea 
            dulce son de la mañana;
            replica alegre, que ya 
            ¡ella tá na mió quintana!

¡Una vez más, el alma recia y melancólica de la raza, el alma llena de valientes nostalgias de estos campesinos y pastores de Asturias, brotó  a  flor  dé  labios  en  una  canción!  Canciones  que  nacen,  a  la sombra de los pomares dé la tranquila aldea, en la lucha entre la blanca nieve dé los altos picachos, en las entrañas negras de la tierra minera, sobre las olas embravecidas de sus mares, o en la búsqueda inútil del ganado extraviado o muerto en un precipicio, vencido por la tormenta, ¡Naro rezó y cantó!...
¡La  pastora  rezaba  por  sus  hijos,  solos,  tristes,  allá  en  la hondonada lejana del poblado!...
¡Tendrían hambre... frío!...
¡Tal vez Díos!...
¡Y lloraron!... ¡Porque nunca el hombre es mejor y más fuerte que cuando llora!
De pronto, caballero a lomos del veloz huracán, llegó hasta ellos el rítmico son de las campanas del lejano pueblo,
-¡Tan! ¡Tan!
-¡Naro!
-¡Celina!
Movidos por la fuerza ciega del instinto, se levantaron, anduvieron y salieron al exterior, abandonando zurrón y cayado.
La ventisca azotóles cruelmente, haciéndoles chocar uno contra el otro. La nieve les cegó dejándoles inmóviles,
-¡Tan! ¡Tan! -Se oyó la campana de nuevo.
-¡Hoy es Navidad Naro! ¡Navidad! ¡Los hijos deben ir a la Iglesia!
¡Vamos aunque!...
-¡Vamos! ¡Vamos! ¡Soy fuerte y te llevaré en mis brazos! ¡Ven!
-¡Navidad!  Nuestros  hijos  irán  a  la  Iglesia,  comerán  avellanas tostadas y nueces, como los hijos de los otros. Como los hijos de los que no salen del pueblo a cuidar ganado,.. Vamos, ¿No vienes en mis brazos? ... ¡Celina! ¡...! ¡No veo! Esta maldita nieve... ¡Celina!
Pero Celina habíase tambaleado y caído. Quiso levantarse. Volvió a caer...
-iNaro! ¡Naro!
-Aquí estoy. Vamos. Nos esperan los hijos, que es Navidad.
Uno tras otro, parecían fantasmas o locos empeñados en utópica lucha contra un enemigo mortal.
-¡Adelante, Celina, ya poco queda para llegar a nuestros hijos!
Un torbellino violento hace precipitarse a ella, fuera del camino.
Resonó como una roca que se arrolla. Como un chasquido, hirió en los oídos de Naro un grito mortal.
-¡Celina! ¡Los hijos!
¡Sólo  la  carcajada  siniestra  de  un  trueno,  respondió  a  la angustiosa llamada de Naro!

Cuento asturiano[1]

1.017. Busto (Mariano)



[1] [1] Publicado en "Campo Astur" de Oviedo y "Ceres" de Valladolid.

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