Envío.
A D. Alfonso Albo, gran hombre de
la industria conservera española.
Candás, típico
pueblo de las
bravas costas del
Cantábrico, es mari-nero por
excelencia. Por consecuencia,
su descanso, es
vivir continua-mente horas febriles
de inusitada actividad,
en ajetreo constante de
pescar, tasar y
transformar el maravilloso tesoro del mar. Los barcos de pesca, entran en sin cesar por la barra de su puerto,
repletos hasta el límite de cubierta, con relucientes bocartes, que son
tragados por las bocas insaciables de las muchas grandes fábricas de conservas,
orgullo del pueblo, donde manos expertísimas de
centenares de mujeres,
transformaránlas en las suculentas anchoas, cuya fama mundial, enrola
el nombre del laborioso pueblo candasín.
Puede afirmarse, sin temor al
engaño, que todo el pueblo labora y participa en la gran empresa conservera.
Unos, arriesgándose en el mar, a la captura de los peces, ya en barcos airosos
de línea esbelta, o en modestas lanchas, movidas a remo. Otros, arrastrando la
pesca desde los muelles a las entrañas de las fábricas y también un tercer
grupo de mujeres, que con la "paxa" a la cabeza, invaden aldeas y
villorrios, con la canción pregonera:
-!Ay, qué "riques"! ¡Qué
"rebullen"...! ¡"Elles soles" saltaron de la lancha a la
"paxa"...! "Compra-¡ muyeres"...
Y Canor, también era de Candás.
Descendiente de aquellos osados marinos,
caballeros en otros
siglos dé los
mares, de Irlanda,
que fueron capaces, en su brega con las monstruosas ballenas, de forjar
el magnífico milagro de la leyenda del Cristo flotante en las aguas.
En sus venas llevaba sangre
marinera y en su cerebro, sueños de aventuras en remotos mares...
Pero la vida tiene insospechados
contrasentidos y lanza a la lógica por la borda, como cualquier patrón de
barco, el lastre sobrante de su
nave. Por eso
Canor, bisnieto, nieto
e hijo de
marinos, no era navegante. Cuando sus extremidades,
únicamente servían para mal guardar un mediano equilibrio, quedó en la más
triste orfandad, a causa de una de esas frecuentes tormentas, con que el
Cantábrico, ase vera, la fortaleza de sus iras.
Como buen pescador candasín, el
padre de Canor, dejó tan sólo como herencia en la tierra, una mujer, dos hijos
-hembra y varón-más una caña de pescar con el sedal y cuatro anzuelos de
repuesto.
Además, -claro está, -una deuda de
veinte botellas de vino corriente en ''La Cueva", que, sin duda, había de
pagar religiosamente a la cuenta de fin
de campaña.
De
ahí que, Canor,
tomase en sus
manos desde niño,
la caña heredada y con ella
buscase el sustento de su familia.
El, quería ser "rapaz"
de barco. Mas
su madre, con
toda la vehemencia del
poder maternal, opúsose
de manera terminante, pues odiaba
a la mar...
¡Su abuelo, había
perecido ahogado; su padre,
siguió el mismo
ejemplo; su marido,
no halló distinta sepultura...! ¿Iba, ahora, permitir qué el
hijo de sus
entrañas, corriese la misma suerte? No. Nada de trabajar en la tierra,
que es desdoro para la clase pescadora, pero sí con la caña, entre las rocas
del mar, cara a cara al Océano, que también es tarea marinera y lleva alimento
a los cuerpos con mucha menos exposición.
Canor, obedeció. Después, con la
costumbre, llegó a ser el mejor pescador de caña de toda la costa asturiana.
Pero en sus entrañas, bullía la sangre de los mayores y llamábale la mar.
Quisiera navegar, mandar un barco, ser dueño aunque no más fuese, de una
lancha.
Por
eso, odiaba hondamente
la caña y,
cuando de vuelta
con la pesca, entraba
en la Villa , ocultábase
a la vista
de los marineros, avergonzado dé lo humillante de su
profesión en un hombre joven.
Sin embargo, seguía adelante en su
tarea. Al alba de todos los días,
ascendía a la
loma de San
Antonio y desde
ella, oteaba el horizonte cual precavido patrón,
responsable de barco y pasajeros:
-Hoy, hay "bonanza".
Calaré en "La Peña
Furada ". -Comentaba.
O por el contrario:
-"Barrunto" nordestada.
"Diré al "Llombu
de Burra", por si
"recalen reboilices".
O también:
-Hay "traces" de
galerna. "Paezme" el
mejor sitio la
rada de Perán, donde "pué
haiga muiles".
En
el momento a
que nos referimos, como
había bonanza, hallábase Canor,
caballero a lomos
de la "Peña
Furada", con la mirada
atenta a la
boya flotante. Con
la mayor intranscendencia, había
visto aparecer la Aurora
risueña por los balcones de Oriente, huyendo en rosado silencio -cual princesa
dulcemente enamorada-, del apuesto caballero Sol, que la perseguía. Llegó éste,
previamente anunciado por haces de rayos luminosos, que en sus buenos días al
mar, pintaron un
arco iris hermoso,
celosamente enmarcado por gasas verdes de mar y azul de cielo.
-¿Por qué,
yo no tengo
una lancha -pensaba-
como aquella valiente que pisa el
arco iris? ¿Por qué he de ser una ostra más, en esta roca? ¿Por qué mi padre me
dejó por todo capital, esta caña que me avergüenza ante los demás
pescadores?... Mí madre, no quiere que vaya a la mar con los otros; pero sí
tuviese dinero, compraría una barca y marcharía mar adelante, hasta llegar
allí, donde llegan los valientes; donde los peces esperan al que sabe llegar.
-¡Sólo una lancha Señor! ¡Bien poco pedimos los pobres! -Con ella, llevaría el
sustento a casa,
marcharía en pos
de la "tolíña", mientras
mi hermana y mi madre rezarían esperando en la costa y yo cantaría
movido por las olas embravecidas, la canción de la mar:
¡Ser marinero es la vida mejor
no hay mejor vida, que la vida del mar!
y seguía soñando con la mirada
extraviada jugando con el horizonte, donde
muchas barquichuelas se afanaban en
la cotidiana tarea, hasta
que el tirón
seco de un
"sarriano"
sacábale de su ensimismamiento.
-¡Vaya! ¡También yo pesco!
Poco le duraba la satisfacción.
Volvían los pensamientos a atosigarle y había veces, en que neurasténico o
loco, al ver pasar cerca de él
una barca con
sus tripulantes, se
le antojaba que le
miraban compasivos y que sarcásticos le decian:
-¡Ridículo pescador de vara!... ¿No
te atreves a flotar en el mar?...
Temblábale todo el cuerpo de ira.
Una fuerza irresistible de sus músculos ordenábale lanzarse al agua, nadar con
bravura, abordar aquella minúscula embarcación
y cual otro
pirata de leyenda,
huir mar adelante hasta
donde no peligrase
el valioso tesoro
de su conquista. Donde, a los
cuatro vientos, pudiese pregonar:
-¡Ved si soy ridículo pescador de
caña...!
Mas todo fueron cóleras, sueños,
venganzas reprimidas, hasta, que un día...
Domingo era, del mes de julio. A
las once de la mañana, brillaba claro el sol sobre las aguas de Palmera y calcinaba la roca aguda sobre la
cual Canor, se hallaba en
su ordinaria faena.
La playita inmediata, hallábase
repleta de juventud desnuda al sol, en esa clara reminiscencia pagana de la
adoración al astro: Reía la vida joven su indolencia, entre gritos de
felicidad.
''Desde su atalaya, contemplaba
envidioso tan alegre espectáculo:
-¡Qué dichosa es la vida, cuando el
diario existir no preocupa!
Tan abstraído se hallaba, que no
percibió como una barca repleta de jóvenes veraneantes de uno y otro sexo,
rodeaban la roca donde él se hallaba y juguetones le cogían el sedal, dando
unos tironcitos engañadores, Al sentirlos, con rapidez, levantó el aparejo, al
mismo tiempo que re apercibía del engañó...
-iJa! ¡Ja!
¡Pescador de caña, ya ha picado el pez!
-Gritaron coreados por carcajadas
hirientes los desocupados bromistas.
-¿Qué dices el pez?
-Interrumpía otro.
-Ha picado el pescador que no es
igual...
La sangre hirviente, coloreó el
rostro de Canor, cegándosele los ojos
de ira. Fuera
de sí, arrojó
canasta y caña
al mar. Irguióse bellamente salvaje sobre la roca,
ensanchó su pecho y con voz ronca de cólera, grito:
-¡Lanchas para pasear quien nada
tiene que hacer! Canoas para llevar amores a las playas de desembarco, para los
señoritos, para los vagos, mientras yo soy una ostra en la roca...
La juventud, no se amedranta ante
los ademanes del loco, Lejos de eso, espoléales su alegría y a coro, gritan:
-¡Sigue declamando, pescador!...
Pero ya desde la altura de la roca,
se había lanzado de cabeza al mar. Buceó cierto espacio, durante el cual,
aquéllos, sorprendidos, iniciaron la marcha a golpe rápido de remo. Canor,
nadaba con furia, con frenesí, resoplando
como un ballenato
herido y pese
a los esfuerzos de los remadores
les dió alcance. Uno de ellos, trató de herirle
con un remo,
pero ya Canor
se había encaramado
en la embarcación, atacándoles
con furia de arrebatado. Entonces, hábiles nadadores, lanzáronse
al mar en
dirección a la
playa, presos de pánico.
Canor, solo en la lancha, de píe,
con los remos en alto, exclamó a pleno pulmón:
-¡Al mar! ¡Al mar que no se acaba!
¡Tengo logrado el sueño de toda la vida!
¡Ya tengo mi
tesoro! ¡Adelante! ¡Adelante!
¡A esconderlo allí, donde el cielo y el mar se besan...!
Movió los
remos con energía
inaudita. La lancha
enfiló su proa cara al horizonte y la playa entera la
veía alejarse en perfecta línea recta,
escuchando estremecidos como
las olas del
mar coreaban broncamente las
estrofas, por Canor
cantadas, mientras bogaba fieramente:
¡Ser marinero es la vida mejor!...
Desde entonces, no
ha vuelto a
saberse jamás de
él. Su hermanita, todos los días
al alba, sube a la loma de San Antonio a otear
el horizonte, para
volver al lado
de su anciana
madre, diciendo:
-¡Madre! "Paecióme" ver
la lancha con Canor, trepando por unas nubes que allá lejos se juntaban con el
mar...
-¡Quién sabe "fía mía"!
¡Todo puede ser!
Cuento asturiano [1]
1.017. Busto (Mariano)
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