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miércoles, 19 de junio de 2013

Bolita y el lobo

Cuando me iba al Cáucaso, aún había guerra y era peligroso viajar de noche sin convoy.
Quería salir de madrugada, lo más temprano posible; así que no me acosté.
Un amigo mío vino para acómpañar­me; y pasamos el atardecer y la noche en una calle de la aldea cosaca, sentados ante mi casita. Hacía una noche de luna, pero había neblina. Aunque no se veía la luna, era tal la claridad, que se hu­biera podido leer. De noche oímos chillar a un lechoncito, desde el otro lado de la calle.

-Un lobo está degollando a un le­choncito -exclamó mi amigo.
Entré precipitadamente en la casa, aga­rré una escopeta cargada; y corrí a la calle. Había un grupo de gente junto a la valla del corral donde chillaba el lechoncito.
-¡Aquí! ¡Aquí!-me indicaron.
Milton se lanzó tras de mí, creyendo sin duda que iba a cazar. Bolita ende­rezó sus cortas orejas y correteó, de un lado para otro, como preguntándose a quién le mandaría atacar. Cuando llegué a la valla vi a una fiera que venía co­rriendo hacia mí, desde el otro lado del corral. Era un jobo. Me aparté y preparé la escopeta. En cuanto el lobo saltó por encima de la valla, apreté el gatillo a boca de jarro. La escopeta emitió un ruido, pero no disparó. El lobo huyó calle adelante. Milton y Bolita se lan­zaron en pos de él. Milton estaba ya cerca del lobo; pero, al parecer, le daba miedo agarrarlo. En cuanto a Bolita, por más que corría con sus cortas patas, no lograba alcanzarlo. Perseguimos al lobo a la carrera; sin embargo, no tardamos en perderlo de vista, así como a los perros. Al acercarnos a la zanja que está en un extremo de la aldea, oímos ladridos; y, a través de la niebla, divisamos una co­lumna de polvo y a los perros que pe­leaban con el lobo. Una vez al pie de la zanja, nos dimos cuenta de que el lobo había desaparecido. Los dos perros vinieron a nuestro encuentro, en los rabos erizados y expresión de enojo. Bo­lita gruñía y me empujaba con la ca­beza, como si quisiera contarme algo.
Tras de examinar a los perros, des­cubrimos que Bolita tenía una herida en la cabeza. Probablemente había alcanza­do al lobo antes de llegar a la zanja; y la fiera debió morderlo, sin darle tiem­po a nada. La herida . era pequeña, así que no presentaba ningún peligro.
Volvimos a la casita y comentamos lo que acababa de ocurrir. No hacía más que pensar que habría matado al lobo de no habérseme encasquillado Ja esco­peta. Mi compañero no podía explicarse cómo había entrado el lobo en el corral. Un viejo cosaco nos dijo que no hubiera tenido nada de particular; pero que no se trataba de un lobo, sino de una bruja, que había hechizado mi escopeta. Mien­tras charlábamos así, los perros echaron a correr; y vimos al mismo lobo, en me­dio de la calle, Pero esta vez huyó al oír nuestros gritos, y los perros no pu­dieron darle alcance.
Después de esto, el viejo cosaco se convenció plenamente de que era una bruja. Jamás había oído decir que un lobo volviera al lugar del cual acaban de echarlo los hombres, y, por tanto, pensé que tal vez estuviese rabioso.
Por si acaso, espolvoreé la herida de Bolita con pólvora y la prendí. La pól­vora se inflamó, quemando la herida.
Hice esto para quemar la saliva del lobo rabioso, por si no había penetrado aún en la sangre. Si hubiese penetrado ya, la circulación la comunicaría por todo el cuerpo, y no habría medio de curar a Bolita.

Cuento para niños

1.013. Tolstoi (Leon)

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