Brilló un rayo de sol, entre una
nube desgarrada.
Un
águila real remontó
el vuelo, describió
trabajosamente dos círculos y
descendió de nuevo sobre la montaña, escondiéndose en la grieta de una roca.
Allá, en
la profundísima hondonada,
aullaban los perros lastimosa-mente.
Entonces, la pastora pálida de
negros ojos, apretujóse temblando contra
el pastor de
anchos hombros y
dura mirada, susurrando angustiada.
-¡Un rayo de sol! ¡Dios mío, cesará
la tormenta!
-No, Celina,
no. El rayo
de sol en
medio de la
tempestad, únicamente indica que la vida no ha muerto, que la vida sobre
tanta furia desatada, sigue
adelante, pero que
hay que soportar
sus crueldades.
-¡El rayo de sol, dióme esperanza,
Naro!
-¡Aviso del Fuerte, que hiere o
mata, Celina!
Con toda la violencia, reanudóse la
tormenta. Bufaba irritado el huracán, frenético con la resistencia opuesta por
la fortaleza de los robles
seculares. Chirriaban las
ramas añosas de
los castaños, al desgarrarse vencidas
por el peso
de la nieve,
que, a su
vez, se arrollaba en
aluvión por los
ventisqueros, mientras que el rayo nimbaba furtivamente de oro, aquella
altura aterradora del Pajares, que es camino de águilas y asiento de nubes
andariegas.
-¡Las vacas
espantadas han huido...!
¡Las he oído
mugir al despeñarse en
el precipicio!... ¡Las
vacas, toda nuestra
vida de campesinos pastores!
El pastor rechinó los dientes y
apretó los puños. Clavó su mirada dura
en las graníticas
rocas de la
caverna donde después
de deambular entre la
tempestad habían hallado
refugio, y, levantán-dose del
suelo, pisoteó violento la hoguera chis-porroteante en el interior del refugio,
empren-diéndola a puñadas contra la roca viva...
-¡Maldita sea la!...
-¡Naro! -Clamó la mujer aterrada.
¡Naro!:
Un
trueno espantoso, retembló
dentro de la
cueva, haciendo tambalearse al
pastor.
-¡Eres más
fuerte que yo!...
-Murmuró vencido inclinando
la cabeza.
-¡Santa Bárbara bendita!... Oró la
pastora, al tiempo que allegaba los tizones esparcidos de la hoguera.
Naro, maltrecho,
volvió a tumbarse
en el suelo,
recostando la cabeza sobre el
regazo de su mujer. Ella le acarició...
-Allá abajo
está el "pueblin" y
nuestros hijos. ¡Quizá
tengan hambre, frío o
lloren nuestra ausencia!
Mientras tanto nosotros perdidos entre la tormenta, sin
vacas, sin nada...
Celina extrajo del zurrón unos
mendrugos de borona y queso.
-Come Naro.
-¡No! ¿Acaso comerán ellos?
-Los vecinos...
Dios tal vez...
-Sobreponiéndose comentó ella,
Iniciando una
oración, para que el Señor
se acordase de los
pequeños.
Naro, también rezó. Con angustia,
con fé, con el corazón.
-¡Es verdad, Dios tal vez!
Mas la tormenta en su apogeo no
cesaba ni aminoraba. Pasaron las horas y aquel rayo de sol que había desgarrado
una nube, no volvió a aparecer.
Aullaban los lobos
rondadores de los
ganados despeñados en los barrancos y hasta las zorras audaces
carcajeaban en insulto a
los veloces corzos.
Con ramas y
troncos taparon la oquedad de acceso a la caverna, dispuestos
a pasar la noche sin más calor que el dé sus alientos,
Amaneció. Celina volvió a rezar y
él también rezó. Pero apenas acabado hubo y con su mirada errante, jugueteando
con la tormenta asomada a la puerta del refugio, con vozarrón potente cantó:
Campanina de la aldea
dulce
son de la mañana;
replica
alegre, que ya
¡ella tá
na mió quintana!
¡Una vez más, el alma recia y
melancólica de la raza, el alma llena de valientes nostalgias de estos
campesinos y pastores de Asturias, brotó
a flor dé
labios en una
canción! Canciones que
nacen, a la sombra de los pomares dé la tranquila
aldea, en la lucha entre la blanca nieve dé los altos picachos, en las entrañas
negras de la tierra minera, sobre las olas embravecidas de sus mares, o en la
búsqueda inútil del ganado extraviado o muerto en un precipicio, vencido por la
tormenta, ¡Naro rezó y cantó!...
¡La
pastora rezaba por
sus hijos, solos,
tristes, allá en la
hondonada lejana del poblado!...
¡Tendrían hambre... frío!...
¡Tal vez Díos!...
¡Y lloraron!... ¡Porque nunca el
hombre es mejor y más fuerte que cuando llora!
De pronto, caballero a lomos del
veloz huracán, llegó hasta ellos el rítmico son de las campanas del lejano
pueblo,
-¡Tan! ¡Tan!
-¡Naro!
-¡Celina!
Movidos por la fuerza ciega del
instinto, se levantaron, anduvieron y salieron al exterior, abandonando zurrón
y cayado.
La ventisca azotóles cruelmente,
haciéndoles chocar uno contra el otro. La nieve les cegó dejándoles inmóviles,
-¡Tan! ¡Tan! -Se oyó la campana de
nuevo.
-¡Hoy es Navidad Naro! ¡Navidad!
¡Los hijos deben ir a la
Iglesia !
¡Vamos aunque!...
-¡Vamos! ¡Vamos! ¡Soy fuerte y te
llevaré en mis brazos! ¡Ven!
-¡Navidad! Nuestros
hijos irán a la
Iglesia ,
comerán avellanas tostadas y
nueces, como los hijos de los otros. Como los hijos de los que no salen del
pueblo a cuidar ganado,.. Vamos, ¿No vienes en mis brazos? ... ¡Celina! ¡...!
¡No veo! Esta maldita nieve... ¡Celina!
Pero Celina habíase tambaleado y
caído. Quiso levantarse. Volvió a caer...
-iNaro! ¡Naro!
-Aquí estoy. Vamos. Nos esperan los
hijos, que es Navidad.
Uno tras otro, parecían fantasmas o
locos empeñados en utópica lucha contra un enemigo mortal.
-¡Adelante, Celina, ya poco queda
para llegar a nuestros hijos!
Un torbellino violento hace
precipitarse a ella, fuera del camino.
Resonó como una roca que se
arrolla. Como un chasquido, hirió en los oídos de Naro un grito mortal.
-¡Celina! ¡Los hijos!
¡Sólo la
carcajada siniestra de un trueno,
respondió a la angustiosa llamada de Naro!
Cuento asturiano[1]
1.017. Busto (Mariano)
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