Erase un
viejo que vivía con su mujer. Pero la vieja estaba siempre regañándole y
midiéndole las costillas a diario, tan pronto con el palo de la escoba como con
el atizador. En fin, que le traía mártir...
Conque se
fue el viejo al campo a colocar unos lazos y capturó a un cigüeño.
-¿Quieres
hacer de hijo mío? -le preguntó el viejo. Te llevaría a casa y quizá deje
entonces de refunfuñar la vieja.
-Mejor
será que vayamos primero a mi casa, bátiushka -contestó el cigüeño.
Así lo
hicieron. Entraron en la casa y el cigüeño dijo, descolgando un zurrón de la
pared:
-¡Que
salgan dos del zurrón!
Al
instante salieron del zurrón dos mocetones y empezaron a disponer mesas de
roble, cubriéndolas con finos manteles y manjares y bebidas de toda clase. El
viejo se puso contentísimo ante aquella abundancia, que nunca había visto en su
vida.
-Toma
este zurrón y llévaselo a la vieja -dijo entonces el cigüeño.
El viejo
agarró el zurrón y se puso en camino. Pero dio un gran rodeo y se quedó a pasar
la noche en casa de una comadre suya, que tenía tres hijas. Le ofrecieron de
cenar con lo que buenamente tenían, pero el viejo le dijo a su comadre después
de picotear un poco:
-No puede
decirse que esto sea muy bueno.
-Es lo
que tenemos, bátiushka -replicó la comadre.
-Bueno,
pues recógelo todo, anda -pidió el viejo al tiempo que, agarrando el zurrón,
ordenó según le había explicado el cigüeño: ¡Que salgan dos del zurrón!
Los dos
mocetones salieron al instante del zurrón y empezaron a disponer mesas de
roble, cubriéndolas con finos manteles y manjares y bebidas de toda clase.
La
comadre, lo mismo que sus hijas, se quedó sorprendida y empezó a cavilar en el
modo de apropiarse el zurrón del viejo.
-¿Por qué
no calentáis el baño[1]? -les
dijo finalmente a sus hijas. Quizá quiera mi compadre relajarse un poco con el
vapor.
Apenas se
marchó al baño el viejo, la comadre ordenó a sus hijas que hicieran un zurrón
exactamente igual. Ellas obedecieron y cambiaron el zurrón del viejo por el que
acababan de hacer.
Cuando el
viejo salió del baño, agarró el zurrón cambiado y se marchó tan campante a su
casa. Nada más llegar, gritó desde el patio:
-¡Eh,
mujer! He cazado un cigüeño que hará de hijo nuestro...
La vieja
le miró de reojo murmurando entre dientes:
-Tú
acércate, so pellejo, y verás la que te doy con el atizador.
Mientras,
el viejo repetía:
-¡Mujer!
Escucha: he cazado un cigüeño que hará de hijo ñuestro...
Entró por
fin en la isba y gritó «ique salgan dos del zurrón!», pero del zurrón no salió
nadie. Repitió lo mismo, y como si tal cosa... Al oír que su marido andaba
diciendo cosas raras, la vieja echó mano de un escobón y empezó a sacudirle con
él.
Asustado
y lloroso, el viejo se marchó de nuevo al campo. De repente apareció el mismo
cigüeño y dijo al verle tan triste:
-Vamos
otra vez a mi casa, bátiushka.
El viejo
le siguió. En casa del cigüeño había, colgado de la pared, otro zurrón como el
primero.
-¡Que
salgan dos del zurrón! -dijo el cigüeño.
Y al
instante aparecieron dos mocetones que dispusieron una comida como las
anteriores.
-Llévate
ahora ese zurrón -dijo el cigüeño.
El viejo
agarró el zurrón y se puso en camino. Anduvo un buen rato, hasta que le
entraron ganas de comer y dijo, lo mismo que el cigüeño:
-¡Que
salgan dos del zurrón!
Al
instante aparecieron dos mocetones con sendas estacas y empezaron a apalearle
repitiendo:
-¡No
vayas a casa de tu comadre! ¡No te metas en el baño!...
Estuvieron
dándole estacazos hasta que se le ocurrió decir, ya con un hilo de voz:
-¡Que
vuelvan los dos al zurrón!
Apenas
pronunció estas palabras, desaparecieron los dos mocetones.
El viejo
agarró entonces el zurrón y echó a andar hasta que llegó a casa de la misma
comadre. Entró, colgó el zurrón de un gancho, le pidió a su comadre que le
calentara el baño, y allá se metió cuando estuvo listo. Luego dejó que pasara
el tiempo, bien relajado con el vapor.
La
comadre, que ya sentía apetito, llamó a sus hijas, hizo que se sentaran a la
mesa y dijo:
-¡Que
salgan dos del zurrón!
Aparecieron
los dos mocetones con sus estacas y ¡venga a apalear a la comadre! Al mismo
tiempo, no cesaban de repetir:
-¡Devuélvele
al viejo el zurrón!
Y
siguieron pegándola, hasta que la mujer pidió a la mayor de las hijas:
-Llama a
mi compadre, que está en el baño, y dile que estos dos me están dando una
paliza.
-Todavía
no me he relajado bien con el vapor -contestó el viejo.
Los
mocetones siguieron pegando a la comadre y repitiendo:
-¡Devuélvele
al viejo el zurrón!
Hasta que
la comadre mandó a la otra hija:
-Dile al
compadre que venga corriendo.
-Todavía
no me he lavado la cabeza -contestó el viejo.
La
comadre hizo que fuera a llamarle la menor de las hijas.
-Todavía
no me he enjabonado -contestó el viejo.
Hasta que
la comadre no pudo aguantar más. Hizo traer el zurrón robado. Entonces volvió
el viejo del baño y, al ver su zurrón verdadero, ordenó:
-¡Que
vuelvan los dos al zurrón!
Los dos
mocetones desaparecieron con sus estacas.
El viejo
agarró los dos zurrones -el de las estacas y el de los manjares- y emprendió el
regreso a su casa. Al entrar en el patio gritó:
-¡Eh,
mujer! He cazado un cigüeño que hará de hijo nuestro... Ella le lanzó una
ojeada.
-Entra en
casa y verás la que te atizo -dijo.
Pero el
viejo entró en la casa, invitó a su mujer a sentarse a la mesa, dijo «¡que
salgan dos del zurrón!», y los dos mocetones les sirvieron de beber y de comer.
Cuando la mujer hubo bebido y comido cuanto deseaba, le dijo con mejores
modales al marido:
-Bueno,
viejo: ya no volveré a pegarte.
Bien
comido, el viejo salió a tomar el aire llevándose el zurrón de los manjares,
que guardó en la despensa, pero dejando el de las estacas colgado de un gancho.
Se puso a ir y venir, sólo por pasar el tiempo.
Al cabo
de un rato, la vieja quiso tomarse una copita más, y repitió las palabras del
viejo:
-¡Que
salgan dos del zurrón!
Aparecieron
los dos mocetones de las estacas y se pusieron a apalear a la vieja hasta que,
casi sin fuerzas, llamó al marido:
-¡Ay!
¡Ven corriendo, que estos dos me van a matar!
Pero él
continuaba sus paseos murmurando:
-¡Esos te
van a escarmentar!
Y los dos
mocetones seguían a estacazo limpio al mismo tiempo que decían:
-¡No le
pegues al viejo! ¡No le pegues al viejo!
Por fin
se compadeció el viejo de su mujer, entró en la isba y ordenó:
-¡Que
vuelvan los dos al zurrón!
Los dos
mocetones desaparecieron.
Desde
entonces vivieron el viejo y la vieja en tan buena armonía y tan conformes, que
el buen hombre no cesa de alabarla. Conque aquí términa la historia, y no hay
por qué alargarla.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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