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miércoles, 21 de agosto de 2013

Ruedaguisante

Erase un matrimonio que tenía dos hijos y una hija. Un día el padre mandó a los dos hijos a arar.
-¿Y quién nos llevará la comida?
-La chica -dijo el padre.
Pero la chica objetó que no conocía el camino.
-Mira -le explicaron los hermanos: cuando subas a lo alto de la cuesta, verás tres caminos. Tu sigue el camino donde haya trocitos de paja esparcidos.
Pero un culebrón vio que, conforme iban andando, los herma­nos tiraban trocitos de paja por el camino. Conque los recogió y fue a esparcirlos por el camino que conducía a su guarida.
Mientras, la madre hizo la comida y se la dio a la hija para que la llevara a los hermanos. La hija subió la cuesta, tomó el camino donde vio esparcidos los trocitos de paja. Llegó hasta la guarida, y el culebrón la metió dentro.
Cuando los hermanos se cansaron de esperar la comida, solta­ron los bueyes para que pastaran y ellos volvieron a su casa.
-¿Pero dónde está la comida, madre?
-Hace mucho tiempo que os la mandé con vuestra hermana -contestó la madre.
Estuvieron esperando hasta por la noche sin que apareciera la hermana. Por la mañana, cuando se despertaron, tampoco había vuelto.
-Seguro que la ha apresado ese maldito culebrón -dijeron los hermanos.
En seguida se vistieron y fueron en busca de su hermana. An­da que te anda, se encontraron con un pastor que cuidaba de un rebaño. Los hermanos le saludaron, y el pastor preguntó:
-¿A dónde vais?
-A salvar a nuestra hermana del culebrón.
-Si queréis quitarle vuestra hermana al culebrón, comeos el más grande de mis bueyes.
Los hermanos no quisieron comérselo y continuaron su cami­no. Anda que te anda, se encontraron con un pastor que cuidaba un rebaño de ovejas. Los hermanos le saludaron, y el pastor pre­guntó:
-¿A dónde vais?
-A salvar a nuestra hermana del culebrón.
-Si queréis salvarla, comeos el más grande de mis carneros. Ellos no quisieron y continuaron su camino. Anda que te anda, se encontraron con un porquerizo que cuidaba una piara de cerdos. Los hermanos le saludaron, y el porquerizo preguntó:
-¿A dónde vais?
-A salvar a nuestra hermana del culebrón.
-Si queréis salvarla, comeos él más grande de mis cerdos. Ellos no quisieron, y continuaron su camino. Anda que anda, se encontraron por fin con el culebrón, que estaba delante de su casa.
-Hola -dijo el culebrón-. ¿Cómo os ha traído Dios por aquí?
-Venimos a que nos devuelvas a nuestra hermana.
-Si queréis llevaros a vuestra hermana, comeos doce bueyes, doce carneros y doce cerdos.
Los hermanos se comieron un pedacito cada uno y no pudie­ron más. Entonces el culebrón los agarró y los metió debajo de una piedra.
En su casa, la madre lloraba porque no tenía ya hijos ni hija. Una vez cogió un cubo y fue al pozo. Volvía a su casa después de llenarlo de agua, cuando un guisante que venía rodando por el camino se metió de un salto en el cubo sin que ella lo advirtiese. Cuando volvió a su casa y fue a vaciar el cubo, se quedó sorpren­dido al ver un guisante dentro. Lo cogió, se lo comió, y de aquel guisante le nació un hijo. Le pusieron de nombre Ruedaguisante. El niño crecía a ojos vistas. Estaban sentados una tarde, cuando preguntó Ruedaguisante:
-¿No has tenido más hijos, madre?
-Sí que los he tenido: dos varones y una hembra.
-¿Pues dónde están?
-A la hija la robó el culebrón; los hijos fueron a buscarla, y ahora me he quedado sin hija y sin hijos.
Cuando llegó la noche, Ruedaguisante se vistió, se calzó y dijo:
-Ahora, iré yo a buscarlos.
Fue a casa del herrero y le dijo:
-Hazme una maza muy grande.
El herrero la hizo y Ruedaguisante se marchó llevándosela des­pués de pagarle. Anda que te anda, se encontró con el pastor que cuidaba un rebaño. Le saludó, y el pastor le preguntó:
-¿A dónde vas?
-Voy a salvar a mi hermana del culebrón.
-Cómete el mayor de mis bueyes, y la salvarás.
El se lo comió, dio las gracias y reanudó su camino. Anda que te anda, se encontró con el pastor que cuidaba el rebaño de ove­jas. Ruedaguisante le saludó, y el pastor le preguntó:
-¿A dónde vas?
-Voy a salvar a mi hermana del culebrón.
-Cómete el mayor de mis carneros, y la salvarás.
El se lo comió, dio las gracias y reanudó su camino. Anda que te anda, se encontró con el porquerizo que cuidaba la piara. Rue­daguisante le saludó, y el porquerizo le preguntó:
-¿A dónde vas?
-A salvar a mi hermana del culebrón.
-Cómete el mayor de mis cerdos, y la salvarás.
El se lo comió, dio las gracias y continuó su camino. Anda que te anda, se encontró frente a la casa del culebrón y vio a su herma­na sacando agua del pozo.
-Hola, hermana -le dijo.
-Tú no eres hermano mío -contestó ella.
-Ahora verás como sí lo soy.
En esto, salió el culebrón:
-¡Ah! Hola -dijo.
-Hola.
-¿A qué has venido? -preguntó el culebrón.
-A buscar a mi hermana y a mis hermanos.
-Cómete doce bueyes, doce carneros y doce cerdos. Ruedaguisante se los comió.
-Muy bien -dijo el culebrón. Y ahora, ¿peleamos o hace­mos las paces?
-Vamos a pelear. No quiero hacer las paces contigo.
-Sopla tú -dijo el culebrón.
-Sopla tú -replicó Ruedaguisante, puesto que el dueño de la casa eres tú y no yo.
El culebrón sopló, y su aliento se hizo de hierro. Pero, cuando Rueda-guisante sopló, el aliento suyo se hizo de cobre. Ruedagui­sante descargó su maza con tanta fuerza sobre el culebrón, que és­te cayó de rodillas. Del segundo golpe, lo mató. Entonces lo aga­rró, lo hizo pedacitos y lo redujo a cenizas.
Sacó a los hermanos de debajo de la piedra y, con ellos y con su hermana, volvió a casa, donde el padre y la madre los acogie­ron locos de contento.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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