Erase un
pescador. Una vez fue a un lago, echó la red y sacó un lucio. Volvió a la
orilla y encendió fuego para asarlo: lo asó por un lado y lo volvió por el
otro. Ya estaba listo, y el pescador se disponía a comérselo, cuando el lucio
saltó del fuego otra vez al lago.
-¡Qué
prodigio! -exclamó el pescador. Un pez asado que se vuelve al agua...
-No, buen
hombre -contestó el lucio con palabra humana. Esto no es ningún prodigio. Pero
en la aldea tal vive un cazador a quien le sucedió efectivamente un prodigio.
Acércate a verle y te lo contará.
El
pescador fue a aquella aldea, buscó al cazador y le saludó:
-Hola,
buen hombre.
-Hola,
paisano. ¿Qué te trae por aquí?
-Pues
verás... Quisiera que me contaras el prodigio que te ocurrió.
-Escucha,
pues, paisano. Yo tenía tres hijos, y con ellos solía ir de caza. Una vez
anduvimos todo el día y matamos tres patos. Al atardecer encendimos una hoguera
en el bosque, desplumamos los patos y los pusimos a hervir para cenar. Estaban
ya listos y nos disponíamos a comérnoslos, cuando apareció un viejo por allí.
»-Que
aproveche, buenos mozos.
»-Acompáñanos,
abuelo.
»El viejo
se sentó con nosotros, se comió los tres patos y, por si fuera poco, engulló a
mi hijo el mayor. Y me quedé sólo con dos hijos. A la mañana siguiente nos
levantamos temprano y fuimos a cazar. Anduvimos todo el día, matamos tres patos
y al atardecer encendimos fuego en el bosque para hacer la cena. Apareció
también el viejo.
»-Que
aproveche, buenos mozos.
»-Acompáñanos,
abuelo.
»El viejo
se sentó, se comió, los tres patos y, encima, a mi hijo mediano.
»Me quedé
con un solo hijo. Volvimos a casa a pasar la noche y, por la mañana, salimos
otra vez a cazar. Matamos tres patos, encendimos fuego, los hervimos en seguida
y, cuando nos disponíamos a cenar, llegó el mismo viejo diciendo:
»-Que
aproveche, buenos mozos.
»-Acompáñanos,
abuelo.
»Se sentó
con nosotros, se comió todos los patos y, además, a mi hijo el menor.
»Me quedé
más solo que la una. Pasé la noche en el bosque y al día siguiente cacé tantas
aves, que apenas pude llevarlas hasta casa. Entré en la isba y me encontré a
mis tres hijos, sanos y salvos, descansando en sus literas.
-¡Eso sí
que es un prodigio! -exclamó el pescador después de escucharle.
-¡Qué va,
paisano! -objetó el cazador. Esto no es ningún prodigio. En tal aldea hay un
campesino a quien de verdad le sucedió algo prodigioso. Acércate a verle y lo
sabrás.
El
pescador se encaminó a aquella aldea, buscó al campesino en cuestión y le
saludó:
-Hola,
buen hombre.
-Hola,
paisano. ¿Qué te trae por aquí?
-Pues
verás... Quisiera que me contaras el hecho prodigioso que te sucedió.
-Escucha,
pues -accedió el campesino. Yo me casé muy joven y vivía desde entonces con mi
mujer, pero a ella se le ocurrió echarse un amante. Yo no me había dado cuenta:
la gente me lo advirtió. Conque un día dije que iba al bosque a traer leña.
Enganché el caballo, salí del pueblo, me quedé allí cosa de media hora y volví
con mucho cuidado. Me escondí en el patio. Había oscurecido ya, cuando oí que
mi mujer estaba de juerga con su amigo dentro de casa. Entré de sopetón para
darle una tunda, pero ella se me adelantó, agarró un palo y me pegó en la
espalda con él diciendo:
»-Hasta
ahora habías sido un hombre; en adelante serás un perro negro.
»En el
mismo instante me convertí en perro. Ella estuvo dándome de palos todo lo que
quiso y me echó de casa.
»Yo
escapé a la calle. Me senté en un banco, delante de la casa, pensando que mi
mujer se reportaría y me devolvería mi forma humana. ¡Pero qué va! Por mucho
que rondé la casa, aquella malvada mujer no se compadeció de mí. A veces
llegaba hasta el extremo de que abría la ventana y me echaba encima un cacharro
de agua hirviendo, siempre con la intención de que me cayera en los ojos.
Además, no me daba de comer. Estaba viendo que me moriría de hambre.
»¿Qué
podía hacer? Me eché al campo, donde me encontré con un hombre que cuidaba un
rebaño de bueyes. Me quedé allí cerca. Empecé a guardar el rebaño: apenas se
alejaba un poco algún buey, le obligaba a volver. En cuanto a los lobos, les
hice la vida imposible: no dejaba que se acercara ninguno.
»Viendo
mi celo, el pastor empezó a darme de comer, y tanto llegó a fiarse de mí, que
ni siquiera cuidaba él del rebaño, sino que marchaba a la aldea, donde se
pasaba todo el tiempo que quería divirtiéndose. Hasta que el barin le dijo:
»-Oye,
pastor: tú andas siempre de juerga mientras el rebaño se queda solo en el
campo. Eso no puede ser. Cualquier día viene un ladrón y se lleva algún buey.
»-¡Qué
va, mi amo! Yo estoy muy seguro de mi perro. No dejará que se acerque nadie.
»-iNo me
digas! ¿Quieres ver cómo robo ahora mismo al que se me antoje?
»-No; no
lo conseguirás.
»Que sí,
que no..., apostaron trescientos rublos. El barin fue al campo y no hizo más
que acercarse a uno de los bueyes, cuando yo me tiré a él, le destrocé toda la
ropa y no le dejé llevarse a ninguno.
»Mi amo
ganó la apuesta y, desde entonces, se encariñó conmigo todavía más. Había veces
que se quitaba la comida de la boca para dármela a mí.
»De esta
manera pasé todo un verano. Al cabo del tiempo sentí el deseo de regresar a
casa, pensando si no se compadecería mi mujer de mí, devolvién-dome mi forma
humana. Llegué de una carrera, empecé a arañar la puerta, hasta que salió mi
mujer con un palo y, dándome un golpe en la espalda, dijo:
»-Has
correteado por ahí en forma de perro negro, conque ahora volarás en forma de
pájaro carpintero.
»Convertido
así en pájaro carpintero, me fui volando por bosques y sotos. Llegó el
invierno, un invierno muy frío. Yo tenía hambre, pero no encontraba comida por
ninguna parte. Me había metido en un huerto, cuando vi una jaula colgada de un
árbol. "Voy a entrar -me dije. Los chiquillos que me cojan me darán de
comer. Además, que dentro de una casa pasaré el invierno más abrigado."
»Conque
me metí en la jaula, cuya puerta se cerró al instante. Vinieron unos chiquillos
y me llevaron donde estaba su padre.
»-Mira
qué pájaro carpintero hemos cogido...
»Pero el
padre de aquellos chicos era curandero, y en seguida se dio cuenta de que yo
era una persona y no un pájaro. Me sacó de la jaula, sopló sobre mí cuando me
tuvo en la palma de la mano, y yo recobré mi forma de hombre. Luego me dio una
varita verde con estas palabras:
»-Amigo,
en cuanto sea de noche vete a tu casa. Nada más entrar, le pegas a tu mujer con
esta varita y dices: "Hasta ahora eras una mujer; en adelante serás una
cabra."
»Por la
noche me fui a mi casa con la varita, me acerqué a hurtadillas hasta mi mujer,
la pegué con la varita y dije:
»-Hasta
ahora eras una mujer; en adelante serás una cabra.
»Al
momento se transformó en cabra. Le eché una cuerda alrededor de los cuernos, la
até en el cobertizo y estuve alimentándola con paja de centeno. Durante un año
entero no le di otra cosa. Luego fui a ver al curandero.
»-¿Qué
hace falta, paisano, para que la cabra se convierta de nuevo en mujer?
»-Toma,
hermano, esta varita -me contestó dándome otra- y pégala con ella diciendo:
"Hasta ahora eras una cabra; ahora vuélvete mujer."
»Regresé
a mi casa, pegué a la cabra diciendo: "Hasta ahora eras una cabra; ahora
vuélvete mujer", y así ocurrió en efecto. Mi mujer cayó entonces a mis
plantas, llorando, pidiéndome perdón, jurando por todos los santos que en
adelante viviría conmigo como Dios manda. Desde entonces vivimos sin
contratiempos, en amor y armonía.
-Gracias
-dijo el pescador. Lo que me has contado sí que es un prodigio prodigioso.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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