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miércoles, 19 de junio de 2013

Canor, pescador de caña

Envío. 
A D. Alfonso Albo, gran hombre de la industria conservera española.
     
Candás,  típico  pueblo  de  las  bravas  costas  del  Cantábrico,  es mari-nero  por  excelencia.  Por  consecuencia,  su  descanso,  es  vivir continua-mente  horas  febriles  de  inusitada  actividad,  en  ajetreo constante  de  pescar,  tasar  y  transformar  el maravilloso  tesoro  del mar. Los barcos de pesca, entran  en sin cesar por la barra de su puerto, repletos hasta el límite de cubierta, con relucientes bocartes, que son tragados por las bocas insaciables de las muchas grandes fábricas de conservas, orgullo del pueblo, donde manos expertísimas de  centenares  de  mujeres,  transformaránlas  en  las  suculentas anchoas, cuya fama mundial, enrola el nombre del laborioso pueblo candasín.
Puede afirmarse, sin temor al engaño, que todo el pueblo labora y participa en la gran empresa conservera. Unos, arriesgándose en el mar, a la captura de los peces, ya en barcos airosos de línea esbelta, o en modestas lanchas, movidas a remo. Otros, arrastrando la pesca desde los muelles a las entrañas de las fábricas y también un tercer grupo de mujeres, que con la "paxa" a la cabeza, invaden aldeas y villorrios, con la canción pregonera:
-!Ay, qué "riques"! ¡Qué "rebullen"...! ¡"Elles soles" saltaron de la lancha a la "paxa"...! "Compra-¡ muyeres"...
Y Canor, también era de Candás. Descendiente de aquellos osados marinos,  caballeros  en  otros  siglos  dé  los  mares,  de  Irlanda,  que fueron capaces, en su brega con las monstruosas ballenas, de forjar el magnífico milagro de la leyenda del Cristo flotante en las aguas.
En sus venas llevaba sangre marinera y en su cerebro, sueños de aventuras en remotos mares...
Pero la vida tiene insospechados contrasentidos y lanza a la lógica por la borda, como cualquier patrón de barco, el lastre sobrante de su  nave.  Por  eso  Canor,  bisnieto,  nieto  e  hijo  de  marinos,  no  era navegante. Cuando sus extremidades, únicamente servían para mal guardar un mediano equilibrio, quedó en la más triste orfandad, a causa de una de esas frecuentes tormentas, con que el Cantábrico, ase vera, la fortaleza de sus iras.
Como buen pescador candasín, el padre de Canor, dejó tan sólo como herencia en la tierra, una mujer, dos hijos -hembra y varón-más una caña de pescar con el sedal y cuatro anzuelos de repuesto.
Además, -claro está, -una deuda de veinte botellas de vino corriente en ''La Cueva", que, sin duda, había de pagar  religiosamente a la cuenta de fin de campaña.
De  ahí  que,  Canor,  tomase  en  sus  manos  desde  niño,  la  caña heredada y con ella buscase el sustento de su familia.
El, quería ser "rapaz" de  barco.  Mas  su  madre,  con  toda  la vehemencia  del  poder  maternal,  opúsose  de  manera  terminante, pues  odiaba  a  la  mar...  ¡Su  abuelo,  había  perecido  ahogado;  su padre,  siguió  el  mismo  ejemplo;  su  marido,  no  halló  distinta sepultura...!  ¿Iba, ahora, permitir qué  el  hijo  de  sus  entrañas, corriese la misma suerte? No. Nada de trabajar en la tierra, que es desdoro para la clase pescadora, pero sí con la caña, entre las rocas del mar, cara a cara al Océano, que también es tarea marinera y lleva alimento a los cuerpos con mucha menos exposición.
Canor, obedeció. Después, con la costumbre, llegó a ser el mejor pescador de caña de toda la costa asturiana. Pero en sus entrañas, bullía la sangre de los mayores y llamábale la mar. Quisiera navegar, mandar un barco, ser dueño aunque no más fuese, de una lancha.
Por  eso,  odiaba  hondamente  la  caña  y,  cuando  de  vuelta  con  la pesca,  entraba  en  la  Villa,  ocultábase  a  la  vista  de  los  marineros, avergonzado dé lo humillante de su profesión en un hombre joven.
Sin embargo, seguía adelante en su tarea. Al alba de todos los días,  ascendía  a  la  loma  de  San  Antonio  y  desde  ella,  oteaba  el horizonte cual precavido patrón, responsable de barco y pasajeros:
-Hoy, hay "bonanza". Calaré en "La Peña Furada". -Comentaba.
O por el contrario:
-"Barrunto"  nordestada.  "Diré  al  "Llombu  de  Burra",  por  si "recalen reboilices".
O también:
-Hay  "traces"  de  galerna.  "Paezme"  el  mejor  sitio  la  rada  de Perán, donde "pué haiga muiles".
En  el  momento  a  que  nos  referimos,  como  había  bonanza, hallábase  Canor,  caballero  a  lomos  de  la  "Peña  Furada",  con  la mirada  atenta  a  la  boya  flotante.  Con  la  mayor intranscendencia, había visto aparecer la Aurora risueña por los balcones de Oriente, huyendo en rosado silencio -cual princesa dulcemente enamorada-, del apuesto caballero Sol, que la perseguía. Llegó éste, previamente anunciado por haces de rayos luminosos, que en sus buenos días al mar,  pintaron  un  arco  iris  hermoso,  celosamente  enmarcado  por gasas verdes de mar y azul de cielo.
-¿Por  qué,  yo  no  tengo  una  lancha  -pensaba-  como  aquella valiente que pisa el arco iris? ¿Por qué he de ser una ostra más, en esta roca? ¿Por qué mi padre me dejó por todo capital, esta caña que me avergüenza ante los demás pescadores?... Mí madre, no quiere que vaya a la mar con los otros; pero sí tuviese dinero, compraría una barca y marcharía mar adelante, hasta llegar allí, donde llegan los valientes; donde los peces esperan al que sabe llegar. -¡Sólo una lancha Señor! ¡Bien poco pedimos los pobres! -Con ella, llevaría el sustento  a  casa,  marcharía  en  pos  de  la  "tolíña",  mientras  mi hermana y mi madre rezarían esperando en la costa y yo cantaría movido por las olas embravecidas, la canción de la mar:
   
   ¡Ser marinero es la vida mejor
   no hay mejor vida, que la vida del mar!
   
y seguía soñando con la mirada extraviada jugando con el horizonte, donde  muchas  barquichuelas  se  afanaban  en  la  cotidiana  tarea, hasta  que  el  tirón  seco  de  un  "sarriano"  sacábale  de  su ensimismamiento.
-¡Vaya! ¡También yo pesco!
Poco le duraba la satisfacción. Volvían los pensamientos a atosigarle y había veces, en que neurasténico o loco, al ver pasar cerca  de  él  una  barca  con  sus  tripulantes,  se  le  antojaba  que  le miraban compasivos y que sarcásticos le decian:
-¡Ridículo pescador de vara!... ¿No te atreves a flotar en el mar?...
Temblábale todo el cuerpo de ira. Una fuerza irresistible de sus músculos ordenábale lanzarse al agua, nadar con bravura, abordar aquella  minúscula  embarcación  y  cual  otro  pirata  de  leyenda,  huir mar  adelante  hasta  donde  no  peligrase  el  valioso  tesoro  de  su conquista. Donde, a los cuatro vientos, pudiese pregonar:
-¡Ved si soy ridículo pescador de caña...!
Mas todo fueron cóleras, sueños, venganzas reprimidas, hasta, que un día...
Domingo era, del mes de julio. A las once de la mañana, brillaba claro el sol sobre las aguas de  Palmera y calcinaba la roca aguda sobre  la  cual  Canor,  se  hallaba  en  su  ordinaria  faena.  La  playita inmediata, hallábase repleta de juventud desnuda al sol, en esa clara reminiscencia pagana de la adoración al astro: Reía la vida joven su indolencia, entre gritos de felicidad.
''Desde su atalaya, contemplaba envidioso tan alegre espectáculo:
-¡Qué dichosa es la vida, cuando el diario existir no preocupa!
Tan abstraído se hallaba, que no percibió como una barca repleta de jóvenes veraneantes de uno y otro sexo, rodeaban la roca donde él se hallaba y juguetones le cogían el sedal, dando unos tironcitos engañadores, Al sentirlos, con rapidez, levantó el aparejo, al mismo tiempo que re apercibía del engañó...
-iJa!  ¡Ja!  ¡Pescador de caña, ya ha picado el pez! 
-Gritaron coreados por carcajadas hirientes los desocupados bromistas.
-¿Qué dices el pez?
-Interrumpía otro.
-Ha picado el pescador que no es igual...
La sangre hirviente, coloreó el rostro de Canor, cegándosele los ojos  de  ira.  Fuera  de  sí,  arrojó  canasta  y  caña  al  mar.  Irguióse bellamente salvaje sobre la roca, ensanchó su pecho y con voz ronca de cólera, grito:
-¡Lanchas para pasear quien nada tiene que hacer! Canoas para llevar amores a las playas de desembarco, para los señoritos, para los vagos, mientras yo soy una ostra en la roca...
La juventud, no se amedranta ante los ademanes del loco, Lejos de eso, espoléales su alegría y a coro, gritan:
-¡Sigue declamando, pescador!...
Pero ya desde la altura de la roca, se había lanzado de cabeza al mar. Buceó cierto espacio, durante el cual, aquéllos, sorprendidos, iniciaron la marcha a golpe rápido de remo. Canor, nadaba con furia, con  frenesí,  resoplando  como  un  ballenato  herido  y  pese  a  los esfuerzos de los remadores les dió alcance. Uno de ellos, trató de herirle  con  un  remo,  pero  ya  Canor  se  había  encaramado  en  la embarcación, atacándoles con furia de arrebatado. Entonces, hábiles nadadores,  lanzáronse  al  mar  en  dirección  a  la  playa,  presos  de pánico.
Canor, solo en la lancha, de píe, con los remos en alto, exclamó a pleno pulmón:
-¡Al mar! ¡Al mar que no se acaba! ¡Tengo logrado el sueño de toda  la  vida!  ¡Ya  tengo  mi  tesoro!  ¡Adelante!  ¡Adelante!  ¡A esconderlo allí, donde el cielo y el mar se besan...!
Movió  los  remos  con  energía  inaudita.  La  lancha  enfiló  su  proa cara al horizonte y la playa entera la veía alejarse en perfecta línea recta,  escuchando  estremecidos  como  las  olas  del  mar  coreaban broncamente  las  estrofas,  por  Canor  cantadas,  mientras  bogaba fieramente:
¡Ser marinero es la vida mejor!...
Desde entonces,  no  ha  vuelto  a  saberse  jamás  de  él.  Su hermanita, todos los días al alba, sube a la loma de San Antonio a otear  el  horizonte,  para  volver  al  lado  de  su  anciana  madre, diciendo:
-¡Madre! "Paecióme" ver la lancha con Canor, trepando por unas nubes que allá lejos se juntaban con el mar...
-¡Quién sabe "fía mía"! ¡Todo puede ser!

Cuento asturiano[1]

1.017. Busto (Mariano)


[1] Publicada en la revista «CERES» de Valladolid.

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