Cuando me iba al Cáucaso,
aún había guerra y era peligroso viajar de noche sin convoy.
Quería salir de
madrugada, lo más temprano posible; así que no me acosté.
Un amigo mío vino para acómpañarme; y pasamos el atardecer y la noche en una
calle de la aldea cosaca, sentados ante mi casita. Hacía una noche de luna,
pero había neblina. Aunque no se veía la luna, era tal la claridad, que se hubiera
podido leer. De noche oímos chillar a un lechoncito, desde el otro lado de la
calle.
-Un lobo está degollando
a un lechoncito -exclamó mi amigo.
Entré precipitadamente en
la casa, agarré una escopeta cargada; y corrí a la calle. Había un grupo de
gente junto a la valla del corral donde chillaba el lechoncito.
-¡Aquí! ¡Aquí!-me
indicaron.
Milton se lanzó tras de mí,
creyendo sin duda que iba a cazar. Bolita
enderezó sus cortas orejas y correteó, de un lado para otro, como
preguntándose a quién le mandaría atacar. Cuando llegué a la valla vi a una
fiera que venía corriendo hacia mí, desde el otro lado del corral. Era un
jobo. Me aparté y preparé la escopeta. En cuanto el lobo saltó por encima de la
valla, apreté el gatillo a boca de jarro. La escopeta emitió un ruido, pero no
disparó. El lobo huyó calle adelante. Milton
y Bolita se lanzaron en pos de
él. Milton estaba ya cerca del lobo;
pero, al parecer, le daba miedo agarrarlo. En cuanto a Bolita, por más que corría con sus cortas patas, no lograba
alcanzarlo. Perseguimos al lobo a la carrera; sin embargo, no tardamos en
perderlo de vista, así como a los perros. Al acercarnos a la zanja que está en
un extremo de la aldea, oímos ladridos; y, a través de la niebla, divisamos una
columna de polvo y a los perros que peleaban con el lobo. Una vez al pie de
la zanja, nos dimos cuenta de que el lobo había desaparecido. Los dos perros
vinieron a nuestro encuentro, en los rabos erizados y expresión de enojo. Bolita gruñía y me empujaba con la cabeza,
como si quisiera contarme algo.
Tras de examinar a los
perros, descubrimos que Bolita tenía
una herida en la cabeza. Probablemente había alcanzado al lobo antes de llegar
a la zanja; y la fiera debió morderlo, sin darle tiempo a nada. La herida .
era pequeña, así que no presentaba ningún peligro.
Volvimos a la casita y
comentamos lo que acababa de ocurrir. No hacía más que pensar que habría matado
al lobo de no habérseme encasquillado Ja escopeta. Mi compañero no podía
explicarse cómo había entrado el lobo en el corral. Un viejo cosaco nos dijo
que no hubiera tenido nada de particular; pero que no se trataba de un lobo,
sino de una bruja, que había hechizado mi escopeta. Mientras charlábamos así,
los perros echaron a correr; y vimos al mismo lobo, en medio de la calle, Pero
esta vez huyó al oír nuestros gritos, y los perros no pudieron darle alcance.
Después de esto, el viejo
cosaco se convenció plenamente de que era una bruja. Jamás había oído decir que
un lobo volviera al lugar del cual acaban de echarlo los hombres, y, por tanto,
pensé que tal vez estuviese rabioso.
Por si acaso, espolvoreé
la herida de Bolita con pólvora y la
prendí. La pólvora se inflamó, quemando la herida.
Hice esto para quemar la
saliva del lobo rabioso, por si no había penetrado aún en la sangre. Si hubiese
penetrado ya, la circulación la comunicaría por todo el cuerpo, y no habría
medio de curar a Bolita.
Cuento para niños
1.013. Tolstoi (Leon)
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