Duraron
aquéllas alrededor de dos meses, y puedo afirmar que apenas hay
pueblo en Samojicia en el que no me haya detenido y del que no haya
sacado algunos documentos. Séame permitido aprovechar esta ocasión
para dar las gracias a los habitantes de dicha provincia, y en
particular a los señores eclesiásticos, por el solícito concurso
que prestaron a mis investigaciones y los datos valiosos con que han
enriquecido mi diccionario.
Después
de permanecer una semana en Szawlé, me propuse embarcarme en
Klaypéda -punto que llamamos Memel- para volver a mi casa, cuando
recibí del conde Szémioth la carta siguiente, llevada por uno de
sus cazadores:
«Señor
profesor:
Permítame
que le escriba en alemán. Cometería más solecismos aún si le
escribiera en ymud,
y perdería ante sus ojos toda consideración. Ignoro si es mucha la
que me tiene, pero la noticia que voy a comunicarle no la aumentará
probablemente. Le diré, sin más rodeos, que me caso y ya puede
figurarse con quién. Júpiter
se ríe de los juramentos de los enamorados.
Lo mismo hace Perkuns,
nuestro Júpiter samojítico. Me caso, pues, con la señorita Juliana
Iwinska el 8 del mes próximo. Será el más amable de los hombres si
asiste a la ceremonia. Todos los campesinos de Medintiltas y sus
alrededores vendrán a mi casa para comer algunos bueyes e
innumerables cerdos, y cuando estén beodos danzarán en el prado que
hay a la derecha de la avenida que ya conoce. Verá usted trajes y
usos dignos de su observación. Si accede, ello será para mí, y
también para Juliana, motivo de alegría, proporcionándonos, en
cambio, una triste contrariedad si no acepta. Como sabe, pertenezco a
la comunión evangélica, lo mismo que mi prometida; ahora bien:
nuestro ministro, que vive a una treintena de leguas, está impedido
por la gota, por lo que me atrevo a rogarle que oficie en lugar de
él. Su fiel y seguro servidor,
MIGUEL
SZÉMIOTH.»
Al
final de la carta, en forma de post-scriptum, una lindísima mano
femenina había añadido en ymud:
«Yo,
musa de Lituania, escribo en ymud. Miguel es un impertinente al
dudar de la aceptación de usted. Únicamente yo, que soy demasiado
loca, puedo querer a un semejante mozo. El 8 del mes próximo, señor
profesor, verá una casada un poco chic. Esto no es ymoud, es
francés. ¡Que no sufra distracciones, al menos durante la
ceremonia!»
Ni
la carta ni el post-scriptum
me agradaron. Antojóseme que los prometidos mostraban una excesiva
ligereza en tan solemne ocasión. ¿Cómo rehusar, no obstante?
Además, confesaré que el espectáculo anunciado me atraía
sobremanera. Según las apariencias, entre el gran número de
hidalgos que se reunirían en el castillo de Medintiltas, encontraría
de seguro algunas personas cultas que me proporcionarían datos
útiles. Mi glosario ymud era riquísimo; pero el sentido de un
cierto número de palabras, tomadas de boca de groseros campesinos,
permanecía aún, para mí, envuelto en una relativa oscuridad. Todas
estas consideraciones tuvieron la bastante fuerza para obligarme a
aceptar la invitación del conde, al que respondí diciéndole que el
8, por la mañana, estaría en Medintiltas. ¡Cuánto hube de
arrepentirme luego!
1.078. Merimee (Prospero) - 046
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