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miércoles, 21 de agosto de 2013

Que salgan dos del zurron

Erase un viejo que vivía con su mujer. Pero la vieja estaba siempre regañándole y midiéndole las costillas a diario, tan pronto con el palo de la escoba como con el atizador. En fin, que le traía mártir...
Conque se fue el viejo al campo a colocar unos lazos y capturó a un cigüeño.
-¿Quieres hacer de hijo mío? -le preguntó el viejo. Te llevaría a casa y quizá deje entonces de refunfuñar la vieja.
-Mejor será que vayamos primero a mi casa, bátiushka -contestó el cigüeño.
Así lo hicieron. Entraron en la casa y el cigüeño dijo, descolgando un zurrón de la pared:
-¡Que salgan dos del zurrón!
Al instante salieron del zurrón dos mocetones y empezaron a disponer mesas de roble, cubriéndolas con finos manteles y manjares y bebidas de toda clase. El viejo se puso contentísimo ante aquella abundancia, que nunca había visto en su vida.
-Toma este zurrón y llévaselo a la vieja -dijo entonces el cigüeño.
El viejo agarró el zurrón y se puso en camino. Pero dio un gran rodeo y se quedó a pasar la noche en casa de una comadre suya, que tenía tres hijas. Le ofrecieron de cenar con lo que buenamente tenían, pero el viejo le dijo a su comadre después de picotear un poco:
-No puede decirse que esto sea muy bueno.
-Es lo que tenemos, bátiushka -replicó la comadre.
-Bueno, pues recógelo todo, anda -pidió el viejo al tiempo que, agarrando el zurrón, ordenó según le había explicado el cigüeño: ¡Que salgan dos del zurrón!
Los dos mocetones salieron al instante del zurrón y empezaron a disponer mesas de roble, cubriéndolas con finos manteles y manjares y bebidas de toda clase.
La comadre, lo mismo que sus hijas, se quedó sorprendida y empezó a cavilar en el modo de apropiarse el zurrón del viejo.
-¿Por qué no calentáis el baño[1]? -les dijo finalmente a sus hijas. Quizá quiera mi compadre relajarse un poco con el vapor.
Apenas se marchó al baño el viejo, la comadre ordenó a sus hijas que hicieran un zurrón exactamente igual. Ellas obedecieron y cambiaron el zurrón del viejo por el que acababan de hacer.
Cuando el viejo salió del baño, agarró el zurrón cambiado y se marchó tan campante a su casa. Nada más llegar, gritó desde el patio:
-¡Eh, mujer! He cazado un cigüeño que hará de hijo nuestro...
La vieja le miró de reojo murmurando entre dientes:
-Tú acércate, so pellejo, y verás la que te doy con el atizador.
Mientras, el viejo repetía:
-¡Mujer! Escucha: he cazado un cigüeño que hará de hijo ñuestro...
Entró por fin en la isba y gritó «ique salgan dos del zurrón!», pero del zurrón no salió nadie. Repitió lo mismo, y como si tal cosa... Al oír que su marido andaba diciendo cosas raras, la vieja echó mano de un escobón y empezó a sacudirle con él.
Asustado y lloroso, el viejo se marchó de nuevo al campo. De repente apareció el mismo cigüeño y dijo al verle tan triste:
-Vamos otra vez a mi casa, bátiushka.
El viejo le siguió. En casa del cigüeño había, colgado de la pared, otro zurrón como el primero.
-¡Que salgan dos del zurrón! -dijo el cigüeño.
Y al instante aparecieron dos mocetones que dispusieron una comida como las anteriores.
-Llévate ahora ese zurrón -dijo el cigüeño.
El viejo agarró el zurrón y se puso en camino. Anduvo un buen rato, hasta que le entraron ganas de comer y dijo, lo mismo que el cigüeño:
-¡Que salgan dos del zurrón!
Al instante aparecieron dos mocetones con sendas estacas y empezaron a apalearle repitiendo:
-¡No vayas a casa de tu comadre! ¡No te metas en el baño!...
Estuvieron dándole estacazos hasta que se le ocurrió decir, ya con un hilo de voz:
-¡Que vuelvan los dos al zurrón!
Apenas pronunció estas palabras, desaparecieron los dos mocetones.
El viejo agarró entonces el zurrón y echó a andar hasta que llegó a casa de la misma comadre. Entró, colgó el zurrón de un gancho, le pidió a su comadre que le calentara el baño, y allá se metió cuando estuvo listo. Luego dejó que pasara el tiempo, bien relajado con el vapor.
La comadre, que ya sentía apetito, llamó a sus hijas, hizo que se sentaran a la mesa y dijo:
-¡Que salgan dos del zurrón!
Aparecieron los dos mocetones con sus estacas y ¡venga a apalear a la comadre! Al mismo tiempo, no cesaban de repetir:
-¡Devuélvele al viejo el zurrón!
Y siguieron pegándola, hasta que la mujer pidió a la mayor de las hijas:
-Llama a mi compadre, que está en el baño, y dile que estos dos me están dando una paliza.
-Todavía no me he relajado bien con el vapor -contestó el viejo.
Los mocetones siguieron pegando a la comadre y repitiendo:
-¡Devuélvele al viejo el zurrón!
Hasta que la comadre mandó a la otra hija:
-Dile al compadre que venga corriendo.
-Todavía no me he lavado la cabeza -contestó el viejo.
La comadre hizo que fuera a llamarle la menor de las hijas.
-Todavía no me he enjabonado -contestó el viejo.
Hasta que la comadre no pudo aguantar más. Hizo traer el zurrón robado. Entonces volvió el viejo del baño y, al ver su zurrón verdadero, ordenó:
-¡Que vuelvan los dos al zurrón!
Los dos mocetones desaparecieron con sus estacas.
El viejo agarró los dos zurrones -el de las estacas y el de los manjares- y emprendió el regreso a su casa. Al entrar en el patio gritó:
-¡Eh, mujer! He cazado un cigüeño que hará de hijo nuestro... Ella le lanzó una ojeada.
-Entra en casa y verás la que te atizo -dijo.
Pero el viejo entró en la casa, invitó a su mujer a sentarse a la mesa, dijo «¡que salgan dos del zurrón!», y los dos mocetones les sirvieron de beber y de comer. Cuando la mujer hubo bebido y comido cuanto deseaba, le dijo con mejores modales al marido:
-Bueno, viejo: ya no volveré a pegarte.
Bien comido, el viejo salió a tomar el aire llevándose el zurrón de los manjares, que guardó en la despensa, pero dejando el de las estacas colgado de un gancho. Se puso a ir y venir, sólo por pasar el tiempo.
Al cabo de un rato, la vieja quiso tomarse una copita más, y repitió las palabras del viejo:
-¡Que salgan dos del zurrón!
Aparecieron los dos mocetones de las estacas y se pusieron a apalear a la vieja hasta que, casi sin fuerzas, llamó al marido:
-¡Ay! ¡Ven corriendo, que estos dos me van a matar!
Pero él continuaba sus paseos murmurando:
-¡Esos te van a escarmentar!
Y los dos mocetones seguían a estacazo limpio al mismo tiempo que decían:
-¡No le pegues al viejo! ¡No le pegues al viejo!
Por fin se compadeció el viejo de su mujer, entró en la isba y ordenó:
-¡Que vuelvan los dos al zurrón!
Los dos mocetones desaparecieron.
Desde entonces vivieron el viejo y la vieja en tan buena armonía y tan conformes, que el buen hombre no cesa de alabarla. Conque aquí términa la historia, y no hay por qué alargarla.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)



[1] baño

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