Erase un matrimonio que tenía dos
hijos y una hija. Un día el padre mandó a los dos hijos a arar.
-¿Y quién nos llevará la comida?
-La chica -dijo el padre.
Pero la chica objetó que no conocía
el camino.
-Mira -le explicaron los hermanos:
cuando subas a lo alto de la cuesta, verás tres caminos. Tu sigue el camino
donde haya trocitos de paja esparcidos.
Pero un culebrón vio que, conforme
iban andando, los hermanos tiraban trocitos de paja por el camino. Conque los
recogió y fue a esparcirlos por el camino que conducía a su guarida.
Mientras, la madre hizo la comida y
se la dio a la hija para que la llevara a los hermanos. La hija subió la
cuesta, tomó el camino donde vio esparcidos los trocitos de paja. Llegó hasta
la guarida, y el culebrón la metió dentro.
Cuando los hermanos se cansaron de
esperar la comida, soltaron los bueyes para que pastaran y ellos volvieron a
su casa.
-¿Pero dónde está la comida, madre?
-Hace mucho tiempo que os la mandé
con vuestra hermana -contestó la madre.
Estuvieron esperando hasta por la
noche sin que apareciera la hermana. Por la mañana, cuando se despertaron,
tampoco había vuelto.
-Seguro que la ha apresado ese
maldito culebrón -dijeron los hermanos.
En seguida se vistieron y fueron en
busca de su hermana. Anda que te anda, se encontraron con un pastor que
cuidaba de un rebaño. Los hermanos le saludaron, y el pastor preguntó:
-¿A dónde vais?
-A salvar a nuestra hermana del
culebrón.
-Si queréis quitarle vuestra
hermana al culebrón, comeos el más grande de mis bueyes.
Los hermanos no quisieron comérselo
y continuaron su camino. Anda que te anda, se encontraron con un pastor que
cuidaba un rebaño de ovejas. Los hermanos le saludaron, y el pastor preguntó:
-¿A dónde vais?
-A salvar a nuestra hermana del
culebrón.
-Si queréis salvarla, comeos el más
grande de mis carneros. Ellos no quisieron y continuaron su camino. Anda que te
anda, se encontraron con un porquerizo que cuidaba una piara de cerdos. Los
hermanos le saludaron, y el porquerizo preguntó:
-¿A dónde vais?
-A salvar a nuestra hermana del
culebrón.
-Si queréis salvarla, comeos él más
grande de mis cerdos. Ellos no quisieron, y continuaron su camino. Anda que
anda, se encontraron por fin con el culebrón, que estaba delante de su casa.
-Hola -dijo el culebrón-. ¿Cómo os
ha traído Dios por aquí?
-Venimos a que nos devuelvas a
nuestra hermana.
-Si queréis llevaros a vuestra
hermana, comeos doce bueyes, doce carneros y doce cerdos.
Los hermanos se comieron un
pedacito cada uno y no pudieron más. Entonces el culebrón los agarró y los
metió debajo de una piedra.
En su casa, la madre lloraba porque
no tenía ya hijos ni hija. Una vez cogió un cubo y fue al pozo. Volvía a su
casa después de llenarlo de agua, cuando un guisante que venía rodando por el
camino se metió de un salto en el cubo sin que ella lo advirtiese. Cuando
volvió a su casa y fue a vaciar el cubo, se quedó sorprendido al ver un
guisante dentro. Lo cogió, se lo comió, y de aquel guisante le nació un hijo.
Le pusieron de nombre Ruedaguisante. El niño crecía a ojos vistas. Estaban
sentados una tarde, cuando preguntó Ruedaguisante:
-¿No has tenido más hijos, madre?
-Sí que los he tenido: dos varones
y una hembra.
-¿Pues dónde están?
-A la hija la robó el culebrón; los
hijos fueron a buscarla, y ahora me he quedado sin hija y sin hijos.
Cuando llegó la noche,
Ruedaguisante se vistió, se calzó y dijo:
-Ahora, iré yo a buscarlos.
Fue a casa del herrero y le dijo:
-Hazme una maza muy grande.
El herrero la hizo y Ruedaguisante
se marchó llevándosela después de pagarle. Anda que te anda, se encontró con
el pastor que cuidaba un rebaño. Le saludó, y el pastor le preguntó:
-¿A dónde vas?
-Voy a salvar a mi hermana del
culebrón.
-Cómete el mayor de mis bueyes, y
la salvarás.
El se lo comió, dio las gracias y
reanudó su camino. Anda que te anda, se encontró con el pastor que cuidaba el
rebaño de ovejas. Ruedaguisante le saludó, y el pastor le preguntó:
-¿A dónde vas?
-Voy a salvar a mi hermana del
culebrón.
-Cómete el mayor de mis carneros, y
la salvarás.
El se lo comió, dio las gracias y
reanudó su camino. Anda que te anda, se encontró con el porquerizo que cuidaba
la piara. Ruedaguisante le saludó, y el porquerizo le preguntó:
-¿A dónde vas?
-A salvar a mi hermana del
culebrón.
-Cómete el mayor de mis cerdos, y
la salvarás.
El se lo comió, dio las gracias y
continuó su camino. Anda que te anda, se encontró frente a la casa del culebrón
y vio a su hermana sacando agua del pozo.
-Hola, hermana -le dijo.
-Tú no eres hermano mío -contestó
ella.
-Ahora verás como sí lo soy.
En esto, salió el culebrón:
-¡Ah! Hola -dijo.
-Hola.
-¿A qué has venido? -preguntó el
culebrón.
-A buscar a mi hermana y a mis
hermanos.
-Cómete doce bueyes, doce carneros
y doce cerdos. Ruedaguisante se los comió.
-Muy bien -dijo el culebrón. Y
ahora, ¿peleamos o hacemos las paces?
-Vamos a pelear. No quiero hacer
las paces contigo.
-Sopla tú -dijo el culebrón.
-Sopla tú -replicó Ruedaguisante,
puesto que el dueño de la casa eres tú y no yo.
El culebrón sopló, y su aliento se
hizo de hierro. Pero, cuando Rueda-guisante sopló, el aliento suyo se hizo de
cobre. Ruedaguisante descargó su maza con tanta fuerza sobre el culebrón, que
éste cayó de rodillas. Del segundo golpe, lo mató. Entonces lo agarró, lo
hizo pedacitos y lo redujo a cenizas.
Sacó a los hermanos de debajo de la
piedra y, con ellos y con su hermana, volvió a casa, donde el padre y la madre
los acogieron locos de contento.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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